DE UN PUEBLO ESPAÑOL A VILLA 9 DE JULIO
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Fernando Joaquín Rojano Entrevistado |
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Fernando Rojano -andaluz- Agostina R.Muruaga-Domingo Alberto y Fernando J. Rojano |
Fernando Rojano vivió 21 años en el pueblo andaluz Priego de Córdoba. Era un españolito que debía cumplir con lo que acá llamamos 'servicio militar' y allá se conocía como "servicio al rey", pero no le gustó el 'convite' por lo que decidió tomar distancia. España pasaba por serios problemas de orden interno y enrolarse en las filas del ejército representaba un riesgo que él no estuvo dispuesto a enfrentar. El muchacho había nacido en 1892. En 1913, soltero, se encaramó a un barco que partía para América, territorio que conocía 'de palabras' pues unos paisanos suyos, radicados en Argentina desde tiempo atrás, algo le habían contado por carta. Es oportuno el decir que la América de la que se hablaba en Europa se llamaba Buenos Aires.
Su llegada a puerto no se diferenció en nada del arribo de otros viajeros en su misma situación: Presentar papeles y documentos ante las autoridades, hacinarse en el Hotel de inmigrantes, pensar con incertidumbre en un destino fijo, en fin, lo que ya se conoce.
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Avenida Juan Batista Justo al 1400 |
-Él quería ir hacia la provincia de Mendoza, le habían dicho que esa tierra era muy parecida a España. Pero lo mandaron a Tucumán y contra esa orden nada pudo hacer.
Sin oficio
El inmigrante Fernando era un
campesino hecho desde muy chico al trabajo de labrantío y al trajín con
animales. Con sólo 7 años de edad cargaba sobre sus hombros la orfandad paterna
y la vida lo encadenó al agobiante yugo de ganarse el pan con lo que podía.
Ya en
Tucumán, el sur de la provincia lo vio en pueblos como, Arcadia, Monteagudo,
Concepción y otros parajes rurales, doblado sobre los surcos de las quintas de
verduras, carpiendo, desyerbando o aporcando verdes simientes ajenas.
-No peló cañas de azúcar; él sabía de
verduras. Nos
dice Fernando Joaquín.
Luego
de 8 años de permanencia en el sur tucumano, abandona las labranzas y decide
probar suerte en la ciudad de San Miguel. Corría la década de 1921. Soltero
aun, con facilidad encuentra conchabo en una carnicería; pasó después por una
fiambrería, hasta que conoció a don Hipólito Blanco, matarife que lo contrató
como peón.
Mucho
tiempo después, Fernando Joaquín, se enteraba de algo más:
-Él llevaba los animales al matadero;
ahí había un salón grande y otro chico; en el grande se carneaban vacunos; en
el salón chico se carneaban cerdos, corderos, cabritos. Al comienzo sus tareas
fueron múltiples. Don Blanco poseía una jardinera y él tenía que llevar y traer
la carne y hacer el reparto. Lógicamente que era muy sacrificado, y lo sigue
siendo. Trabajaban sin parar durante todo el día. En ese tiempo no había
cámaras frigoríficas; se debía vender rápido. Ahí aprendió a carnear cerdos.
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Fernando Rojano y Agustina Rosa Muruaga |
Ansiada independencia
Jornadas van, experiencias vienen, Fernando, el
inmigrante, resuelve independizarse. Un simoqueño amigo, cuyo nombre se perdió
en el olvido, lo ayudó a conseguir la patente necesaria para faenar animales.
Es
entonces cuando la soltería del muchachón comienza a acotarse. En un recodo del
destino conoció a una muchacha de nombre Agustina Rosa Muruaga, tucumana de
Concepción e hija de Domingo Muruaga. Pactada la pareja, se radican en la calle
Martín Berho, arteria que ya tenía traza de avenida por lo ancha; la casa
lindaba por otro costado con la calle Benjamín Villafañe.
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Domingo Muruaga |
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Fernando Rojano -andaluz- Agostina R.Muruaga-Domingo Alberto y Fernando J. Rojano |
-Allí nacimos los cinco hermanos: El mayor, Domingo Alberto; luego yo, Fernando Joaquín, nacido en 1934; luego Juan; Carmela y Félix, este último hoy de 70 años. Nos cuenta Fernando Joaquín.
Nosotros,
los recopiladores, podríamos narrar este pasaje que habla del peligroso
ambiente que por entonces significaba el habitar la zona donde está la calle
Martín Berho, pero es mejor que lo diga Fernando Joaquín, el entrevistado:
-Era una zona que tenía sus riesgos
porque estaba cerca del matadero y, como casi todos trabajaban allí, cargaban
en la cintura sus herramientas, cuchillos, chairas, ganchos. Algunas veces
salían del trabajo y se desconocían por algún motivo; otros no se iban a la
casa, se quedaban por ahí cerca, en algún almacén. En mis tiempos de mocedad
estaba la confitería de los García.
El progreso
El siglo XX transitaba su tercera década y la ciudad
buscaba ordenar su ejido. Principalmente en aquellas zonas, como la del
matadero municipal, relegadas por años del ordenamiento necesario.
El
español convertido en matarife, Fernando Rojano, veía progresar a su
emprendimiento, pero la calle Martín Berho lo expulsó pues sus corrales ya
resultaban inapropiados en ella.
Fernando
Joaquín cuenta:
Allí teníamos unos corrales con cerdos
y otros animales chicos.
Nos tuvimos que cambiar a otra zona
para poder conservar el oficio de matarifes y de lidiar con animales. Entonces nos fuimos a
vivir a la avenida Juan B. Justo al 2200,
a un campo entre los dos cementerios. Ahí alquilamos un predio donde teníamos
los corrales y la casa familiar; en ese sitio estuvimos más o menos 9 años.
Al
decir de nuestro entrevistado, debieron trasladarse una decena de cuadras más
al norte, zona que aun estaba despoblada; único modo de mantener su actividad.
Es así que arrienda, a Emilio Bono, una extensa propiedad situada entre los dos
cementerios, el del Norte y el Israelita. Se trataba de un campo cuyas medidas
eran: una y media cuadra de fondo por otra cuadra de ancho. El espacioso sitio
le permite albergar a su hacienda y a la vez volverlo propicio para el
pastoreo.
Fernando
Joaquín sonríe al contarnos que en ese lugar vivían solamente ellos y que la
gente le llamaba al sitio “barrio sándwich”, pues quedaba encerrado entre los
dos enterratorios.
En aquella enorme fracción alquilada
entre los dos cementerios, los Rojano armaron corrales para los caballos de
tiro que eran ‘los motores’ de sus jardineras y también las porquerizas para
encerrar a los cerdos –en realidad quien nos cuenta dijo: por
porqueriza=chiquero y por cerdos=chanchos- o sea bien a lo tucumano.
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Carne de cerdo de la carniceria Rojano |
-En esa época se consumía más cerdo
que ahora. A veces llegaba una jaula cada 15 días. Nos dice Fernando Joaquín.
La vida entre dos cementerios
Dice la voz popular: ‘El miedo es cosa viva’; ‘Cada cual es dueño de su miedo’; ‘Tenerle miedo al muerto’… Muchas frases y dichos pueden caber cuando nos referimos a las perturbaciones angustiosas del ánimo que conocemos como miedo. Viejas creencias y mitos ancestrales nos vuelven recelosos a sufrir algo no deseado. La sola mención nocturna de un cementerio, por ejemplo, agita nuestras mentes y puede exaltarnos hasta el paroxismo.
Pero
no es el caso de los jóvenes Rojano, habitantes por muchos años de aquel sitio
que por estar ceñido en sus costados por dos cementerios, fue llamado ‘barrio
sándwich’. Quizás estos niños que durante su infancia corretearon entre tumbas
y mausoleos, se hayan familiarizado con el escenario y veían con naturalidad lo
que otros miraban, y miran, con desconfianza.


Nuestro informador así nos dice:
-No teníamos miedo. Nosotros éramos
muy amigos de una familia de apellido Reinoso que cuidaba el cementerio
Israelita. Con sus hijos nos hemos criado juntos. Hasta hoy por ahí nos
encontramos; somos de mucha amistad. Ellos vivían en ese lugar y nosotros
entrábamos como si fuera su casa. Los chicos no pensábamos que era un
cementerio.
Y
como buen vecino, aquel cuidador del cementerio les ayudaba a los Rojano a
sacar agua del pozo a fuerza de caballo. Es decir, lanzaban a su interior,
atado a fuerte soga, un tacho donde cupieran muchos litros del líquido; luego,
para sacarlo hasta el brocal, un animal de tiro ponía su fuerza y lo elevaba.
Desde allí, a pulso, se derramaba el agua en un piletón. La operación se
repetía hasta colmar el depósito; desde ahí se surtía al abrevadero de la
hacienda.
¿Y
porqué don Reinoso se ofrecía a colaborar con esta agotadora tarea? Muy
sencillo: Los muchachos Rojano devolvían el favor colaborándolo en la limpieza
y el mantenimiento de todo el cementerio Israelita.
Un dato
más cuenta que estos chicos, cuando vivían entre los dos cementerios, iban a la escuela nº 49, ubicada en la calle
Panamá.
Compran negocio y casa
En 1948 la faena de cerdos andaba
bien. Los muchachos Rojano seguían trabajando con su padre, don Fernando.
Buscando diversificar un poco la ruda tarea de carneo y desposte, se animaron a
comprar a un tal Berta, la fiambrería que funcionaba en la ochava noreste, de
la plazoleta Mitre, avenida Sarmiento esquina ex avenida Mitre -hoy República
del Líbano-. Mientras tanto el matarife continuaba con su tarea pero tuvo que
mudar los corrales; desde avenida Juan
Bautista Justo al 2200 los trasladaron a un predio ubicado al este del
cementerio Israelita.
Al
año de probar suerte con los fiambres en la plazoleta Mitre el negocio fue
vendido. A la vez compraron una casa en avenida Juan Bautista Justo al 1500 y
allí se mudó toda la familia. Corría el año 1949.
Cuenta Fernando Joaquín Rojano que esa vivienda era anteriormente usada como fábrica de embutidos, más específicamente de mortadelas, que explotaba su propietario, un señor Carballo; dice que Carballo le vendió a un tal Barrena y este último hizo la operación con ellos.
El
extenso terreno que la contiene, 30 mts. de frente por 65 de fondo, le permitió
a Fernando, el español, hacer modificaciones y a la vez ampliar la
construcción, dejando hacia atrás la edificación de la antigua fábrica, hoy
casi derruida.
En
1955 los Rojano compraron otra propiedad, esta vez destinada a contener a los corrales de
cerdos; el predio, que todavía poseen, está entre la avenida San Ramón y el río
Salí.
Por
lo demás, todo siguió en sus normales cauces. Los muchachos, siempre trabajando
con su padre y de a poco cada uno de ellos casándose y buscando techo
independiente. El único hijo que permaneció allí fue Fernando Joaquín pues,
pagó la parte que les correspondía a sus hermanos y se hizo dueño de la casa.
Rosa
Mercedes Rojano, hija de nuestro entrevistado, entre temerosa y dubitativa nos
contó lo siguiente:
Antes de que se comprara esta casa,
cuando aun funcionaba la fábrica de mortadelas, los vecinos contaron que veían entrar carros tirados por tres caballos
y que al salir, los carruajes iban tirados por uno sólo.
Siempre dijeron que ese fiambre se
elaboraba con carne equina; otros dicen que no es así.
Y
la versión de la muchacha no era falsa. He aquí un dato extraído del archivo
Municipal:
El 14 de agosto de
1920, por decreto municipal, el interventor suspendió la vigencia del art. 77, incisos a,
b y c, del reglamento de mercados, donde se autorizaba la matanza en la misma
fábrica, de animales equinos para la elaboración de mortadelas y salamitos, hasta
nueva disposición, por haber bajado el
precio de la carne vacuna y por la imposibilidad de controlar el sacrificio de
animales enfermos para la elaboración de estos fiambres.
Otra generación
Los
años pasan y nos situamos en 1959. Fernando Joaquín Rojano, que es quien cuenta
toda la historia familiar, es para entonces, un hombre. La compra de cerdos
para faenar lo lleva por muchos lugares de la región, interesado en la búsqueda de buenos animales y,
lógicamente, de mejores precios.
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Elena Pascualina Yedro |
Fernando
Adrián, en 1962; María Estela, en 1967; Rosa Mercedes, en 1969, Leticia Analía,
en 1973.
Con
resignación, Fernando Joaquín Rojano dice que su mujer, Elena Pascualina Yedro,
falleció el 30 de diciembre de 2006.
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Fernando I. Rojano, el entrevistado, junto a su familia |
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De los negocios
-Uno de mis hermanos también es
matarife; no tanto en vacunos, mas bien con cerdos. Actualmente ambos tenemos
puestos en el mercado del Norte, como carnicería Rojano. Luego está la
carnicería ‘Súper Rojano’; es de un sobrino, hijo de otro hermano.
En 1982, Fernando Adrián Rojano solicita a las autoridades del ejército que se le conceda un año de prórroga en el cumplimiento de su servicio militar, por razones de estudio. No sabemos si recibió respuesta a su pedido. Pero sí nos enteramos por su padre, don Fernando Joaquín Rojano, que el muchacho ese año fue incorporado sin derecho a excusarse y trasladado al sur argentino. Se había desatado la guerra de Malvinas.
Mientras
narramos este hecho nos esforzamos por sentir, aunque más no sea por minutos,
la desazón y la angustia que significa el tener a un ser querido envuelto en un
acto bélico de esa magnitud; y al
escuchar lo que su progenitor prosiguió contándonos, decimos que el soldado
Fernando Adrián estuvo protegido por Dios:
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Fernando Adrían Rojano |
Al finalizar la
contienda todos volvían pero él no. A su regreso, luego de casi dos meses, nos
contó que estuvo prisionero de los británicos pero que lo trataron bien; hasta
lo engordaron dándole abundante comida.
N/R
-Es un honor para quienes elaboran este libro, el poder incluir en sus páginas
el nombre de Fernando Adrián Rojano.
Don Fernando Joaquín Rojano, el vecino de Villa 9 de Julio,
quién amablemente nos recibió en su casa,
siguió contándonos sus recuerdos:
-Estando entre los dos cementerios, para
ir a la escuela cruzábamos una finca a la que le decían ‘la finca de Iramaín’;
eso era un tambo de aquella época.
Nosotros vivimos en el ‘barrio sándwich’
desde 1939 hasta 1948. Fernando Joaquín Rojano.
-El pozo de agua también era la heladera que nos faltaba. En el
balde poníamos lo que debía conservarse fresco. Sólo el matadero poseía cámaras
frigoríficas.
Teníamos un par de vacas a las que ordeñábamos para la
familia. Además unas piletas donde salar
los huesos y así mantenerlos en condiciones para usarlos en las comidas. Fernando Joaquín
Rojano.
-El matadero nuevo se inauguró en 1939;
es decir que ahora también es viejo. Hubo otro antes que no tenía cámaras
Frigoríficas.
En aquel tiempo distribuíamos la carne
de cerdo en el día porque no había dónde conservarla. Nosotros coordinábamos
los horarios con las carnicerías. Fernando Joaquín Rojano.
-Mi padre era analfabeto; mi madre le
hacía las “tarjetas” de los clientes; él marcaba la carne y luego un transporte
hacía el reparto. Ya teníamos compradores en el Mercado del Norte. Fernando
Joaquín Rojano.
-Mire, si ahora la educación es mala
antes era peor. Lo único que aprendíamos
era a cantar la ‘marcha A mi bandera’. Por eso nos mandaron a la escuela
nocturna en la Elmina Paz de Gallo, de la Álvarez Condarco primera cuadra. Allí
aprendimos algo más. Fernando Joaquín Rojano.
-Cuando vivíamos sobre la Martín Berho,
había un almacén de don Camilo; un tal Corbacho, que estaba en la Benjamín Villafañe y Blas Parera, en ambos hacíamos las compras.
Ya en la otra vivienda, en avenida Juan
B. Justo, comprábamos en el almacén de Bocca; estaba frente al cementerio del
Norte. Tenía de todo. También íbamos a ‘El Pacará’; almacén y depósito de
granos de los Mata. Eso fue entre 1940 o 50. Fernando Joaquín
Rojano.
-Para distraernos íbamos al cine 9 de
Julio y por tener una aventura al Capitol. Los días domingos en el 9 de julio
la entrada valía 0.20 ctvos y los lunes 0.10; ese día se llenaba la sala. Fernando
Joaquín Rojano.
-En mi juventud -1945- la avenida Juan B. Justo era angosta y las veredas muy anchas. Ya
estaba trazada para ser avenida y tenía empedrado. En las aceras había unas
altas tipas; también otros árboles grandes. El tráfico no era intenso. Fernando Joaquín Rojano.
-La avenida Juan B. Justo se achicaba al llegar al
puente, cercano al pasaje Brasil; era muy extrecho. Recuerdo que para
ampliarlo, como no podían romperlo, le hicieron todo un asfalto encima; los
ingleses lo habían construído muy bien cuando hicieron el ferrocarril, porque
los carros que cargábamos habrán tenido 3000 kilos y ahora los
vehículos tienen cargas muy pesadas y no se daña. Fernando Joaquín Rojano.
-Al frente de casa estaba el
dispensario, que hoy es el Caps. allí mi madre nos traía a todos los hermanos
cuando estábamos enfermos. Fernando
Joaquín Rojano.
-En la década de 1960 sacaron los
adoquines, también lo árboles; luego hicieron a la avenida Juan B. Justo muy
ancha. Fernando
Joaquín Rojano.
-En esa época los puesteros y carniceros
estaban en buena posición económica, porque se vendía mucho; uno de ellos,
Salvador Ruiz, vecino, traía a vender unas
entrañas económicas pero riquísimas; la gente la venía a comprar mucho. Era una menudencia que
Salvador las retiraba del matadero. La entraña es una carne una parte gruesa y
otra delgada que separa el estómago del ecxófago.
Fernando Joaquín Rojano.
-En la calle Blas Parera al 900
funcionaba la perrera. Hacía redadas por el barrio usando un camión con jaula
para encerrar a los perros que enlazaban los empleados. Los vecinos salían a la
calle a salvar a sus pichichos. A veces debíamos ir al corralón a retirarlos
pagando una multa. No nos debíamos demorar porque a las 72 horas los
sacrificaban.
Fernando Joaquín Rojano.
-En la esquina de avenida Juan B. Justo
y Blas Parera estaba la carnicería
de Teresa Izquierdo, luego puso una panadería.
En la primera cuadra de Blas Parera estaba la Estafeta de Correo,
ahora es una fábrica de bolsas. Fernando Joaquín
Rojano.
-Para llegar el
cementerio del Norte circulaban colectivos. La línea F y la B. Luego vinieron
los troley, los que pasaban por la avenida Juan B. Justo y en la calle Méjico daban la vuelta. Era algo
fantástico. A ese servicio lo pusieron cuando yo estaba haciendo el servicio
militar, pero duró muy poco. Fue en 1955. Fernando Joaquín
Rojano.
-Cuando regresábamos del cine 9 de Julio
lo hacíamos casi a tientas, pues la última luz de la avenida estaba antes de
cruzar el puente; luego debíamos seguir al
norte hasta nuestra casa, que estaba entre los dos cementerios. El otro
foco se encendía en la calle Méjico. Fernando Joaquín Rojano.
-Desde la calle Méjico hasta el canal
vivíamos 4 o 5 familias, nada más. No había villas de emergencia. Al frente
nuestro estaba la familia Giolito; tenía un tambo de casi tres manzanas; se
extendía desde la iglesia que hoy está frente al cementerio del Norte y hasta
donde termina el cementerio Israelita. Cultivaba alfalfa para sus vacas. Vendía
leche. Fernando
Joaquín Rojano.
-El herrero de entonces fue un tal Sosa.
Era pariente de la cantora, de Mercedes Sosa. Tenía el taller en la avenida
Juan B. Justo al 1700. Fernando
Joaquín Rojano.
-Ahora
frente al cementerio está todo cubierto de barrios; antes ahí estuvo la
colonia San Ramón con sus campos de cañaverales; hoy es toda una barriada que
llega hasta la autopista. Fernando Joaquín Rojano.
-Al frente del cementerio funcionaba la
marmolería de los Panchini; trabajaba para el cementerio Israelí.
El florista fue don Gratacos, además era
jardinero. Tenía un pedazo de tierra donde cultivaba muchas flores. También
comerciaban con flores las señoras Monachessi, italianas. Fernando Joaquín
Rojano.
-Los Giamarini también tenían carnicería
sobre la Juan B. Justo, hijos de quien
fue carrocero, hacía carros, luego cajas para camiones. En la misma cuadra, de sur a norte, vereda oeste, estaba la carnicería
de ellos, luego la nuestra y la de Salvador Ruiz. Fernando Joaquín Rojano.
-Nosotros traemos la carne desde Córdoba,
de la zona de Río Cuarto. Es buena mercadería; esa región es bien nombrada por
esto. Fernando
Joaquín Rojano.
-Los Ciccio tenían varios coches de
plaza. Vivían a la par de Sosa, el herrero. Ahí guardaban hasta los caballos. Por ahí los cocheros descontentos por la
paga abandonaban los coches en cualquier
lado; entonces usted veía al animal que llegaba solo con el carruaje a los corrales. Después cambiaron los coches
por taxis. Fernando
Joaquín Rojano.
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