Canción inicial

Canción Inicial
Argentina, territorio entregado al porvenir desde tus quebradas norteñas hasta el Cabo de Hornos; promisorio escenario donde forjar una nueva vida; útero abierto al nacimiento de las mil diversidades étnicas; madre nutricia; miel; calostro...
¡Cuántas alabanzas mereces en tu bondad y en tu gesta moral,
Patria mía!...
Por tus caminos otrora polvorientos, insinuados al hollar de carretas y pezuñas; ralo pastizal; poblado monte; de norte a sur; de sur a norte, venían nuevos hijos a gozar de tu hermosura femenina; a rodearte con sus brazos y poblar tus anchos hombros y tu cabeza; tu cintura en cinta; tus pies de bailarina reconcentrada; altiva y reconcentrada.
Todo en vos fue regazo:
Buenos Aires, que aunque niña pobre, ya coqueta.
Patagonia, viento-médano, soledad transmutada en idiomas y vocinglería.
Norte indómito; callado; páramo al pie del Ande. Y el mar verde en la llanura, a la entrada de los cerros:
Tucumán de la mecidas selvas, gleba feraz; idílico amor del viajero que detuvo su paso ante el prodigio.
Hoy regreso sobre aquellos rastros que esculpieron tantos hombres, ¡tantos!. Voy a encontrarme con los antiguos rostros; rostros de arrugas oscuras, nobles; rostros donde los ojos, aun abiertos al asombro, nos miran, aunque un puñado de tu savia haya caído sobre ellos.
Néstor Soria

Foto de Néstor Soria

Foto de Néstor Soria
Redacción: Poeta y escritor Néstor Soria

Imagen de Ana Lía Madrigal

Imagen de Ana Lía Madrigal
Investigación, entrevistas e ilustración: Ana Lía Madrigal

lunes, 26 de noviembre de 2018

LAS NECRÓPOLIS DE VILLA 9 DE JULIO Y SUS TRADICIONES

LAS NECRÓPOLIS DE VILLA  9 DE JULIO Y SUS TRADICCIONES

CEMENTERIO DEL NORTE


Noticias sobre Nekros


He venido hasta aquí, tras de estos muros para aislarme de ustedes, los vivientes
y aunque yazgo reseco y maloliente
alejado de ustedes soy más puro.
Del Libro de Nekros –Néstor Soria

Ocurrido el traslado de la ciudad de San Miguel de Tucumán, desde el montuoso sitio de Ibatín a este yungoso  valle que ya se conocía como La toma -1685-, sus gobernantes debieron encarar entre otros quehaceres referidos a la cosa pública, la búsqueda del espacio propicio donde inhumar a los muertos. Este asunto al principio fue de fácil solución pues la población era poco numerosa y las familias nobles siempre contaron con un trozo de tierra propia, ya sea en cercanías de la ciudad o un tanto alejada de ella, palmo que zanjaba el inconveniente. Los de menor condición social, alojados en las afueras de lo que se consideraba “la urbe”, debieron conformarse con tener una fosa en cualquier descampado de los que por entonces abundaban en tan extensa dehesa.

Pasado el tiempo, entrado el siglo XVIII, la situación comenzó a agravarse. La todavía aldeana ciudad sumaba un considerable número de habitantes y llegó el momento de ocuparse seriamente sobre el tener un enterratorio formal para albergar a los difuntos.

El primero del que se tiene noticias estuvo en los terrenos contiguos al templo que levantaron los Jesuitas, es decir, a la par de la actual iglesia de San Francisco Solano. Luego, erigida la primera iglesia Matriz -hoy Catedral y Santuario de Nuestra Señora de la Encarnación- se dispuso de una tierra aledaña al templo y allí fueron a descansar los restos de muchos tucumanos. Los papeles de archivos hablan, ya en el siglo XIX, de un nuevo osario; este se instaló en lo que se conoció como antigua capilla del Señor de la Paciencia, oratorio que desapareció, no así la advocación, al construirse el edificio de aquel hogar de niñas desamparadas, llamado El buen Pastor. Un poco más cercano a nosotros las crónicas cuentan de un camposanto que funcionó en los predios que hoy ocupa la Quinta agronómica, dominio  que pertenecía a la provincia.  Tras arduos juicios de expropiaciones, trabas y litigios varios, Tucumán vio, por fin, un cementerio,  el del Oeste, columbario que si sabemos admirar, lo veremos más bien como una artística necrópolis.

Y mientras la ciudad de ‘los pudientes’ saldaba sus deudas con Thanatos ¿Qué hacía la gente pobre y qué suerte corrían sus pobres muertos? Poco dicen las noticias sobre esto, pero algo se supo: ‘A campo abierto, cuando yo sucumba/ llorosos hijos cavarán mi tumba’…Y eso fue así hasta casi entrado el siglo XX.





 

 








 Cementerio del Norte - 

‘El cementerio de los pobres’


En 1889 el gobierno provincial inicia las obras de construcción de un cementerio público al que pudiera acceder ‘la plebe’, el desvalido, el huérfano de todo blasón. Nos referimos al Cementerio del Norte o ‘Cementerio de los pobres’ como se lo llama desde el inicio.
La finalización de esa necesaria instalación que venía a suplir tamaña carencia, pasó luego a manos del municipio en la gestión de don José Padilla, siendo inaugurada el día 10 de enero de 1894.

Cementerio del Norte. Datos descriptivos

         Anotamos aquí antecedentes que familiaricen al lector con tan sagrado espacio. Son asuntos casi correspondientes a una memoria descriptiva de las que suelen confeccionar los profesionales de la construcción y, al no ser estas próximas citas de sencillo hallazgo en las crónicas vulgares, entendemos que pueden ser de utilidad para docentes y alumnos tucumanos:                  
  
 "El terreno tiene una superficie en metros cuadrados de 123.984,37 y está dividido en secciones demarcadas por anchas calles. Enfrente de las oficinas de administración nace una plazoleta semicircular cuyas medidas son: 60 metros de largo y 6,60 metros de ancho. Unido a la capilla circular cuyo interior tiene un diámetro de 8 metros, posee un peristilo de 18,10 metros de ancho; galería octogonal de 4 metros de ancho y techo en bóveda.
El costo de construcción fue de aproximadamente $110.000 m/n."







Una anécdota

Declarando no estar comprendido en el art. 69 de la Ordenanza General de Impuestos el servicio de transporte de cadáveres a las estaciones de ferrocarril.

Setiembre 7 de 1909

Señor intendente municipal 
S/d

La empresa de carruajes del señor Bernardo Fourçans ha efectuado un servicio fúnebre especial con dos yuntas, habiendo sido transportado el cadáver a la estación del FFCC. donde fue embarcado.
El señor fourçans se niega al pago de los derechos que establece el art. 69 de la ordenanza  general de impuestos, manifestando no estar comprendido en esta disposición, por cuanto el cadáver no ha sido conducido a los cementerios locales.
Solicito a la intendencia, si debe o no cobrarse en este caso el derecho que establece el artículo citado.
Saludo al señor intendente
                                                                                             Zenón del Corro.

11 de setiembre de 1909

Vista la nota que antecede,  resuelvo:

1º que desde la fecha de la presente resolución, queda comprendida en las disposiciones del artículo 69 de la ordenanza general de impuestos, la conducción de cadáveres a las estaciones del ferrocarril.

Comuníquese

firmado: Carlos Rougés – Abraham de la Vega (h)

Noticias:


El 15 de noviembre de 1911, se destinó una fracción de terreno del cementerio del Norte para disidentes.



El 19 de enero de 1912, en vista a las irregularidades que se observaban en la inhumación de cadáveres en el cementerio del Norte, se decreta al departamento de obras publicas la prosecución del plano catastral donde se determinarán los sectores de cuadros para enterratorios gratuitos y aquellos destinados exclusivamente para venta de los cuadros las que se harán bajo una administración  ordenada y fiscalizada por la inspección general. Este largo decreto donde se individualizaba el nº de cuadro ya sea gratuitos o para ventas fue firmado por Eduardo Paz – Ernesto J. Román.




Como un día de fiesta




Añadir leyenda
Las crónicas y las imágenes fotográficas que se conservan en archivos y muestran el lado norte de la ciudad de comienzos de 1900, son testigos del nulo adelanto urbanístico que el municipio de entonces le brindaba.
Villa 9 de Julio, inserta al noreste de este espacio, se asemejaba a un asentamiento informal donde quintas, corrales, baldíos y modestas viviendas, se alineaban “al qué me importa”, en un escenario demarcado por calles que no eran más que sibilantes senderos barrosos, desprovisto de iluminación pública, rodeado de canales fétidos y envuelto por la nube gris que continuamente se alzaba al paso de carruajes y animales en tropas. Todo un contrasentido para la supervivencia humana.



Pero aun así la villa tenía sus días de esparcimiento.
He aquí cuándo ocurría:

Lo que narramos está ligado al novísimo cementerio del Norte, osario librado al servicio el 10 de enero de 1894 y al que, sin dudar, instalaron a los fondos del boulevard Avellaneda, antes calle Ombú y hoy  avenida Juan Bautista Justo al 2000, por considerar que el amplio predio se encontraba muy distante del corazón céntrico de la ciudad. Hasta allí, hora tras hora, día tras día, comenzaron a llegar y a ser depositadas en la gramosa tierra socavada, las huestes de Thánatos, el Dios griego de los sin vida.
Al Campo Santo, como castizamente lo llamaban años ‘A’, se llegaba transitando los huellones de la Avellaneda de entonces. Procesiones de catafalcos llevados a pulso, en rústicos carros rurales, en pomposas carrozas, o cureñas adaptadas para ese fin, hollaban esa cuasi arteria hasta llegar a los austeros umbrales de lo que ya se conocía como “El cementerio de los pobres” -mote que lo diferenciaba socialmente del elegante cementerio del Oeste, abierto desde 1872-.
El hecho es que entrado el siglo XX, las parcelas ocupadas del sagrado lugar ya se contaban como numerosas; seguramente es dable considerar también que de a poco se iba convirtiendo en una necrópolis -Necro=muerte – Polis= ciudad-, es decir que se colmaba de mausoleos edificados que amparaban, en sótanos y gradas, los cuerpos de varios miembros de una misma familia. 
Ante este panorama sumido en quietud, de pasividad para el eterno descanso de tantos, la vida, como en contrapartida, se volvía muy visible todos los 2 de noviembre, ya dijimos, día de los Fieles Difuntos. 

  Y no sólo el cementerio se colmaba de gente; muchas cuadras del incipiente boulevard Avellaneda amanecían o se mostraban desde la víspera, día de las Almas, abarrotadas de puestos de venta de flores, velas, coronas floridas confeccionadas en papel crepé, imágenes santas modeladas en yeso y pintadas de vivos colores, estampitas de diversas advocaciones, vistosos floreros de vidrio y, con el desenfado y naturalidad de lo popular, esas veredas también estaban sembradas de tiendas ambulantes de venta de comidas -fritangas varias- que con humoso aroma tentaban a  la muchedumbre que venía caminando desde donde los dejaba el tranvía -Esquina norte- a rendir culto a sus muertos. Mientras tanto, entre las tumbas, una cuadrilla de diligentes changarines se ofrecía al acarreo de tachos con agua, al aseo de paredes y vidrios, o a pintar con brochas los nichos y otras instalaciones. Sin atentar contra el compungido ánimo de muchos dolientes visitantes, bien podemos decir que esa zona de Villa 9 de Julio se ponía de fiesta.





















DEVOCIONES POPULARES

CEMENTERIO DEL NORTE



El cementerio del Norte es una galería poblada de ‘santos populares’, de almas milagrosas o milagreras como dice la boca común. He aquí algunos de ellos:           

 La brasilera o Brasilerita: Nunca trascendió su verdadero nombre.
Dice la voz popular que fue una curandera y rezadora que murió ardida dentro del cementerio, al rozar su vestido con las velas encendidas mientras rezaba frente a la tumba de un alma que no hallaba descanso. En el preciso lugar donde acaeció su desdichado final, tiempo después surgió un hilo de agua que se esparce entre fosas.

Pedrito ‘Hallao’: El 29 de junio de 1948, muy cerca de las puertas del cementerio fue hallado, en agonía, un niño recién nacido. La historia que año tras año se renueva sin notorias variantes, cuenta que quien lo alzó vio que sus orejas y boca estaban carcomidas por hormigas y que al darse cuenta de que su vida se cortaba, lo hizo bautizar en la misma capilla del enterratorio, con el nombre de Pedrito. A ese ángel que falleció pocas horas después, la gente lo llamó Pedrito ‘Hallao’.

Los hermanitos Lucas tienen su tumba junto a la de Pedrito ‘Hallao’. A estos dos chiquitos los encontraron juntos, muertos, en algún lugar del parque Nicolás Avellaneda. Eso ocurrió el 18 de Octubre de 1943, día de San Lucas, razón por la que recibieron ese nombre. Al tratarse de mellizos los enterraron en una misma tumba.
 


   Andrés Bazán Frías, el famoso perseguido, tiene su sepulcro en el cementerio del Norte. Su santuario es considerado milagroso por la creencia popular, se encuentra en la calle provincia de Mendoza sobre el muro del cementerio del Oeste, sitio donde cayó herido de muerte al intentar escalarlo durante la persecución de la policía.  

Carballito era un pordiosero ciego que fue muerto en el ‘puente de los suspiros’ -calle provincia de Catamarca entre las calles República del Perú y Bolivia-. Le rinden culto con dinero y cruces de algarrobo; hace favores especiales.

El cadete Alberto Soria, numerario de la Gendarmería volante, fue muerto a tiros por José Ricardo Suárez (a) ‘El águila’, un pistolero de Villa Luján, el 18 de julio de 1927, cruzando la entonces polvorienta avenida Mate de Luna y cumpliendo su misión de persecución. Su tumba en el cementerio del Norte, es un atractivo arquitectónico, obra de un joven escultor que se llamó Agustín Aragonés. Al frente del mausoleo se puede apreciar una estatua del cadete, de gran tamaño, con su espada desenvainada y a sus pies la triste figura de una mujer, quizás su madre, rendida de dolor. 


 







Sociedad Unión Israelita Tucumana (Kehila)




Llegamos a la calle Combate de Las Piedras al 900 con la intención de recoger datos referidos al cementerio Israelita enclavado en Villa 9 de Julio. Hasta ese momento nos habíamos contactado telefónicamente un par de veces  con Alfredo Wolf, joven dirigente de esta sociedad. Con mucha amabilidad nos invitó a ingresar al lugar y se dispuso a contarnos, a pluma suelta, parte de la historia de estos inmigrantes llegados a Tucumán por allá de 1910, o sea, hace un centenio.
Anotamos aquí trozos de esa conversación que tuvimos con Alfredo, ya que así sabremos cómo surgió el sagrado sitio donde la comunidad judía pone a descansar a sus muertos.

Esto nos dijo: 

Las primeras inmigraciones se producen con el  pogrom de Rusia*; es entonces cuando buscando escapar de las persecuciones y matanzas, los judíos abandonan la Europa Oriental; además los jóvenes evitaban el enrolarse al ejército porque si lo hacían debían involucrarse en la guerra. Otra razón era la hambruna y la falta de trabajo en ese lado del mundo. Muchos fueron a Estados Unidos, a Brasil y otros vinieron a Argentina; y nada les fue fácil.    
Luego del pogrom surgió el nazismo. Mis padres fueron alemanes, vinieron antes de la segunda guerra mundial escapando de las persecuciones  del nazismo. Ellos llegan a través de la Lievich Colonisaison Asocieyson, una empresa que compró campos en Entre Ríos y en Santa Fe, los dividió en parcelas de 100 hectáreas y a cada familia le dio una fracción. No era gratuito, les proveían herramientas, una yunta de bueyes, semillas, adobes para hacer el rancho y a trabajar. Cuando comenzaban a producir debían devolver los préstamos durante 30 o 40 años; fueron saldando la deuda y se quedaron con las tierras. Aquí y allá se  vivían épocas  duras. Así llegan los primeros judíos; muchos se asentaron en Tucumán.
Algo digno de destacar de la Colectividad judía en la argentina, es la integración total.

*Pogrom: Voz rusa. Asesinato en masa espontáneo u organizado, de personas o grupos sociales indefensos.
El pogrom de Rusia -1881/1917- fue un movimiento popular cristiano dirigido por las autoridades zaristas para exterminio de los judíos. Durante la guerra civil que siguió a la revolución bolchevique de 1917, decenas de miles de judíos murieron en la violencia del pogrom en la región de la Ucrania y en la Polonia oriental (entre 1918 y 1920).
Es oportuno el anotar aquí que a la par de aquella matanza en Europa Oriental, la Argentina tuvo su propio pogrom en Buenos Aires. Eso ocurrió en la famosa Semana Trágica, Enero de 1919.







 Cementerio Israelita


“En nuestro cementerio hay un cuadro (Nº 16) en un rinconcito que guarda los cuerpos que fueron trasladados desde el cementerio del Norte, de cuando tuvimos allí un espacio prestado por la municipalidad; esas tumbas ya no tienen ni los nombres; son aproximadamente 30.
Es muy notoria la diferencia edilicia de lo que se hacía en otras épocas con lo que se hace ahora. Hoy es todo más moderno. Los mausoleos de antes eran muy grandes y suntuosos”.
                                                                             Alfredo Wolf         
    Encargado Responsable del cementerio Israelí





 


 
A medida que los inmigrantes judíos llegaban a Tucumán, los más resueltos comenzaron a pensar en cómo formar una sociedad o agrupación que los aglutinara y de esa forma sufrir menos el ostracismo social y lingüístico. Mientras solidificaban ese proyecto, surgió una necesidad que es inherente a todo grupo humano: dónde sepultar a sus muertos.
Llevados por esta premisa es que gestionaron ante las autoridades provinciales y municipales de la ciudad, el otorgamiento de un espacio de tierra en el cementerio del Norte, petición que fue autorizada por lo que les fue otorgado el cuadro nº 38. Claro, por razones religiosas ese camino no era el óptimo, pero aquella incipiente comunidad no tenía otras opciones y debieron  ajustarse a las disposiciones por entonces vigentes.


De un libro de autoría del señor Blumenfeld y que nos facilitó Alfredo Wolf en las oficinas de la Sociedad Unión Israelita de Tucumán, pudimos extraer lo que a continuación transcribimos:

Ya en posesión del cuadro de tierra nº 38, la comisión directiva (judía) había peticionado un permiso municipal para construir una verja alrededor del terreno que albergaría  a sus muertos, pero la solicitud fue denegada aduciéndose que el mencionado terreno no había pasado a ser propiedad de la Unión, sino que pertenecía a la municipalidad. De ese modo el uso de ese espacio no era sino una solución  temporaria, pues no respondería a la norma religiosa  que prohíbe trasladar restos ya sepultados. La concesión era por cinco años, renovables por períodos quinquenales durante cuarenta años. Aun cuando fuera factible esa renovación, se abrirían nuevos interrogantes por la limitada capacidad del referido cuadro, para 105 sepulturas solamente. Esas cuestiones preocupaban a la chevrah kedusha  seriamente.
Infortunadamente el fallecimiento de dos hombres jóvenes en 1912 dio lugar a la pronta habilitación del cuadro nº 38. El primer sepelio fue el de Isaac Siganer, de 22 años, carpintero,  que murió en abril de ese año,  en un accidente ferroviario;  el segundo fue el de David Masquil, de 20 años,  trasladado desde Salta.
Durante 1923 y 1924, rigió la corporación Chevrah Kedusha una comisión veterana en asuntos comunitarios. Subsistía  el viejo anhelo de establecer un cementerio israelita propio y definitivo y ese propósito constituyó el objetivo primero  de dicha comisión. Hasta ese momento había transcurrido una década desde que se concedió el espacio en el Cementerio del Norte.
Con las tratativas acerca del proyecto tanto tiempo latente, comenzó la reunión pública convocada  para el 31 de mayo de 1923 en la sede de la unión. Dirigió el debate la Comisión Directiva de la Chevrah Kedusha cuyos integrantes en ese momento eran: Rosh Hachevrah, Marcos Ferdman, Gabay Rishón, Aaron Oxman, Gabay Sheni, Isaac Feldman; secretario, Lázaro Atochkin; tesorero, Guillermo Rascovsky; protesorero, Jacobo Majlin; consejeros, Abraham Feldman y Juan Majlin; síndico, Marcos Bass.

 


 Unánimemente se aprobó el proyecto de adquirir un terreno en los aledaños de la ciudad. El único medio de conseguir el dinero para la compra era a través  de una colecta. Fue entonces que  Guillermo Rascovsky, habló de las grandes obras que los judíos suelen realizar solo con la base de una esperanza. De inmediato encabezó una suscripción, con el ejemplo de su generosidad. El proyecto quedó así salvado.
Para que efectuaran sus aportes hasta los menos pudientes, se acordó que cada suscriptor abonaría su contribución en 10 cuotas; al mismo tiempo esta facilidad permitiría a cada uno suscribirse con una suma mayor  que si el pago hubiera sido único.
Resultaba así que después de los 10 meses el terreno estaría abonado, siempre y cuando se hallara una propiedad que pudiera pagarse en diez mensualidades o pagos acordados.  
Para buscar las tierras en tales condiciones fueron comisionados Marcos Ferdman, Adolfo Pobirsky, Aarón Oxman e Isaac Aiziczon.
Ellos informaron posteriormente a la comisión directiva, que lindando con el cementerio del Norte había un campo adecuado. Sin embargo esta compra no se concretó; poco después se adquirió terrenos adyacentes, más al norte de esa propiedad, conviniéndose por ellos un precio de $ 10.000.-, de los cuales $ 6.000.- debían pagarse a un año de plazo con un interés del 8%. La superficie de la tierra comprada fue de 143,75 x 287,50 metros.
La asamblea de la Chevrah Kedusha aprobó el convenio y designó para firmar la escritura a Marcos Ferdman, Adolfo Pobirsky, Alfredo Kobelkovsky, Miguel Lekman e Isaac Aiziczon. Los títulos serían a nombre de ellos hasta que la entidad obtuviese la personería jurídica, condición necesaria  para inscribir el inmueble como de su legítima propiedad.
El valor de lo adeudado pudo ser abonado según lo convenido en el tiempo estipulado, y enseguida empezaron los preparativos para solicitar la personería jurídica.
Según las leyes provinciales en vigencia, la limitada corporación debía constituirse en una sociedad civil, con un estatuto formal que rigiera su existencia y actividades. El domingo 3 de febrero de 1924, en la sede de la unión, una asamblea convirtió a la Chevrah Kedusha en “Asociación Chevrah Keduscha Aschkenazí Tucumana. De los 28 socios masculinos presentes, 19 eran los fundadores de la corporación en 1914.
Dos semanas después se reunieron  46 socios en una asamblea que aprobó los estatutos, cuyo artículo segundo fue objetado por el gobierno de la provincia. La ordenanza municipal del 30 de junio de 1889 debía ser un obstáculo, con su prohibición expresa de inhumar restos fuera de los cementerios de la comuna. Y aquél artículo disponía dar sepultura en el cementerio de la Asociación, o sea fuera de los cementerios de la municipalidad.
El Pinkas registró en un emotivo texto la congoja de los dirigentes ante aquella situación. Habían asumido una gran responsabilidad ante sus correligionarios. Habían colectado dinero para la compra del terreno y todo parecía conducir al fracaso.
El doctor José Lozano Muñóz era a la sazón asesor letrado de la municipalidad y gran amigo de los israelitas, consultado por los dirigentes, aconsejó entrevistar al gobernador doctor Miguel M. Campero (1924-1928) y pedirle una solución.
El gobernante recibió una delegación integrada por Marcos Ferdman, Moisés Rascovsky y Miguel Schugurensky. Evidenciando comprensión y simpatía ante la cuestión religiosa planteada, prometió estudiar el asunto de la personería jurídica.
El 12 de diciembre de 1924 el gobierno por intermedio de su ministro Tomás A. Chueca, recomendaba la modificación del artículo segundo, que debía expresar que las sepultura se harían en el terreno autorizado por la municipalidad para cementerio. Así se aceptó en la asamblea el 21 de diciembre. Salvado este escollo el poder ejecutivo concedió personería jurídica, a la asociación Chevrah Keduscha Aschkenazí el 10 de febrero de 1925.
El paso siguiente era obtener la autorización de la municipalidad.
Naturalmente para habilitar como cementerio el terreno adquirido, ubicado en el boulevard Avellaneda, prolongación 23ª cuadra, había que cercarlo mediante un tapial. La Chevrah Kedusha no disponía de fondos. Toda la colecta había sido destinada a la compra,  de modo que hubo que recurrir otra vez a la generosidad de la colectividad.










El domingo  4 de julio de 1926 se colocó la piedra fundamental. Fue padrino Moisés  Firstater, de 80 años de edad; los oficios religiosos estuvieron a cargo del shojet José Mirkin.
Con el producto de la venta de una parte del terreno, se pudo completar el tapial y hacer  el cuerpo central de la administración.
La unión siguió siendo concesionaria del cuadro nº 38 del cementerio del Norte durante once año más, pero desde mediados de 1926 ya no se hicieron sepelios. Por el contrario, los deudos de la mayoría que hasta entonces habían recibido sepultura en el mencionado cuadro, los fueron trasladando y dándoles sepultura en la necrópolis judía, habilitada tras la muerte de Herman Schmurak en 1926.
Mas tarde se efectuó el trazado  de los cuadros internos, calles, veredas, jardines, arbolado, pavimento en la calle  de acceso desde la ciudad, prolongación de la red eléctrica, transporte, etc. etc.




 Devoción popular en el Cementerio Israelí


         Dentro de este campo santo existe una tumba milagrera; es la de Malta Salz, quién fuera santiagueña de origen. No ocupa un lugar especial desde el punto de vista sagrado-ritual en el cementerio. Sí es una de las más antiguas. Su placa conmemorativa dice Malta Salz, fallecida el 19/08/1949, monumento donado por la Chevrah Jedush (jebre jedushe). Los exvotos encontrados, dejados por sus devotos, son similares a los de otras tumbas: flores, una casita en miniatura que dice Punta del Este; entre los elementos tradicionales del judaísmo encontramos Kipa, Kipot, piedras, maguen David, y la manito contra la mala suerte.
Las placas expuestas en su totalidad agradecen por la ayuda de Malta. Los textos son : gracias, Malta gracias por ayudarnos, gracias por tu protección y ayuda, gracias Malta por ayudarme siempre en mis pedidos; etc.
La historia que se cuenta de Malta, es que escuchó una voz que le dijo que ella tenía que trabajar en la Jevre Jedushe, es decir ocuparse de los rituales de preparación del cuerpo de los difuntos, previo al enterramiento y también el cuidado de las tumbas; dicen que ella no cobraba nada por los servicios y la gente la ayudaba con comida y otras manutenciones. Según los relatos hace aproximadamente 30 años que le piden ayuda y le hacen ofrendas.

                                                                             Fragmento de: El patrimonio olvidado
                                                                                          Griselda Barale – 2006





Tradición que se pierde 



            La vieja y severa tradición que nos imponía el concurrir a los cementerios todos los días lunes, con el propósito de visitar a nuestros muertos, está perdiendo vigencia. Ya son pocos los deudos que llegan hasta los mausoleos* familiares, pertrechados con trapos franelas, limpia bronce y vidrios, plumero, escoba y balde, dispuestos a limpiar y airear ese espacio funerario donde descansan los seres ausentes; sitios que una vez aseados, eran ornados con flores y alumbrados con vivaces pabilos. Tampoco es común el ver a familias íntegras que cargando, una pala, rastrillo, pintura y pincel, se instalaban al costado de una sencilla tumba y, como si pasaran un día de campo, se disponían a desmalezar todo el entorno del sepulcro y a darle una mano de color, mientras tomaban unos mates o degustaban bocados rápidos. Tampoco se aprecia en la Cruz Mayor de los enterratorios, el mar de cera que cubría su pie como una pastosa alfombra grasosa y siempre tibia.


Esas usanzas, ligadas al recuerdo y al respeto por los que se fueron de este mundo se conserva, aunque en baja, los 1 y 2 de noviembre -Días de conmemoración de las Almas y de los Fieles Difuntos-, fechas en las que los cementerios aumentan su caudal de público. No es abundoso el decir que la palabra cementerio –coemetérium del latin, y koemeterion o koismasthai del griego- significa en ambos casos: Estar acostado, dormir.  
 

 
                       
*Mausoleo: Nombre dado a la tumba de aquel rey de Caria, Mausolo, quien vivió entre el 377aC y hasta 353 a. C. Al morir Mausolo su mujer, Artemisa, hizo construir en su honor esa bella e imponente obra. Está considerada una de las siete maravillas del mundo.










Las carrozas

La Argentina debe la llegada del carro fúnebre a los ingleses.

  Quienes estiben en sus vidas más de diez lustros recordarán aunque más no sea vagamente, a esos lúgubres carruajes montados sobre cuatro ruedas de tazas bronceadas, y provistos de un balancín de  donde se ataban, en yunta y de acuerdo al status del cliente, dos o cuatro caballos percherones pintados de negro desde el lomo hasta las patas y ataviados con ostensibles arneses llenos de apliques dorados.
La estructura de estos coches era de madera torneada y laqueada en negro. A los costados del pescante lucían unas agarraderas de bronce prolijamente bruñido de las que el cochero se asía para trepar hasta el asiento tapizado en cuero, también negro y pespunteado con tachas como de oro. En la cúspide, rematada en formas blondas, llevaban adosada una redondeada cruz que bien podía ser cambiada por otro símbolo, de acuerdo al credo o religión de quienes la contrataban.

Las había también blancas desde las ruedas y hasta los caballos; esas se usaban para el traslado de los niños fallecidos. En la cúspide del níveo caparazón trabajado a torno y laca, se erigía un ángel trompetero de hermosas formas y en grácil movimiento escultórico.    

Los cocheros, por vaya a saber qué mandato o convencimiento, tenían un gesto adusto, un halo de misterio si se quiere. Sus ropas, pesadas hasta en el húmedo y tórrido verano, consistían en unas levitas largas de paño negro, las que llevaban  siempre abotonadas hasta el cuello llamado degüello; pantalón a rayas o en gris liso; zapatos charolados; sombrero Galerita, Orión, o Riflero; guantes blancos y sobre el pecho, ajustado a la gruesa camisa de algodón blanca, un corbatín, moño, o un paño sedoso de tono pardo que simulaba un elegante pañuelo.  

 Viejos hábitos  

 


            Ellas comenzaban a llegar con el alba del día lunes. Casi todas venían de ahí cerquita nomás, de los barrios pobres que rodeaban al cementerio. Algunas traían colgados de sus brazos enormes canastos colmados de flores recién cortadas que al balanceo de un andar lento, dejaban caer gotitas de aguarrocío humedeciendo sus polleras. Otras, decididas a instalar un puesto más importante, arrastraban un carro bajo, cargado con tachos para agua, tablones, caballetes, cajas de velas de diferente tamaños y armazones de pequeñas coronas listos para ornamentar  con flores de papel en un santiamén, a gusto del cliente; además el carruaje le permitía transportar flores de varas como gladiolos, blancas calas, encapulladas dalias o la modesta margarita doble.

A medida que iban llegando ocupaban, como de memoria, un lugar junto a la tapia umbrosa de añejos árboles. Eran mujeres mayores, muchas de ellas viudas, enlutadas hasta las zapatillas. Sus  pelos lacios y entrecanos recogidos a puro invisibles o trabas lucían por sobre el prolijo peinado un pañuelo negro.

Ahí estaban las pregoneras ofreciendo sus mercancías perfumadas. De entre ellas sobresalían dos o tres por sus habilidades de rezadoras y de lloronas.  Acompañada siempre por el menor de sus hijos o algún nieto en sus quehaceres, dejaban al niño a cargo del ‘puestito’ y partían diligentes donde fueran requeridas para estas serias tareas de rezar o llorar  en los velatorios o sepelios. Arrimadas a la muerte por vaya a saber qué misterioso sino, estas mujeres de negro cultivaban sus jardines con ahínco y todos sabíamos que el fruto de sus empeños no lucía para los vivos, porque ellas, en una actitud que hasta hoy nadie entiende, jamás vendían una flor para adornar el mantel de una mesa familiar.


Empilchados como en domingo




            El visitar a los difuntos exigía vestirse bien, pero guardando cierta compostura en lo que se lucía o mostraba. Por ejemplo, se debían evitar los colores estrambóticos, los perfumes penetrantes y las joyas estrafalarias. Es decir que los deudos guardaban ante sus seres desaparecidos cierta sobriedad, aunque no estaba ausente la mejor ropa que se poseía.

En el “cementerio de los pobres”, sitio de las clases menos pudientes o de las que no tenían linajes patricios, las mujeres, si todavía correspondía el tiempo de duelo -un año para las viudas-, calzaban vestidos negros, cubrían sus piernas con medias oscuras y llevaban zapatos de taco mediano; era común que taparan sus cabezas con mantones o pañuelos también negros. Si el riguroso luto ya se había cumplido, la vestimenta usual permitida pasaba por ropa de medio luto; es decir, vestido o falda gris o floreado en tonos oscuros, medias color carne y un tocado sobre el pelo.

Los hombres, un poco más libres en la elección de sus atuendos, exhibían un brazalete negro en la manga izquierda de sus sacos, llevaban corbata y sombrero de paño oscuro.  



Ahora bien ¿Qué se usaba en las clases altas en tiempos de luto? ¿Cómo vestía la gente que concurría  al otro cementerio, al del Oeste? Una crónica tucumana redactada en 1913 nos habla de eso: 



Moda de la indumentaria de duelo
Diario El Orden – 9 de enero de 1913



En otros tiempos el traje de duelo permanecía invariable distinguiéndose siempre por su extremada sencillez;  ahora las épocas han cambiado, y aunque algunas modistas permanezcan fieles a la austeridad de luto, la generalidad de las jóvenes lleva en negro la toilette de moda, con muchas guarniciones de crespón y bordados opacos.

Sin embargo, a pesar de todo, es preciso seguir el protocolo impuesto para los períodos de luto.

El de luto riguroso no admite más que tela negra y opaca, cachemir de la India, sarga, etc. pero con los trajes tailleurs puede usarse  los meros cótelées con blusa de crespón inglés. Después de los primeros meses de gran duelo se reemplazan los adornos de crespón por otras guarniciones.

El período de medio luto admite una toilette menos severa, y en ese caso el terciopelo y la seda pueden servir de adorno a las telas de lana. Para los trajes habillée se ponen bordados de seda o entredós de guipure, velado de tul negro. Para gran luto son muy admitidos el cuello y puño de lino blanco, lo cual da un aspecto sobrio y cuidado suavemente agradable.

En París son pocas las personas que no han adoptado esta moda. En Norteamérica se llevan mucho los velos de tul negro con un borde de crespón blanco; es este un rebuscamiento que imprime al gran luto  un aspecto algo frívolo pero bonito a la vista.

Las alhajas de luto se llevan en madera negra o acero bruñido, cuando es más aliviado; el azabache se usa cada días más.

Los pañuelos de mano más elegantes serán con un pequeño filete y un monograma negro pero los completamente blancos tienen innumerables partidarios.





































































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