Canción inicial

Canción Inicial
Argentina, territorio entregado al porvenir desde tus quebradas norteñas hasta el Cabo de Hornos; promisorio escenario donde forjar una nueva vida; útero abierto al nacimiento de las mil diversidades étnicas; madre nutricia; miel; calostro...
¡Cuántas alabanzas mereces en tu bondad y en tu gesta moral,
Patria mía!...
Por tus caminos otrora polvorientos, insinuados al hollar de carretas y pezuñas; ralo pastizal; poblado monte; de norte a sur; de sur a norte, venían nuevos hijos a gozar de tu hermosura femenina; a rodearte con sus brazos y poblar tus anchos hombros y tu cabeza; tu cintura en cinta; tus pies de bailarina reconcentrada; altiva y reconcentrada.
Todo en vos fue regazo:
Buenos Aires, que aunque niña pobre, ya coqueta.
Patagonia, viento-médano, soledad transmutada en idiomas y vocinglería.
Norte indómito; callado; páramo al pie del Ande. Y el mar verde en la llanura, a la entrada de los cerros:
Tucumán de la mecidas selvas, gleba feraz; idílico amor del viajero que detuvo su paso ante el prodigio.
Hoy regreso sobre aquellos rastros que esculpieron tantos hombres, ¡tantos!. Voy a encontrarme con los antiguos rostros; rostros de arrugas oscuras, nobles; rostros donde los ojos, aun abiertos al asombro, nos miran, aunque un puñado de tu savia haya caído sobre ellos.
Néstor Soria

Foto de Néstor Soria

Foto de Néstor Soria
Redacción: Poeta y escritor Néstor Soria

Imagen de Ana Lía Madrigal

Imagen de Ana Lía Madrigal
Investigación, entrevistas e ilustración: Ana Lía Madrigal

sábado, 9 de mayo de 2015

Villa Urquiza - Ramón Facundo "El Gordo" Leiva



Facundo Antonio "Toño" Leiva
Entrevistado




Ramón Facundo " El Gordo" Leiva


Músico intuitivo, de fantasía, malabarista de la guitarra y otros calificativos le cabían por su arte. “El Gordo” Leiva, conocido personaje del espectáculo y las tertulias tucumanas, fue sin dudas el mejor ejecutante, en ese instrumento, del cancionero y otras expresiones populares argentinas en el periodo de 1920 a 1980.
Ramón Facundo "El Gordo" Leiva
         El idilio de “El Gordo” con la guitarra comenzó en su primera adolescencia guiado por un hermano violinista, Agustín Leiva, quien le sembró en el alma la semilla de la música. Luego, cuenta su hijo Antonio, tuvo influencias de un bandolinista, don Fabián Ledesma Posse, quien trabajaba junto a su abuelo en un taller de carros montado en la localidad de Los Bulacio. Es muy posible que en los inicios el ambiente rural, colmado de músicos criollos, también haya aportado sus acordes callejeros y de bodegones al joven Leiva.

                            Modesta del Carmen Rivadeneira

       Con una treintena de años cumplidos, Ramón Facundo Leiva sintió la necesidad de tener una familia bajo el ala. Su vida de juventud, envuelta en los sones mentirosos de las noches bohemias, ya hacía tiempo que venía devolviéndolo, con la claridad del alba, a la soledad de una fría habitación alquilada donde nadie velaba por él, ni menguaba la desazón de su desamparo.
       Debatiéndose en esa instancia, apareció en su camino Modesta del Carmen Rivadeneira, una hermosa niña rubia de ojos claros, nacida en el pasaje Centenario al 200, poseedora de la mansedumbre que ostentan los seres que llevan paz en el alma, cualidad que no inhibía un temperamento tenaz para afrontar la vida.       Modesta del Carmen, “La Gringa” para los suyos y otros cercanos, desciende de la mistura de italianos y españoles, compartiendo sangre entre los Rivadeneira y los Falcón, este último apellido perteneciente a su abuela paterna, doña Paula, morena, pero casada con aquel ibérico que particularizó a la familia con esos ojos glaucos.
           
Casamiento e hijos en Villa Urquiza
(De izq. a der)-Lucho Falcón-Raúl Leiva-Abuela Paula Falcón-
Margarita Leiva- Ramón "Gordo" Leiva-
Modesta "Gringa" Rivadeneira y Antonio Leiva
El casamiento ocurrió en 1944, cuando ella tenía 16 años y Ramón Facundo 32. Sin temor a equivocarme, imagino a la fiesta de bodas como a una reunión alegremente bulliciosa, repleta de amigos músicos entremezclados con empresarios de la noche tucumana. De riguroso traje y corbata, creo verlo a El Gordo Leiva pulsando exultante su guitarra, prodigiosa de malabares, acompañado en sus fraseos por Demelchiore, González, quizás por Pancho Paz o Freites. ¡Cuánto se  habrá extendido aquella celebración copiosa en brindis, abrazosD y augurios de felicidad para la pareja!  
Ni bien acontecida la boda, el matrimonio Leiva-Rivadeneira se estableció en Villa Urquiza, más precisamente alquiló una pieza a don Luis Franco, en la calle Colombia al 1400. En esa modesta vivienda y en un lapso de siete años, fueron llegando los hijos: En 1946, Ernesto; en el 48, Margarita Carmen; Raúl Agustín en 1949 y Facundo Antonio, el shulca, en 1953.
           

La guitarra, sostén de familia
           
El Trío Demelchiore-González-Leiva
             A medida que su prole se agrandaba, El Gordo fue tomando más compromisos en su oficio guitarrístico. La recordada Radio Splendid, “La broadcast de todos los hogares”, como se la conocía, contrató sus servicios y el de dos compañeros suyos, conformando el “Trío Demelchiore-González-Leiva”, de excepcionales actuaciones. La agrupación tenía la tarea de acompañar a todos los cantores que llegaban a la emisora y para resaltar a uno de ellos, nombro a don Agustín Magaldi.  
            Pero Leiva precisaba sumar otras programaciones a sus días. Ésto lo llevó a unirse a un cantor cordobés de nombre Santiago Otino, conocido en el ambiente como “La voz sentimental”, y ese dúo “Leiva y Otino”, resultó una nueva salida económica. En ese camino artístico entabló amistad con Eduardo Falú, por entonces conocido como “Yamandú Tilcara”, guitarrista que cubierta su cabeza por un sombrero ala nº 11, hacía sus primeras armas en Tucumán. “Toño” Leiva, hijo menor de El Gordo, dice que Falú le pedía a su padre que comenzara a tocar y le contagiara las ganas. 

Un tanga
            Quizás la expresión “tanga” provenga de la palabra tanganear que significa andar de vago; o talvez viene del quichua tancallay, equivalente a enredar. Dejaré su estudio a los lingüistas. Lo cierto es que cuando El Gordo actuaba en algún cabaret, siempre tenía un tanga amigo cerca suyo.
Ramón Leiva junto a otros amigos guitarristas
            La participación de este personaje comenzaba antes de que el músico entre a escena. Se acomodaba, solo, en una mesa del salón y rompía en efusivos aplausos cuando el artista hacía su aparición, palmadas que contagiaban a los demás contertulios y los incitaba a hacer lo mismo. Luego, ya desgranados los primeros temas, a viva voz solicitaba la ejecución de ciertas “joyitas musicales” que eran el fuerte del virtuoso guitarrista; de inmediato, complacido en su pedido, iba hacia la tarima para  introducir un billete menor por la boca del instrumento. Hecho ésto, la concurrencia lo copiaba y allí comenzaban las solicitudes, que ¡Gordo, tocá el 9 de Julio!; ¡Gordo, hacé La Cumparsita!... y la guitarra de Leiva se iba llenando de “pesitos”  de diversos colores. Además, los asistentes que se hallaban acompañados por damas en sus mesas, encontraban en estos gestos la oportunidad de hacerse ver como opulentos o adinerados. ¡Qué maravilloso ardid!
            Toño y su madre, La Gringa, recuerdan que al regreso de Ramón Facundo a la casa, bien entrada la mañana, lo primero que hacía era volcar el instrumento, sacudirlo sobre la cama y dejar que el dinero caiga del brocal hasta cubrir el lecho; después atenazaba sus dedos en los bolsillos y continuaba derramando plata y más plata...


Cuestión de palabra

            El guitarrista Leiva se debía a un público exquisito que asistía a presenciar sus espectáculos en los diversos locales bailables de la provincia. Esa realidad le exigía mostrar una indumentaria acorde con la categoría de ciertos sitios que descollaban, entre tantos abiertos en todo el ámbito tucumano.
            Su vestimenta, riguroso traje, corbata y en invierno sobretodo al tono, eran confeccionados, a medida, en la antigua sastrería Ñaró, comercio que lo recibía como a un excelente cliente y ponía a su disposición sastres, vendedores y hasta al mismo gerente de la sucursal local.
Músicos en Buenos Aires-Despedida de Ramón  Leiva-
Año 1948
            “El Gordo”, conocedor de paños y telas de buena calidad, elegía del muestrario expuesto lo mejor y allí comenzaba el taller de confección a tomar medidas, a anotar que si cruzado, con pespuntes en solapas, pantalón con botones para tiradores y botamangas anchas, en fin, todo a gusto y finamente terminado como él pretendía. A veces, acompañado de sus hijos, aun niños, requería sendos trajes para ellos y los muchachos salían vestidos cual caballeros de la época. Terminada la operación, el vendedor le expedía una factura y la transacción se daba por finalizada. Nunca necesitó valerse de un garante, tampoco firmar papel alguno. La palabra empeñada era más que suficiente. ¡Ah, si perdurara aquella gente!...


Toda clase de amigos
            Al anotar estos pasajes de la vida de El Gordo Leiva, descubro una Villa Urquiza de criollos que no la pasaron tan mal; este hombre, como algunos pocos vecinos, se hizo de una historia lejos de los inmigrantes, de los tambos, quintas y otros quehaceres rudos o sacrificados. Es muy posible que las licencias conseguidas para sobrevivir sin apremios y con cierta holgura, al menos físicas, sean el resultado de descender de familias arraigadas desde muchos años atrás en la provincia y esas ventajas lo liberaban de grandes esfuerzos. Es decir, para que se entienda, los oriundos siempre tenían un rancho familiar donde guarecerse, ante la inminencia de una borrasca.  
El Gordo Leiva en su casa con un amigo 
tocando el bandoneón-
al fondo doña Gringa 
            Leiva acostumbraba caer a su casa, a la madrugada, con su barra de amigos. Si arreciaba el invierno se los podía ver acomodados, o incomodados, en un rincón de la habitación de tablas, cargando sus instrumentos sobre las faldas. Si asfixiaba el verano la juntada ocurría bajo de la enorme morera del patio. Ahí estaban los rostros de Roque Roina, el arpero; los guitarreros Condorí, Freite, Panchito Paz y hasta el del jovencito Alfredo Grillo, un principiante del violín. Yo me animo a incluir los nombres del arpista Walter Morato, del recitador Orlando Galante, del cantor taficeño Chacho Zelaya y el de Albornoz con su bandoneón...  
El Gordo Leiva sirviéndose un trago- y amigos
Ese era el momento en el que su mujer, La Gringa, debía levantarse a preparar comida para todos. ¡Gringa, mandáte una gallina! gritaba el Gordo y tras la orden comenzaban los problemas...Las aves, todavía adormiladas en el gajo alto de una higuera, volaban despavoridas hacia la calle Colombia cuando Ernesto, el mayor de los muchachos, trepado al árbol intentaba atraparlas. Controlado el tema, la paciente mujer de Leiva pasaba el resto de la noche y toda la mañana naciente, elaborando empanadas, tamales y sopa picante con huesitos, que los desvelados engullían en un santiamén.

Reparando guitarras

            Tucumán no estuvo a salvo de la invasión de música tropical, roquera, romántica y otras musiquillas foráneas. Antes de la década de 1960, ya se veía venir una andanada de estos ritmos y mensajes cantados que nada tenían que ver con nosotros y nadie, absolutamente nadie, pudo, o quiso frenar, cual virus contaminante, su avance. Esa aculturación venida a través de la inversión millonaria de empresas extranjeras, resintió al cancionero nacional y nuestros exponentes comenzaron a verse como “saurios” desactualizados, empeñados en sostener expresiones anquilosadas, quietas ante el “progreso” (¿?)        

En la calle Colombia al 1400 de Villa Urquiza- en el fondo de la casa
Juan "Cachisumpi" Leiva-Antonio, Ernesto y Raúl Leiva
al fondo Ramón Facundo "El Gordo" Leiva 
        Esa supuesta modernización asfixió al oficio de Ramón Facundo Leiva. Su guitarra fue desapareciendo de los clubes nocturnos, de las veladas artísticas, de los casamientos barriales, en fin, de los escenarios populares. ¿Cómo hacer para sobrevivir?, o, como dice el tango: ¿A qué puerta debo tocar?. El Gordo, golpeado pero no vencido, preocupado pero no afligido, se las ingenió disponiéndose a indagar y a reparar el cuerpo -que a la vez es el alma- de la compañera que más de cerca conocía, después de su Gringa, la guitarra.
            Todo comenzó cuando hizo correr la bolilla de que en su casa se enseñaba a pulsar ese instrumento. Día a día llegaron los alumnos y en cierta ocasión uno de ellos le preguntó si conocía a alguien que pudiera repararle la guitarra. La respuesta fue inmediata: ¡Yo!, dijo El Gordo. Ese fue el inicio, nadie le enseñó, de travieso, dice su hijo Toño.  
            La fama de “arreglador” fue creciendo; los clientes salían conformes de su sencillo taller y Leiva se vio envuelto en un intríngulis de clavijeros, puentes, costillas y fajas rotas; eso lo llevó a buscar auxilio en un luthier vecino, en Abel Andrade, carpintero que vivía en la calle José Colombres al 1900, artesano de una pulcritud admirable en el armado y compostura de diversos instrumentos.
Haciendo una semblanza del oficio y de aquel hombre, Toño Leiva dice que por entonces se trabajaba con las uñas, con cepillos de madera, con serruchos inadecuados, es decir con lo que se tenía a mano y que aun así este artesano hacía unos ensambles perfectos. Al hablar de Abel Andrade, lo pinta como a un señorito pulcro; buen cantante; lamentablemente sumido en las garras del alcohol, vicio que preocupaba a su padre. -Mi viejo lo traía a casa, le daba leche; lo tenía como a un caballo de carrera, para sacarlo de la bebida a su amigo-.

Tío, no diga eso
            Facundo Antonio Leiva, quien junto a doña Modesta, su madre, nos habla de su progenitor, asegura que en una biografía de Mercedes Sosa editada hace un tiempo, la cantora, que ostentaba otro nombre, al hablar de El Gordo, a quien llamaba tío Leiva, recuerda sus primeras armas en los escenarios cuando él la acompañaba con su guitarra y remarca la siguiente anécdota: 
...tío Leiva era muy buena persona, muy simpático, buen guitarrista; pero un día pasó junto a él una mujer de grandes bustos y, sin darse cuenta de que yo estaba cerca, ponderó con otro músico aquellos atributos, en los términos en que lo hacen los varones...Entonces con algo de fastidio le dije, tío, nunca más vuelva a decir eso delante de mi...
            Rematando lo contado, Toño duda de la versión: Yo no le creo, porque El Gordo era capaz de hablar cualquier cosa delante de quien sea; ella era una mocosa y estos viejos unos semejantes sinvergüenzas.

                        El 16 de junio de 1992, a la edad de 80 años, Ramón Facundo Leiva murió en su último domicilio, en el barrio Islas Malvinas. Días antes había festejado ese cumpleaños rodeado de los amigos, tal era su costumbre. Su mujer, La Gringa, atendió a todos como en los mejores tiempos.
"Gringa" viuda de Leiva 

Néstor Soria  
y Antonio "Toño" Leiva 

en el barrio Islas Malvinas. 



Responsando para El Gordo


Tu casa del Islas Malvinas está un poco más callada. De vez en cuando aparece tu “chango”, el Ernesto, y entonces todo cobra vida. Ahí surgen las guitarras, las risas, los abrazos y el canto.
¡Ah! si estuvieras Gordo... A mi me falta una pierna para el truco ¿Te acuerdas?. ¡Eras mentiroso para el rabón!
Yo suelo ir a comer con tu querida Gringa, con el Toño, la Norma y esa pandilla de nietos que te ven en ajadas fotos. A eso de la siesta, cuando un licor me reblandece, echo el cuerpo para atrás y disimulo tu ausencia.
Justo hoy, al sentarme a escribirle a Villa Urquiza, tu nombre saltó a la hoja en blanco. Sonaste Gordo, aquí estoy desnudando tu vida hecha de música.
¡Che, Leiva, no desafinés!, Dios tiene buen oído...




El Gordo Leiva y su guitarra junto a amigos

La guitarra es de los ranchos


Al leer estos renglones muchos 
 se 
enterarán de que quien dijo la frase con la que titulo al párrafo, es de oficio luthier; y un poco más, es el Maestro responsable de la Escuela de Luthería de la Universidad Nacional de Tucumán, entidad señera y única en toda América del Sud. Facundo Antonio Leiva, de él se trata, explica muy claramente este concepto y yo intentaré plasmarlo como lo entiendo.

El Maestro Antonio Leiva director de la
Escuela de Luthería dependiente de la UNT-
en el taller de enseñanza
      Comenzaré diciendo que “Toño”, tal como lo llamamos los amigos, nació en el seno familiar de un emblemático guitarrista tucumano, “El Gordo” Leiva, del que me ocupo en otras páginas del libro. Su infancia, adolescencia y juventud estuvieron regidas por aquellas manos tutelares que, aunque enérgicas, todos los días tomaban el madero encordado y silabeaban las dulzuras del cancionero argentino, cultivando  pacientemente en los suyos las simientes de amor a ese instrumento.
            Y aquella casera “catequización musical” no fue todo. El joven se maceró desde pequeño en la zona criolla de Villa Urquiza; allí donde los carreros, las informales canchas de fútbol y las cañeras del ferrocarril, acunaron sus primeros sueños para luego despertarlo vuelto protagonista del barrio. Velorios, carnavales, curanderas. Reuniones guitarreras y de fuelles tangueros en su casa. Madre, hermanos, novias... Y los años forjándole una indeleble tucumanía. En todo ese cauce de agua viril que llamamos vida, andaba con Toño, casi médula, una guitarra popular, humildemente pueblerina.
Antonio Leiva dirigiendo
su taller de Luthería
           

El Maestro Leiva, a esta altura de mis dislates se apura a decirme:
Yo me recibí en Violería, la carrera era de cinco años; pero me dediqué toda la vida a construir guitarras. A veces me pregunto ¿porqué? y me contesto que ella es algo especial; es un instrumento que tiene un sentido familiar, pertenece al pan de la casa . El violín es hermoso pero a la guitarra la encontrás en cualquier rancho, es popular. Mi viejo nos ha criado pulsándola. Por eso es el respeto que le tengo.

Familia de músicos

Ernesto Leiva
Es así, los Leiva se particularizan por eso. Ernesto, el mayor de los hijos de Ramón Facundo y Modesta del Carmen Rivadeneira, recibió de su padre las primeras lecciones sobre el instrumento, a muy corta edad. Ese precoz aprendizaje le permitió al joven integrarse a diversos grupos musicales que surgieron en la provincia; y mientras el muchacho dirigía al trío Do-Re-Mi, Toño, el menor, se alistaba, con sólo diez años de edad,  en la agrupación de ritmos populares llamada María Elvira y su conjunto, donde se convirtió en vocalista, acompañado por la guitarra de Ernesto y el bajo de Raúl, otro de sus hermanos.
Enriqueciendo a estos renglones, Toño cuenta que Ernesto, con su voz y su guitarra, ganaba un par de zapatos por fin de semana y de ese modo iba calzando a cada uno de los más chicosOtro dato que apunto es el que dice que su hermano tocó con Don Carlos y sus Capitanes, con Tito Juárez y sus Brillantes, con Daniel Borrás cuando actuaba en la emblemática Confitería del Lago, en el parque Centenario 9 de Julio y que tuvo destacada participación en las noches del cabaret Baby Doll.
Concluyendo, los hijos del afamado “Gordo” Leiva supieron ganar sus pesitos desde chicos, haciendo gala de todo lo musical que su padre les inculcó.


En la Escuela de Luthería, sobre la calle José de San Martín al 900, de izquierda a derecha:
Antonio "Toño" Leiva - el Maestro Alfredo del Lungo - Raúl Cañiza - Fernando Silva (Fall. Director de la Escuela de
Luthería y Fernando Kaselof
 La Escuela de Luthería y su Director 

Unos cuantos renglones para decir que la palabra luthería proviene del francés luth (lyt) = laúd. La denominación del sutil oficio surgió pues en los comienzos, se llamó así a los fabricantes de laúdes e instrumentos de cuerdas o afines, y que, por extensión, luego se aplicó a los constructores de violines, violas y violonchelos. Es un término universal. Salvado ésto, vuelvo a Leiva.
            El destino luthier de Facundo Antonio Leiva tiene sus inicios en la temprana adolescencia, cuando recién había terminado su primario. El jovencito, a punto de ingresar a una escuela de comercio, escuchó por la radio que llamaban a inscripción en la escuela de Luthería y no dudó en responder a esa convocatoria. Días después estaba asistiendo a los dos establecimientos.
            Su perfeccionamiento como futuro constructor de instrumentos estuvo a cargo de uno de los maestros más sobresalientes del oficio, Mario Alfredo Del Lungo,  luthier florentino que fue fundador y por entonces -década de 1960- también director del hoy famoso establecimiento regido por la Universidad Nacional de Tucumán.
            Cierto día, mientras el alumno Leiva gozaba de una ayudantía ganada por concurso, su instructor, Del Lungo, tuvo que marchar a hacer un relevamiento de instrumentos en el teatro Colón, en Buenos Aires, y por nota deja como responsable de la escuela al joven estudiante que recién cursaba el 3º año de la carrera. La aceptación fue firmada por la entonces Decana del Departamento de Artes, Dedé Chambeau, quien tuvo que crearle el cargo de Maestro de Taller para posibilitar su habilitación en tan delicada tarea.  
Facundo Antonio Leiva
Maestro Luthier
            Al fallecer Del Lungo toma la dirección el primer egresado de la escuela, Ramón Fernando Silva, un artista de la luthería que pobló de excelentes guitarras a Tucumán, taficeño, hermano también del desaparecido Poeta Néstor Rodolfo Silva. Desaparecido Silva, Facundo Antonio Leiva lo sucedió como director y hoy sigue ejerciendo esa función.


MEMORIA DEL ÁRBOL
  “al  maestro luthier Facundo Antonio Leiva”

Me volteó su hacha de filo lunar, casi de vidrio.
El iris de sus ojos tanteó mis vetas más ceñidas.
Se imaginó un sonido, un íntimo pulso cancionero.

Facundo Antonio Leiva mira mi portento, ya caído largo a largo,
mientras silba con cadencia de otras aves.

Mi cuerpo gotea por las sajaduras
y yazgo sobre el eje de un antiguo diablo.
Tras los bueyes me arrastro despeinando afatas.
Allá, degollada en el monte, se queda mi copa extrañando nidos.

El taller del hombre es madera sin altura, de aromas mezcladas.
Voy hacia la sierra, guanquero y trabadura.
Atenazado mi rollizo, desaparece, se transforma.

Otros filos redondean  mi costado y nazco en la guitarra.
Ya no recuerdo mi espacio de sombra junto al agua,
desde muy adentro de mi dueño aprendí otra memoria.

Populosa la música me invade.
Soy amada, me lo dicen sus brazos cobijantes.
En las noches le destapo a Leiva su soledad transmutada,
y lo sigo hasta que un soplo de alba lo atiza en sus rescoldos.

Ahora que lo veo con el ojo de mi ombligo en silencio,
encorvado en la viruta rulosa que cae sanguinolenta
como pedazos de una rota vidala,
siento su espasmo de sudor y pienso
que yo cantaré por él, cuando se vaya.

 Néstor Soria