Ramón Facundo " El Gordo" Leiva
Músico intuitivo, de
fantasía, malabarista de la guitarra y otros calificativos le cabían por su
arte. “El Gordo” Leiva, conocido personaje del espectáculo y las tertulias tucumanas,
fue sin dudas el mejor ejecutante, en ese instrumento, del cancionero y otras
expresiones populares argentinas en el periodo de 1920 a 1980.
Ramón Facundo "El Gordo" Leiva |
El idilio de “El Gordo” con la
guitarra comenzó en su primera adolescencia guiado por un hermano violinista,
Agustín Leiva, quien le sembró en el alma la semilla de la música. Luego,
cuenta su hijo Antonio, tuvo influencias de un bandolinista, don Fabián Ledesma
Posse, quien trabajaba junto a su abuelo en un taller de carros montado en la
localidad de Los Bulacio. Es muy posible que en los inicios el ambiente rural,
colmado de músicos criollos, también haya aportado sus acordes callejeros y de
bodegones al joven Leiva.
Modesta del Carmen Rivadeneira
Con una treintena de años cumplidos, Ramón Facundo
Leiva sintió la necesidad de tener una familia bajo el ala. Su vida de
juventud, envuelta en los sones mentirosos de las noches bohemias, ya hacía
tiempo que venía devolviéndolo, con la claridad del alba, a la soledad de una
fría habitación alquilada donde nadie velaba por él, ni menguaba la desazón de
su desamparo.
Debatiéndose en esa
instancia, apareció en su
camino Modesta del Carmen Rivadeneira, una hermosa niña rubia de ojos claros,
nacida en el pasaje Centenario al 200, poseedora de la mansedumbre que ostentan
los seres que llevan paz en el alma, cualidad que no inhibía un temperamento
tenaz para afrontar la vida. Modesta
del Carmen, “La Gringa” para los suyos y otros cercanos, desciende de la
mistura de italianos y españoles, compartiendo sangre entre los Rivadeneira y
los Falcón, este último apellido perteneciente a su abuela paterna, doña Paula,
morena, pero casada con aquel ibérico que particularizó a la familia con esos
ojos glaucos.
Casamiento e hijos en Villa
Urquiza
(De izq. a der)-Lucho Falcón-Raúl Leiva-Abuela Paula Falcón- Margarita Leiva- Ramón "Gordo" Leiva- Modesta "Gringa" Rivadeneira y Antonio Leiva |
Ni bien acontecida la boda, el matrimonio Leiva-Rivadeneira se estableció en Villa Urquiza, más precisamente alquiló una pieza a don Luis Franco, en la calle Colombia al 1400. En esa modesta vivienda y en un lapso de siete años, fueron llegando los hijos: En 1946, Ernesto; en el 48, Margarita Carmen; Raúl Agustín en 1949 y Facundo Antonio, el shulca, en 1953.
La guitarra,
sostén de familia
El Trío Demelchiore-González-Leiva |
Pero Leiva precisaba
sumar otras programaciones a sus días. Ésto lo llevó a unirse a un cantor
cordobés de nombre Santiago Otino, conocido en el ambiente como “La voz
sentimental”, y ese dúo “Leiva y Otino”, resultó una nueva salida económica. En
ese camino artístico entabló amistad con Eduardo Falú, por entonces conocido
como “Yamandú Tilcara”, guitarrista que cubierta su cabeza por un sombrero ala
nº 11, hacía sus primeras armas en Tucumán. “Toño” Leiva, hijo menor de El
Gordo, dice que Falú le pedía a su padre que comenzara a tocar y le contagiara
las ganas.
Un tanga
Quizás la expresión
“tanga” provenga de la palabra tanganear que significa andar de vago; o talvez
viene del quichua tancallay, equivalente a enredar. Dejaré su estudio a los
lingüistas. Lo cierto es que cuando El Gordo actuaba en algún cabaret, siempre
tenía un tanga amigo cerca suyo.
Ramón Leiva junto a otros amigos guitarristas |
Toño y su madre,
La Gringa, recuerdan que al regreso de Ramón Facundo a la casa, bien entrada la
mañana, lo primero que hacía era volcar el instrumento, sacudirlo sobre la cama
y dejar que el dinero caiga del brocal hasta cubrir el lecho; después atenazaba
sus dedos en los bolsillos y continuaba derramando plata y más plata...
Cuestión de palabra
El guitarrista Leiva se debía a un público exquisito que
asistía a presenciar sus espectáculos en los diversos locales bailables de la
provincia. Esa realidad le exigía mostrar una indumentaria acorde con la
categoría de ciertos sitios que descollaban, entre tantos abiertos en todo el
ámbito tucumano.
Su
vestimenta, riguroso traje, corbata y en invierno sobretodo al tono, eran
confeccionados, a medida, en la antigua sastrería Ñaró, comercio que lo recibía
como a un excelente cliente y ponía a su disposición sastres, vendedores y
hasta al mismo gerente de la sucursal local.
Músicos en Buenos Aires-Despedida de Ramón Leiva- Año 1948 |
“El Gordo”,
conocedor de paños y telas de buena calidad, elegía del muestrario expuesto lo
mejor y allí comenzaba el taller de confección a tomar medidas, a anotar que si
cruzado, con pespuntes en solapas, pantalón con botones para tiradores y
botamangas anchas, en fin, todo a gusto y finamente terminado como él
pretendía. A veces, acompañado de sus hijos, aun niños, requería sendos trajes
para ellos y los muchachos salían vestidos cual caballeros de la época.
Terminada la operación, el vendedor le expedía una factura y la transacción se
daba por finalizada. Nunca necesitó valerse de un garante, tampoco firmar papel
alguno. La palabra empeñada era más que suficiente. ¡Ah, si perdurara aquella
gente!...
Toda clase de
amigos
Al anotar estos pasajes de la vida de El Gordo Leiva,
descubro una Villa Urquiza de criollos que no la pasaron tan mal; este
hombre, como algunos pocos vecinos, se hizo de una historia lejos de los
inmigrantes, de los tambos, quintas y otros quehaceres rudos o sacrificados. Es
muy posible que las licencias conseguidas para sobrevivir sin apremios y con
cierta holgura, al menos físicas, sean el resultado de descender de familias
arraigadas desde muchos años atrás en la provincia y esas ventajas lo liberaban
de grandes esfuerzos. Es decir, para que se entienda, los oriundos siempre
tenían un rancho familiar donde guarecerse, ante la inminencia de una
borrasca.
El Gordo Leiva en su casa con un amigo tocando el bandoneón- al fondo doña Gringa |
El Gordo Leiva sirviéndose un trago- y amigos |
Reparando guitarras
Tucumán no estuvo a salvo de la invasión de
música tropical, roquera, romántica y otras musiquillas foráneas. Antes de la
década de 1960, ya se veía venir una andanada de estos ritmos y mensajes
cantados que nada tenían que ver con nosotros y nadie, absolutamente nadie,
pudo, o quiso frenar, cual virus contaminante, su avance. Esa aculturación
venida a través de la inversión millonaria de empresas extranjeras, resintió al
cancionero nacional y nuestros exponentes comenzaron a verse como “saurios”
desactualizados, empeñados en sostener expresiones anquilosadas, quietas ante
el “progreso” (¿?)
En la calle Colombia al 1400 de Villa Urquiza- en el fondo de la casa Juan "Cachisumpi" Leiva-Antonio, Ernesto y Raúl Leiva al fondo Ramón Facundo "El Gordo" Leiva |
Todo comenzó cuando hizo correr la bolilla de
que en su casa se enseñaba a pulsar ese instrumento. Día a día llegaron los alumnos
y en cierta ocasión uno de ellos le preguntó si conocía a alguien que pudiera
repararle la guitarra. La respuesta fue inmediata: ¡Yo!, dijo El Gordo. Ese
fue el inicio, nadie le enseñó, de travieso, dice su hijo Toño.
La fama de “arreglador” fue creciendo; los
clientes salían conformes de su sencillo taller y Leiva se vio envuelto en un
intríngulis de clavijeros, puentes, costillas y fajas rotas; eso lo llevó a
buscar auxilio en un luthier vecino, en Abel Andrade, carpintero que vivía en
la calle José Colombres al 1900, artesano de una pulcritud admirable en el
armado y compostura de diversos instrumentos.
Haciendo una semblanza del oficio y de aquel hombre,
Toño Leiva dice que por entonces se trabajaba con las uñas, con cepillos de
madera, con serruchos inadecuados, es decir con lo que se tenía a
mano y que aun así este artesano hacía unos ensambles perfectos. Al hablar de
Abel Andrade, lo pinta como a un señorito pulcro; buen cantante;
lamentablemente sumido en las garras del alcohol, vicio que preocupaba a su
padre. -Mi viejo lo traía a casa, le daba leche; lo tenía como a un caballo
de carrera, para sacarlo de la bebida a su amigo-.
Tío, no diga eso
Facundo Antonio Leiva, quien junto a doña Modesta, su
madre, nos habla de su progenitor, asegura que en una biografía de Mercedes
Sosa editada hace un tiempo, la cantora, que ostentaba otro nombre, al hablar
de El Gordo, a quien llamaba tío Leiva, recuerda sus primeras armas en los
escenarios cuando él la acompañaba con su guitarra y remarca la siguiente
anécdota:
...tío Leiva era muy buena persona, muy simpático,
buen guitarrista; pero un día pasó junto a él una mujer de grandes bustos y,
sin darse cuenta de que yo estaba cerca, ponderó con otro músico aquellos
atributos, en los términos en que lo hacen los varones...Entonces con algo de
fastidio le dije, tío, nunca más vuelva a decir eso delante de mi...
Rematando lo contado, Toño duda de
la versión: Yo no le creo, porque El Gordo era capaz de hablar cualquier
cosa delante de quien sea; ella era una mocosa y estos viejos unos semejantes
sinvergüenzas.
El 16 de junio de 1992, a la edad de 80 años, Ramón
Facundo Leiva murió en su último domicilio, en el barrio Islas Malvinas. Días
antes había festejado ese cumpleaños rodeado de los amigos, tal era su
costumbre. Su mujer, La Gringa, atendió a todos como en los mejores tiempos.
Responsando para El Gordo
Tu casa del Islas Malvinas está un poco más callada. De vez en cuando aparece tu “chango”, el Ernesto, y entonces todo cobra vida. Ahí surgen las guitarras, las risas, los abrazos y el canto.
¡Ah! si estuvieras Gordo... A mi me falta una pierna para el truco ¿Te acuerdas?. ¡Eras mentiroso para el rabón!
Yo suelo ir a comer con tu querida Gringa, con el Toño, la Norma y esa pandilla de nietos que te ven en ajadas fotos. A eso de la siesta, cuando un licor me reblandece, echo el cuerpo para atrás y disimulo tu ausencia.
Justo hoy, al sentarme a escribirle a Villa Urquiza, tu nombre saltó a la hoja en blanco. Sonaste Gordo, aquí estoy desnudando tu vida hecha de música.
¡Che, Leiva, no desafinés!, Dios tiene buen oído...
El Gordo Leiva y su guitarra junto a amigos |
La guitarra es de los ranchos
Al leer estos renglones muchos
se
enterarán de que
quien dijo la frase con la que titulo al párrafo, es de oficio luthier; y un
poco más, es el Maestro responsable de la Escuela de Luthería de la Universidad
Nacional de Tucumán, entidad señera y única en toda América del Sud. Facundo
Antonio Leiva, de él se trata, explica muy claramente este concepto y yo
intentaré plasmarlo como lo entiendo.
El Maestro Antonio Leiva director de la Escuela de Luthería dependiente de la UNT- en el taller de enseñanza |
Y aquella casera “catequización
musical” no fue todo. El joven se maceró desde pequeño en la zona criolla de Villa
Urquiza; allí donde los carreros, las informales canchas de fútbol y las
cañeras del ferrocarril, acunaron sus primeros sueños para luego despertarlo
vuelto protagonista del barrio. Velorios, carnavales, curanderas. Reuniones
guitarreras y de fuelles tangueros en su casa. Madre, hermanos, novias... Y los
años forjándole una indeleble tucumanía. En todo ese cauce de agua viril que
llamamos vida, andaba con Toño, casi médula, una guitarra popular, humildemente
pueblerina.
Antonio Leiva dirigiendo su taller de Luthería |
El Maestro Leiva, a esta altura de mis dislates se apura a decirme:
Yo me recibí en Violería, la carrera era de cinco
años; pero me dediqué toda la vida a construir guitarras. A veces me pregunto
¿porqué? y me contesto que ella es algo especial; es un instrumento que tiene
un sentido familiar, pertenece al pan de la casa . El violín es hermoso pero a
la guitarra la encontrás en cualquier rancho, es popular. Mi viejo nos ha
criado pulsándola. Por eso es el respeto que le tengo.
Familia de músicos
Ernesto Leiva |
Enriqueciendo a
estos renglones, Toño cuenta que Ernesto, con su voz y su guitarra, ganaba un
par de zapatos por fin de semana y de ese modo iba calzando a cada uno de los
más chicos. Otro dato que apunto es el que dice que su hermano tocó con Don Carlos y sus Capitanes, con Tito Juárez y sus Brillantes, con Daniel Borrás cuando actuaba en la emblemática Confitería del Lago, en el parque Centenario 9 de Julio y que tuvo destacada participación en las noches del cabaret Baby Doll.
Concluyendo, los hijos del
afamado “Gordo” Leiva supieron ganar sus pesitos desde chicos, haciendo gala de
todo lo musical que su padre les inculcó.
La Escuela de Luthería y su Director
Unos cuantos renglones para decir que la palabra luthería proviene del francés luth (lyt) = laúd. La denominación del sutil oficio surgió pues en los comienzos, se llamó así a los fabricantes de laúdes e instrumentos de cuerdas o afines, y que, por extensión, luego se aplicó a los constructores de violines, violas y violonchelos. Es un término universal. Salvado ésto, vuelvo a Leiva.
Unos cuantos renglones para decir que la palabra luthería proviene del francés luth (lyt) = laúd. La denominación del sutil oficio surgió pues en los comienzos, se llamó así a los fabricantes de laúdes e instrumentos de cuerdas o afines, y que, por extensión, luego se aplicó a los constructores de violines, violas y violonchelos. Es un término universal. Salvado ésto, vuelvo a Leiva.
El destino luthier de Facundo Antonio Leiva tiene sus
inicios en la temprana adolescencia, cuando recién había terminado su primario.
El jovencito, a punto de ingresar a una escuela de comercio, escuchó por la
radio que llamaban a inscripción en la escuela de Luthería y no dudó en
responder a esa convocatoria. Días después estaba asistiendo a los dos
establecimientos.
Su perfeccionamiento como futuro
constructor de instrumentos estuvo a cargo de uno de los maestros más
sobresalientes del oficio, Mario Alfredo Del Lungo, luthier florentino que fue fundador y por
entonces -década de 1960- también director del hoy famoso establecimiento
regido por la Universidad Nacional de Tucumán.
Cierto día, mientras el alumno Leiva gozaba de
una ayudantía ganada por concurso, su instructor, Del Lungo, tuvo que marchar a
hacer un relevamiento de instrumentos en el teatro Colón, en Buenos Aires, y
por nota deja como responsable de la escuela al joven estudiante que recién
cursaba el 3º año de la carrera. La aceptación fue firmada por la entonces
Decana del Departamento de Artes, Dedé Chambeau, quien tuvo que crearle el
cargo de Maestro de Taller para posibilitar su habilitación en tan delicada
tarea.
Facundo Antonio Leiva Maestro Luthier |
MEMORIA DEL
ÁRBOL
“al maestro luthier Facundo
Antonio Leiva”
Me volteó su hacha de
filo lunar, casi de vidrio.
El iris de sus ojos
tanteó mis vetas más ceñidas.
Se
imaginó un sonido, un íntimo pulso cancionero.
Facundo
Antonio Leiva mira mi portento, ya caído largo a largo,
mientras
silba con cadencia de otras aves.
Mi cuerpo gotea por
las sajaduras
y
yazgo sobre el eje de un antiguo diablo.
Tras los bueyes me
arrastro despeinando afatas.
Allá, degollada en el
monte, se queda mi copa extrañando nidos.
El taller del hombre
es madera sin altura, de aromas mezcladas.
Voy hacia la sierra,
guanquero y trabadura.
Atenazado mi rollizo,
desaparece, se transforma.
Otros filos
redondean mi costado y nazco en la
guitarra.
desde muy adentro de
mi dueño aprendí otra memoria.
Populosa la música me
invade.
Soy amada, me lo
dicen sus brazos cobijantes.
En las noches le
destapo a Leiva su soledad transmutada,
y lo sigo hasta que
un soplo de alba lo atiza en sus rescoldos.
Ahora que lo veo con
el ojo de mi ombligo en silencio,
encorvado en la
viruta rulosa que cae sanguinolenta
como pedazos de una
rota vidala,
siento su espasmo de
sudor y pienso
que yo cantaré por
él, cuando se vaya.
Néstor Soria