Canción inicial

Canción Inicial
Argentina, territorio entregado al porvenir desde tus quebradas norteñas hasta el Cabo de Hornos; promisorio escenario donde forjar una nueva vida; útero abierto al nacimiento de las mil diversidades étnicas; madre nutricia; miel; calostro...
¡Cuántas alabanzas mereces en tu bondad y en tu gesta moral,
Patria mía!...
Por tus caminos otrora polvorientos, insinuados al hollar de carretas y pezuñas; ralo pastizal; poblado monte; de norte a sur; de sur a norte, venían nuevos hijos a gozar de tu hermosura femenina; a rodearte con sus brazos y poblar tus anchos hombros y tu cabeza; tu cintura en cinta; tus pies de bailarina reconcentrada; altiva y reconcentrada.
Todo en vos fue regazo:
Buenos Aires, que aunque niña pobre, ya coqueta.
Patagonia, viento-médano, soledad transmutada en idiomas y vocinglería.
Norte indómito; callado; páramo al pie del Ande. Y el mar verde en la llanura, a la entrada de los cerros:
Tucumán de la mecidas selvas, gleba feraz; idílico amor del viajero que detuvo su paso ante el prodigio.
Hoy regreso sobre aquellos rastros que esculpieron tantos hombres, ¡tantos!. Voy a encontrarme con los antiguos rostros; rostros de arrugas oscuras, nobles; rostros donde los ojos, aun abiertos al asombro, nos miran, aunque un puñado de tu savia haya caído sobre ellos.
Néstor Soria

Foto de Néstor Soria

Foto de Néstor Soria
Redacción: Poeta y escritor Néstor Soria

Imagen de Ana Lía Madrigal

Imagen de Ana Lía Madrigal
Investigación, entrevistas e ilustración: Ana Lía Madrigal

VILLA LUJÁN

Corre el año 1870, las parcelas del barrio que está naciendo ya han sido adjudicadas, el nombre de Pueblo Nuevo va borrándose lentamente y se impone, en el lenguaje de sus moradores,  el de Villa de Nuestra Señora de Luján.
             Imaginemos los comienzos de aquella aldea modesta y baja, escondida entre la floresta, aromada de naranjales y ornada de flores, donde sus habitantes trajinan con animales domésticos, vacunos, mulares, o socavan el suelo para amasar los adobes con que levantarán viviendas más sólidas que las de maderas y paja.
“Es la parte más bella de la ciudad, por ser la más alta y sana, con inmejorable vista a Cevil Redondo y Yerba Buena”, dice una crónica de la época, pero internarse en sus callejones heridos por profundas huellas, donde el barro aprisiona a los carruajes y hasta de a pie son intransitables, nos muestra, como paradoja, la lejanía que distaba desde aquí, hasta el centro de la ciudad.


Un vecino memorioso nos relata lo que le contó su padre:

“Muy de vez en cuando pasaba un agente a caballo, miraba por sobre las cercas de suncho o cañizo hacia los patios y seguía su marcha. Era una especie de orfandad de autoridades. Diga que el vecindario se formó con gente de trabajo, aquí no había problemas, al contrario, se ayudaban entre todos”.
Y continúa:
“Villa Luján tuvo mucha importancia en el crecimiento del centro de la ciudad. Aquí se hacían ladrillos, trabajos en madera para puertas y ventanas, desde aquí iba la leche y los quesos antes que surgieran las cooperativas, inclusive los grandes carros fleteros que viajaban hacia otros puntos del país eran fabricados en los bosques de Villa Luján, porque hacia el pie del cerro era todo bosque, pura maraña también”.
           
Así fue formándose la villa, ya por entonces era común la venta de grandes extensiones de tierra que se fraccionaba en parcelas pequeñas.
Realmente la zona tenía su privilegio: el aire que emanaba un inmenso pulmón serrano; la tierra, feraz y paridora de cuanto vegetal se sembrara; las pasturas, engorde de diversos animales que permitían la subsistencia de los pobladores; su linde con el antiguo Carril del Perú o Camino del Perú, vía de comunicación con varias provincias ubicadas hacia los cuatro puntos cardinales y por sobre todo, el agua, elemento de inigualable pureza, surgido sin esfuerzos de recónditos manantiales cerreños. 
No es casual que este sector pede montano protegiera a las cañerías que surtían de  agua potable a la creciente ciudad y a algunos barrios en formación, tal como lo dice el libro del 1º Centenario de la Independencia Argentina, en su capítulo referido a la provisión de agua y desagües de la ciudad:        

...el agua que provee al Tucumán procede de dos orígenes distintos: la sierra de San Javier y el río Loro. De la primera se han captado los siguientes arroyos: Tafí, Cainzo, Cedro, Víbora, Piedras, Antayacú, Cañas.
Estas diferentes corrientes aprovechadas por medio de galerías subterráneas de captación y que cortan transversalmente aquellos cursos, conducen las aguas previamente filtradas y con cañerías de f.f. de diámetros convenientes, hasta una cámara (nº 5) situada a unos 11 km al oeste de la ciudad, para desde aquella por un sólo caño ser conducida hasta la cámara nº 6, situada a 3 km mas abajo. Desde esta última cámara el agua pasa al establecimiento de filtros y depósitos en Muñecas y desde ésta a la ciudad donde por una red de cañerías de diámetros variables, es entregada al consumo de la población.

También en su libro, Tucumán de 1810, Ricardo Jaimes Freyre hace mención al tema del agua y nos dice:
                                                            


“...el agua se extraía de pozos profundos y era salubre y poco abundante, lo cual dio origen al gremio de aguadores, que traían en barricas la sana y  dulce del manantial. El gobernador Bernabé Aráoz, hizo construir a su costa, en 1816, una acequia de 4 leguas, cuyo líquido distribuidos en arroyuelos, giraba por todas las calles...”

De los primeros inmigrantes, los Helguero en Villa Luján
Roberto Helguero
Entrevistado

 La familia se esparce por América del Sur

Roberto Helguero, renuevo de aquel viejo tronco llegado de Cantabria, guarda con devoción y celo no sólo recuerdos familiares en su memoria, sino viejísimos folios que aseveran la presencia de sus parientes inmigrantes en Tucumán y muy especialmente en Villa Luján. 
Su buena disposición para hablar con nosotros y la frescura con que lo hace, pone de manifiesto el respeto que siempre sintió por aquellos seres que insertaron el apellido Helguero en tierras tucumanas. 
- “Los Helguero, cuando abandonaron España, se diseminaron por toda Latinoamérica. En Bolivia, usted abre la guía telefónica, y como aquí encuentra Pérez, allá encuentra Helguero, muchísimos” -, nos dice nuestro entrevistado.
Roberto Helguero, renuevo de aquel viejo tronco llegado de Cantabria,  guarda con devoción y celo, no sólo recuerdos familiares en su memoria, sino viejísimos folios que aseveran la presencia de sus parientes inmigrantes en Tucumán y muy especialmente en Villa Luján.
Su buena disposición para hablar con nosotros y la frescura con que lo hace, pone de manifiesto el respeto que siempre sintió por aquellos seres que insertaron el apellido Helguero en tierras tucumanas. 
- “Los Helguero, cuando abandonaron España, se diseminaron por toda Latinoamérica. En Bolivia, usted abre la guía telefónica, y como aquí encuentra Pérez, allá encuentra Helguero, muchísimos” -, nos dice nuestro entrevistado.

Aquellos rastros perdidos.  

       La presencia de la familia en Tucumán data de épocas remotas y difusas, ya que se remonta al siglo XVIII, probablemente. El genealogista tucumano Ventura Murga, liando las ramas de este apellido, menciona a María de los Dolores Helguero, aquella dama tucumana enlazada a la vida amorosa del general Manuel Belgrano y fallecida años después en la provincia de Catamarca. Ciertas investigaciones familiares recientes, detectaron además la participación de un sargento mayor de apellido Helguero en la magistral Batalla de Tucumán en el Campo de las Carreras, lamentablemente muerto en combate aquel 24 de Septiembre de 1812.

Los Helguero en Villa Luján.

Boleto de Compraventa  del año 1874
Un poco más aquí en el tiempo, pero sin alejarnos del año 1800, los Helguero se establecen en Villa Luján y la primera mudanza corresponde a don Segundo Julián, abuelo de nuestro entrevistado, quien abandona sus actividades en una estancia que poseía con sus hermanos en la localidad de Leocadio Paz, en el departamento Trancas de nuestra provincia, establecimiento dedicado al recambio de animales de tiro de las carretas y diligencias que llegaban y partían de Tucumán.
La propiedad adquirida por don Segundo en la villa, costó cincuenta pesos bolivianos y pertenecía a César Mur, según el boleto de compra-venta de 1874, que conserva Roberto.  

Certificado de 1890 
sobre el casamiento de Segundo Helguero 
con Manuela  Mendible en 1888
Ya radicado en Villa Luján y con sus 20 años, don Segundo Helguero se casó el 31 de Marzo de 1888 -Curato de La Victoria- con Manuela Mendible de 18 años, otra española llegada a esta latitud,  dedicándose a la agricultura haciendo convenios con los dueños de las tierras, donde él ponía las herramientas y los animales y el producto de lo cosechado se repartía por mitad con el propietario del predio. Una suerte de aparcería, acuerdo muy usado en la época, a pesar de estar penado con expulsión de la provincia, desde 1810.



Segundo Helguero
La mistura de nacionalidades, una constante en Villa Luján.

Está claro que muchos inmigrantes se aventuraron a venir solos a estas lejanas tierras. Ansiosos por conseguir prosperidad, atraídos por la paz del país y empujados por la juventud, llegaron a Tucumán hasta los que hoy nuestras leyes consideran niños. Adolescentes con aspecto aun infantil, otros que recién pisaban el umbral de la edad viril, sean hombres o mujeres, descendían de viejos barcos cargueros en el puerto de Buenos Aires.
Juan Antonio Collavino - Carmen Maidana
Luego un destino desconocido, un horizonte de búsquedas, los llevaba por pueblos del interior argentino. Ahí, donde un trabajo o emprendimiento comercial los sujetaba, estos nuevos habitantes sentaban bases, a veces, cautivados por el amor, no necesariamente se mezclaban con coterráneos y formaban una familia. Algo de esto debe haberle pasado a don Juan Antonio Collavino, italiano casado con Carmen Maidana, descendiente de puro español.
Porque don Juan Antonio, mi Nono, como lo llama Roberto Helguero, ya que lo es por parte de madre, vino de Italia escapando de la guerra de 1914 y para su mala suerte, al desatarse la segunda hostilidad mundial lo obligaron nuevamente a alistarse en su ejército y, tozudo don Juan, volvió a abandonar el batallón.
Este desertor reincidente tenía razones para huir pues contaba que por causa de la primera conflagración, sus mayores para protegerlo lo encerraron en un horno por un largo tiempo y en el segundo conflicto, cuando lo vistieron de soldado y luchó en el frente, tenía que apagar la sed tomando orín en las trincheras, además ponderaba el hambre pasado en su pueblo, tanto en la guerra como en la paz.
Dicen que ya establecido en Villa Luján, a pesar de vivir en una tierra abierta, sin fronteras visibles, aun mantenía la costumbre de cultivar lechugas en tarritos.

Los Helguero y los Collavino

           Regreso a la humilde casa del matrimonio Helguero-Mendible donde, en 1904, nació un segundo hijo al que llamaron Marcos Segundo, padre de Roberto, nuestro narrador en la ocasión.
Al crecer, el joven Marcos se unió a las tareas de su padre en campos ajenos y cierto día, cultivando batatas en tierras de Juan Antonio Collavino, como ya dije, italiano y Carmen Maidana, española, conoció a la hija mayor de aquel matrimonio, Eva Haydee Collavino, nacida en Villa Luján en 1913, con la que se enredó sentimentalmente.
Marcos S. Helguero- Segundo  Julián Helguero-
Manuela Mendible y  Marita L. de Mendible -1937
El noviazgo era, a simple vista, inviable, una niña tocada por la gracilidad, adinerada, premiada por la naturaleza con una belleza singular, ir a poner los ojos en un muchachón que además de pobre, calzaba como vestimenta diaria “pantalones a media canilla” sujetados con un tirador cruzado en el hombro, que llevaba las “patas pila” pues no soportaba que las alpargatas le ajustaran los pies, y, como corolario, caminaba descalzo por los surcos que abría el arado y deshacía los terrones a puro golpe de sus talones, realmente no hablaba de una relación que pudiera llegar lejos pues, a la par del aspecto “rompe pasiones” de Marcos, don Juan Antonio Collavino esperaría otro destino para su hija, la mayor, y por ende, la mimada.
Roberto Helguero junto a sus padres Marcos Segundo
Helguero y Eva Haydee Collavino de Helguero
Dejo de narrar algunos renglones para leer lo que Roberto, hijo de aquel “caprichoso romance, dice al respecto. 
-“El tema es que se conocen y se enamoran la hija del dueño de la propiedad, una gringa ojitos verdes y llena de guita, y el fiero, negro y pata pila de mi papá que era de tez bien oscura y motoso, le decían Mocho Helguero".
-“Realmente para nosotros eran un problema las reuniones familiares porque todos los Collavino se han casado con blanquitos, el único negro era mi viejo” -.
       Lo cierto es que Marcos segundo y Eva Haydee formaron la familia Helguero-Collavino, otro matrimonio misturado por dos nacionalidades que Villa Luján albergó.

Fiestas de Familias - Dos mundos en una sola casa.

            La unión Collavino-Maidana, Helguero-Mendible y Helguero-Collavino, italianos y españoles, convierte a las tradiciones de cada una de estas familias, que alguna vez fueron puras, en una mezcla que se manifiesta tanto en lo cotidiano como en las festividades que los convocan.
            Por ejemplo, en los días de la navidad, 25 de diciembre, el Nono Collavino imponía un festejo a lo italiano, con faroles de colores que tenían rara forma de termos, traídos de la añorada Italia, con música amplificada de discos de pasta que sonaban con púas cambiables, donde se reproducían en exclusividad las tarantelas a las que bailaba como poseído mientras bebía abundante cerveza tirada, con cohetes que lanzaba a diestra y siniestra o con furiosos golpeteos contra las columnas metálicas del alumbrado público, causando un verdadero bochinche, y con muchos otros gestos extrovertidos de alegría que aquel “Tano”, para denominarlo con una cariñosa expresión argentina, expresaba con naturalidad, por ser una antigua costumbre aprendida de sus mayores .
A su vez los Helguero, criollos por ser del país desde el siglo XVIII, proponían otras características para esas fiestas.
Cabe decir que el ya maduro Marcos, vestido ahora con sobriedad y papá de algunos críos, tuvo varios hermanos nacidos en el hogar de don Segundo y doña Carmen. Que agrupados por el afecto, los hermanos Helguero se frecuentaban regularmente y, como añadidura, los aunaba una marcada inclinación hacia la música, la del país sin dudas.
            La vocación artística de casi todos estos hermanos, les permitió formar una especie de orquesta, con bandoneón, arpa y violines, la que siempre estuvo presente en las reuniones que agrupaba a Collavino, Maidana, Helguero, Mendible.
            Imaginemos ahora el mejunje que se armaría al ensamblarse el espíritu dicharachero de don Juan Antonio Collavino, con el tristón de los  tangueros y zamberos Helguero.
            He ahí la mixtura mágica que produjo en muchos casos la irrepetible inmigración.     


La ternerita para invitar a los vecinos

            Apreciamos la memoria de Roberto Helguero y valoramos mucho más el amor con que cuenta las cosas de familia y del barrio. Con sus recuerdos y gracia para hablar de aquellos asuntos vividos o contados por sus parientes mayores, podríamos elaborar un nuevo libro de los Helguero como quien sumamos algunas páginas a todo lo escrito por Ventura Murga sobre ellos.
            Los renglones siguientes nos muestran pasajes que debieron ser comunes a muchas familias de la villa de comienzos del siglo XX y que él narró para nosotros con alegría.
Carta Acuse de Recibo de Casa importadora
alemana en Buenos Aires a Marcos Helguero
Setiembre de 1927
            Su padre, don Marcos Segundo, era desollador en el matadero municipal y muy afecto a la carne asada, a la que encontraba mucho mejor gusto si la compartía con los suyos y con amigos que reunía en su casa en tertulias de brindis y música que él ejecutaba desde su bandoneón.
Factura de la compra del bandoneón
en 1927




La historia de su bandoneón es interesante porque Roberto, el entrevistado, conservó la carta de Acuse de Recibo del giro postal  por $ 230 m/n, fechado en Setiembre de 1927, que su padre Marcos Helguero, le hizo a la Casa importadora Alemana de Alberto Oehrtmann, comercio que estaba en la calle Humberto 1ro.,  número 1561/65 -Buenos Aires.
Marcos Segundo Helguero
con su bandoneón -1927
            Cuenta Roberto que cuando él era un pequeño, don Marcos lo sentaba en el caño de su bicicleta y sorteando los andurriales de la avenida Ejército del Norte, este hombre, que debía haber sido muy rudo por su ocupación, pedaleaba su rodado hasta un pasaje cercano a la avenida Roca, donde la zona comenzaba a poblarse de tambos lecheros, establecimientos donde don Marcos era muy conocido, principalmente en el de Succo, unos italianos dedicados a esa actividad.
            Al llegar al lugar, luego de los saludos y comentarios sobre los motivos de la visita, su padre elegía una ternera, pues eso los había llevado hasta allí, le ataba una cuerda al cogote y sujetaba el otro extremo del cordel al portaequipaje de la bicicleta, emprendiendo el regreso a la casa, a la calle Mendoza al 2700, con la tambera al trote por atrás.
            La edificación de aquella vivienda respondía al diseño que era común a la época, o sea dos habitaciones sobre la calle o el jardín separadas por el zaguán que daba a la galería interna y allí comenzaban las habitaciones en chorizo. La ternera era ingresada por ese zaguán hasta el fondo o patio, donde don Marcos la amarraba a un viejo árbol de mango donde la sacrificaba.
            Era el momento en que alguna de las mujeres de la familia, casi siempre su tía Banji, hermana de don Marcos  juntaba la sangre de ternera para cocinar la chanfaina: A su vez, otro hermano de don Marcos, apodado “El chato”, entraba al gallinero escopeta en mano y baleaba a varias gallinas para evitar perseguirlas hasta el cansancio, aves que luego también iban a parar a la cocina donde se las hervía. Dice Roberto que al comer, todos los comensales escupían los perdigones disparados por “El chato”.   
            Allí se juntaba todo el barrio y en la sobremesa la música reinaba, pues los hermanos Helguero fueron todos intérpretes de algún instrumento, menos el “francotirador Chato” que se dedicaba a atender a los músicos, o sea, a ocuparse de que los vasos no estén vacíos. Asegura Roberto que las reuniones se extendían por varias jornadas donde las mujeres cocinaban y los hombres cantaban, bebían y contaban cuentos.

Otros recuerdos de Helguero

            Cuando tenía seis o siete años su papá, don Marcos, lo mandaba, montado en su bicicletita rodado 20, a la casa de todos los parientes que vivían en el barrio a que repartiera el “bagayo”, que traducido significa paquete o lío. Éste consistía en trozos de carne, hígado, corazón, panza, o  entraña, que traía del matadero diariamente. Rematando este recuerdo, Roberto cuenta que su papá hacía asado todas las noches en su casa y confiesa que por entonces él odiaba el asado.

A la par de  la casa de Salvioli, frente a la plaza, aunque mucha gente me discute y dice que no, ahí estaba la escuela Marcos Paz, a esa escuela iba mi papá en patas, los padres lo obligaban a ir de alpargatas pero como no estaba acostumbrado a usarlas, salía en alpargatas de la casa y en la esquina se las sacaba para esconderlas debajo de una piedra y se iba en patas. Después esta escuela se trasladó a su actual emplazamiento. Roberto Helguero

Orquesta “Pampa y huella”
Marcos S. Helguero -1929

        Me expresaré como lo haría un locutor de antaño que anima un baile o una actuación de músicos en un barrio o en la campaña tucumana.

            ¡Señoras y señoresss, estimado público presente tengan ustedes muy buenas nochesss..., animando esta velada donde la música surca el éter y dejando que se enfríen los negros surcos del disco, tengo el agrado de presentar en este escenario a cuatro eximios intérpretes de la música argentina!..., ¡con ustedes..., la orquesta..., Pampa y huellaaa..!
            En ese preciso momento Marcos Segundo Helguero en bandoneón, Lorenzo Helguero en arpa, el Negro y Nolasco, también Helguero, en violines,  Salcedo en piano y Brígido Gramajo en guitarra, arremetían con un valsecito campero, un tango de la guardia vieja, o una zamba de mi flor, interpretaciones que la concurrencia aplaudía y ahí nomás salía a bailar.
            El tema de trasladar el piano, aparatoso si los hay, ocurría solamente si la fiesta era de gran nivel, pues aquellos bohemios ejecutantes tenían que alquilar un carro cañero y montarlo encima para llevarlo, desde el domicilio del pianista, hasta el escenario, que por aquellos años se construía de bastante altura.
            La Pampa y huella era número fijo en las reuniones que los Helguero hacían en Villa Luján, en la casa de Marcos Segundo, el fuellista del grupo. – “Nos juntábamos muchos, invitábamos a todo el barrio” -, recuerda Roberto Helguero.

Marcos Segundo Helguero era desollador en el frigorífico del matadero municipal de Villa 9 de Julio; al largo trayecto lo hizo, todos los días de su vida, pedaleando una bicicleta de madrugada, por un recorrido que lo obligaba a internarse en los suburbios oscuros de la ciudad, pero allí estaba el sustento propio y el de su familia.
Su hijo Roberto se pregunta, “cuál sería el jornal de mi padre?, las épocas eran mezquinas para la paga, sin embargo los tres varones estudiamos en el Tulio García Fernández  y las dos mujeres en el colegio María Auxiliadora”...   

Los coches de plaza, aquellos elegantes y cómodos carruajes copiados a la vieja Europa, en algún momento comenzaron a fabricarse en Tucumán; el artesano fue hermano de don Marcos Segundo Helguero, un carrojero al que le decían “El Negro”; a su vez un tercer hermano Helguero se dedicó a la carpintería fina, convirtiéndose en el artífice de algunos  reclinatorios de la iglesia de Nuestra Señora de Luján, en la villa. 

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