Canción inicial

Canción Inicial
Argentina, territorio entregado al porvenir desde tus quebradas norteñas hasta el Cabo de Hornos; promisorio escenario donde forjar una nueva vida; útero abierto al nacimiento de las mil diversidades étnicas; madre nutricia; miel; calostro...
¡Cuántas alabanzas mereces en tu bondad y en tu gesta moral,
Patria mía!...
Por tus caminos otrora polvorientos, insinuados al hollar de carretas y pezuñas; ralo pastizal; poblado monte; de norte a sur; de sur a norte, venían nuevos hijos a gozar de tu hermosura femenina; a rodearte con sus brazos y poblar tus anchos hombros y tu cabeza; tu cintura en cinta; tus pies de bailarina reconcentrada; altiva y reconcentrada.
Todo en vos fue regazo:
Buenos Aires, que aunque niña pobre, ya coqueta.
Patagonia, viento-médano, soledad transmutada en idiomas y vocinglería.
Norte indómito; callado; páramo al pie del Ande. Y el mar verde en la llanura, a la entrada de los cerros:
Tucumán de la mecidas selvas, gleba feraz; idílico amor del viajero que detuvo su paso ante el prodigio.
Hoy regreso sobre aquellos rastros que esculpieron tantos hombres, ¡tantos!. Voy a encontrarme con los antiguos rostros; rostros de arrugas oscuras, nobles; rostros donde los ojos, aun abiertos al asombro, nos miran, aunque un puñado de tu savia haya caído sobre ellos.
Néstor Soria

Foto de Néstor Soria

Foto de Néstor Soria
Redacción: Poeta y escritor Néstor Soria

Imagen de Ana Lía Madrigal

Imagen de Ana Lía Madrigal
Investigación, entrevistas e ilustración: Ana Lía Madrigal

VILLA 9 DE JULIO

Villa 9 de Julio
Los responsables de recoger y narrar estas memorias de Villa 9 de Julio, saben con certeza que se hallan ante una empresa descomunal, pues este barrio, junto a otros de antigua data, atesora una infinidad de nombres, sitios y hechos que, a la vez de numerosos, cimentaron con sus aportes a la ciudad que hoy gozamos. Por ejemplo, y sin desmerecer a otras zonas adyacentes a la capital, decimos que aquí se cultivaron maravillosas huertas y quintas cuyos frutos alimentaron a la sociedad tucumana; en su costado este se instaló el formal matadero, establecimiento que desalojó, para siempre, la usanza de carneo en calles y potreros; también en su lado este se fundaron cementerios como el Israelita y el del Norte, o “cementerio de los pobres”, como fue llamado popularmente; más hacia el centro barrial surgieron clubes como Atlético Tucumán, Sportivo Guzmán, Redes Argentinas, Sportivo del Norte, Atlético Estudiantes; en armoniosa y abarcativa disposición vecinal, varias iglesias acuden en protección de sus feligreses; comercios; hombres y mujeres laboriosos; personajes pintorescos... En fin, un escenario que atrapa a quien quiera convertirse en lector-espectador y conocerlo.
Sólo resta decir que nuestro ferviente anhelo es el que esta publicación sea leída y transferida a las jóvenes generaciones de Villa 9 de Julio, y porqué no, dispersa hacia otros barrios. Ya es momento en que contradigamos aquello de que somos un pueblo sin pasado, ergo, sin memoria. He aquí la mayor y mejor demostración.
Néstor Soria


Redacción: Néstor "Poli" Soria
Entrevistas, recopilación y armado: Ana Lía Madrigal



 Expulsados por la guerra


Inmigrantes llegando al puerto de Buenos Aires
Desde épocas inmemoriales y hasta la mitad del siglo XX, las guerras mundiales y muchas otras divergencias entre pueblos tuvieron en vilo a la paz del planeta. El Medio Oriente, con su lejanía, no permaneció al margen de estos flagelos. Es entonces cuando el Líbano por ejemplo, comenzó a expulsar a su gente, generalmente aldeana, la que buscó protección en tierras menos violentas.


En 1922, la libanesa María Busnader pisó suelo argentino trayendo con ella a sus dos hijos, José y Pedro Bechara. Su marido, por entonces un soldado que servía a la patria, no pudo acompañarla por hallarse en las trincheras combatiendo contra los franceses que en 1920 habían tomado el territorio libanés. 
María Busnader

Un dato realmente triste nos dice que María y su hombre nunca volvieron a verse. 
Ya en Buenos Aires, María y los dos muchachos encontraron albergue en el domicilio de otros paisanos suyos. De inmediato los jóvenes consiguieron trabajo y sabemos que Pedro, el menor y quien llegó al país con 14 años, se empleó como niquelador en una fábrica de camas.


En tierra tucumana


La ‘gran ciudad’, Buenos Aires, los retuvo aproximadamente diez años. En la década de 1930, José Bechara viaja a Tucumán con el propósito de instalarse y abre una bicicletería en la calle Batalla de Junín al 100.
En 1933, el bicicletero José trae a la provincia a su hermano Pedro, quien ya estaba casado con la española de nombre Inés Uela. Pero la pareja no viene sola. Con ella viajan un primer hijo, Alberto, niño nacido el 22 de agosto de 1932 y doña María Busnader. Arribados a tierra tucumana, los recién llegados se albergan en la avenida Juan Bautista Justo al 900, plena ‘esquina Norte’, ocupando una vivienda de dos habitaciones que había adquirido tiempo atrás José, el primero en venir. En esa dirección los hermanos Bechara abren una bicicletería que es a la vez taller de reparaciones y donde Pedro muestra sus habilidades de soldador, oficio que aprendió en aquella fábrica de camas niqueladas. El taller tenía como vecinos, al norte, el club Redes argentina y al sur el Bar Reinés, ochava este de Esquina Norte.
Pedro Bechara, Inés Uela,María Almaraz, Carlitos
Álvarez y Elba Álvarez, esposa de Juan Carlos Bechara,
 en el club Redes Argentinas -Año 1959

Alberto Pedro Bechara nace en 1932
primer hijo de Pedro Bechara y Inés Uela


















El apellido en la provincia


 Del matrimonio Bechara-Uela nacieron en la ‘esquina Norte’ otros hijos: Lidia Ángela, el 5 de julio de 1934; Juan Carlos, el 14 de junio de 1936; José Eduardo, el 18 de enero de 1940; ellos se suman al niño nacido de la pareja en Buenos Aires, Alberto, el mayor del grupo.     
Alberto, Juan Carlos, Lidia Ángela y José Eduardo Bechara

Alberto Bechara


Dispuesto a continuar con la venta y reparación de bicicletas, Pedro comienza a pagarle por el uso de la propiedad de avenida Juan Bautista Justo, un alquiler a su hermano. A la vez, empeñado en vivir con mayor comodidad, fue agregándole a esa casa una habitación-cocina, decoroso baño, cerró un pasillo e instaló allí el local de trabajo al que llamó ‘Bicicletería Bechara’.



Su hijo, Juan Carlos, apodado ‘Bocha’, nos cuenta que el negocio de su padre estaba lleno de bicicletas usadas, llantas y ruedas por doquier, el infaltable inflador y cientos de accesorios del rubro, artículos que tapaban inclusive el frente de la vivienda. Es indudable que don Pedro tenía una cartera de clientes numerosa. Mientras tanto José, su hermano mayor, ubicado desde su llegada a Tucumán en la calle Batalla de Junín a la altura del 100, o sea, en el centro de la creciente ciudad, gozaba con su negocio de una prosperidad envidiable. En la década de 1950 había logrado tener venta por menor y mayor de tan popular vehículo. Su solvencia le permitió comprar la propiedad que ocupaba y en la parte alta de la construcción albergó a su esposa e hijas, sin desproteger a doña María Busnader, su madre, inmigrante libanesa que jamás pronunció una palabra en castellano y falleció a los 106 años de edad, en 1960. El sólido comerciante, José Bechara, expiró en la década de 1970 dejando a su familia en una buena posición económica. Su sobrino, ‘Bocha’, nos cuenta que actualmente sus primas viven en el piso superior de la construcción y al local que ocupó el negocio, en la planta baja, lo alquilan. 


En cuanto al final de don Pedro Bechara, su hijo, nos contó:

-Mi padre fallece el 29 de julio de 2008, tenía 91 años; hasta los 80 años andaba en bicicleta, el médico nos pidió que le quitemos la bici porque si se llegaba a caer no íbamos a poder armarlo; ¿sabe lo que nos costó quitarle la bicicleta? Mi madre, Ines Uela, falleció el 5 de julio de 1980 a los 70 años.


La renovación del apellido
             
        Juan Carlos, o mejor ‘El bocha’ como lo conoce el barrio, ya es un joven y exhibe orgulloso el título de Técnico ferrocarrilero, otorgado por la escuela que funciona en los Talleres ferroviarios de Tafí Viejo.   
Su juventud y ese diploma tan apreciado en esas épocas, lo llevan a tomar la natural decisión de casarse. Aunque no nos lo dijo, una niña vecina ya ocupaba sus pensamientos y él debía jugar esa carta de adulto.
En 1958, Elva Álvarez, hija del bochófilo de Redes Argentinas, ‘Busa’ Álvarez, pronuncia el emocionado sí frente al altar de la iglesia de la Merced.










En realidad ‘Bocha’ estaba confiado en su seguridad económica a futuro. Leamos lo que nos dice:

-Los talleres de Tafí Viejo, durante el gobierno de Perón, nos pagaban un sueldo mientras estudiábamos. Al recibirnos, ya sea como carpintero o técnico mecánico como yo, automáticamente nos daban trabajo, pues, a los tres años de estudio uno quedaba efectivizado, gozando inclusive de los aportes jubilatorios. Luego obtuve el título de Técnico ferrocarrilero.   
Con el paso del tiempo fui encargado, inspector; me mandaron cinco años a Salta, desde 1968 al 73; después regresé y trabajé en la estación del Bajo.
Cuando cerraron todos los talleres me quisieron trasladar a Buenos Aires, pero no acepté; ya que mi señora estaba muy enferma. Por esa negativa me indemnizaron. Tenía 29 años de ferroviario. Entonces entré a trabajar en el sanatorio Ados; ya había cumplido 46 de edad; por ascensos llegué a ser administrador. Pero Ados también cerró en 1995. A pesar de ello seguí en ese lugar cuidando los equipos, evitando que se deterioren. En 2006 el edificio fue comprado por el gobierno. Yo llegué a jubilarme.

Una retrospectiva

En paralelo a sus ocupaciones, ‘Bocha’, nuestro entrevistado, obviamente tiene una historia familiar.
Entre tantas cosas nos cuenta  que por allá de1959 o 1960 se fue a vivir con su esposa al pasaje Leonardo Rosales, a la altura de la numeración 1000, o sea, en Villa Urquiza, cerca del paso del tren a Tafí Viejo,  próximo a la parada llamada ‘El empalme; para tomar allí el tren que lo llevara a su trabajo.
Del matrimonio Bechara-Álvarez nacieron tres hijos: Juan Carlos, el 5 de junio de 1960; Víctor Daniel, el 5 de julio de 1961; Graciela del Valle, el 11 de enero de  1965.












-Todos mis hijos se criaron a la par de su abuela en la esquina Norte. Resulta  que en especial los domingos solíamos comer con mis padres en esa casa. Mi madre elaboraba los fideos y preparaba la salsa. Era algo sagrado la costumbre de reunirse en familia. Allí estaban mis hermanos y hermanas con sus proles. Para ser honesto debo decir que a esa hermosa costumbre la tuvieron casi todos los vecinos de Villa 9 de Julio. Eso ya no existe.

-Mi señora falleció aquejada por un cáncer de mamas hace 17 años, el 13 de abril de 1993; tenía 56 años. Luchamos unos diez años con la enfermedad. Ella fue docente.

N/R: Quienes cumplimos más de diez lustros de vida, probablemente escuchamos o pronunciamos alguna vez el apellido Bechara, ya que su inserción en el medio comercial y también en el ambiente del básquetbol de la provincia, fue muy sólida.  




De abajo para arriba, de isq a der, Coronel, J.C. Bchara, Flores,
Albertus, parados-Vega, Delgado, Mendías , Amas, Duarte,
Del Pero, Giménez, Sing, Älvarez
los subrayados eran basquebolistas Redes Argentina





Manos sanadoras 
            Aquella medicina casera a la que solían echar mano nuestros mayores, quedó invalidada por el impiadoso olvido. Hoy es casi un albur el encontrar a un médico ‘yuyero’ o a una ‘sabedora’ de levantar paletillas, curar la ojeadura, o el molesto empacho con sólo una cinta roja y rezos ininteligibles.
Inés Uela, madre de nuestro entrevistado, Juan Carlos Bechara, tenía condiciones de sanadora:

-Cuando con mis hermanos nos íbamos a la escuela Roca, la de la calle 25 de Mayo, mi madre nos encargaba que le juntáramos azahares. Ella preparaba la famosa agua de azahar  y nos daba a tomar. Otras veces nos mandaba al parque 9 de Julio a traer hojas de eucaliptos para hacer vahos.
A veces ella nos hacía acostar, tomaba el vasito de las ventosas, lo rozaba en su interior con un algodón encendido y nos lo colocaba. En muy pocas oportunidades asistíamos al médico.
Además curaba la ojeadura, la paletilla, el empacho. Eso les enseñó a mi hermana y a mi mujer.
Cualquier enfermo que llegaba a casa ella atendía.

Como un hecho sobresaliente de esas habilidades, ‘Bocha’ recuerda que una vez golpeó a la puerta de su casa una mujer con su niño en brazos. Doña Inés escuchó el relato de esa madre, que desesperada buscaba su auxilio pues los médicos le habían dicho que nada podían hacer por la criatura.
‘La sanadora’ tomó al niño y comenzó a rezar en voz muy baja. Al finalizar sus oraciones miró a la mujer y le dijo:
-Debemos buscar a alguien que me ayude, a este mal no lo puedo curar sola.
De inmediato se fueron las dos, llevando al niño para el lado del cementerio del Norte. Ahí, junto a otra mujer lo curaron.

-Hasta el día que murió mi madre este muchacho, ya grande, casado, le llevaba regalos de agradecimiento. He visto a mucha gente que iba a buscarla; eso ocurría a cualquier hora; a veces de madrugada.

Dicen los que entienden del asunto que si alguien quiere recibir estos dones, sólo los conseguirá el 24 de diciembre a la noche. Eso no significa que todos puedan atesorarlos. Misterios de la sabiduría popular...





Accidente fatal

            Los famosos Talleres ferroviarios de Tafí Viejo, aquellos que durante muchos años jerarquizaron a la actividad ferrovial del país, absorbía a una importante masa obrera y de técnicos residentes en la ciudad de Tucumán y por lo general radicados en Villa 9 de Julio; sitio donde preferían vivir ya que se encontraba al paso de ‘El obrerito’, afectuoso nombre con que fue bautizado el corto tren que los llevaba a sus labores y a una determinada hora los regresaba a sus hogares. 
Los antiguos pobladores de Villa 9 de Julio aun recuerdan lo que cierta vez les sucedió a los pasajeros del convoy, en oportunidad de una manifestación política.

Juan Carlos Bechara ‘Bocha’, así lo cuenta:


-De estudiante yo tomaba el tren en avenida Juan B. Justo y calle España. Estaba haciendo la carrera secundaria de Técnico ferrocarrilero en los Talleres de Tafí Viejo; ahí me recibí. La parada más cercana a mi casa era la llamada ‘El mercadito’, lugar donde, a las cinco menos cuarto de la mañana, subía mucha gente.  
En el año 1955, estando en los talleres, junto al personal que allí trabajaba me enteré de que había renunciado Perón. Todos salimos con la decisión de venir a la ciudad y manifestarnos a favor del presidente en la plaza Independencia.
Subimos a “El obrerito”, un coche chico con puerta en el medio que se llenó enseguida pues a ese viaje se sumó la gente que vivía en Tafí Viejo. O sea que se multiplicó varias veces el número de pasajeros. Los que ya no cabían en el interior del coche optaron por treparse al techo del vagón y así el tren se puso en movimiento.
Cuando llegamos al empalme, en Villa Urquiza, que es desde donde comenzaban a cruzar los cables del trolebús por sobre de las vías, el maquinista de apellido Gelsi, un radical, primo de quien fue gobernador, les indicó a los que viajaban encaramados en el techo, que ante la presencia de esos cables, extendidos en varios sectores de cruces, él haría sonar el silbato del tren para que se agacharan.
Esa práctica venía siendo eficaz. Pero nadie sabe qué pasó cuando el convoy llegó a la calle Rivadavia. Ahí se produjo la catástrofe. Los cables tensos del servicio de trolebús arrastraron a la gente tirándola sobre las vías de aquel tren en movimiento, cercenándoles piernas, brazos, torsos y hasta cabezas. El recuento de fallecidos sumó 8 personas. A mí me apenó mucho el caso de un muchacho Rossi, dicen que se casaba el sábado siguiente. Como era pesado por lo gordo, el cable lo tiró contra el vagón y al cortarse salió disparado como un enorme látigo dándole en la cara a un señor que estaba parado en la esquina. Rossi murió allí. Aquel que recibió el azote quedó marcado por muchos años.
Media hora después de ese terrible accidente nos enteramos de que Perón había retirado la renuncia.


Recuerdos de ‘El Bocha’

-A mi me pusieron ‘Bocha’  porque a la hora que me buscara mi padre yo estaba en Redes Argentinas, ayudando a marcar las canchas de esa disciplina. De ahí me sacaba a latigazos. 

-Nunca trabajé en la bicicletería. Mi hermano mayor está desde los 8 años con mi padre en el taller. Alberto cumplió en agosto 78 años.



-Al poco tiempo de llegar mi padre a Tucumán se hizo de amigos y con ellos fundó un club al que llamaron Boca Juniors. Él fue presidente. La sede era una prefabricada enclavada en un baldío al frente de donde estaba el club Sportivo Guzmán, equipo que no existía comparado con Boca Juniors. De allí salieron muchos jugadores de fútbol que luego revistaron en Atlético Tucumán, por ejemplo el ‘Buchino’ Juárez.

-Mis hermanos y yo jugábamos al básquetbol en Redes Argentinas. Ese club salió campeón en 1959 y 1960. Al equipo lo formaban: Felipe Fernández; el doctor Palazzo; mi hermano   menor, José; un muchacho que trabajaba en el banco de apellido Luna; mi hermano mayor, Alberto. Después empezó a venir mucha gente del fútbol, del club Sportivo Guzmán; ya no se podía jugar al básquetbol. Además el dueño del predio, Javier Gandur, al que le decían ‘El turco Yebe’, pedía que le devolvieran el local.

-Mi hermano José Bechara, el más chico, hizo algunos años de colegio secundario, pero como jugaba tan bien al básquet lo llevó el club Estudiantes y le dio trabajo.

-En la esquina, a la par de la bicicletería, estaba  el bar de los hermanos Juan y Gabriel ‘Nene’ Reinés; en la esquina del bar Reinés había parada de coches de plaza. Por el frente pasaba el tranvía. La línea k  de colectivos circulaba por esquina Norte.

-En la esquina Norte  teníamos de vecinos, al sur, el bar Reinés y para el norte a una familia Ruiz, gente que tenía campos de madera en las provincias de Chaco y Corrientes, vendía rollos. Un día este hombre viajó con el chofer a traer una carga, pero se mató al volcar el vehículo.
Al norte de la casa de los Ruiz, estaba ‘Fotos Balsamo’, de los hermanos Balsa. Ellos vivían con la madre hasta que se casaron.
Seguía en la cuadra la librería Fernández, del padre del famoso jugador de básquet de Redes Argentinas y luego de combinado argentino, al que le decían ‘Yuco’ Fernández.

-Con el tiempo la casa paterna se vendió y mi hermano se instaló con su bicicletería en la calle Villarroel, frente a la plaza Evita. Hoy tiene 78 años y no quiere abandonar el oficio.




 

 



Calle Villaroel en villa 9 de Julio


-La fiesta más grande en el barrio sabía ser la del 9 de Julio. Organizaban  carreras de bicicleta; los competidores iban por la avenida Juan B. Justo hasta la calle Méjico y regresaban por Rivadavia. Pasando la vía, entre las calles España e Italia se hacían quermeses.



-En esquina Norte también fueron famosas las retretas. Los domingos ponían parlantes en las esquinas y difundían música. La gente se paseaba por las anchas platabandas o por las veredas. Eran todo muy familiar.

-El policía que custodiaba la esquina Norte se llamaba Gaspar; lo mandaban de la comisaría 1ra., seccional que tenía jurisdicción hasta esa esquina; desde la vía y hacia el norte le correspondía a la comisaría 5ta.
Gaspar no faltaba nunca a sus guardias. Aquí no surgían problemas. Hoy es distinto.

-Los carnavales infantiles y para mayores que organizaba Redes Argentinas fueron famosos por los hermosos disfraces que confeccionaban los propios vecinos. En torno a unas mesas de lata los adultos esperábamos sentados a que nos atienda el mozo; los niños mientras tanto jugaban mojándose con pomos y arrojándose papel picado, alrededor de la cancha de básquetbol o en las tribunas. Allí vendían el agua en envases de cerveza. Algunos varones ingresaban al club, envueltos en una cámara de bicicletas infladas con agua al máximo, que hacía la función de manguera, por donde el líquido salía con mucha presión. Las mujeres traían de sus casas, en bolsas para ir al mercado,  las bombas infladas con agua. El animador era un locutor de LV12 de apellido Aguilar, vecino de la zona. A veces cantaba Mercedes Sosa con otro nombre.

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LAS NECRÓPOLIS DE VILLA  9 DE JULIO Y SUS TRADICCIONES

CEMENTERIO DEL NORTE


Noticias sobre Nekros


He venido hasta aquí, tras de estos muros para aislarme de ustedes, los vivientes
y aunque yazgo reseco y maloliente
alejado de ustedes soy más puro.
Del Libro de Nekros –Néstor Soria

Ocurrido el traslado de la ciudad de San Miguel de Tucumán, desde el montuoso sitio de Ibatín a este yungoso  valle que ya se conocía como La toma -1685-, sus gobernantes debieron encarar entre otros quehaceres referidos a la cosa pública, la búsqueda del espacio propicio donde inhumar a los muertos. Este asunto al principio fue de fácil solución pues la población era poco numerosa y las familias nobles siempre contaron con un trozo de tierra propia, ya sea en cercanías de la ciudad o un tanto alejada de ella, palmo que zanjaba el inconveniente. Los de menor condición social, alojados en las afueras de lo que se consideraba “la urbe”, debieron conformarse con tener una fosa en cualquier descampado de los que por entonces abundaban en tan extensa dehesa.

Pasado el tiempo, entrado el siglo XVIII, la situación comenzó a agravarse. La todavía aldeana ciudad sumaba un considerable número de habitantes y llegó el momento de ocuparse seriamente sobre el tener un enterratorio formal para albergar a los difuntos.

El primero del que se tiene noticias estuvo en los terrenos contiguos al templo que levantaron los Jesuitas, es decir, a la par de la actual iglesia de San Francisco Solano. Luego, erigida la primera iglesia Matriz -hoy Catedral y Santuario de Nuestra Señora de la Encarnación- se dispuso de una tierra aledaña al templo y allí fueron a descansar los restos de muchos tucumanos. Los papeles de archivos hablan, ya en el siglo XIX, de un nuevo osario; este se instaló en lo que se conoció como antigua capilla del Señor de la Paciencia, oratorio que desapareció, no así la advocación, al construirse el edificio de aquel hogar de niñas desamparadas, llamado El buen Pastor. Un poco más cercano a nosotros las crónicas cuentan de un camposanto que funcionó en los predios que hoy ocupa la Quinta agronómica, dominio  que pertenecía a la provincia.  Tras arduos juicios de expropiaciones, trabas y litigios varios, Tucumán vio, por fin, un cementerio,  el del Oeste, columbario que si sabemos admirar, lo veremos más bien como una artística necrópolis.

Y mientras la ciudad de ‘los pudientes’ saldaba sus deudas con Thanatos ¿Qué hacía la gente pobre y qué suerte corrían sus pobres muertos? Poco dicen las noticias sobre esto, pero algo se supo: ‘A campo abierto, cuando yo sucumba/ llorosos hijos cavarán mi tumba’…Y eso fue así hasta casi entrado el siglo XX.





 

 








 Cementerio del Norte - 

‘El cementerio de los pobres’


En 1889 el gobierno provincial inicia las obras de construcción de un cementerio público al que pudiera acceder ‘la plebe’, el desvalido, el huérfano de todo blasón. Nos referimos al Cementerio del Norte o ‘Cementerio de los pobres’ como se lo llama desde el inicio.
La finalización de esa necesaria instalación que venía a suplir tamaña carencia, pasó luego a manos del municipio en la gestión de don José Padilla, siendo inaugurada el día 10 de enero de 1894.

Cementerio del Norte. Datos descriptivos

         Anotamos aquí antecedentes que familiaricen al lector con tan sagrado espacio. Son asuntos casi correspondientes a una memoria descriptiva de las que suelen confeccionar los profesionales de la construcción y, al no ser estas próximas citas de sencillo hallazgo en las crónicas vulgares, entendemos que pueden ser de utilidad para docentes y alumnos tucumanos:                  
  
 "El terreno tiene una superficie en metros cuadrados de 123.984,37 y está dividido en secciones demarcadas por anchas calles. Enfrente de las oficinas de administración nace una plazoleta semicircular cuyas medidas son: 60 metros de largo y 6,60 metros de ancho. Unido a la capilla circular cuyo interior tiene un diámetro de 8 metros, posee un peristilo de 18,10 metros de ancho; galería octogonal de 4 metros de ancho y techo en bóveda.
El costo de construcción fue de aproximadamente $110.000 m/n."







Una anécdota

Declarando no estar comprendido en el art. 69 de la Ordenanza General de Impuestos el servicio de transporte de cadáveres a las estaciones de ferrocarril.

Setiembre 7 de 1909

Señor intendente municipal 
S/d

La empresa de carruajes del señor Bernardo Fourçans ha efectuado un servicio fúnebre especial con dos yuntas, habiendo sido transportado el cadáver a la estación del FFCC. donde fue embarcado.
El señor fourçans se niega al pago de los derechos que establece el art. 69 de la ordenanza  general de impuestos, manifestando no estar comprendido en esta disposición, por cuanto el cadáver no ha sido conducido a los cementerios locales.
Solicito a la intendencia, si debe o no cobrarse en este caso el derecho que establece el artículo citado.
Saludo al señor intendente
                                                                                             Zenón del Corro.

11 de setiembre de 1909

Vista la nota que antecede,  resuelvo:

1º que desde la fecha de la presente resolución, queda comprendida en las disposiciones del artículo 69 de la ordenanza general de impuestos, la conducción de cadáveres a las estaciones del ferrocarril.

Comuníquese

firmado: Carlos Rougés – Abraham de la Vega (h)

Noticias:


El 15 de noviembre de 1911, se destinó una fracción de terreno del cementerio del Norte para disidentes.



El 19 de enero de 1912, en vista a las irregularidades que se observaban en la inhumación de cadáveres en el cementerio del Norte, se decreta al departamento de obras publicas la prosecución del plano catastral donde se determinarán los sectores de cuadros para enterratorios gratuitos y aquellos destinados exclusivamente para venta de los cuadros las que se harán bajo una administración  ordenada y fiscalizada por la inspección general. Este largo decreto donde se individualizaba el nº de cuadro ya sea gratuitos o para ventas fue firmado por Eduardo Paz – Ernesto J. Román.




Como un día de fiesta




Añadir leyenda
Las crónicas y las imágenes fotográficas que se conservan en archivos y muestran el lado norte de la ciudad de comienzos de 1900, son testigos del nulo adelanto urbanístico que el municipio de entonces le brindaba.
Villa 9 de Julio, inserta al noreste de este espacio, se asemejaba a un asentamiento informal donde quintas, corrales, baldíos y modestas viviendas, se alineaban “al qué me importa”, en un escenario demarcado por calles que no eran más que sibilantes senderos barrosos, desprovisto de iluminación pública, rodeado de canales fétidos y envuelto por la nube gris que continuamente se alzaba al paso de carruajes y animales en tropas. Todo un contrasentido para la supervivencia humana.



Pero aun así la villa tenía sus días de esparcimiento.
He aquí cuándo ocurría:

Lo que narramos está ligado al novísimo cementerio del Norte, osario librado al servicio el 10 de enero de 1894 y al que, sin dudar, instalaron a los fondos del boulevard Avellaneda, antes calle Ombú y hoy  avenida Juan Bautista Justo al 2000, por considerar que el amplio predio se encontraba muy distante del corazón céntrico de la ciudad. Hasta allí, hora tras hora, día tras día, comenzaron a llegar y a ser depositadas en la gramosa tierra socavada, las huestes de Thánatos, el Dios griego de los sin vida.
Al Campo Santo, como castizamente lo llamaban años ‘A’, se llegaba transitando los huellones de la Avellaneda de entonces. Procesiones de catafalcos llevados a pulso, en rústicos carros rurales, en pomposas carrozas, o cureñas adaptadas para ese fin, hollaban esa cuasi arteria hasta llegar a los austeros umbrales de lo que ya se conocía como “El cementerio de los pobres” -mote que lo diferenciaba socialmente del elegante cementerio del Oeste, abierto desde 1872-.
El hecho es que entrado el siglo XX, las parcelas ocupadas del sagrado lugar ya se contaban como numerosas; seguramente es dable considerar también que de a poco se iba convirtiendo en una necrópolis -Necro=muerte – Polis= ciudad-, es decir que se colmaba de mausoleos edificados que amparaban, en sótanos y gradas, los cuerpos de varios miembros de una misma familia. 
Ante este panorama sumido en quietud, de pasividad para el eterno descanso de tantos, la vida, como en contrapartida, se volvía muy visible todos los 2 de noviembre, ya dijimos, día de los Fieles Difuntos. 

  Y no sólo el cementerio se colmaba de gente; muchas cuadras del incipiente boulevard Avellaneda amanecían o se mostraban desde la víspera, día de las Almas, abarrotadas de puestos de venta de flores, velas, coronas floridas confeccionadas en papel crepé, imágenes santas modeladas en yeso y pintadas de vivos colores, estampitas de diversas advocaciones, vistosos floreros de vidrio y, con el desenfado y naturalidad de lo popular, esas veredas también estaban sembradas de tiendas ambulantes de venta de comidas -fritangas varias- que con humoso aroma tentaban a  la muchedumbre que venía caminando desde donde los dejaba el tranvía -Esquina norte- a rendir culto a sus muertos. Mientras tanto, entre las tumbas, una cuadrilla de diligentes changarines se ofrecía al acarreo de tachos con agua, al aseo de paredes y vidrios, o a pintar con brochas los nichos y otras instalaciones. Sin atentar contra el compungido ánimo de muchos dolientes visitantes, bien podemos decir que esa zona de Villa 9 de Julio se ponía de fiesta.





















DEVOCIONES POPULARES

CEMENTERIO DEL NORTE



El cementerio del Norte es una galería poblada de ‘santos populares’, de almas milagrosas o milagreras como dice la boca común. He aquí algunos de ellos:           

 La brasilera o Brasilerita: Nunca trascendió su verdadero nombre.
Dice la voz popular que fue una curandera y rezadora que murió ardida dentro del cementerio, al rozar su vestido con las velas encendidas mientras rezaba frente a la tumba de un alma que no hallaba descanso. En el preciso lugar donde acaeció su desdichado final, tiempo después surgió un hilo de agua que se esparce entre fosas.

Pedrito ‘Hallao’: El 29 de junio de 1948, muy cerca de las puertas del cementerio fue hallado, en agonía, un niño recién nacido. La historia que año tras año se renueva sin notorias variantes, cuenta que quien lo alzó vio que sus orejas y boca estaban carcomidas por hormigas y que al darse cuenta de que su vida se cortaba, lo hizo bautizar en la misma capilla del enterratorio, con el nombre de Pedrito. A ese ángel que falleció pocas horas después, la gente lo llamó Pedrito ‘Hallao’.

Los hermanitos Lucas tienen su tumba junto a la de Pedrito ‘Hallao’. A estos dos chiquitos los encontraron juntos, muertos, en algún lugar del parque Nicolás Avellaneda. Eso ocurrió el 18 de Octubre de 1943, día de San Lucas, razón por la que recibieron ese nombre. Al tratarse de mellizos los enterraron en una misma tumba.
 


   Andrés Bazán Frías, el famoso perseguido, tiene su sepulcro en el cementerio del Norte. Su santuario es considerado milagroso por la creencia popular, se encuentra en la calle provincia de Mendoza sobre el muro del cementerio del Oeste, sitio donde cayó herido de muerte al intentar escalarlo durante la persecución de la policía.  

Carballito era un pordiosero ciego que fue muerto en el ‘puente de los suspiros’ -calle provincia de Catamarca entre las calles República del Perú y Bolivia-. Le rinden culto con dinero y cruces de algarrobo; hace favores especiales.

El cadete Alberto Soria, numerario de la Gendarmería volante, fue muerto a tiros por José Ricardo Suárez (a) ‘El águila’, un pistolero de Villa Luján, el 18 de julio de 1927, cruzando la entonces polvorienta avenida Mate de Luna y cumpliendo su misión de persecución. Su tumba en el cementerio del Norte, es un atractivo arquitectónico, obra de un joven escultor que se llamó Agustín Aragonés. Al frente del mausoleo se puede apreciar una estatua del cadete, de gran tamaño, con su espada desenvainada y a sus pies la triste figura de una mujer, quizás su madre, rendida de dolor. 


 







Sociedad Unión Israelita Tucumana (Kehila)




Llegamos a la calle Combate de Las Piedras al 900 con la intención de recoger datos referidos al cementerio Israelita enclavado en Villa 9 de Julio. Hasta ese momento nos habíamos contactado telefónicamente un par de veces  con Alfredo Wolf, joven dirigente de esta sociedad. Con mucha amabilidad nos invitó a ingresar al lugar y se dispuso a contarnos, a pluma suelta, parte de la historia de estos inmigrantes llegados a Tucumán por allá de 1910, o sea, hace un centenio.
Anotamos aquí trozos de esa conversación que tuvimos con Alfredo, ya que así sabremos cómo surgió el sagrado sitio donde la comunidad judía pone a descansar a sus muertos.

Esto nos dijo: 

Las primeras inmigraciones se producen con el  pogrom de Rusia*; es entonces cuando buscando escapar de las persecuciones y matanzas, los judíos abandonan la Europa Oriental; además los jóvenes evitaban el enrolarse al ejército porque si lo hacían debían involucrarse en la guerra. Otra razón era la hambruna y la falta de trabajo en ese lado del mundo. Muchos fueron a Estados Unidos, a Brasil y otros vinieron a Argentina; y nada les fue fácil.    
Luego del pogrom surgió el nazismo. Mis padres fueron alemanes, vinieron antes de la segunda guerra mundial escapando de las persecuciones  del nazismo. Ellos llegan a través de la Lievich Colonisaison Asocieyson, una empresa que compró campos en Entre Ríos y en Santa Fe, los dividió en parcelas de 100 hectáreas y a cada familia le dio una fracción. No era gratuito, les proveían herramientas, una yunta de bueyes, semillas, adobes para hacer el rancho y a trabajar. Cuando comenzaban a producir debían devolver los préstamos durante 30 o 40 años; fueron saldando la deuda y se quedaron con las tierras. Aquí y allá se  vivían épocas  duras. Así llegan los primeros judíos; muchos se asentaron en Tucumán.
Algo digno de destacar de la Colectividad judía en la argentina, es la integración total.

*Pogrom: Voz rusa. Asesinato en masa espontáneo u organizado, de personas o grupos sociales indefensos.
El pogrom de Rusia -1881/1917- fue un movimiento popular cristiano dirigido por las autoridades zaristas para exterminio de los judíos. Durante la guerra civil que siguió a la revolución bolchevique de 1917, decenas de miles de judíos murieron en la violencia del pogrom en la región de la Ucrania y en la Polonia oriental (entre 1918 y 1920).
Es oportuno el anotar aquí que a la par de aquella matanza en Europa Oriental, la Argentina tuvo su propio pogrom en Buenos Aires. Eso ocurrió en la famosa Semana Trágica, Enero de 1919.







 Cementerio Israelita


“En nuestro cementerio hay un cuadro (Nº 16) en un rinconcito que guarda los cuerpos que fueron trasladados desde el cementerio del Norte, de cuando tuvimos allí un espacio prestado por la municipalidad; esas tumbas ya no tienen ni los nombres; son aproximadamente 30.
Es muy notoria la diferencia edilicia de lo que se hacía en otras épocas con lo que se hace ahora. Hoy es todo más moderno. Los mausoleos de antes eran muy grandes y suntuosos”.
                                                                             Alfredo Wolf         
    Encargado Responsable del cementerio Israelí





 


 
A medida que los inmigrantes judíos llegaban a Tucumán, los más resueltos comenzaron a pensar en cómo formar una sociedad o agrupación que los aglutinara y de esa forma sufrir menos el ostracismo social y lingüístico. Mientras solidificaban ese proyecto, surgió una necesidad que es inherente a todo grupo humano: dónde sepultar a sus muertos.
Llevados por esta premisa es que gestionaron ante las autoridades provinciales y municipales de la ciudad, el otorgamiento de un espacio de tierra en el cementerio del Norte, petición que fue autorizada por lo que les fue otorgado el cuadro nº 38. Claro, por razones religiosas ese camino no era el óptimo, pero aquella incipiente comunidad no tenía otras opciones y debieron  ajustarse a las disposiciones por entonces vigentes.


De un libro de autoría del señor Blumenfeld y que nos facilitó Alfredo Wolf en las oficinas de la Sociedad Unión Israelita de Tucumán, pudimos extraer lo que a continuación transcribimos:

Ya en posesión del cuadro de tierra nº 38, la comisión directiva (judía) había peticionado un permiso municipal para construir una verja alrededor del terreno que albergaría  a sus muertos, pero la solicitud fue denegada aduciéndose que el mencionado terreno no había pasado a ser propiedad de la Unión, sino que pertenecía a la municipalidad. De ese modo el uso de ese espacio no era sino una solución  temporaria, pues no respondería a la norma religiosa  que prohíbe trasladar restos ya sepultados. La concesión era por cinco años, renovables por períodos quinquenales durante cuarenta años. Aun cuando fuera factible esa renovación, se abrirían nuevos interrogantes por la limitada capacidad del referido cuadro, para 105 sepulturas solamente. Esas cuestiones preocupaban a la chevrah kedusha  seriamente.
Infortunadamente el fallecimiento de dos hombres jóvenes en 1912 dio lugar a la pronta habilitación del cuadro nº 38. El primer sepelio fue el de Isaac Siganer, de 22 años, carpintero,  que murió en abril de ese año,  en un accidente ferroviario;  el segundo fue el de David Masquil, de 20 años,  trasladado desde Salta.
Durante 1923 y 1924, rigió la corporación Chevrah Kedusha una comisión veterana en asuntos comunitarios. Subsistía  el viejo anhelo de establecer un cementerio israelita propio y definitivo y ese propósito constituyó el objetivo primero  de dicha comisión. Hasta ese momento había transcurrido una década desde que se concedió el espacio en el Cementerio del Norte.
Con las tratativas acerca del proyecto tanto tiempo latente, comenzó la reunión pública convocada  para el 31 de mayo de 1923 en la sede de la unión. Dirigió el debate la Comisión Directiva de la Chevrah Kedusha cuyos integrantes en ese momento eran: Rosh Hachevrah, Marcos Ferdman, Gabay Rishón, Aaron Oxman, Gabay Sheni, Isaac Feldman; secretario, Lázaro Atochkin; tesorero, Guillermo Rascovsky; protesorero, Jacobo Majlin; consejeros, Abraham Feldman y Juan Majlin; síndico, Marcos Bass.

 


 Unánimemente se aprobó el proyecto de adquirir un terreno en los aledaños de la ciudad. El único medio de conseguir el dinero para la compra era a través  de una colecta. Fue entonces que  Guillermo Rascovsky, habló de las grandes obras que los judíos suelen realizar solo con la base de una esperanza. De inmediato encabezó una suscripción, con el ejemplo de su generosidad. El proyecto quedó así salvado.
Para que efectuaran sus aportes hasta los menos pudientes, se acordó que cada suscriptor abonaría su contribución en 10 cuotas; al mismo tiempo esta facilidad permitiría a cada uno suscribirse con una suma mayor  que si el pago hubiera sido único.
Resultaba así que después de los 10 meses el terreno estaría abonado, siempre y cuando se hallara una propiedad que pudiera pagarse en diez mensualidades o pagos acordados.  
Para buscar las tierras en tales condiciones fueron comisionados Marcos Ferdman, Adolfo Pobirsky, Aarón Oxman e Isaac Aiziczon.
Ellos informaron posteriormente a la comisión directiva, que lindando con el cementerio del Norte había un campo adecuado. Sin embargo esta compra no se concretó; poco después se adquirió terrenos adyacentes, más al norte de esa propiedad, conviniéndose por ellos un precio de $ 10.000.-, de los cuales $ 6.000.- debían pagarse a un año de plazo con un interés del 8%. La superficie de la tierra comprada fue de 143,75 x 287,50 metros.
La asamblea de la Chevrah Kedusha aprobó el convenio y designó para firmar la escritura a Marcos Ferdman, Adolfo Pobirsky, Alfredo Kobelkovsky, Miguel Lekman e Isaac Aiziczon. Los títulos serían a nombre de ellos hasta que la entidad obtuviese la personería jurídica, condición necesaria  para inscribir el inmueble como de su legítima propiedad.
El valor de lo adeudado pudo ser abonado según lo convenido en el tiempo estipulado, y enseguida empezaron los preparativos para solicitar la personería jurídica.
Según las leyes provinciales en vigencia, la limitada corporación debía constituirse en una sociedad civil, con un estatuto formal que rigiera su existencia y actividades. El domingo 3 de febrero de 1924, en la sede de la unión, una asamblea convirtió a la Chevrah Kedusha en “Asociación Chevrah Keduscha Aschkenazí Tucumana. De los 28 socios masculinos presentes, 19 eran los fundadores de la corporación en 1914.
Dos semanas después se reunieron  46 socios en una asamblea que aprobó los estatutos, cuyo artículo segundo fue objetado por el gobierno de la provincia. La ordenanza municipal del 30 de junio de 1889 debía ser un obstáculo, con su prohibición expresa de inhumar restos fuera de los cementerios de la comuna. Y aquél artículo disponía dar sepultura en el cementerio de la Asociación, o sea fuera de los cementerios de la municipalidad.
El Pinkas registró en un emotivo texto la congoja de los dirigentes ante aquella situación. Habían asumido una gran responsabilidad ante sus correligionarios. Habían colectado dinero para la compra del terreno y todo parecía conducir al fracaso.
El doctor José Lozano Muñóz era a la sazón asesor letrado de la municipalidad y gran amigo de los israelitas, consultado por los dirigentes, aconsejó entrevistar al gobernador doctor Miguel M. Campero (1924-1928) y pedirle una solución.
El gobernante recibió una delegación integrada por Marcos Ferdman, Moisés Rascovsky y Miguel Schugurensky. Evidenciando comprensión y simpatía ante la cuestión religiosa planteada, prometió estudiar el asunto de la personería jurídica.
El 12 de diciembre de 1924 el gobierno por intermedio de su ministro Tomás A. Chueca, recomendaba la modificación del artículo segundo, que debía expresar que las sepultura se harían en el terreno autorizado por la municipalidad para cementerio. Así se aceptó en la asamblea el 21 de diciembre. Salvado este escollo el poder ejecutivo concedió personería jurídica, a la asociación Chevrah Keduscha Aschkenazí el 10 de febrero de 1925.
El paso siguiente era obtener la autorización de la municipalidad.
Naturalmente para habilitar como cementerio el terreno adquirido, ubicado en el boulevard Avellaneda, prolongación 23ª cuadra, había que cercarlo mediante un tapial. La Chevrah Kedusha no disponía de fondos. Toda la colecta había sido destinada a la compra,  de modo que hubo que recurrir otra vez a la generosidad de la colectividad.










El domingo  4 de julio de 1926 se colocó la piedra fundamental. Fue padrino Moisés  Firstater, de 80 años de edad; los oficios religiosos estuvieron a cargo del shojet José Mirkin.
Con el producto de la venta de una parte del terreno, se pudo completar el tapial y hacer  el cuerpo central de la administración.
La unión siguió siendo concesionaria del cuadro nº 38 del cementerio del Norte durante once año más, pero desde mediados de 1926 ya no se hicieron sepelios. Por el contrario, los deudos de la mayoría que hasta entonces habían recibido sepultura en el mencionado cuadro, los fueron trasladando y dándoles sepultura en la necrópolis judía, habilitada tras la muerte de Herman Schmurak en 1926.
Mas tarde se efectuó el trazado  de los cuadros internos, calles, veredas, jardines, arbolado, pavimento en la calle  de acceso desde la ciudad, prolongación de la red eléctrica, transporte, etc. etc.




 Devoción popular en el Cementerio Israelí


         Dentro de este campo santo existe una tumba milagrera; es la de Malta Salz, quién fuera santiagueña de origen. No ocupa un lugar especial desde el punto de vista sagrado-ritual en el cementerio. Sí es una de las más antiguas. Su placa conmemorativa dice Malta Salz, fallecida el 19/08/1949, monumento donado por la Chevrah Jedush (jebre jedushe). Los exvotos encontrados, dejados por sus devotos, son similares a los de otras tumbas: flores, una casita en miniatura que dice Punta del Este; entre los elementos tradicionales del judaísmo encontramos Kipa, Kipot, piedras, maguen David, y la manito contra la mala suerte.
Las placas expuestas en su totalidad agradecen por la ayuda de Malta. Los textos son : gracias, Malta gracias por ayudarnos, gracias por tu protección y ayuda, gracias Malta por ayudarme siempre en mis pedidos; etc.
La historia que se cuenta de Malta, es que escuchó una voz que le dijo que ella tenía que trabajar en la Jevre Jedushe, es decir ocuparse de los rituales de preparación del cuerpo de los difuntos, previo al enterramiento y también el cuidado de las tumbas; dicen que ella no cobraba nada por los servicios y la gente la ayudaba con comida y otras manutenciones. Según los relatos hace aproximadamente 30 años que le piden ayuda y le hacen ofrendas.

                                                                             Fragmento de: El patrimonio olvidado
                                                                                          Griselda Barale – 2006





Tradición que se pierde 


            La vieja y severa tradición que nos imponía el concurrir a los cementerios todos los días lunes, con el propósito de visitar a nuestros muertos, está perdiendo vigencia. Ya son pocos los deudos que llegan hasta los mausoleos* familiares, pertrechados con trapos franelas, limpia bronce y vidrios, plumero, escoba y balde, dispuestos a limpiar y airear ese espacio funerario donde descansan los seres ausentes; sitios que una vez aseados, eran ornados con flores y alumbrados con vivaces pabilos. Tampoco es común el ver a familias íntegras que cargando, una pala, rastrillo, pintura y pincel, se instalaban al costado de una sencilla tumba y, como si pasaran un día de campo, se disponían a desmalezar todo el entorno del sepulcro y a darle una mano de color, mientras tomaban unos mates o degustaban bocados rápidos. Tampoco se aprecia en la Cruz Mayor de los enterratorios, el mar de cera que cubría su pie como una pastosa alfombra grasosa y siempre tibia.


Esas usanzas, ligadas al recuerdo y al respeto por los que se fueron de este mundo se conserva, aunque en baja, los 1 y 2 de noviembre -Días de conmemoración de las Almas y de los Fieles Difuntos-, fechas en las que los cementerios aumentan su caudal de público. No es abundoso el decir que la palabra cementerio –coemetérium del latin, y koemeterion o koismasthai del griego- significa en ambos casos: Estar acostado, dormir.  
 

 
                       
*Mausoleo: Nombre dado a la tumba de aquel rey de Caria, Mausolo, quien vivió entre el 377aC y hasta 353 a. C. Al morir Mausolo su mujer, Artemisa, hizo construir en su honor esa bella e imponente obra. Está considerada una de las siete maravillas del mundo.










Las carrozas

La Argentina debe la llegada del carro fúnebre a los ingleses.

  Quienes estiben en sus vidas más de diez lustros recordarán aunque más no sea vagamente, a esos lúgubres carruajes montados sobre cuatro ruedas de tazas bronceadas, y provistos de un balancín de  donde se ataban, en yunta y de acuerdo al status del cliente, dos o cuatro caballos percherones pintados de negro desde el lomo hasta las patas y ataviados con ostensibles arneses llenos de apliques dorados.
La estructura de estos coches era de madera torneada y laqueada en negro. A los costados del pescante lucían unas agarraderas de bronce prolijamente bruñido de las que el cochero se asía para trepar hasta el asiento tapizado en cuero, también negro y pespunteado con tachas como de oro. En la cúspide, rematada en formas blondas, llevaban adosada una redondeada cruz que bien podía ser cambiada por otro símbolo, de acuerdo al credo o religión de quienes la contrataban.

Las había también blancas desde las ruedas y hasta los caballos; esas se usaban para el traslado de los niños fallecidos. En la cúspide del níveo caparazón trabajado a torno y laca, se erigía un ángel trompetero de hermosas formas y en grácil movimiento escultórico.    

Los cocheros, por vaya a saber qué mandato o convencimiento, tenían un gesto adusto, un halo de misterio si se quiere. Sus ropas, pesadas hasta en el húmedo y tórrido verano, consistían en unas levitas largas de paño negro, las que llevaban  siempre abotonadas hasta el cuello llamado degüello; pantalón a rayas o en gris liso; zapatos charolados; sombrero Galerita, Orión, o Riflero; guantes blancos y sobre el pecho, ajustado a la gruesa camisa de algodón blanca, un corbatín, moño, o un paño sedoso de tono pardo que simulaba un elegante pañuelo.  

 Viejos hábitos  

 


            Ellas comenzaban a llegar con el alba del día lunes. Casi todas venían de ahí cerquita nomás, de los barrios pobres que rodeaban al cementerio. Algunas traían colgados de sus brazos enormes canastos colmados de flores recién cortadas que al balanceo de un andar lento, dejaban caer gotitas de aguarrocío humedeciendo sus polleras. Otras, decididas a instalar un puesto más importante, arrastraban un carro bajo, cargado con tachos para agua, tablones, caballetes, cajas de velas de diferente tamaños y armazones de pequeñas coronas listos para ornamentar  con flores de papel en un santiamén, a gusto del cliente; además el carruaje le permitía transportar flores de varas como gladiolos, blancas calas, encapulladas dalias o la modesta margarita doble.

A medida que iban llegando ocupaban, como de memoria, un lugar junto a la tapia umbrosa de añejos árboles. Eran mujeres mayores, muchas de ellas viudas, enlutadas hasta las zapatillas. Sus  pelos lacios y entrecanos recogidos a puro invisibles o trabas lucían por sobre el prolijo peinado un pañuelo negro.

Ahí estaban las pregoneras ofreciendo sus mercancías perfumadas. De entre ellas sobresalían dos o tres por sus habilidades de rezadoras y de lloronas.  Acompañada siempre por el menor de sus hijos o algún nieto en sus quehaceres, dejaban al niño a cargo del ‘puestito’ y partían diligentes donde fueran requeridas para estas serias tareas de rezar o llorar  en los velatorios o sepelios. Arrimadas a la muerte por vaya a saber qué misterioso sino, estas mujeres de negro cultivaban sus jardines con ahínco y todos sabíamos que el fruto de sus empeños no lucía para los vivos, porque ellas, en una actitud que hasta hoy nadie entiende, jamás vendían una flor para adornar el mantel de una mesa familiar.


Empilchados como en domingo




            El visitar a los difuntos exigía vestirse bien, pero guardando cierta compostura en lo que se lucía o mostraba. Por ejemplo, se debían evitar los colores estrambóticos, los perfumes penetrantes y las joyas estrafalarias. Es decir que los deudos guardaban ante sus seres desaparecidos cierta sobriedad, aunque no estaba ausente la mejor ropa que se poseía.

En el “cementerio de los pobres”, sitio de las clases menos pudientes o de las que no tenían linajes patricios, las mujeres, si todavía correspondía el tiempo de duelo -un año para las viudas-, calzaban vestidos negros, cubrían sus piernas con medias oscuras y llevaban zapatos de taco mediano; era común que taparan sus cabezas con mantones o pañuelos también negros. Si el riguroso luto ya se había cumplido, la vestimenta usual permitida pasaba por ropa de medio luto; es decir, vestido o falda gris o floreado en tonos oscuros, medias color carne y un tocado sobre el pelo.

Los hombres, un poco más libres en la elección de sus atuendos, exhibían un brazalete negro en la manga izquierda de sus sacos, llevaban corbata y sombrero de paño oscuro.  



Ahora bien ¿Qué se usaba en las clases altas en tiempos de luto? ¿Cómo vestía la gente que concurría  al otro cementerio, al del Oeste? Una crónica tucumana redactada en 1913 nos habla de eso: 



Moda de la indumentaria de duelo
Diario El Orden – 9 de enero de 1913



En otros tiempos el traje de duelo permanecía invariable distinguiéndose siempre por su extremada sencillez;  ahora las épocas han cambiado, y aunque algunas modistas permanezcan fieles a la austeridad de luto, la generalidad de las jóvenes lleva en negro la toilette de moda, con muchas guarniciones de crespón y bordados opacos.

Sin embargo, a pesar de todo, es preciso seguir el protocolo impuesto para los períodos de luto.

El de luto riguroso no admite más que tela negra y opaca, cachemir de la India, sarga, etc. pero con los trajes tailleurs puede usarse  los meros cótelées con blusa de crespón inglés. Después de los primeros meses de gran duelo se reemplazan los adornos de crespón por otras guarniciones.

El período de medio luto admite una toilette menos severa, y en ese caso el terciopelo y la seda pueden servir de adorno a las telas de lana. Para los trajes habillée se ponen bordados de seda o entredós de guipure, velado de tul negro. Para gran luto son muy admitidos el cuello y puño de lino blanco, lo cual da un aspecto sobrio y cuidado suavemente agradable.

En París son pocas las personas que no han adoptado esta moda. En Norteamérica se llevan mucho los velos de tul negro con un borde de crespón blanco; es este un rebuscamiento que imprime al gran luto  un aspecto algo frívolo pero bonito a la vista.

Las alhajas de luto se llevan en madera negra o acero bruñido, cuando es más aliviado; el azabache se usa cada días más.

Los pañuelos de mano más elegantes serán con un pequeño filete y un monograma negro pero los completamente blancos tienen innumerables partidarios.

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Redacción: Néstor "Poli" Soria
Entrevista, recopilación y armado: Ana Lía Madrigal



El matadero municipal


La matanza y carneo de animales para consumo de la población de San Miguel de Tucumán es un asunto que, bastante pasada la segunda mitad del siglo XIX, comienza a preocupar a las autoridades.
Ya no era posible el ver que el sacrificio de ganado se realizara en cualquier corral que estuviera en la ciudad, sin ningún cuidado para la salud, por la nula higiene, ni tampoco el presenciar lo despiadado de los sistemas con que se despenaba. Además se debía terminar con el traslado de las reses semi despostadas, en transportes que no eran otra cosa que sucios carruajes que permanentemente goteaban espesos hilos de sangre a su paso y conducidos por hombres maltrazados y sucios.
Es en esa época en la que empieza a pensarse en la construcción de un matadero formal, regido por ordenanzas municipales.

Estas ‘casas de matanza animal’ tuvieron en la ciudad dos ubicaciones. La primera en calle Paso de los Andes, lindando con los fondos del predio que luego ocuparía el cementerio del Oeste - siglo XIX -. La segunda - 1915 - y una remodelación - 1932 - en una extensión del por entonces desolado paraje llamado Alto la pólvora; es decir, en el  lado noreste de Villa 9 de Julio.
En los renglones por venir iremos desarrollando datos de estas dos últimas construcciones, ya que son de interés para quienes les interese nuestra historia.

Sala de Secciones,  15 de octubre de 1909

Decreto autorizando al D. E. (Departamento Ejecutivo) para adquirir un terreno con destino a matadero.

El Honorable Concejo Deliberante  de la municipalidad de San Miguel de Tucumán, ha acordado y ordena:

art. 1º: Autorizase al D. E. para adquirir en compra a don Enrique Gerstron, un terreno de dieciséis hectáreas  de superficie, en el lugar denominado ‘Alto de la pólvora’, al precio de mil pesos moneda nacional la hectárea, destinado a construir en él, el matadero público y anexos.
art. 2º:  El gasto que demande el cumplimiento del artículo anterior se imputará a esta ordenanza y  se pagará con la partida correspondiente, según disposición de esta misma fecha, sobre inversión del préstamo del Exmo. gobierno de la provincia.
art. 3º: Comuníquese, etc.
firmado: F. Mendióroz -  T. B. Córdoba
despacho: octubre 18 de 1909

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Sala de Secciones, octubre 15 de 1909

Resolución autorizando al D. E. para mandar a confeccionar los planos del matadero público  municipal.

El H. C. Deliberante de la municipalidad de Tucumán, acordó y resuelve:

art. 1º: Autorizase al D. E. para mandar a confeccionar  con el departamento de Obras públicas municipales, los planos, especificaciones y presupuesto de un matadero público  y sus instalaciones anexas y necesarias, calculado para una población no menor de 100.000 habitantes.
… y otros artículos
art. 2º: Que el D. E. proponga el aumento de personal necesario en el departamento de Obras públicas para que esté en condiciones de realizar los trabajos consignados en el artículo anterior, y a las demás que emergen de la inversión de los fondos provenientes del Exmo. gobierno de la provincia.
art.: 3º: comuniquese, etc.

firmado: F. Mendióroz -  T. B. Córdoba


El 16 de junio de 1911 se autoriza a los señores Albertelli y cia. la construcción del matadero público municipal y anexos.

Arriendo de corrales en los nuevos mataderos
            10 de diciembre de 1915

El interventor municipal decreta:



art. 1: Se fija en la suma de diez pesos mensuales el arriendo que deben pagar los consignatarios por cada casilla.

art. 2: A los efectos de la distribución de los corrales, procederá inspección general a hacerlo entre  los  consignatarios,  de acuerdo a la importancia de las operaciones realizadas por los mismos, según los datos que le suministre la oficina de recaudación.
Firmado: E. Avellaneda – Exequiel Bravo
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Tucumán, 10 de diciembre de 1915
Fijando el 11 del corriente para la inauguración de los nuevos mataderos.
Vista la nota de  la dirección de Obras públicas  de fecha 10 del corriente mes, por la que pone en conocimiento de esta  intervención que se han terminado las obras de los nuevos mataderos y considerando que es necesario determinar día y hora para que tenga lugar la inauguración del referido establecimiento, a fin de que sea entregado al servicio público

El interventor municipal decreta:
art. 1º: Fijase el día 11 del corriente mes de diciembre de 1915, a horas 6 p.m. para que tenga lugar la inauguración de los nuevos mataderos.
art. 2º: Invítese por nota a los poderes ejecutivos, legislativos y judicial,  eclesiáticos, jefe de la 5ª región militar y oficiales, a sus órdenes, jefe de policías y presidente del consejo general de educación.
art. 3º: Invítese igualmente al personal de la administración a concurrir a la inauguración del nuevo establecimiento.
art. 4º: Los gastos que se originen por este motivo, se pagaran de rentas generales, con imputación al presente decreto.
firmado: E. Avellaneda  - Exequiel Bravo.









Año 1916
Derecho de matadero

art. 24: Queda prohibido la matanza de animales vacunos, porcinos, lanares y cabríos, fuera del matadero público municipal, y de los sitios que la intendencia determine.

Los infractores de esta disposición pagarán la multa de 10 pesos m/n por cada animal vacuno que matasen, y 25 por cada lanar o cabrío.

art. 25: Por los animales que se maten en el matadero y en los sitios designados por la intendencia, se pagarán con arreglo a las siguientes categorías:
Por cada animal vacuno              $m/n….….2.50
Por cada animal porcino              $m/n…….1.25
Por cada animal lanar o cabrío    $m/n…… 0.35
En esta tarifa están comprendidos los derechos de mataderos y carnes muertas.

Derecho de corral

art. 26: Todo animal que halla de ser sacrificado en el matadero público, será previamente encerrado en el corral de dicho establecimiento.
art. 27: Por este servicio se pagará el impuesto en esta forma:
Por cada animal vacuno.  $m/n 0.10
Por cada animal porcino  $m/n  0.05

El 18 de agosto de 1917, en vista que los carros para el transporte de carne no reunían las condiciones de higiene, el intendente municipal decretó que en un plazo de tres meses los propietarios de carros o empresas de transporte de carnes de los mataderos a los distintos puntos donde se expende, procedan a reemplazar los actuales vehículos por aquellos que reúnan las condiciones de higiene. Multas de 20 a 50 pesos no permitiéndose la entrada de carros al matadero.
firmado: Marcos Maciel.

El 14 de agosto de 1920, por decreto municipal, el interventor municipal  suspendió hasta nueva disposición  el carneo de animales equino para la fabricación de mortadela y salamitos, por haber bajado el precio de la carne vacuna y por la imposibilidad de controlar el sacrificio de animales enfermo para la elaboración de estos fiambres.


Nuevo matadero

            Pasaron 17 años desde la inauguración - 1915 - del primer matadero, situado en el lugar denominado Alto la pólvora. Ha llegado el momento de remozar sus instalaciones y a la vez realizar algunos trabajos que anteriormente no fueron contemplados. Las autoridades de entonces, asediados por los reclamos vecinales y punzados por las críticas de la prensa, toman el compromiso de revertir los problemas.  

Diario El Orden - 14 de enero de 1932

Serán entubadas las aguas de los mataderos, las cuales como se sabe, tienen su cause atravesando el parque 9 de Julio, convirtiendo a este hermoso paseo, que es el único sitio a donde pueden ir a combatir los fuertes calores las familias de Tucumán, en un lugar maloliente.
El gobierno de la intervención ha dado ayer un decreto disponiendo que tales trabajos sean realizados por la firma Manuel Martínez, en la suma de 18.468,44 pesos

Se evitaran los olores fétidos del parque

La Intervención Nacional, a cargo de Luciano Irrazábal, ha dado ayer un decreto disponiendo que se realice por fin el entubamiento de las agua de los mataderos
El Orden, en repetidas oportunidades, ha hecho campaña con el objeto de despertar de su inercia a las autoridades públicas, e incitarlas a la realización que esta obra que recién al cabo de tantísimo tiempo, va ha llevarse a cabo.
Era una pena, en verdad que nuestro mejor paseo, por su extensión y la diferencia de temperatura que existe estuviera atravesado por una acequia cuyos olores fétidos, por provenir de las aguas servidas de los mataderos obligarán sobre todo en determinadas noches de calor a huir del parque.
El decreto ordenando la realización del entubamiento de esta acequia no ha podido menos que ser mirado con simpatía por todos, puesto que era una obra que se imponía y a la que no se le daba su verdadera importancia.
El decreto dado ayer aprueba la situación pública realizada el día 5 del mes en curso en el departamento de Obras Públicas para los trabajos de entubamiento del desagüe de los mataderos y se acepta la propuesta del señor Manuel Martínez por un valor de 18.468,44, para la ejecución de los mismos.


Diario El Orden – 18 de marzo de 1932

Se estudiará la construcción de los mataderos.
En la semana entrante el intendente estudiara este proyecto y el de la construcción de hornos de cremación y una usina para pasteurizar leche y ley de presupuesto.
Los someterá al Concejo Deliberante

El intendente municipal de esta capital doctor Luciano Irrazábal nos hizo saber que aprovechando el feriado de estos días se dedicará con preferencia y con calma al estudio de los diversos asuntos que someterá a la resolución del Honorable Concejo Deliberante en su próximo período de sesión.
Por otro conducto sabemos que entre los primeros asuntos que la comuna someterá al Concejo Deliberante figuraría la propuesta de una poderosa empresa de la capital federal para la construcción de grandes instalaciones para mataderos, hornos de cremación y utilización de desperdicios  etc. con destino a la fabricación de ladrillos. También se someterá a su consideración el asunto de la creación de una usina de pasteurización de leche; construcción de nichos en los cementerios; la cuestión de la pavimentación del resto de la capital y el asunto de hospitales.
Como se ve pues las futuras tareas del Concejo Deliberante deberán ser fecundadas y de grandes y positivos beneficios para el progreso y embellecimiento de nuestra capital.
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Diario El Orden - 7 de marzo de 1932
Grandes mataderos modelos y hornos crematorios hará construir la intendencia municipal

Obras urgentísimas

Con el loable propósito de conocer personalmente las instituciones dependientes de la comuna, el intendente doctor Luciano Irrazábal, ha realizado una minuciosa visita a los mataderos. A su retiro de ella procuramos conocer su impresión y sus propósitos al respecto.
El intendente se mostró alarmado de las deficiencias y condiciones en que funcionaban estos cuyo estado nos dice es ya materialmente intolerable y deficiente para las exigencias de esos servicios, los cuales se cumplen en condiciones que realmente impresionan hasta producir verdadera repulsión.
En conocimiento de este estado de cosas he dispuesto ocuparme de inmediato y agrega, dotaremos a Tucumán en breve plazo y en condiciones que nos coloquen a la altura de toda capital civilizada, de grandes instalaciones de corte absolutamente moderno e higiénico, sin recargar en nada las finanzas del municipio, realizando obras especiales que harán honor a nuestra capital.


En 1937 dispusieron las matriculas para los matarifes y consignatarios, dice así:

art.1º: A partir de la promulgación de la presente ordenanza, el D. E. procederá a abrir un registro de matarifes y consignatarios.
art.2: Para obtener la matrícula deberán formular la consiguiente solicitud a la municipalidad la que previo los trámites correspondientes otorgará la autorización respectiva.
art.3: Se Establece un derecho de inscripción de la siguiente forma:

Matarifes a) Primera categoría: los que faenarán más de 10 animales diarios, pagarán por trimestre pesos 150.
b) Segunda categoría: los que faenan hasta 10 animales, pagarán por trimestre, 75 pesos.
c) Los que faenen animales porcinos, lanares y terneros, pagarán por trimestre 25 pesos.

Consignatarios:
a) Primera categoría: los que vendieran más de 1000 animales mensualmente, pagarán por trimestre 150 pesos.
b) Segunda categoría: los que vendieran hasta 1000 animales por mes, pagarán por trimestre 75 pesos.



El nuevo matadero  municipal se inauguró en 1939 y cesó sus actividades en el año 1974.


Crónica de memoria sobre El matadero 

Jorge "Baby" Nieva y señora, vecino de villa 9 de Julio


Los que siguen son otros datos referidos al matadero municipal, escuchados de boca de un vecino memorioso, Jorge ‘Baby’ Nieva; hombre que vivió muchos años cerca del establecimiento y muy interesado en la historia barrial.
           
"El enorme predio del matadero municipal estaba enclavado entre las calles Blas Parera, Salas y Valdez y Martín Berho, el cuarto lado se confundía con el campo. De modo directo o indirecto fueron miles las personas que tuvieron relación con su funcionamiento.   
Sólo por nombrar a algunos, he aquí cada uno en su puesto de trabajo:
Los porteros fueron dos: Alberto Cipri y Carlos Cruz.
En la sección matanza voy a nombrar a un diestro en el martillo: Isidro Ponce; cabecero: “El mula” Villarreal;  desolladores: los hermanos Paz “Filo de hacha”; en la sierra: ‘El negro’ Pereyra; en la tripería: Andrés Velicce; despanzando: ‘El negro’ Danovich y sus hijos; los hermanos Rodríguez; Cavico, Coy y Gerardo Jurado;
Sección calderas: Antonio Cipri y Juan Brizuela; talleres: el jefe Cluve Cluve, un inglés. Secretario general del Sindicato: Ramón Gonzáles; miembros: Pila Moreno, Culinche Pastrana y los Cipri. Control de aftosa: Benito Perea, Paulino Rito y ‘Tití’; veterinario: Figueroa, del Senasa; certificados de salud animal: Juan Alcanyaga ‘El chileno’, quien extendía certificados."

"El matadero tuvo también un puesto policial al que llamaban: Comisaría de la tablada.
Me contaron que en aquel tiempo faenaban de 500 a 600 vacunos por día de lunes a viernes."

"Consignatarios de hacienda: Ernesto Juárez Reinoso y cía;  Leandro Gil Manucci;   
I. Cortinas; Waiman Benito hnos;  Pedro Martínez; Whirtel Reinoso."

"Matarifes: ‘El pibe’ Molina; ‘El negro’ Lucena; Hipólito Rodríguez; Arito Molina: José Amín; Raúl Arias; Francisco Marchetti; Pérez Wolflic; Francisco Reinoso; Félix Rojano; Juan Rojano; Blanco; ‘Lalo’ Bessone; Emilio y Miguel Carraspiso. "

"Arrieros:  Reyes Medina; ‘Chacho’ Cabañes; los hermanos Pedro, Pastor  y Manuel Luna;  Carlos ‘Pichi’ Brito; los hermanos Ignacio ‘El negro’, Santos Paulino  y Pita Perea;  Isaac Ataliva; Andrés ‘El negro” Cabañez; Domingo ‘El gordo’ Sánchez; ‘Chela’ Cisneros; Pedro ‘Tormenta’ Villagrán."

"Achureros: Campos; ‘El húngaro’ Luna; Bernabé Ceballos; Gumercindo Albornoz; ‘El chuña’ Galván; Barrera; Diganchi; Coria; Orellana."
"Vendedora de locro en la puerta del matadero: La señora Pilar."

"Asados al frente de la tablada: doña Florencia y doña Rosa".

"Camiones de trasporte de carne: Los hermanos Ledesma; Segundo, Miguel y ‘El gordo’; ‘El sapo’ Díaz; ‘El negro’ Cipri; ‘Bomberito’ González."

"Quiero acotar que en esos tiempos la calle Blas Parera se tornaba una arteria de mucho tránsito, ya que era la única que llevaba al matadero."
 
"A las familias carenciadas se les regalaba las achuras."









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DE UN PUEBLO ESPAÑOL A VILLA 9 DE JULIO

Fernando Joaquín Rojano
Entrevistado
Fernando Rojano -andaluz-
Agostina R.Muruaga-Domingo
Alberto y Fernando J. Rojano




Fernando Rojano vivió 21 años en el pueblo andaluz Priego de Córdoba. Era un españolito que debía cumplir con lo que acá llamamos 'servicio militar' y allá se conocía como "servicio al rey", pero no le gustó el 'convite' por lo que decidió tomar distancia. España pasaba por serios problemas de orden interno y enrolarse en las filas del ejército representaba un riesgo que él no estuvo dispuesto a enfrentar. El muchacho había nacido en 1892. En 1913, soltero, se encaramó a un barco que partía para América, territorio que conocía 'de palabras' pues unos paisanos suyos, radicados en Argentina desde tiempo atrás, algo le habían contado por carta. Es oportuno el decir que la América de la que se hablaba en Europa se llamaba Buenos Aires.  
Su llegada a puerto no se diferenció en nada del arribo de otros viajeros en su misma situación: Presentar papeles y documentos ante las autoridades, hacinarse en el Hotel de inmigrantes, pensar con incertidumbre en un destino fijo, en fin, lo que ya se conoce. 
Avenida Juan Batista Justo al 1400
Su hijo, nuestro entrevistado, al que llamaremos por sus dos nombres para diferenciarlo del inmigrante, luego su padre, nos cuenta:
-Él quería ir hacia la provincia de Mendoza, le habían dicho que esa tierra era muy parecida a España. Pero lo mandaron a Tucumán y contra esa orden nada pudo hacer.



Sin oficio


            El inmigrante Fernando era un campesino hecho desde muy chico al trabajo de labrantío y al trajín con animales. Con sólo 7 años de edad cargaba sobre sus hombros la orfandad paterna y la vida lo encadenó al agobiante yugo de ganarse el pan con lo que podía.
Ya en Tucumán, el sur de la provincia lo vio en pueblos como, Arcadia, Monteagudo, Concepción y otros parajes rurales, doblado sobre los surcos de las quintas de verduras, carpiendo, desyerbando o aporcando verdes simientes ajenas.
-No peló cañas de azúcar; él sabía de verduras. Nos dice Fernando Joaquín.
Luego de 8 años de permanencia en el sur tucumano, abandona las labranzas y decide probar suerte en la ciudad de San Miguel. Corría la década de 1921. Soltero aun, con facilidad encuentra conchabo en una carnicería; pasó después por una fiambrería, hasta que conoció a don Hipólito Blanco, matarife que lo contrató como peón.

Mucho tiempo después, Fernando Joaquín, se enteraba de algo más:

-Él llevaba los animales al matadero; ahí había un salón grande y otro chico; en el grande se carneaban vacunos; en el salón chico se carneaban cerdos, corderos, cabritos. Al comienzo sus tareas fueron múltiples. Don Blanco poseía una jardinera y él tenía que llevar y traer la carne y hacer el reparto. Lógicamente que era muy sacrificado, y lo sigue siendo. Trabajaban sin parar durante todo el día. En ese tiempo no había cámaras frigoríficas; se debía vender rápido. Ahí aprendió a carnear cerdos.


Fernando Rojano y Agustina Rosa Muruaga

Ansiada independencia


Jornadas van, experiencias vienen, Fernando, el inmigrante, resuelve independizarse. Un simoqueño amigo, cuyo nombre se perdió en el olvido, lo ayudó a conseguir la patente necesaria para faenar animales.
Es entonces cuando la soltería del muchachón comienza a acotarse. En un recodo del destino conoció a una muchacha de nombre Agustina Rosa Muruaga, tucumana de Concepción e hija de Domingo Muruaga. Pactada la pareja, se radican en la calle Martín Berho, arteria que ya tenía traza de avenida por lo ancha; la casa lindaba por otro costado con la calle Benjamín Villafañe.



Domingo Muruaga
Fernando Rojano -andaluz-
Agostina R.Muruaga-Domingo
Alberto y Fernando J. Rojano

La juventud que casi siempre es vital y prolífica, al matrimonio Rojano-Muruaga le pobló la casa con cinco hijos:  


-Allí nacimos los  cinco hermanos: El mayor, Domingo Alberto; luego yo,  Fernando Joaquín, nacido en 1934; luego Juan; Carmela y Félix, este último hoy de 70 años. Nos cuenta Fernando Joaquín.

Matadero Municipal

Zona de peligros


            Nosotros, los recopiladores, podríamos narrar este pasaje que habla del peligroso ambiente que por entonces significaba el habitar la zona donde está la calle Martín Berho, pero es mejor que lo diga Fernando Joaquín, el entrevistado:

-Era una zona que tenía sus riesgos porque estaba cerca del matadero y, como casi todos trabajaban allí, cargaban en la cintura sus herramientas, cuchillos, chairas, ganchos. Algunas veces salían del trabajo y se desconocían por algún motivo; otros no se iban a la casa, se quedaban por ahí cerca, en algún almacén. En mis tiempos de mocedad estaba la confitería de los García.

El progreso


El siglo XX transitaba su tercera década y la ciudad buscaba ordenar su ejido. Principalmente en aquellas zonas, como la del matadero municipal, relegadas por años del ordenamiento necesario.
El español convertido en matarife, Fernando Rojano, veía progresar a su emprendimiento, pero la calle Martín Berho lo expulsó pues sus corrales ya resultaban inapropiados en ella.

Fernando Joaquín cuenta:    
Allí teníamos unos corrales con cerdos y otros animales chicos.
Nos tuvimos que cambiar a otra zona para poder conservar el oficio de matarifes y  de lidiar con animales. Entonces nos fuimos a vivir  a la avenida Juan B. Justo al 2200, a un campo entre los dos cementerios. Ahí alquilamos un predio donde teníamos los corrales y la casa familiar; en ese sitio estuvimos más o menos 9 años.

Al decir de nuestro entrevistado, debieron trasladarse una decena de cuadras más al norte, zona que aun estaba despoblada; único modo de mantener su actividad. Es así que arrienda, a Emilio Bono, una extensa propiedad situada entre los dos cementerios, el del Norte y el Israelita. Se trataba de un campo cuyas medidas eran: una y media cuadra de fondo por otra cuadra de ancho. El espacioso sitio le permite albergar a su hacienda y a la vez volverlo propicio para el pastoreo.
Fernando Joaquín sonríe al contarnos que en ese lugar vivían solamente ellos y que la gente le llamaba al sitio “barrio sándwich”, pues quedaba encerrado entre los dos enterratorios.


Cementerio Israelista
Cementerio de los pobres,
luego Cementerio del Norte










De la actividad


            En aquella enorme fracción alquilada entre los dos cementerios, los Rojano armaron corrales para los caballos de tiro que eran ‘los motores’ de sus jardineras y también las porquerizas para encerrar a los cerdos –en realidad quien nos cuenta dijo: por porqueriza=chiquero y por cerdos=chanchos- o sea bien a lo tucumano. 
Carne de cerdo de la
carniceria Rojano
Cuando trasladaban los cerdos al matadero lo hacían de a pie. El recorrido normal era: Salir de los corrales y bordear la tapia de atrás del cementerio del Norte; al final del muro tomaban la calle Juan Posse y luego la calle Martín Berho por donde estaba la entrada.
 
-En esa época se consumía más cerdo que ahora. A veces llegaba una jaula cada 15 días. Nos dice Fernando Joaquín.

La vida entre dos cementerios


Dice la voz popular: ‘El miedo es cosa viva’; ‘Cada cual es dueño de su miedo’; ‘Tenerle miedo al muerto’… Muchas frases y dichos pueden caber cuando nos referimos a las perturbaciones angustiosas del ánimo que conocemos como miedo. Viejas creencias y mitos ancestrales nos vuelven recelosos a sufrir algo no deseado. La sola mención nocturna de un cementerio, por ejemplo, agita nuestras mentes y puede exaltarnos hasta el paroxismo. 
Pero no es el caso de los jóvenes Rojano, habitantes por muchos años de aquel sitio que por estar ceñido en sus costados por dos cementerios, fue llamado ‘barrio sándwich’. Quizás estos niños que durante su infancia corretearon entre tumbas y mausoleos, se hayan familiarizado con el escenario y veían con naturalidad lo que otros miraban, y miran, con desconfianza.
















Nuestro informador así nos dice: 

-No teníamos miedo. Nosotros éramos muy amigos de una familia de apellido Reinoso que cuidaba el cementerio Israelita. Con sus hijos nos hemos criado juntos. Hasta hoy por ahí nos encontramos; somos de mucha amistad. Ellos vivían en ese lugar y nosotros entrábamos como si fuera su casa. Los chicos no pensábamos que era un cementerio.

Y como buen vecino, aquel cuidador del cementerio les ayudaba a los Rojano a sacar agua del pozo a fuerza de caballo. Es decir, lanzaban a su interior, atado a fuerte soga, un tacho donde cupieran muchos litros del líquido; luego, para sacarlo hasta el brocal, un animal de tiro ponía su fuerza y lo elevaba. Desde allí, a pulso, se derramaba el agua en un piletón. La operación se repetía hasta colmar el depósito; desde ahí se surtía al abrevadero de la hacienda.
¿Y porqué don Reinoso se ofrecía a colaborar con esta agotadora tarea? Muy sencillo: Los muchachos Rojano devolvían el favor colaborándolo en la limpieza y el mantenimiento de todo el cementerio Israelita.
Un dato más cuenta que estos chicos, cuando vivían entre los dos cementerios,  iban a la escuela nº 49, ubicada en la calle Panamá.

Compran negocio y casa


            En 1948 la faena de cerdos andaba bien. Los muchachos Rojano seguían trabajando con su padre, don Fernando. Buscando diversificar un poco la ruda tarea de carneo y desposte, se animaron a comprar a un tal Berta, la fiambrería que funcionaba en la ochava noreste, de la plazoleta Mitre, avenida Sarmiento esquina ex avenida Mitre -hoy República del Líbano-. Mientras tanto el matarife continuaba con su tarea pero tuvo que mudar los corrales; desde  avenida Juan Bautista Justo al 2200 los trasladaron a un predio ubicado al este del cementerio Israelita.
Al año de probar suerte con los fiambres en la plazoleta Mitre el negocio fue vendido. A la vez compraron una casa en avenida Juan Bautista Justo al 1500 y allí se mudó toda la familia. Corría el año 1949.




Cuenta Fernando Joaquín Rojano que esa vivienda era anteriormente usada como fábrica de embutidos, más específicamente de mortadelas, que explotaba su propietario, un señor Carballo; dice que Carballo le vendió a un tal Barrena y este último hizo la operación con ellos.
El extenso terreno que la contiene, 30 mts. de frente por 65 de fondo, le permitió a Fernando, el español, hacer modificaciones y a la vez ampliar la construcción, dejando hacia atrás la edificación de la antigua fábrica, hoy casi derruida.
En 1955 los Rojano compraron otra propiedad, esta vez  destinada a contener a los corrales de cerdos; el predio, que todavía poseen, está entre la avenida San Ramón y el río Salí.
Por lo demás, todo siguió en sus normales cauces. Los muchachos, siempre trabajando con su padre y de a poco cada uno de ellos casándose y buscando techo independiente. El único hijo que permaneció allí fue Fernando Joaquín pues, pagó la parte que les correspondía a sus hermanos y se hizo dueño de la casa.



Rosa Mercedes Rojano, hija de nuestro entrevistado, entre temerosa y dubitativa nos contó lo siguiente:

Antes de que se comprara esta casa, cuando aun funcionaba la fábrica de mortadelas, los vecinos contaron que  veían entrar carros tirados por tres caballos y que al salir, los carruajes iban tirados por uno sólo.
Siempre dijeron que ese fiambre se elaboraba con carne equina; otros dicen que no es así.

Y la versión de la muchacha no era falsa. He aquí un dato extraído del archivo Municipal:

El 14 de agosto de 1920, por decreto municipal, el interventor  suspendió la vigencia del art. 77, incisos a, b y c, del reglamento de mercados, donde se autorizaba la matanza en la misma fábrica, de animales equinos para la elaboración de mortadelas y salamitos, hasta nueva disposición,  por haber bajado el precio de la carne vacuna y por la imposibilidad de controlar el sacrificio de animales enfermos para la elaboración de estos fiambres.

Otra  generación


Los años pasan y nos situamos en 1959. Fernando Joaquín Rojano, que es quien cuenta toda la historia familiar, es para entonces, un hombre. La compra de cerdos para faenar lo lleva por muchos lugares de la región, interesado  en la búsqueda de buenos animales y, lógicamente, de mejores precios.
Elena Pascualina Yedro
De aquellas relaciones comerciales hay una que sobresale. Es que en el pueblo santiagueño de Guardia Escolta, localidad donde siempre halló excelente mercadería, cierto día conoció a Elena Pascualina Yedro, jovencita oriunda del lugar. No sabemos cuánto duró el noviazgo pero se casaron y fijaron residencia en la casa de la avenida Juan Bautista Justo al 1500, hogar paterno de los Rojano. Haciendo uso de tan amplio predio la pareja construyó un pequeño solar al frente de la vivienda mayor, hasta que con el tiempo, sola ya, ocupó toda la casa. Del matrimonio Rojano-Yedro nacieron cuatro hijos:
Fernando Adrián, en 1962; María Estela, en 1967; Rosa Mercedes, en 1969, Leticia Analía, en 1973.
Con resignación, Fernando Joaquín Rojano dice que su mujer, Elena Pascualina Yedro, falleció el 30 de diciembre de 2006.
Abuela Agustina con sus cuatro nietos, hijos
de Fernando Ignacio Rojano

Fernando I. Rojano, el entrevistado, junto a su familia

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De los negocios


-Uno de mis hermanos también es matarife; no tanto en vacunos, mas bien con cerdos. Actualmente ambos tenemos puestos en el mercado del Norte, como carnicería Rojano. Luego está la carnicería ‘Súper Rojano’; es de un sobrino, hijo de otro hermano.




















En 1982, Fernando Adrián Rojano solicita a las autoridades del ejército que se le conceda un año de prórroga en el cumplimiento de su servicio militar, por razones de estudio. No sabemos si recibió respuesta a su pedido. Pero sí nos enteramos por su padre, don Fernando Joaquín Rojano, que el muchacho ese año fue incorporado sin derecho a excusarse y trasladado al sur argentino. Se había desatado la guerra de Malvinas.
Mientras narramos este hecho nos esforzamos por sentir, aunque más no sea por minutos, la desazón y la angustia que significa el tener a un ser querido envuelto en un acto bélico de esa magnitud;  y al escuchar lo que su progenitor prosiguió contándonos, decimos que el soldado Fernando Adrián estuvo protegido por Dios:       
Fernando Adrían Rojano
-Él cuando estuvo en las islas mandó sólo dos cartas. La misión que tenía era cuidar con su grupo una pista de aterrizaje de aviones argentinos que los ingleses bombardeaban. Dice que ellos estuvieron muchos días en una zanja, con frío, con hambre y sin poder sacarse las botas.
Al finalizar la contienda todos volvían pero él no. A su regreso, luego de casi dos meses, nos contó que estuvo prisionero de los británicos pero que lo trataron bien; hasta lo engordaron dándole abundante comida.

N/R -Es un honor para quienes elaboran este libro, el poder incluir en sus páginas el nombre de Fernando Adrián Rojano.





Don Fernando Joaquín Rojano, el vecino de Villa 9 de Julio, 
quién amablemente nos recibió en su casa, 
siguió contándonos sus recuerdos:

-Estando entre los dos cementerios, para ir a la escuela cruzábamos una finca a la que le decían ‘la finca de Iramaín’; eso era un tambo de aquella época.  Nosotros vivimos en el ‘barrio sándwich’  desde 1939 hasta 1948. Fernando Joaquín Rojano.

-El pozo de agua  también era la heladera que nos faltaba. En el balde poníamos lo que debía conservarse fresco. Sólo el matadero poseía cámaras frigoríficas.
Teníamos un par de  vacas a las que ordeñábamos para la familia.  Además unas piletas donde salar los huesos y así mantenerlos en condiciones para usarlos en las comidas. Fernando Joaquín Rojano.

-El matadero nuevo se inauguró en 1939; es decir que ahora también es viejo. Hubo otro antes que no tenía cámaras Frigoríficas.
En aquel tiempo distribuíamos la carne de cerdo en el día porque no había dónde conservarla. Nosotros coordinábamos los horarios con las carnicerías. Fernando Joaquín Rojano.

-Mi padre era analfabeto; mi madre le hacía las “tarjetas” de los clientes; él marcaba la carne y luego un transporte hacía el reparto. Ya teníamos compradores en el Mercado del Norte. Fernando Joaquín Rojano.

-Mire, si ahora la educación es mala antes era peor.  Lo único que aprendíamos era a cantar la ‘marcha A mi bandera’. Por eso nos mandaron a la escuela nocturna en la Elmina Paz de Gallo, de la Álvarez Condarco primera cuadra. Allí aprendimos algo más. Fernando Joaquín Rojano.

-Cuando vivíamos sobre la Martín Berho, había un almacén de don Camilo; un tal Corbacho, que estaba en la  Benjamín Villafañe y Blas Parera, en ambos hacíamos las compras.
Ya en la otra vivienda, en avenida Juan B. Justo, comprábamos en el almacén de Bocca; estaba frente al cementerio del Norte. Tenía de todo. También íbamos a ‘El Pacará’; almacén y depósito de granos de los Mata. Eso fue entre 1940 o 50. Fernando Joaquín Rojano.

-Para distraernos íbamos al cine 9 de Julio y por tener una aventura al Capitol. Los días domingos en el 9 de julio la entrada valía 0.20 ctvos y los lunes 0.10; ese día se llenaba la sala. Fernando Joaquín Rojano.

-En mi juventud -1945-  la avenida Juan B. Justo  era angosta y las veredas muy anchas. Ya estaba trazada para ser avenida y tenía empedrado. En las aceras había unas altas tipas; también otros árboles grandes. El tráfico no era intenso. Fernando Joaquín Rojano.

-La avenida  Juan B. Justo se achicaba al llegar al puente, cercano al pasaje Brasil; era muy extrecho. Recuerdo que para ampliarlo, como no podían romperlo, le hicieron todo un asfalto encima; los ingleses lo habían construído muy bien cuando hicieron el ferrocarril, porque los carros que cargábamos habrán tenido 3000 kilos y  ahora los  vehículos tienen cargas muy pesadas y no se daña. Fernando Joaquín Rojano.

-Al frente de casa estaba el dispensario, que hoy es el Caps. allí mi madre nos traía a todos los hermanos cuando estábamos enfermos. Fernando Joaquín Rojano.

-En la década de 1960 sacaron los adoquines, también lo árboles; luego hicieron a la avenida Juan B. Justo muy ancha. Fernando Joaquín Rojano.


-En esa época los puesteros y carniceros estaban en buena posición económica, porque se vendía mucho; uno de ellos, Salvador Ruiz, vecino, traía a vender unas  entrañas económicas pero riquísimas; la gente la venía  a comprar mucho. Era una menudencia que Salvador las retiraba del matadero. La entraña es una carne una parte gruesa y otra delgada que separa el estómago del ecxófago. Fernando Joaquín Rojano.

-En la calle Blas Parera al 900 funcionaba la perrera. Hacía redadas por el barrio usando un camión con jaula para encerrar a los perros que enlazaban los empleados. Los vecinos salían a la calle a salvar a sus pichichos. A veces debíamos ir al corralón a retirarlos pagando una multa. No nos debíamos demorar porque a las 72 horas los sacrificaban. Fernando Joaquín Rojano.

-En la esquina de avenida Juan B. Justo y Blas Parera  estaba la carnicería de  Teresa Izquierdo,  luego puso una panadería.
En la primera cuadra  de Blas Parera estaba la Estafeta de Correo, ahora es una fábrica de bolsas. Fernando Joaquín Rojano.

-Para llegar el cementerio del Norte circulaban colectivos. La línea F y la B. Luego vinieron los troley, los que pasaban por la avenida Juan B. Justo y en  la calle Méjico daban la vuelta. Era algo fantástico. A ese servicio lo pusieron cuando yo estaba haciendo el servicio militar, pero duró muy poco. Fue en 1955. Fernando Joaquín Rojano.

-Cuando regresábamos del cine 9 de Julio lo hacíamos casi a tientas, pues la última luz de la avenida estaba antes de cruzar el puente; luego debíamos seguir al  norte hasta nuestra casa, que estaba entre los dos cementerios. El otro foco se encendía en la calle Méjico. Fernando Joaquín Rojano.

-Desde la calle Méjico hasta el canal vivíamos 4 o 5 familias, nada más. No había villas de emergencia. Al frente nuestro estaba la familia Giolito; tenía un tambo de casi tres manzanas; se extendía desde la iglesia que hoy está frente al cementerio del Norte y hasta donde termina el cementerio Israelita. Cultivaba alfalfa para sus vacas. Vendía leche. Fernando Joaquín Rojano.

-El herrero de entonces fue un tal Sosa. Era pariente de la cantora, de Mercedes Sosa. Tenía el taller en la avenida Juan B. Justo al  1700. Fernando Joaquín Rojano.

-Ahora  frente al cementerio está todo cubierto de barrios; antes ahí estuvo la colonia San Ramón con sus campos de cañaverales; hoy es toda una barriada que llega hasta la autopista. Fernando Joaquín Rojano.

-Al frente del cementerio funcionaba la marmolería de los Panchini; trabajaba para el cementerio Israelí.
El florista fue don Gratacos, además era jardinero. Tenía un pedazo de tierra donde cultivaba muchas flores. También comerciaban con flores las señoras Monachessi, italianas. Fernando Joaquín Rojano.

-Los Giamarini también tenían carnicería sobre la Juan B. Justo,  hijos de quien fue  carrocero,  hacía carros, luego cajas para camiones. En la misma cuadra, de sur a norte, vereda oeste, estaba la carnicería de ellos, luego la nuestra y la de Salvador Ruiz. Fernando Joaquín Rojano.

-Nosotros traemos la carne desde Córdoba, de la zona de Río Cuarto. Es buena mercadería; esa región es bien nombrada por esto. Fernando Joaquín Rojano.

-Los Ciccio tenían varios coches de plaza. Vivían a la par de Sosa, el herrero. Ahí guardaban hasta los caballos. Por ahí los cocheros descontentos por la paga  abandonaban los coches en cualquier lado; entonces usted veía al   animal  que llegaba solo con el carruaje  a los corrales. Después cambiaron los coches por taxis. Fernando Joaquín Rojano.



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Francisco Daniel Quinteros    "El Ciego Pancho"

Tránsito del Cármen  Quinteros
Entrevistada


Pudo ser un niño triste o desde la infancia un ‘don nadie’. Pudo arrebujarse en un rincón de la vida y entregarse a sus impiadosos vaivenes. Pudo negarse a iniciar el camino, doblemente tortuoso para un ciego, o sólo animarse a recorrerlo de la mano de algún ser fuerte que se prestara como lazarillo. Pudo dejarse morir antes de crecer.Pero a nada de ésto apeló. Como contrariando a su sino se hizo a la oscura mar de un mundo que para él no fue ni pequeño ni temido. La luz de su talento, a veces refulgente, otras, débil pabilo, reemplazó a su iris marchito y echó a andar haciendo flamear su nombre y a la vez, sembrándolo al voleo.


Francisco Daniel Quinteros nació en el ingenio Concepción, el 4 de junio de 1913, del vientre de Carmen Quinteros quien lo anotó con su apellido.
Sabemos que su ceguera se manifestó cuando recién tenía tres meses de vida; que todo se inició con una conjuntivitis posiblemente contagiada por su madre, la que al ver a su hijo afectado por su misma dolencia, trató de curarlo con unas gotas que ella se aplicaba en los ojos y el fuerte medicamento lo privó para siempre  de la vista.
Tránsito del Carmen Quinteros, ‘Pocha’, su hija y a la vez nuestra entrevistada, nos dice que su padre tuvo los ojos azules pues al parecer fue hijo de un ‘gringo’, de un español.

Cómo nace el músico
El oficio de mi padre fue el de músico, 
guitarrista autodidacta desde los 4 años.
El Ciego Pancho acompañado por Freite y su guitarra

La cosa empezó así: Mi abuela Carmen era lavandera. Para poder salir a trabajar lo dejaba a su hijo con una madrina que cosía ropa a máquina. Cierto día ella le regaló una guitarrita a  mi papá y él, al compás de la máquina de coser, sacaba ritmos y sonidos, solo. A medida que creció perfeccionó su instrumento.

El Ciego Pancho -izquierda- junto a otros músicos
en el salón auditorio de la radio tucumana  LV7
De entre los recuerdos de conversaciones con su padre, Pocha extrae la que  cuenta que él comenzó a actuar como guitarrista, en la emisora de radio LV7*, luciendo aun pantalones cortos. El muchacho, sumado a otros músicos, como Militello y Romero, debía acompañar a todos los intérpretes que visitaban el auditorio, ya sean de aquí o de otras provincias; especialmente a los encumbrados vocalistas de Buenos Aires. También nos dice que al trío luego se sumó Freite, un cordobés de buena estampa y muy buen vestir, que podía peinarse el jopo en el brillo de sus zapatos.
La permanencia de Francisco Daniel Quinteros en esa emisora se prolongó por un largo tiempo. Así fue que cumplida su mayoría de edad pasó a ser mensualizado y esa condición le aseguró, años después, una jubilación.
Sin rencores ni reniegos, Tránsito del Carmen comenta que su padre, ya renombrado como ‘El Ciego Pancho’, estuvo muy cerca de recibir un aviso de despido de LV7 por no estar afiliado al Partido Peronista, ya que se sentía radical de la línea de Yrigoyen. 
 -Mi papá ha sido radical Yrigoyenista. Entonaba todos los cánticos del partido. Para no perder el trabajo se tuvo que afiliar al peronismo, de otro modo se quedaba en la calle.

* La emisora de radio LV7 fue fundada, en Tucumán, el 29 de noviembre de 1928.


El Noctámbulo
El Ciego Pancho acompañando a músicos y cantores tangueros
          Sin ánimo jocoso nos preguntamos qué sería la noche para El Ciego Pancho. Cómo se imaginaba el día con sus luces y sombras. Qué orden podía guiar a su reloj biológico. Seguramente su accidentado trajín, sus copas abundantes y baratas, más el permanente esfuerzo por hacerse de unos pesos, todo ello hecho cansancio, lo obligaba al reposo. Pero quién podía aseverar que desde su condición de no vidente, su descanso coincidía con la noche. 

Su hija cuenta

-Ya nadie lo ubicaba como Francisco Quinteros, para todos era El Ciego Pancho.
Mi papá dormía de día; la noche era el día para él. Vivía ‘pasado de sueño’.
Recuerdo que una de las audiciones de radio donde debía tocar, comenzaba a las 17 horas, y hasta minutos antes de esa hora le decíamos:
Papá, papá, levantesé.
Ya va, ya va, respondía.
 A segundos de la iniciación me mandaba hasta un negocio que tenía teléfono y como yo era muy bajita me ponían un banquito, me marcaban el número y les decía a los de la radio:
Por favor, dice el papá que pongan discos sueltos hasta que él llegue.  
El Ciego Pancho y el cantor Eduardo González
en la emisora radial LV7
Claro, estaba desvelado. Después de cada audición se tomaba sus vinitos. Muchas veces se le juntaron dos audiciones sin dormir. Entonces me decía:
Dame una rueda’i carro. Así le decía a la pastilla de Geniol.
Mi papá siempre tomó vino tinto, puro y natural. Sus amigos, adeptos al blanco, debieron cambiar sus gustos. Él les decía: P…., ustedes no saben tomar; tomen un tinto. Y los amigos le contestaban: Bueno, bueno, ciego de mierd…
Siendo ya viejo, toda la noche estaba acostado con la radio en su pecho, vos se la apagabas y él se despertaba.


El Bajo- 24 de Setiembre y Av. N. Avellaneda


                 En boliches de El Bajo

          Francisco Quinteros, ‘El Ciego Pancho’, incrementaba sus magros ingresos como mensualizado, con recurrentes incursiones en los boliches de la zona de El Bajo, escenario que por allá de 1930 estuvo poblado de bares, confiterías y otros sitios que más bien fueron tugurios lupanarios.

Tránsito del Carmen, ‘Pocha’, ésto nos cuenta:     
Aparte de su trabajo en LV7 trabajaba en El Bajo. Antes ahí eran todos boliches. Muchos se confunden porque dicen que tocó en ‘El Gallo de Oro’; no fue así. Sí tocaba en ‘El Palenque’, sobre la calle 24 de Septiembre 1º cuadra; en ‘La Ballena Azul’, que creo que estaba por el pasaje Díaz Vélez; pero todo frente a la ex Terminal de Ómnibus. Tenía otro amigo de muchos años  que actuaba con él; fue cantor de tangos; se llamó Omar Correa y hay un tango que lo identificaba: ‘Pucherito de gallina’. Llegaba a las reuniones que se armaban sin programar, en bicicleta. Omar también cantaba en LV7.
En ‘El Gallo de Oro’, ubicado en frente de la peluquería de Eduardo González,
gran cantor de tango,  actuaban ‘Los Ratones’, un matrimonio no vidente de apellido Romero; los dos ejecutaban el violín.

Se casa
          Tras mucho andar con su eterna compañera entre los brazos, hablamos de la guitarra, El Ciego Pancho le hizo un lugar a su costado a una mujer. María Tránsito Albarracín se llamó ella. Como diría un tanguero, Quinteros tenía 33 abriles y el año 1946 deshojaba su almanaque. Se casaron. Y consumada la boda se radicaron en la calle 25 de mayo al 1400, Villa 9 de Julio. De esa unión llegaron al mundo: Tránsito del Carmen, ‘Pocha’, a la sazón nuestra entrevistada, el 29 de abril de 1947; y el 2 de febrero de 1950, Francisco, el inolvidable ‘Paco’ Quinteros. 
Pero la felicidad de la familia conformada duró poco. El 22 de octubre de 1955 este hombre, que miraba con los ojos del alma, siente que la presencia de su compañera se escurre de su lado disuelta por la muerte y se queda solo con sus dos pequeños vástagos: La niña, de 8 años, y Paco, con apenas 5. 
En la desolación que reina en la casa ahora están: Francisco, sus dos hijos y la madre, aun perviviente, del afligido viudo.

El Ciego Pancho junto a su hijo Paco y amigos
           ¡Hijo, a trabajar!                                                                
     Nadie recuerda ya cuándo se acallaron en las emisoras de radio, los fuelles, violines y guitarras, que tocaban en vivo. Una aproximación dice que fue por allá de 1960. Las causas de la defunción de tan familiares sonidos, estuvo en la aparición de la música grabada, de los discos que comenzaron a llegar desde Buenos Aires. ¡Ah, es la modernidad! decían.
El hecho es que El Ciego Pancho quedó cesante en LV7. No sabemos si lo indemnizaron o si al menos recibió unos pesos.

Ahí la vida de los Quinteros tuvo un cambio        

-Cuando el papá quedó sin trabajo en la radio, porque no hubo más audiciones en vivo, le dijo a mi hermano que recién tenía 10 años:
Bueno m’hijo, me vas a tener que acompañar, agarrá ese bombo y vayamos a trabajar juntos.
Paco hasta entonces cantaba solito y los vecinos le daban unas monedas. Él aprendió mucho mirando a su padre.
Plaza Alberdi
Estación ferroviaria General Mitre
La plaza Alberdi, como una sala de recibimiento de los trenes arribados del norte y de Buenos Aires a la estación Mitre, se convertía en una colmena humana y ese gentío colmataba además los hoteles y confiterías de la zona. Allí El ciego y su hijo desplegaban su arte popular. Noches los vieron en ‘Los cuatro seis’, una parada de taxis; en "El 55", emblemático bar donde dos hermanos salteños, insomnes y desaplicados estudiantes universitarios compusieron, sin medir métrica ni mucho menos repercusión, la magistral chacarera "Del 55", obra que eternizó en una de sus estrofas, definitivamente, al Ciego Pancho. Los autores de ese emblemático tema fueron Pepe y Gerardo Núñez.
Y esas mismas noches los vieron a padre e hijo, cantar a las señoras y caballeros que salían de los penumbrosos cabarets, salpicados en las calles aledañas a la plaza. Los dos entonaban zambas y tangos. El niño, Paco, luego de dos o tres canciones brindadas, recorría las mesas con un platito que a veces rebalsaba de dinero, y otras regresaba famélico, atesorando pocas monedas.    

Pocha nos dice

-Es por eso que mi hermano Paco conocía tanto la calle, la vida. Él me hablaba de “las señoras de la noche” y cómo debía tratarlas. Nunca digas, loca, o p…, porque detrás de cada ser hay un porqué. 

Tiempo infausto

El Ciego Pancho-centro- junto a otros músicos
 La orfandad de los hermanos Quinteros, Pocha y Paco, era una cruel realidad que a pesar de los esfuerzos del padre, sufrían amparándose uno al otro. Mientras tanto, El Ciego Pancho trataba de recomponer su vida aferrándose a cualquier ‘madero de salvación’ que cruzara en su mar de soledad. Es por ello que cierto día llevó a la casa a una mujer que conocía desde tiempo atrás. Lejos estaba de imaginar que esa presencia, al tomar  el dominio de lo hogareño, martirizaría a sus hijos, principalmente a Pocha, muchacha que ya había cumplido 15 años.
Lo primero que hizo fue obligarlo a Pancho a entregar a su dueño la propiedad que alquilaba en la calle 25 de Mayo. Desde ese momento los miembros de la familia vagaron por muchos lugares, alojándose en pobrísimas casas de la localidad de Lastenia o del Barrio San Carlos, un vecindario muy humilde de aquellos tiempos, cercano al sitio conocido como ‘La Mago’.
El Ciego Pancho y su hijo Paco Quinteros
Pero la relación de esta mujer con la jovencita se agravó hasta llegar a la violencia y Pocha, desnutrida y maltratada físicamente, buscó refugio en la casa de una parienta.          
Por esos días ocurrió que "El Ciego Pancho" y su malvada pareja se fueron a Buenos Aires, de donde él regresó tiempo después, solo. Cabe el decir que ese viaje fue costeado con el dinero de la venta de los muebles y hasta de los instrumentos del músico. 
Así recuerda Pocha:
-Cuando vivíamos en la 25 de Mayo mi papá tenía tres guitarras, un contrabajo, tonete, ocarina, una flauta alemana que le habían regalado; le vendió todo. Hasta le empeñó la medalla de oro que le dio LV7. En Buenos Aires él cantaba en la calle y pasaba el platito.
Después logró zafar de esa mujer y regresó a Tucumán. Cuando lo vi le di un abrazo y sentí que en el bolsillo traía el platito de juntar monedas. Ahí mismo se lo saqué y lo tiré lejos.

Como un alumno rebelde

Dibujo de El Ciego Pancho
          Cuando El Ciego Pancho regresa a Tucumán luego de su complicada estadía en Buenos Aires, se enfrenta a una realidad que lo aflige: no tiene un sitio dónde vivir. Es entonces cuando interviene el conocido cura ‘Lalo’ Silva quien habla con la directora de la Escuela Para Ciegos de la calle Moreno, a la que le pide que le permitan alojarse allí. La docente accedió a la petición del sacerdote y Francisco Quinteros tuvo un techo para cobijarse.
Pero esa solución duró poco tiempo. El músico quería seguir gozando de su libertad de siempre y eso le trajo complicaciones.

Su hija Pocha cuenta

-¿Qué hizo mi Papá durante ese tiempo? Como la escuela estaba cerca de El Bajo, los empezó a sacar a los cieguitos que no tenían familia y nada sabían de la calle, los llevaba a El Bajo, les daba sendos tragos y los devolvía machaditos ya entrada la noche. La cosa se descubrió porque los dormitorios estaban en un primer piso y como los pobres ciegos no podían subir, totalmente ebrios, se quedaban dormidos al pie de la escalera. 
La directora me llamaba y me decía: Mire señora, su papá es un caballero pero es una lástima que tome. Ahora los saca a sus compañeros y los trae bebidos. Se imagina, esto es un colegio, no puede ser. O sea que lo demandaba como si mi papá fuera un alumno rebelde.

De casa en casa

El Ciego Pancho
          Desalojado de la Escuela para Ciegos, Francisco Quinteros haya refugio en la calle Corrientes 1600, domicilio de su amigo ‘El Negro’ Moreno; un taxista que al culminar su trabajo montaba en una enorme motocicleta y salía a pasear por la ciudad.
Albergado El Ciego en su casa, El Negro lo convirtió en su acompañante y, a pesar de la excesiva gordura de Pancho -tenía talle 60 de pantalón- se daba mañas para trasladarlo en ese vehículo de dos ruedas. Es importante el decir que El Negro Moreno fue quien le gestionó al músico una jubilación por tantos años de actuación en la radio.  

El Ciego Pancho abrazando a sus nietos Daniel 
y los gemelos Luis Fernando y Luis Esteban

-Después se mudó a la casa de una comadre. Eso ocurrió porque a esta mujer se le murió un yerno y al no tener donde sepultarlo, lo depositó al féretro en el monumento de mi mamá, en el Cementerio del Norte. Entonces, por agradecimiento, le dio a mi padre una habitación en su vivienda de la calle general Paz al 1200.
Luego lo traje a vivir en la escuelita Niño Jesús de Praga, donde yo trabajaba. Allí nos dieron una prefabricada que era del cura. De ese modo volvimos a estar juntos, mi papá, Paco y yo. Después Paco se fue a Comodoro Rivadavia y quedamos los dos. Cuenta Pocha.

De ‘caederos’ y músicos

El Bajo
          Porque anhelamos que este relato trascienda su condición de obra literaria para leer y se convierta con  el tiempo en material de consulta para buceadores de lo popular, anotamos aquí el nombre de algunos de las confiterías, conocidas también como bodegones o más vulgarmente ‘caederos’, donde El Ciego Pancho desplegó su arte tanguero y criollo.
A la vez, sumamos a los músicos que junto a él aportaron al Tucumán de antaño un valioso pentagrama de cultura nacional, verdadero cimiento de  identidad desde donde siempre debemos edificarnos.

Hacia El Bajo por calle 24 de Setiembre
Dejamos claro que nos fue imposible el armar estos datos con exacta cronología. Sí damos algunos nombres de sitios y personas que fueron actores de las décadas de 1930 y 40.

El Olivito: un caedero de la zona de El Bajo; de cuando la ciudad estaba empedrada; bodegón donde los parroquianos dejaban propinas de 10 y 20 ctvs.
El Guardia: otro reducto de El Bajo. Ahí El ciego Pancho tocaba con Juan Stivel, un bandoneonista no vidente como él.
Bar Risco: ubicado en la ochava noreste de las avenidas Nicolás Avellaneda y Benjamín Aráoz.
Don Juan Marchón: confitería también ubicada en la zona de El Bajo, cerca de la ex terminal de ómnibus.
Antigua garita en el Bajo
La Chuña y El medio pulmón: dos bodegones de la calle José Colombres donde cantaba Pancho junto a su amigo Freites.
Rememoramos el cuarteto formado por El Ciego Pancho, en guitarra; Juan Stivel, en bandoneón; Adolfo Ferro, en violín; Pedro Salcedo, en piano. Grupo que alegró las noches de la zona de la plaza Alberdi.
Recordamos los excelentes acompañamientos que estos músicos hicieron a cantores como, Roberto Quiroga, Agustín Irusta, Aldo Campoamor, ‘El Negro’ Mostajo, dúo de las hermanas Verón, el peluquero cantor Eduardo González. 



El Ciego Pancho acompañando a cantores y músicos tucumanos

La crónica también habla de cuando El Ciego Pancho acompañó a la todavía anónima Gladis Osorio, aquella muchacha morena que luego retomó su nombre verdadero, Mercedes Sosa.
Haciendo un  trabajo de docencia supo armonizar al dúo Vera-Molinaque, dupla cuya fotografía estuvo varias veces en las tapas de la desaparecida revista ‘El alma que canta’.
Crónica del homenaje que se le hizo al Ciego Pancho

                                                              Homenajes
          
          Cuando corría el año 1985, el Centro Cultural San Martín, Buenos Aires, se colmó de música norteña y especialmente tucumana, al desarrollarse un espectáculo que se llamó ‘Entre Duendes y Coplas’. Los comprovincianos que nos representaron fueron: Rolando "Chivo" Valladares; el catamarqueño y tucumano por amor, Luis "Pato" Gentilini; Tomás ‘Tomacho’ Gray, exquisito intérprete del violín; ‘Pepe’ y Gerardo Núñez; los hermanos Nieva; y Eduardo Cerúsico, un pianista de solvencia.
"Panorama artístico" del diario La 
Gaceta anunciando la muerte del Ciego Pancho
Esa mágica noche de buen folklore tuvo un espacio para homenajear a El Ciego Pancho, el que emocionado escuchó dos chacareras que lo nombran: ‘Para El Ciego Pancho’, interpretada por su autor, Eduardo Cerúsico, y ‘Chacarera del 55’, de autoría de los Núñez quienes la cantaron a dúo.   
Otro reconocimiento ocurrió cuando se editó el Long Play -disco larga duración- con canciones de los hermanos Núñez, donde está inserta la chacarera del 55. El Ciego Pancho fue padrino de esa placa grabada.

Francisco Daniel Quinteros, el inolvidable Ciego Pancho, se fue a mejorar la música celestial de ángeles y santos, el miércoles 6 de junio de 1991. Recién tenía 78 años. Doña Carmen quinteros, su madre, falleció de 107 años.


Astilla de un mismo palo
          
Paco Quinteros
 La senda cancionera que abrió Francisco Daniel Quinteros, El Ciego Pancho, le mostró a su hijo, al inolvidable Francisco
"Paco" Quinteros, el paisaje cultural que debía seguir. Y el discípulo fue respetuoso con ese camino. Pero, aunque no dudamos de que algunas veces visitó, con una guitarra, los boliches que su padre cubrió de floreos, su derrotero fue distinto.
Convertido ya en solista, ya como integrante de dúos y cuartetos, Paco Quinteros probó las mieles del aplauso en diversos escenarios, de festivales, peñas y otros espectáculos populares tucumanos y del país.              
Hacer una semblanza de su persona, es decir que era un tipo amable, educado y de excelente ánimo. Rodeado de amigos de la vida y otros del arte, recorría la ciudad nocturna guiado acertadamente por su instinto, nochero como él. Jamás una trifulca lo tuvo como participante y hasta se puede decir que era un componedor de diferencias. 
Los gemelos Quinteros apodados "Mundi y
Alito" porque nacieron en 1978, el día del partido
de futbol Argentina -Perú
Merece un comentario aparte el repertorio de chistes del que hacía gala en sus presentaciones artísticas. 
Cierta vez anduvo por Famaillá, eso fue hace más de 30 años. Allí lo flechó una joven llamada Cristina Heredia, cantora de voz dulce y lánguida mirada que casi, casi, lo convierte en sedentario marido. Con ella concibieron tres hijos: Daniel Guillermo, nacido en 1977; y los gemelos Luis Fernando y Luis Esteban, llegados en 1978. Aquella estadía famaillense de Paco, ya casado con Cristina, colmó de música la casa, pues, el grupo "Los Albileños", del que formaba parte, eligió ese lugar para ensayar un repertorio folklórico pleno de identidad tucumana.  




Siempre atrás de una guitarra
           
La vocación de Paco Quinteros siempre fue clara. Su corazón y su cabeza se inclinaron hacia la música y nadie pudo torcer su decisión. Reclamado por su sino, abandona Famaillá sabiendo que su mujer, Cristina, protegería a sus hijos y regresa al libre camino de la creación y la expresión artística.
En una gira por Buenos Aires otra mujer invade sus sentimientos. La agraciada se llamó Serafina Pérez Casas, ‘La negrita’; oriunda del sur del país, de Comodoro Rivadavia. 
19 de diciembre de 1978,  La Gaceta-Paco Quinteros recibe en
representación de "Los Albileños", el "Sulky de Oro"
en el 6º Festival del Sulky en Simoca.
La relación tuvo sus prolegómenos y cierto día Paco se radicó en las frías tierras del sur. Pasado un tiempo fundaron un modesto negocio que paulatinamente comenzó a crecer. Ya con cierta solvencia, Paco invitó a su familia a celebrar un Fin de Año en su casa de Comodoro Rivadavia y hacia allí partieron: Su padre, El ciego Pancho; su hermana Pocha, nuestra entrevistada y los hijos famaillenses del cantor.    

Una de arena, otra de sal
          Sí, comenzamos por la de arena porque es la crónica menos ácida. Pocha, su hermana, habla de Paco y se emociona. Son tantos los gratos recuerdos que guarda de él, que notamos en sus palabras los requiebros de quien mezcla felicidad con angustiosa nostalgia.

-Mi hermano y La negrita se amaban. En Comodoro Rivadavia abrieron una agencia de quiniela. Trabajaban de la mañana a la noche. Además él se hizo de buenos amigos; siempre lo invitaban a cantar.
Cuando le dije a mi papá que si se animaba a viajar al sur en avión, pues pasaríamos el Fin de Año junto a Paco, mi viejo me dijo: ¡Sí, meta! Para él era toda una aventura. Cuarenta y cinco días estuvimos allí. Todos los gastos corrieron por cuenta de mi hermano. La negrita alquiló un auto y nos hizo conocer. Paco no tenía vehículo porque decía que guardaba dinero para hacer algo en Tucumán; jamás se acostumbró a vivir ahí.
         
La de sal

-Cierta vez mi hermano le prestó tres cheques a un amigo que debía hacer operar a una hija. Y a pesar de que La negrita le decía: No, Paco, prestale uno sólo, él estaba feliz por poder ayudar a esa persona: Ya vas a ver, le decía a su mujer, la vida nos dará el doble. Este ‘amigo’, que también tenía negocio, nunca le devolvió el dinero y ellos se ‘vinieron a pique’; no pudieron volver a levantar cabeza. En ese tiempo manejaban mucha plata. ¿Saben qué los distanció hasta causar la separación? La economía. El error que cometió Paco al prestar esos cheques. Mi hermano con La negrita no tuvo hijos.  

El epílogo

Acaecida la separación de La negrita y Paco, ella permaneció en su Comodoro Rivadavia natal y él regresó a Tucumán. Aquí buscó amparo en la casa de la calle Uruguay al 2000, donde su padre y Pocha, su hermana, lo esperaban. Por entonces El Ciego Pancho ya había abandonado sus actuaciones públicas a pedido de su hija. 
Cuando todo parecía normalizarse en la vida de la familia, una noticia volvió a conmoverlos: La Negrita, gravemente enferma, reclamaba el verlo. Los sobrinos de ella le enviaron los pasajes y Paco respondió a ese llamado. Todo fue muy rápido. Serafina Pérez Casas, La negrita, esperó su llegada y murió. 
Julio Olmos y Paco Quinteros armaron el "Dúo Paco'lmo", canta-
autores de 13 temas folklórico tucumano.
Dúo Paco'lmo

"Paco" Quinteros  no solamente fue intérprete, sino que también  creó, entre otras, la música de la “Chacarera del cura Amado” junto al poeta de Villa 9 de Julio  Miguel Hynes, quien es autor de la letra. Además compuso 12 temas editado en un CD, con letras del mismo poeta, dedicado a su padre, el Ciego Pancho, trabajo titulado "Elegías de Pancho".         



Chacarera del cura Amado
                              Letra: Miguel Hynes                               Música: Paco Quinteros

Qué vas a hacer cura gaucho
"Paco" Quinteros junto al poeta Miguel Hynes
si al llegar al cielo vieras,
que no hay ni riñas de gallos
y no hay carreras cuadreras.

Tu Cristo es el de Canaá
que al ver al novio afligido,
para que siga la farra
del agua hizo el mejor vino.

Por estar junto a tu pueblo
mientras los otros callaban,
en los tiempos de la muerte
dejaste tu tierra amada.

Estribillo:

En algún lugar del cielo
El ciego Pancho te espera,
te está guardando un vinito
que hacen en la patria eterna.
Cantarán los angelitos
con ritmo de chacarera.
Qué bien que te bautizó
el que te pusiera Amado,
un destino manifiesto
te diera Dios desde chango.

No te importan los honores
no soñaste en ser obispo,
sólo te interesa el rojo
cuando se trata del tinto.

Aunque quisieron mandarte
a un lugar donde no estorbes,
tu sitio será por siempre
el corazón de los pobres.
Crónica del diario "El Siglo" recordando al
inolvidable Paco Quinteros

Pasados los años, luego de la partida de El ciego Pancho en 1991, el destino asestó otro duro golpe a la familia. En la vivienda de calle Alfonsina Storni al 100, donde Pocha, su marido Pedro Antonio Paz y Paco, compartían los días, la muerte, artera e imprevisible, penetró con su guadaña cegadora para llevarse, en un santiamén, al querido Paco Quinteros. Eso ocurrió el 1º de noviembre de 2009. El cantor tenía recién, 59 años.     

Corazón maternal

          Tránsito del Carmen Quinteros, Pocha, es una mujer de gestos amables y proceder de buena anfitriona. Además, a lo largo de toda la entrevista que le realizamos en su casa, su voz pausada y sin estridencias parecía quebrarse cada vez  que nombraba a su padre o a su hermano. Tiempo después, al volcar su historia familiar en los renglones de este relato, creemos entender el porqué de su constante congoja.
Tránsito "Pocha" Quinteros, nuestra entrevistada, 
junto a su esposo Pedro Antonio Paz 
Ella, desde corta edad, asumió el  papel de madre de aquellos dos hombres que fueron El Ciego Pancho y Paco, o Paquito, como lo llamó repetidas veces a su único hermano. Es probable que siempre haya visto a su padre ciego como a un ser desvalido, frágil, o propenso a correr grandes riesgos cuando se enfrentaba a la noche de los bodegones de El Bajo. Igual  empeño ponía con Paco, un muchacho franco y de una nobleza rayana en la inocencia, al que debía proteger. Pocha, conmovida por esa, su personal visión de la realidad, se convirtió mientras crecía, en una amorosa ‘guardadora’ de sus dos seres más cercanos y queridos.       
          












 Familia Rizza en Villa 9 de Julio        

Humberto Rizza
Entrevistado

Desde aquella tierra que baña el Mar Jónico, patria del geómetra y físico Arquímedes y del poeta griego Teócrito, el siciliano Manuel Rizza emprende en 1901 su viaje a Argentina. Tiene 25 años y no viene solo. A su costado trae a su madre, María Mazza, a su hermano Carmelo y a la menor de sus hermanas, Juana Rosa. Allá en la gran isla italiana quedan, su hermano mayor, Pablo y en un sepulcro, el cuerpo de su padre.
Manuel Rizza y su señora María Piazza de Rizza
Asentados los pies en el puerto de Buenos Aires, exhibidos los papeles ante migraciones, la familia debe continuar su viaje. La escala es Tucumán. Aquí los recibirá un amigo al que llaman sencillamente Maro, itálico como ellos, y a través suyo se radicarán en la calle República de Corrientes esquina Bernardino Rivadavia, en el almacén de otro compatriota, Nicolás Piazza, hombre que abría sus puertas a todos los italianos que iban llegando. El solidario y buen anfitrión Nicolás, ya hacía varios años que vivía en la ciudad y estaba casado con otra paisana suya, Palmira Marazza, mujer con la que tenía varios hijos: María, luego madre de nuestro entrevistado Humberto Rizza, Gracia, Francisca, Juana y Nicolás.

Trabajo y nueva familia 

           Manuel Rizza traía un oficio desde Italia. Era panadero. Iniciando la búsqueda de trabajo lo encontró en la calle Provincia de Córdoba y Bernardo de Monteagudo, en la fábrica de fideos de propiedad de Pablo Zóttola, local que luego fuera ocupado por las famosas pantaloneras del ejército y donde hoy existe un almacén.
La convivencia de los Rizza con los dueños del almacén, los Piazza, se prolonga lo suficiente como para que Manuel intime con María y se enamoren. Manuel Rizza tenía 29 años y María 15 cuando se casan.
Conformado el matrimonio alquilan una vivienda en la calle José Rondeau esquina provincia de La Rioja, sitio donde instalan un almacén mientras Manuel conserva su tarea de hacer fideos.
Libreta de casamiento de
Manuel Rizza y María Piazza
Si fijamos nuestra vista en las fechas de nacimiento que anotaremos renglones más abajo, se entenderá por qué decimos que ‘Con prisa y sin pausa’ la pareja comienza a traer hijos al mundo. La juventud ligada a la buena salud, les da un racimo de niños. En aquel domicilio nacen:    
Manuel, el 1 de abril de 1905; Juan, el 2 de marzo 1908; Nicolás, quien nace el 27 de julio de 1910 y muere el 2 de octubre de 1910; Carmelo, el 6 de octubre de 1911; Alfredo, el 14 de julio de 1913; Aída, el 20 de mayo de 1915; Alberto, en 1917; Roberto, el 11 noviembre de 1919; Armando el 8 de julio de 1922.

Parados de iz. a der.: Roberto y Armando Rizza, un amigo, Manuel-el mayor-,
Aída y Alberto Rizza.
Sentados: Nicolás Failla, Manuel Rizza-padre de Humberto-, María Piazza
de Rizza-Madre de Humberto-,Palmira Marazza-abuela materna-,
Cuclillas: Humberto-8 años-, Juana Rosa-6 años- y Palmira-5 años- de apellidos
Rizza. (Faltan Carmelo y Juan Rizza)

Dos años después del nacimiento del último hijo que anotamos arriba, 1924, los Rizza-Piazza se mudan a la avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina calle Juan Ramón Balcarce, ochava noreste, propiedad que alquilan a la familia Rotta y donde abren un nuevo almacén. Es decir que acaban de insertarse en Villa 9 de Julio. Un año después nace quien nos cuenta la historia familiar;  lamentablemente hoy fallecido, Humberto Rizza, venido al mundo el 20 de noviembre de 1925; luego nacerá Juana Rosa, el 19 de diciembre de 1926; completando la lista, llegará María Palmira el 29 de septiembre de 1929 y fallecida en 2007.
Otro dato familiar nos arrima noticias de los dos hermanos que junto a la madre, acompañaron a Manuel en la travesía Italia-Argentina, Carmelo y Juana Rosa Rizza. El primero murió joven. La niña se casó con un propietario de más de 30 coches de plaza de apellido Matto. Con el tiempo se trasladaron a Córdoba donde Matto fallece y Juana Rosa regresa a Tucumán expirando en 1937.

Otra generación de los Rizza
            
Humberto Rizza
           A Humberto, uno de los doce hijos de Manuel Rizza y María Piazza, lo entrevistamos en 2008. Él abrió su casa y con fresca lucidez, ya era octogenario, nos invitó a conocer gran parte de la historia familiar, desde que su abuela, su padre y un par de tíos, zarparon de  la itálica Siracusa y recalaron en un Tucumán de paz y esperanzador porvenir, noticias que anotamos en renglones pasados.  
Humberto Rizza disfrazado
en días de carnaval
Sus recuerdos de infancia comienzan en aquella vivienda donde nació, la de avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina Juan Ramón Balcarce, ochava noreste:
-Vivimos allí hasta 1933; año en el que hubo una gran inundación que anegó a Villa 9 de Julio. La avenida Sarmiento por entonces no tenía pavimento, era además una ancha calle abierta, sin separadores. Por ahí pasaba el tranvía tirado por caballos. Luego a la avenida le colocaron adoquines, nos dice.
Entre los vecinos más cercanos nombra a doña Luisa Rigo, casada con un ferroviario; a la farmacia de Luis Rivero, lindera con su domicilio; a los italianos Palazzo y Cusumano, sastres.
-Cuando cumplí 14 años el almacén cerró. Mis hermanos mayores ya trabajaban afuera. Cuando cobraban el sueldo se lo daban a mi padre, él repartía la plata.  
Diario El Orden: 1933- Gran inundación en Villa Urquiza
y Villa 9 de Julio
El año 1934 nos muestra a la familia Rizza-Piazza en otro domicilio, en avenida Juan Bautista Justo al 1200, zona por aquellos años casi baldía que a la altura de esa numeración tenía una sola construcción, un chalet que habitó la pareja junto a sus hijos.

Al hablarnos de ese caserón, Humberto cuenta:

-La gente decía que ese chalet no se alquilaba porque estaba embrujado, pero con mis  hermanos dilucidamos el tema: En cercanías de nuestra casa se levantaban dos ranchos y uno de los ‘morochos’ de ahí dibujó en una pared un chivo, a la vez que hizo ‘correr la bolilla’ de que de noche se aparecía un chivo negro. El asunto era que este chango saltaba la tapia al anochecer disfrazado de chivo y causaba el miedo de la gente. Mi hermano Alfredo decía –Ya lo voy a agarrar al chivo negro ese, ya va a ver ese chivo…

Para que nadie quede en el olvido, Humberto nombra a sus vecinos de entonces:

Los Barcellona;  los Dell’Arte; estaban mis primos los Pilla, también italianos, uno de ellos casado con una hermana de mi mamá. El padre de estos muchachos era contratista de obras y es quien hizo el puente ferroviario que está sobre avenida Sarmiento entre Suipacha y Catamarca; la panadería de los Manzano, de esa familia surgió uno de los mejores boxeadores de Tucumán.
Pascual de la Cruz dueño de una carnicería,  era una persona excelente, con buena pinta, poseía hacienda; al negocio se lo atendían dos hermanas: Catalina y Pepa. De ahí sacaba al fiado la finada de mi madre. La escuela Elmina Paz de Gallo aun no existía sobre la calle Álvarez Condarco.
Ahí vivimos hasta 1937 y volvimos a la calle Balcarce, al número  916, arteria que aun no estaba pavimentada.

Haciendo gala de una sorprendente memoria y rigiéndose por una exacta cronología, Humberto nos dice que en 1938 se mudaron nuevamente; esta vez a la calle Bernardo de Monteagudo nº 1223 casi esquina con calle República Oriental del Uruguay.
-A esa casa la hizo mi hermano  mayor, Manuel, por medio de un crédito de  la Caja Ferroviaria; él fue ferroviario desde los 18 años y por entonces aun estaba soltero. Allí llevó a vivir a toda la familia.  
Mis otros hermanos, Juan, Carmelo, Alfredo y Alberto también eran ferroviarios.

De memoria 

            En la extensa conversación que tuvimos con don Humberto, surgieron salpicaduras de otros datos referidos a su adolescencia.

He aquí lo recogido:                      

-En la esquina de la calle Álvarez Condarco y avenida Juan B. Justo había un bodegón al que le llamaban “La Emboscada”.

Agrupación Radical Hipólito Irigoyen Centro nº2
De isz. a der. sentados: Vicente Casserá (ferroviario) -
Antonio Prado (sastre)Nicolás Failla
(hizo los obsn. para Tafí Viejo)-Andrés Cano (peluquero)
Parados: Julio Failla (chapista)- Armando Rizza -
Víctor Failla- Alberto Quintero-Humberto Rizza-
Lindor Sosa - Gaucho Durbal
-En la zona de la Esquina Norte, el 1º y 2 de noviembre, día de los muertos, se concentraba todo el movimiento,  porque el tranvía dejaba allí  a las personas que iban al cementerio; luego ellas caminaban por avenida Juan B. Justo hacia el enterratorio. Con el tiempo  la empresa eléctrica puso un ómnibus y la gente que tenía un autito también se encargaba de llevar pasajeros por unos pesos. Las mujeres vendían flores, comidas calientes, empanadas, bollos. Esos dos días eran un jolgorio.

-Al frente de los Reinés, donde hoy está la Caja Popular, había una carbonería. El dueño era el ‘Gallego’ Aráoz. Un hijo suyo fue presidente del club Redes Argentinas. Al lado de Redes Argentinas estaba la  tienda "La Bonita".

-En la calle Raúl Colombres vivía Nolasco Gómez, matarife; en el fondo de su casa, saliendo por la calle Álvarez Condarco,  tenía vacas y vendía leche.

-La hacienda que llevaban al matadero, vacas, toros, chanchos, pasaba por el frente de lo que hoy en día es el Banco del Tucumán.

-Los  Ladetto al principio vendieron tierras hasta lo que hoy es la calle Chile, más al norte no había calles abierta, porque estaba la quinta. Mucho tiempo después la municipalidad trazó, desde Rivadavia, las calles Chile y Bolivia hasta avenida Juan B. Justo; desde entonces Ladetto siguió loteando y así fue desapareciendo ese espacio de sembradío.

 Pasan los años 
Manuel Rizza, padre del entrevistado

            A esta altura de la historia de los Rizza, Humberto se convirtió en adolescente. Es cuando un evento trágico ocurre en la familia: Su padre que está afectado por la diabetes, pierde una de sus piernas. El muchacho, desolado por ese acontecimiento, recurre a buscar auxilio en su padrino, don Tomás Ruta, hombre que por entonces poseía un enorme almacén ubicado a la par del actual edificio central de Correo Oficial -esquina suroeste de calles 25 de Mayo y provincia de Córdoba-.
Escudándose en el drama que se vive en su casa, el rapaz Humberto le plantea a su padrino que quiere abandonar los estudios, que prefiere trabajar. Don Tomás se hace cargo del joven y lo suma a su grupo de empleados. Él así lo cuenta:              
-Es que  no me gustaba la escuela y cuando le cortaron la pierna a mi papá me fui a llorarle a mi padrino Tomás y a decirle que no quería seguir estudiando, que quería trabajar. Entonces como castigo, para que no salga a jugar a la pelota, cuando terminaban las clases,  me mandaban al depósito de mi padrino a hacer de “alcahuete”; a levantar  el maíz, a coser las  bolsas; y mi padrino me hacía sentar y leer La Gaceta; me mandó a la academia Pitman; aprendí contabilidad; últimamente el almacén era manejado por mi; el negocio  se llamaba Tomás Ruta,  proveía a los hospitales, a los comercios. Trabajé 31 años. Era el gerente. Mi padrino tenía 2 hijos criados. Murió soltero.

En 1942 la vida del siracusano Manuel Rizza llegó a su final. Nueve años después, en 1951, también la de su mujer; María Piazza.  

Volvemos a ocuparnos de la familia Rizza, ya que el apellido está perfectamente ligado a esta parte del libro.

Llega el amor  
          
Casamiento de Humberto Rizza con María Dora Muñoz
         Regresamos con la narración a la calle Bernardo de Monteagudo al 1200, domicilio del joven Humberto Rizza. El escenario es el mismo: Algunas calles aun están cerradas y otras, rozando la quinta de Ladetto, contienen a varios vecinos.
De entre los habitantes de la calle Bernardo de Monteagudo 1400, nos ocupamos de la familia conformada por el ferroviario Julio César Muñoz, su mujer, María, y su hija María Dora.
Lucía Palmira Rizza en el almacén de Tomás Ruta
Humberto nos cuenta que todos los días veía pasar por frente a su casa a esa jovencita que asistía por entonces a la escuela Santa Catalina y que de sólo mirarse el uno con el otro se enamoraron. Allí surgió un noviazgo que perduró por dos años y que al cumplir ella 20 y él 24, se casaron. La flamante pareja fijó domicilio en una vivienda que alquilaron en calle Diego de Villarroel 184 -plena Villa 9 de Julio-, sitio que también compartieron con la madre de él y sus hermanos solteros. Justamente es ahí donde fallece doña María Piazza y tiempo después sus hermanos se casan abandonando ese domicilio.
El matrimonio Rizza-Muñoz permaneció allí por diez años y, llenos de dicha, vieron llegar al mundo a sus dos hijos: Lucía Palmira y Humberto.

Una herencia 

            
           Un amplio sector de Villa 9 de Julio fue hasta bien entrado el siglo XX, una llana dehesa usada para cultivos y tambos. La urbanización gestionada por los vecinos y los planes de gobiernos municipales, fueron expulsando  sembradíos y vacas, permitiendo que el  barrio, lentamente, dibuje su fisonomía.
Humberto Rizza y señora
En la zona que nos ocupa, repetimos, se hallaba la quinta de los Ladetto. Una enorme extensión de labrantíos varios con anexo de lechería, que proveía de alimentos a gran parte de la ciudad; y como otros, fue ese propietario el que se vio obligado a rematar, por lotes, sus tierras. Cuentan los  memoriosos que la puja de los interesados en adquirir un palmo de lo subastado fue muy reñida y que se extendió hasta casi noche cerrada.
Uno de los beneficiados por esa especie de almoneda fue Julio César Muñoz, ya por entonces suegro de Humberto Rizza. La propiedad está en calle Bernardo de Monteagudo al 1300.

Al morir don Julio César su viuda se mudó a  Buenos Aires y al terreno lo heredaron su hija María Dora y su esposo, don Humberto. 

El matrimonio Rizza- Muñoz junto a sus  suegros e hijos
Lucía Palmira y Humberto

La casa propia 

    
          El matrimonio Rizza-Muñoz permanece en la calle Diego de Villarroel 184. Cierto día de verano e inicio de carnaval, la madre de María Dora, radicada en Buenos Aires, vino a visitar a la pareja y a sus nietos. Humberto nos cuenta que el viernes de carnestolendas su suegra le dijo: 

-Porqué  no me jugás el número 726 a la quiniela? No recuerdo cuánto le jugué. El hecho es que luego me fui al club Sportivo Guzmán, y me puse a colaborar con los adornos pues en horas más se realizaría otro baile de carnaval. Después llegué a casa y me dispuse a dormir ‘la siesta’ para estar bien a la noche, por lo que le dije a mi mujer que nadie me molestara. Cerca de las 3 de la tarde me despierta; salgo del dormitorio y me hallo en el zaguán con un muchacho de apellido Iñigo. Yo lo conocía porque jugaba al fútbol en Sportivo, además de ser ingeniero agrónomo y dueño de la agencia donde había jugado a la quiniela para mi suegra.
Al verlo  le pregunto con fastidio ¿Qué querés; a estas horas venís a despertarme? Él sólo  me respondía ¡A primera, a primera! Se ponía colorado por la exaltación. A primera qué, hablá rápido, le dije. Entonces llevó una mano al bolsillo del pantalón y sacó un fajo de plata. Había ganado a la quiniela con el 726; me acuerdo que eran 23.000 pesos. A Iñigo le regalé 500 pesos y le di el resto a mi suegra. Ella guardó el dinero pero me dijo: Te voy a poner 20.000 ladrillos en el terreno que te dejó tu suegro y acá tenés 3.000 pesos para que esta noche ‘chupés’ todo lo que quieras.  
Mi suegra, que estaba noviando con un albañil, volvió a Buenos Aires, le pidió a este hombre que confeccionara un plano y él se vino a Tucumán a hacerme la casa. Claro, a través de un amigo que era gerente del Banco Provincia, de apellido Vallejo, yo tenía préstamos de plata y algo había avanzado en la obra. Así, pucho tras pucho, terminé esta vivienda de la calle Monteagudo al 1300.  
Humberto Rizza y señora junto a su hija Lucía y un amigo
en el Club Sportivo Guzmán
Cuando inauguré la casa ya no estaba con Tomás Ruta. Sí seguía explotando ese ramo por mi cuenta. Era proveedor de la provincia. Gané mucha plata. Durante el gobierno de la década de 1980, al no renovarme la licitación, cambió mi situación económica.  


Por exigencias, socio de Sportivo Guzmán 
            

           La cercanía de Humberto con el deporte comienza cuando jugaba para All Boys, club que estaba en el parque 9 de Julio, sobre la avenida León de Soldatti, sitio donde hoy funciona la escuela Evita. Eso fue por allá de 1941/42. Su puesto en aquel equipo de fútbol era el de defensor. Pero ese empeño se frustró pues su padrino, don Tomás Ruta, lo requería en su almacén. Tiempo después incursionó en "Frontón Tucumán", en la disciplina de pelota a paleta. 
Lo curioso es que, luego de haber sido acérrimo hincha de All Boys, se inclinó a simpatizar por otro club de fútbol, Sportivo Guzmán. Este caso tiene ribetes muy particulares y él nos los cuenta:
Humberto Rizza en andas por la hinchada
de Sportivo Guzmán
-Yo no simpatizaba con Sportivo Guzmán, era hincha de All  Boys. Mi hermano Carmelo sí era socio de ese club, pero a la vez hincha de All Boys.
Los jugadores Díaz y Safe  del Club
Sportivo Guzmán













En el año 1942, cuando fallece mi papá, Sportivo Guzmán nos envía una corona; lo mismo ocurrió con la muerte de mi hermano Roberto, en 1946. Pero además me sucedían otras cosas. Como buen soltero frecuentaba la confitería de los Mata, un local con billares instalado a la par del cine Océan, donde nos juntábamos todos los amigos. Éstos, al ver mi cerrada negación a ser hincha de Sportivo, se sentaban en otra mesa y no me ‘daban corte’, me dejaban solo. Cuando había bailes me quedaba esperando a que pasaran por mí; iba a buscarlos y ya se habían ido. Así me tuvieron en el freezer mucho tiempo. Todo lo hacían para que cambie de opinión. El hecho es que un día digo: ¿Y si le hago una retribución a este club? Nos enviaron dos coronas, mis amigos me insisten... Ahí me hice socio y comencé a asistir a la cancha de Sportivo.

Por entonces, el club esportivo Guzmán estaba en la avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina calle Nicolás Avellaneda, espacio hoy ocupado por  Soeva,

El dirigente 



Humberto Rizza, dirigente.
            Humberto Rizza nos cuenta que siempre fue muy criticón de las comisiones de Sportivo Guzmán, que no se medía si algo no le gustaba. Al llegar el año 1953, ya casado y con una hija, decidió aceptar el puesto de tesorero en una flamante comisión. Ahí comenzó su gestión a favor de los adelantos de la institución.

-Recuerdo cuando salió una ley de la federación de fútbol que decía que todo club que  no tuviera cancha sería cerrado, o sea que desparecía. Fue entonces que Antonio Palazzo, dueño de "Casa Tita", negocio que estaba sobre avenida Juan B. Justo, nos prestó su local y empezamos a trabajar. También trabé amistad con el “Chueco” Martínez que era intendente. Nos pusimos a organizar una rifa que fue fabulosa en la que sorteamos 3 casas que están en la calle Monteagudo antes de llegar a la Uruguay; también rifamos un auto. Todo salió hermoso. ¡ah, el intendente Martínez al que le decíamos “Chueco”, se llamaba Ramón Eusorio Martínez.






Con ese dinero, en 1959, bajo la presidencia directiva de Palavecino Bustos, comenzamos a cavar los cimientos del club y lo inauguramos el 31 de marzo de 1962, con la bendición de monseñor Aramburu.



Sportivo Guzmán fue campeón en el año 1968. 


El estadio de calle Juramento  y Juan Posse lleva el nombre de Humberto Rizza. 


Club Sportivo Alfredo Guzmán





Memoria prodigiosa 

           
              Humberto Rizza tuvo hasta su muerte una memoria prodigiosa. Jamás lo vimos dudar al darnos una fecha, un nombre o un hecho barrial.
Anotamos aquí otros datos que nos acercó en 2008:

-El sastre Prado estaba  en la avenida Juan B. Justo al 1400 a la par de la comisaría 5ª, antes de llegar a la Perú; era muy famoso; su ayudante era Pachico Argüello, hermano de Oscar Madrigal, pintor letrista, famoso en Tucumán..

-El herrero del barrio fue “Flechilla” Sosa; tío de la famosa Mercedes Sosa. Tenía el taller en la avenida Juan B. Justo 1201. Él herraba los caballos. Le decíamos “Flechilla” porque era cabudo; fue muy charlatán; tenía un montón de hijos; estaba la famosa Sara Sosa muy amable, muy buenita, casada con un sepulturero. A su hermano Roberto, tipo que cantaba tangos que era una barbaridad, calentando una herradura le saltó una chispa que le quemó el ojo y quedó tuerto; los muchachos le decíamos “El tuerto” Lindor Sosa. Yo casi me meto en esa familia porque andaba con una prima de la “Mecha” Sosa.

-La Comisaría 5ª estaba en la avenida Juan B. justo al 1400, pasando la Bolivia para la mano izquierda; ahora está  cerca de la Iglesia de Fátima.

-La pizzería Tano fue de  Mario Cocimano, hoy está viviendo en Alemania. Este muchacho se casó con la hija de Santos Silvestre, el que fue legislador del partido Bandera Blanca. Ellos vivían en la pizzería, avenida Juan B. Justo  al 1100. Después se separaron y él se fue; ella siguió viviendo allí hasta su muerte que ocurrió hace poco.

-El súper El Pacará era de Miguel Mata. Su mujer se llamaba Isabel Mena. Tuvieron dos hijas: Carmen e Isabel, y dos varones: Miguel y “El ñato” Antonio Mata.   

-Cuando la avenida Juan B. Justo no estaba pavimentada, los 9 de Julio se hacían carreras de caballos; también había competencias de sortijas.

El “Sapo” Díaz, hincha y personaje 

        Dice la voz vecinal que todo pueblo tiene su personaje característico y único. Nosotros decimos que los barrios también lo tienen. Estos seres, las más de las veces simpáticos y hasta graciosos, ganan fama en el vecindario por sus particulares ocurrencias y hay otros que trascienden los límites barriales y se vuelven aparatosamente populares. Éste es el caso de Oscar “El Sapo” Díaz, hincha de Sportivo Guzmán y emblemático habitante de Villa 9 de Julio.
Algunos cuentan que se lo dieron, muy chiquito, a doña Estefanía Díaz. Que aquella mujer lo crió como a un hijo en su casa de avenida Juan B. Justo al 1200.
Su infancia fue la de un niño pobre: Juego de pelota en el potrero cercano; lidia con una burrita en la que su madre lo subía para mandarlo a vender, casa por casa, patas hervidas de vaca y tamales; retos y tirones de oreja por no vender nada. No se sabe si alguna vez asistió a una escuela. Ya adolescente se sumó a un grupo donde cantaba canciones rancheras mejicanas; fue boxeador, en fin, “El Sapo” tuvo que rebuscárselas a todas. Pero por sobre su inclemencia económica tuvo un amor: El club Sportivo Guzmán. Nada hubo para él más importante que ese equipo de fútbol. Era una gracia el verlo recorrer las calles de la villa disfrazado con, camiseta, gorro, botines, uno rojo y otro blanco y soplando una sonora corneta, todo ello con los colores del club y a la voz de ¡Viva Sportivo Guzmán! Por supuesto que cuando Sportivo visitaba a otros clubes, “El Sapo” viajaba con el equipo, siempre con su disfraz distintivo.
EL Sapo Díaz bailando con Dora Muñóz
“El Sapo” y su trágico final 
            
       Recopilando las voces de Villa 9 de Julio, plurales y gentiles, nos enteramos del trágico final de “El Sapo”. También que hubo gente a la que este personaje le despertó un gran cariño.


-La corneta fue un regalo de un italiano, Bellomío. Cuando la recibió se hacía como que sabía tocarla y, de tanto soplar, algo le salió.

Un día me dijo: Humberto como no me regalas la tela y yo me hago hacer la ropa con los colores del club. Allí, en la sede, todavía está esa ropa tipo disfraz. Nos cuenta don Humberto Rizza.


El Sapo díaz

Y el final del que hablamos aquí también estuvo ligado a Rizza:



-Cierta vez gané una licitación y comencé a venderle carne al ejército. El matarife de donde la retiraba, “Pancho” Marcheti, tenía su expendio a la par de la casa de “El Sapo”. Un día, al verme allí, se acercó y me dijo: Te voy a ayudar a cargar la carne, pero no me des nada. Por supuesto que unos pesos le tiré. A la mañana siguiente estaba paradito esperándome; así fue que empezó a trabajar conmigo..

Su muerte fue el resultado de un accidente fatal. Estaba descargando una media res de vaca para el ejército y se resbaló en un escalón; por el peso que tenía sobre los hombros se fue para atrás dando con la nuca en un escalón más bajo. Se desnucó.

Al morir dejó a su mujer, que ya tenía 5 hijos de otro marido y a un hijo propio con ella, Mario. Nosotros pagamos todos los gastos del entierro y le hice construir un mausoleo para cinco cajones en el cementerio del Norte.

Pero lo sorprendente pasó después. Visitando a nuestros muertos fuimos por la tumba de “El Sapo” y con sorpresa vimos que habían desaparecido todas las placas de bronce que estaban adosadas a las paredes. Hice una denuncia pública en un diario y esa tarde me llamó el director del cementerio; asistí a verlo y me dijo: Al mausoleo de Oscar Díaz lo vendió la familia; él está en una fosa, en tierra.











N/R: María Dora Muñoz, esposa de don Humberto, murió el 2 de septiembre de 2001. Con tristeza decimos que Humberto Rizza, autor de todos estos recuerdos, nos dejó el 23 de enero de 2010; tenía 85 años.

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LOS DUMIT EN VILLA 9 DE JULIO


Redacción: Néstor 'Poli' Soria- poeta, escritor
Entrevista, armado e investigación: Ana Lía Madrigal
Entrevistado: Pablo Dumit

Cómo conocí a Dumit 
Ernesto Dumit


 Rastrillando el barrio, como quien busca perlas en la arena, pasamos por frente a una casa que a mí particularmente me resultaba conocida. La edificación está en la calle República de Italia nº 536. Aguijoneado por la curiosidad retrocedí sobre mis pasos y pude apreciar en sus paredes unas figuras plásticas, de buen porte, mostrando trazos y colores que también me sabían a vistas. Agucé la memoria por un instante y me di cuenta de porqué esa sencilla construcción me era familiar. ¡Es la casa del pintor Ernesto Dumit! me dije con sobresalto. Eso bastó para que en mi cabeza comenzaran a bailotear escenas vividas, junto al artista, en mis años de soñador aprendiz.
 Conocí a Dumit, ‘El turco’, tal su apelativo de calle, en la década de 1970; un poco antes de que a Tucumán, o mejor al país, las babeantes fauces de una dictadura convirtieran al territorio en el campo de un Armagedón.
Por entonces la ciudad era un muestrario de expresiones artísticas. Jóvenes barbados y pelilargos, muchachas espigadas luciendo ropa informalísima, todos llegados de diversas latitudes, tapizaban las veredas con artesanías, discos larga duración inhallables en negocios, obras pictóricas y, de fondo musical, pesados rock de la época. Aun no se hablaba de la globalización.
Aquel encuentro con Ernesto se produjo en un inquilinato de la calle Balcarce primera cuadra. El sitio, un viejo sanatorio ya inactivo, albergaba en sus habitaciones a estudiantes universitarios venidos del interior y de otras provincias. Yo tenía arrendada lo que fue la enfermería del nosocomio. Él solía llegarse al lugar a visitar a un artesano, Miguel, muchacho con traza de hippie que tenía alquilada la desmantelada capilla del lugar. 
A Dumit nunca lo vi pintar. Sí admiré parte de su obra, como la maravillosa serie que llamó ‘Línea dorada’, o las formas escultóricas que plasmó en el desaparecido bar El condado. Pero lo que sí se me grabó con indeleble alegría, fueron las noches de conversaciones y guitarra que compartí con él en la apacible vivienda de la calle Italia.
Ahora entraré a la casa por que sé que lo volveré a ver a través del poeta, Pablo, su hijo.
    

Ernesto Dumit, hijo de un soldado libanés 

          Nos dice Pablo que el apellido Dumit tiene su origen en la ciudad francesa de Lyon, pero que su familia se gesta en el Líbano. De la voz de su abuela paterna él escuchó que: 
Pablo Dumit, su abuelo, fue un soldado libanés que luchó en una de las cruentas guerras que enfrentó ese país a inicios del siglo XX - cómo sería de fuerte su patriotismo, que se casó aquí, en Argentina, ataviado con el uniforme de su ejército -.        
El franco-libanés, llamémoslo así, llegó al país por allá de 1920; también por aproximación, su nieto calcula que tendría 20 años.
Su arribo a tierra americana fue la segunda tanda de hermanos Dumit que pisa tan lejana latitud. Anteriormente otros tres ya habían recalado en Tucumán y uno de ellos, el más inquieto según decía su familia, luego de amoríos y procreaciones varias, se mudó a la provincia de Mendoza, perdiéndose un fluido contacto con sus parientes actuales.

Esto nos cuenta Pablo, el entrevistado:    

-Decían que el primero que había llegado era el más inteligente, el que mejor manejaba el castellano, el que más rápidamente se había adaptado. A la vez nos enteramos de que dejó un tendal de hijos en Tucumán y se fue a Mendoza. No recuerdo el nombre pero es el que lleva la otra ‘pata’ de la familia. De hecho, en esa provincia hay otro Pablo Dumit que sé que juega al polo, pero no nos conocemos.

Aquel inmigrante no vino directamente a Tucumán. Su primera escala estuvo en Brasil y desde ahí, acompañado por sus hermanos, inician el acercamiento a Buenos Aires ejerciendo lo que mejor sabían hacer: negocios.
Unos años después, ya en esta provincia, los Dumit son parte activa del novísimo Mercado de Abasto, abierto al público en 1934. Es muy seguro que los viajeros se hayan encontrado con los tres hermanos llegados con anterioridad.

Se casa 

          La vida en el barrio La Ciudadela en la década de 1930, es asombrosamente dinámica, más bien, frenética. De lunes a sábado, a toda hora, el movimiento de sus calles es incontenible y ni la mente, ni el músculo descansan. Sin embargo el puestero Pablo Dumit se da tiempo para ‘entreverarse’ en las partidas de dominó que se disputan en los bares de la zona. El franco-libanés ya es un personaje conocido por todos y seguramente su dicción, mezcla de árabe con castiza, lo convierte en un ser simpático y a la vez gracioso.
Y es justamente ese hablar sazonado lo que atrae a una mujer, o mejor dicho a dos. Su nieto, el poeta, así lo cuenta:     

-Él se casa aquí en Tucumán con una santiagueña de La banda,  María Milán.
Pero antes les cuento algo: Mi abuelo tenía una novia que llevaba una vida liviana. Por entonces conoce en Santiago del Estero a quien iba a ser mi abuela y parece que la primera novia estaba tan enferma que muere.
Y he aquí lo sorprendente. Mi abuela decía que aquella mujer había sido el amor de mi abuelo antes de conocerla a ella. Por esa razón, limpió su lápida y le llevó flores al cementerio hasta que ocurrió su propia muerte. 

Del matrimonio de María Milán con Pablo Dumit nacieron cinco hijos: Ernesto, el 18 de mayo de 1938 - padre de nuestro entrevistado -; Luis; Edmundo; Antonio y René. De ellos ya fallecidos, Luis, Edmundo y lamentablemente el pintor tucumano, Ernesto Dumit.    

Problemas de familia  

          Nadie puede negar aquello de que ‘cada casa es un mundo’. Quien haya creado ese proverbio, axioma o refrán, sabía de lo que hablaba. Un claro ejemplo se da en la familia de la que aquí nos ocupamos.
Aunque no se nos dijo, intuimos que los inmigrantes Dumit habitaban en La Ciudadela una misma vivienda o moraban en cercanía unos de otros. También, y es otra suposición, que los hermanos de Pablo no aceptaban a María Milán, su mujer, o tenían roces con ella.
El hecho es que al fallecer Pablo, en 1948, las tensiones salieron a la luz.

Nuestro interlocutor dice:  

-Cuando muere mi abuelo Pablo los hermanos de él la expulsan a mi abuela María con sus cinco hijos. Entonces ella se traslada a  la calle Lavalle al 500, entre Buenos Aires y 9 de Julio. Mi abuela mantenía a sus hijos cosiendo para afuera.
Como un ejercicio de memoria, mi padre pintó y aun conservamos, el cuadro de la vivienda de la calle Lavalle; se llama “Luz del recuerdo”; en la parte de abajo figura un escudito con el nº de la casa. Según él, en ese cuadro está toda su vida.

 Vocación desde la infancia 
Ernesto Dumit
Ernesto Dumit  decía que vivió una infancia feliz. Seguramente sus pocos años y la permanente abstracción por el dibujo, lo mantenían distraído de cualquier estrechez económica que pudiera rondar su casa.
En la última entrevista que dio, recuerda que sus primeros trazos fueron para bosquejar a su madre bordando un almohadón, tarea que sin dudar, ocupaba a doña María con asiduidad.
Pero la felicidad del pequeño Ernesto se vio frustrada al morir su padre en 1948. Con apenas 10 años de edad su madre decide inscribirlo como interno en el convento de San Francisco. Allí conocerá de cerca los rigores del encierro y sufrirá el duro temperamento de algunos sacerdotes encargados de su educación.
Hablando de esa experiencia que lo atormentó siempre, su hijo Pablo cuenta que solía reflexionar así:
-Yo creo en un Jesús político, mas no creo en la iglesia de los hombres.
Jesús Cristo es una imagen que he pintado mucho, dijo alguna vez.

Luego de su paso por los claustros franciscanos, e insertado nuevamente en el seno familiar, cursa sus estudios secundarios y se acerca al Departamento de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. A las primeras clases de pintura las recibe de Timoteo Navarro, Pompeyo Audivert y José Alonso. En ese ámbito traba relación con Lino Eneas Spilimbergo, artista que estuvo corto tiempo en la ciudad, pero que dejó sus enseñanzas.  
Su permanencia en las aulas se prolongó por largo tiempo y hasta podemos aseverar que jamás las abandonó.
Durante su estada en el Departamento de Artes absorbió todo lo que aquellos  maestros le brindaban. Pero había en él un rebelde autodidacta. Dumit prefería adentrarse en las villas humildes y plasmar las casuchas y sus pobrezas.
Pablo, nuestro entrevistado, comenta:
-Mi viejo por entonces ya mostraba su talento, pero no iba con él lo que dictaba el programa. Nunca se recibió.

Ernesto Dumit
Una beca y regreso al norte 
A principios de la década de 1960, Ernesto Dumit consigue del Consejo Provincial de Difusión Cultural, una beca que lo lleva a la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcoba, en Buenos Aires. Al llegar toma clases con Adolfo de Ferrari y sobrevive diseñando vidrieras, las de editorial Atlántida, por ejemplo. Permanece en esa ciudad durante 2 años compartiendo domicilio con el artista plástico y director de teatro argentino-francés Jerôme Zavary. Su hijo, el poeta Dumit, nos comenta que él fue bautizado: Pablo, por su abuelo paterno y Gerónimo, por Zavary.
Cumplido el plazo de la beca regresa al norte. Su destino será la localidad santiagueña de Clodomira, pueblo que no lo retiene mucho tiempo, pues se traslada al cordobés pueblo de Deán Funes, donde se aloja en la casa de unos singulares parientes, plasmados en un cuadro que realizó entonces. Dando riendas sueltas a su espíritu andariego, desde allí viaja al hermoso paraje de Unquillo, lugar enclavado en las bajas serranías de esa provincia. Él sabe que ahí se radicó Lino Spilimbergo y decide quedarse un par de meses pintando a su lado.






          El pintor Dumit se casa 



          Quizás cansado de hacer y deshacer avíos, o extrañando su tierra tucumana, Ernesto emprende el regreso. Recala en la vieja casa materna de la calle Lavalle, pero enseguida se muda buscando la compañía de un estimado amigo: Enrique Naval, actor y artista plástico ligado muy fuertemente al ambiente teatral; compañero de tablas y vigilias de Oscar Quiroga, el inmortal ‘Loro’; de  Fernando Arce; de Pelayo Romano; y de otros insomnes.                 
Radicado en la casa de Naval, el arte le tiende una celada magistral que revoluciona su vida. En realidad lo enmaraña en los hilos del casamiento.
Pablo, que es quien nos cuenta sobre su padre, dice:

Ernesto Dumit y Nora Elvira Escaño



-Ellos se habrán conocido en 1965 en lo de Naval. Mi viejo vivió dos años en la casa de ese amigo. En esos momentos él estaba pintando un retrato a una amiga del ambiente de teatro, a Nini Callejón, quien a la vez era compañera en el colegio Santa Rosa de Nora Elvira Escaño, mi futura madre.
Los padres de Nini fueron los dueños del hotel California, hoy Dallas hotel; esa gente le había comprado un mural a mi padre, trabajo que aun pervive.
Todo comenzó cuando Nini le dice a su amiga: Norita acompañame porque Dumit me está haciendo un retrato. Vamos, responde mi vieja. Llegan a la casa y el señor las atiende en calzoncillos boxer y su vasito de ginebra en la mano. Ese era mi viejo. Sé que mientras pintaba le invitaba café a la que sería su esposa.

Formalizado el casamiento la pareja se radicó en el barrio Sarmiento. Tres años después de realizada la boda, el 21 de agosto de1969, en ese domicilio nace el único hijo del matrimonio: Pablo Gerónimo Dumit. Un niño precoz e inquieto que burló a ‘la parca’ cuando un día quedó aplastado por una pesada reja.
Pablo Dumit, hijo de Ernesto Dumit y Néstor Soria
Pablo Dumit dibujado por su padre





















Domicilios y quehaceres 

Hubo un periodo en el que Nora Elvira Escaño, ya casada con Dumit, ejerció el magisterio en el pueblo de Simoca. Esclavo de su genio y vocación, el pintor resuelve fundar allá una escuela de arte destinada a los chicos de la zona; hoy desaparecida. Pasado un tiempo, en la década de 1970, la maestra es trasladada a la capital tucumana y nombrada en la escuela Salustiano Zavalía, turno tarde. Allí cursará sus estudios primarios el niño Pablo. Para entonces el domicilio de la familia era la calle Mendoza 1ra. Cuadra. Pero los cambios de vivienda continúan. Una nueva mudanza los interna en Villa Alem; en ese barrio alquilarán casas en la calle Congreso y también en la 9 de Julio.
Desde Villa Alem Ernesto empieza a refaccionar la casa de la calle Italia al 500, morada que será definitiva para el artista y de larga permanencia para su mujer y su hijo. Corría el año 1977.




 

 Realismo en la pintura 

          No nos disponemos bajo este título el hacer un análisis del arte plástico de Ernesto Dumit. Sólo narraremos la impresión que tuvo un niño, amigo de su hijo Pablo, cuando se enfrentó a un cuadro.

-Esta casa era en mi niñez, un polo atractivo para los chicos de la cuadra, sobre todo para jugar al fútbol en el patio. Eran partidos de dos contra dos, o tres contra tres.











 

Lo que les cuento grafica la relación de los niños con la obra de Dumit:

 -Cierta vez le encargaron que pinte a Vincent Van Gogh. Él lo hizo mostrándolo dentro de un cuarto, acodado en una mesa y en tres secuencias; una era cortándose la oreja y finalizaba donde se lo veía con la cabeza vendada. Recuerdo aquel cuadro oscuro. Daba miedo el mirarlo.
Después el banco Empresario le encargó un cuadro de Bethoven. En ese caso lo pintó al músico sentado, acodado sobre el piano, hizo las partituras y dibujó en su rostro ese gesto adusto que lo caracterizaba. En todo predominaban los tonos grises. 
Terminada la obra la dejó en medio del taller, ámbito que desde la ventana recibía un  haz de luz proveniente del patio y que casualmente iluminaba la cara de Bethoven.
Cierta vez nosotros los chicos estábamos jugando a la pelota en ese patio, a la oración,  alumbrados por esa única luz y en un momento se nos va el balón para adentro. Uno de mis amiguitos entra detrás de la pelota y en la penumbra pegó un grito que nos hizo pensar que se le había caído un ropero encima. Entonces lo vimos salir corriendo hacia la puerta mientras espantado gritaba ¡Ay un señor, hay un señor ahí adentro! Entonces entendí lo que le había pasado.
Yo llegaba a casa y los monstruos de los cuadros para mi eran familiares; estaba acostumbrado a verlos. A nosotros  nos parecían maravillosos, pero nadie quería vivir con los cuadros, salvo yo.

Ernesto Dumit, Luis Lobo de la  Vega y Gerardo Gucemas

Memoria desde la infancia 


           
Al escuchar a Pablo hablar de su padre y de la casa-taller de  pintura, nos queda muy claro el emocionado cariño que conserva de su años de, niño, adolescencia y juventud. Cada frase trasmitida está cargada de atrayentes comentarios que la sazonan. Es por eso que aquella vez le pedimos que no cese en los recuerdos, y así continuó su narrativa. 

-Mi padre, siendo un joven pintor, obtiene los primeros premios.

-El ‘Turco’ Juan Carlos Malcum, arquitecto, docente y escenógrafo, formó parte de una nueva generación de amigos de mi viejo. Dumit, trabajando a la par de él le fue cambiando la concepción escenográfica. No es lo mismo la visión plástica que la arquitectónica.

-Cuando mi viejo empezó a hacer las obras del bar ‘El condado’, fue armándolas en un taller que creo que montó en la calle San Martín. El trabajo de yeso con entretejido de alambres le debe haber llevado meses de armado. Después lo montaron.

-Más que en lienzo él prefería pintar en madera. A los paneles de la escalera de El Condado, que eran de ese material, los pintó en el taller y recién los colocaron. Cuando hizo ese trabajo yo tenía 3 años.

 




-‘La encrucijada’, un gran cuadro por el que le dan el Premio de Honor y fue adquirido por el museo de Bellas Artes Timoteo Navarro, es el tríptico con el que sintió que había alcanzado su obra maestra, que podía no pintar más. En esa pintura Dumit plasmó el 536, numeración de esta casa de la Italia.

-En una conversación que tuve con mi viejo le dije, que cuando él ya no esté,  en esta casa  yo iba a hacer algo, exposiciones, museo, escuela; y ahí terminamos con el tema. Mi opinión es, que siga sirviendo para el arte, las reuniones y la cultura. En fin, este museo mantiene vivo su último deseo.

-Cerca de casa estaba el clásico almacén de don Gutiérrez; así se llamó el boliche hasta que él murió. Este hombre, descendiente de gallegos y que lucía una boina arruinada, era un personaje con un carácter podrido; por cualquier cosa te mandaba a la m…Recuerdo que cuando tenía más o menos 8 años me fui a comprarle mortadela; se la pido y me pregunta: ¿cuánto querés? Como yo no sabía de gramajes, lo miro desconcertado y le digo: 6 gramos. Eso fue suficiente para que me corra. ¡vayasé a la m…! El viejo habrá pensado que lo estaba cargando.


El terror llamado proceso 
-En la década de 1970, cuando reinaba el terror del proceso, mi viejo dejó de frecuentar los bares porque casi todos sus amigos estaban en las listas negras de la triple A. Comenta Pablo Dumit.

Y muchos sabemos que los más afectados por el accionar de estas bandas de asesinos fueron los artistas. No importaba si asían un pincel, pulsaban una  guitarra o recitaban a Walt Witman. Las listas negras eran como las planillas del matadero municipal.
El poeta Pablo Dumit, muy joven entonces, percibía la tensión que se vivía en su casa, no sólo por estar habitada por un pintor, sino, por la cercanía con la zona militarizada de la ciudad.                                     

-Mi viejo estaba muy afectado por lo que ya se sabía que pasaba. En villa Alem tiraban bombas, nosotros salíamos agachados a ver qué pasaba y era que Boca había ganado un campeonato. No te imaginás el temor que sentíamos. Algunos amigos de mi viejo estaban desaparecidos, aquí, en Tucumán: Hugo Duca; ‘El chonga’ Vargas; ‘El pato’ Carré, al que por confundirlo con alguien le dispararon y lo dejaron paralítico. Ernesto Dumit estaba censurado. No podía exponer en Tucumán, tampoco laburar en escenografía. Tenía que esperar a que la Side mande el informe sobre él.
Al ‘Gallego’ Ramos Gucemas, a Gerardo, tampoco lo dejaban exponer porque pintaba mucho con color rojo.

Navidad Tensa

-Esta casa de la calle Italia al 500, esta ubicada en la zona donde las fuerzas armadas aglutinaban todos sus centros de operaciones. Tenemos el cuerpo de bomberos; la escuela de Policía; estaba la brigada; la jefatura; el distrito militar;   comunicaciones 5. Y tras cartón, el edificio que habitaban todos los militares, inclusive Bussi.
Al llegar la primera Navidad que celebraríamos en el barrio, mi vieja armó una mesa en el salón de adelante, en una especie de garaje desde donde se veía hacia calle.
Comenzamos a comer y de pronto frente a nuestro portón se detuvo un camión del ejército y empezaron a bajar soldados; golpean las manos, cosa que tranquilizó a mi viejo y uno de ellos nos pidió que les diéramos algo para pasar esa fiesta. ¡Qué cagaso! Uno vivía en estado de alerta.

Papeles quemados

-Como maestra que era, mi vieja había guardado los diarios y revistas que hablaban de la muerte de Perón. Tenía apilada toda esa documentación.
Cierta vez hubo un auto estacionado por varios días en la esquina de nuestra casa. Cayó la brigada de explosivos, camiones del distrito y armaron un gran operativo. Recuerdo que también desalojaban a los vecinos que vivían cerca.
En un momento mi vieja le pregunta a un soldado qué es lo que pasaba y este le responde que buscaban una bomba. Al ver semejante despliegue de fuerzas, ella se vino al fondo de la casa y quemó todo el material que había conservado.

Levantan la censura

-En 1980, Celia Terán pidió permiso para que Ernesto Dumit hiciera una escenografía. Le fue concedido. Pero recién en 1981, luego de ganar el Gran premio de honor, la censura de Dumit fue levantada. Ya se vislumbraba la democracia.

-Entre 1981 y 1982, los alumnos de Arte se organizan y ejercen una suerte de presión. Linares, el decano, dijo:
Denle a Dumit la posibilidad de que invente algo.
Ante ésto la Universidad le preguntó a mi viejo qué es lo que quería hacer y él respondió:
Hagamos los talleres libres de pintura.
De ese modo fundó los talleres libres en la facultad. Sin título que lo habilite,  estuvo allí entre 1982 y hasta el 86; mientras tanto seguía enseñando en la casa. 

Se separan

Ernesto Dumit y su mujer pactaron su separación en 1982; fue una decisión amistosa. Nora Elvira Escaño se muda entonces con su hijo Pablo a una casa de la calle Suipacha y Sarmiento. Pero el distanciamiento físico no afectó al cariño que se profesaban. Tan así es, que ella se hizo cargo de la salud y de la economía del pintor hasta sus últimos días. 
El bohemio, el artista, el amigo, falleció el 1º de octubre de 2007, a los 69 años. Su cuerpo descansa en el cementerio privado San Agustín; muy cerca de la sepultura de otro grande, de ‘El loro’ Quiroga.

Unas palabras más sobre el pintor

-En sus últimos años mi padre mantuvo funcionando el taller-escuela en la casa. Su salud se fue complicando. Las últimas obras son de tamaño reducido  porque estaba limitado en su movilidad; tenía una prótesis en la cadera. Cuenta Pablo.






Obras y premios de Ernesto Dumit 

1958: Segundo premio de pintura en el Salón de otoño - Peña Cultural ’El cardón’ - y el Primer premio de grabado adquisición. Salón primavera del Consejo Provincial de Difusión Cultural de Tucumán (cpdc).
1959: Primer premio de pintura en 1º Salón Nacional de Estudiantes - Tucumán -
1962: Premio único para acuarela VI Salón de pintura de Deán Funes. - Córdoba -
1966: Segundo premio de pintura adquisición. Salón Provincial Sesquicentenario.
1967: Primer premio adquisición en el IV Salón del poema ilustrado cpdc - Con el poeta José Augusto Moreno -.
Primer premio Salón Rotariano Nacional. Galería Van Riel - Rotary internacional -. Buenos Aires.
1968: Primer premio de pintura adquisición. XII Salón Nacional de Artes Plásticas.
1969: Primer premio de pintura adquisición. Salón del Noa. - Santiago del Estero -. 
Primer premio de pintura adquisición. XIII Salón Nacional de Artes Plásticas. Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro. - Tucumán -.
1971: Segundo premio de pintura. Salón del Noa. - Catamarca -.
1972: Tercer premio de pintura. 1º Salón para Artistas Visuales del Interior. - Buenos Aires -.
1981: Gran Premio de Honor XXIII Salón Nacional de Tucumán para el ámbito nacional. Obra: Encrucijada. Museo Provincial de Bellas Artes. – Tucumán -.
1994: Primer premio adquisición de pintura. Salón La Gaceta. – Tucumán -.

Escenografías realizadas por Dumit

La cantante calva. Eugène Ionesco.
Pic-nic en el campo de batalla. Fernando Arrabal.
El malentendido. Albert Camus.
Un marido para el desayuno. Sacha Guitry.
Arlequin, servidor de dos patrones. Goldoni. 
Madre coraje. Bertold Brech.
Los padres terribles. Jean Cocteau.
Esperando a Godoy. Samuel Beckett.
Cleranbard, los días nuestros. Oscar Quiroga.
El enfermo imaginario. Molière (Jean-Baptiste Poquelin)
El guiso caliente. Oscar Quiroga.
Vestir al desnudo (Dirigida por Orestes Caviglia). Luigi Pirandello.
Stefano. Armando Discépolo.
Mariana pineda. Federico García Lorca.
Milagro en el mercado viejo. Osvaldo Dragún.
En 1970, la crítica teatral lo eligió como mejor escenógrafo por su labor en la obra Esperando a Godot.

Poeta Pablo Dumit



Nueva generación

            La escuela primaria Salustiano Zavalía cumplió con el compromiso de educar en las primeras letras al alumno Pablo Dumit. Él es ahora quien debe decidir a qué aulas asistirá para continuar con su pulimento de incipiente ciudadano.

-Recuerdo que había fallado en mi examen para ingresar al Instituto Técnico. Entonces mi madre me preguntó: ¿Donde te pongo? Y yo le contesté: Donde haya mujeres. Me cansé de esas escuelas que horriblemente sólo huelen a… varones. Hizo la gestión y me recibieron en el Jim. Era una ‘oveja negra’ ahí. Concurrían cinco changos y cuarenta y tres mujeres. Ya por tercer año me convertí en ‘el gurú’ de las chicas, porque les escuchaba sus experiencias con los novios; yo fui como un consejero de esa camada. En el Jim me recibí e ingresé a la facultad de artes; en la carrera de fotografía. A esos cursos cortos decían que le iban a sumar cine y televisión pero nunca lo hicieron. Luego de egresar hice dos años en Filosofía y letras. Todo fue en vano. Yo me sentía escritor.

Se macera el poeta

            En la casa de calle Italia al 500 se respiraba y se respira creación, talento, bohemia. La desaparición corpórea del pintor Ernesto Dumit  
no ha modificado el íntimo escenario de sus fantásticas elucubraciones. Digo ésto porque su vivienda y taller siguen allí, inviolables, celosamente protegidos por su hijo Pablo, un poeta que convirtió al lugar en un centro de cultura. Él es quien nos contó la historia familiar.
Tocado por los genes paternos, contagiado por tantas presencias ligadas al teatro, a la pintura, al cine, a la música, y a otras exquisiteces, el poeta Dumit quedó atrapado en el mundo seductor donde mora el arte:

-Antes de hablar de mi amor a la poesía, debo confesarles que de chico tenía un muy mal gusto musical, Creo que era por hacerle la contra a mi viejo. Él escuchaba a Bethoven y yo le ponía Palito Ortega. Además en esa época de pleno proceso no podías escuchar otras cosas; te daban eso.
Entre 1980 y 81, previo al desastre de las Malvinas, no sé porque vía comienzan a llegar a nosotros casetes de Sui Generis. Ahí empiezo a escuchar temas que tenían un mensaje  distinto con el que me identificaba.
Cuando empiezo a elaborar mis canciones, no sé porqué pero se me colaba
una melodía conocida y yo terminaba poniéndole  una letra propia. Al principio eso fue una especie de juego. Hasta ahí no había leído un libro de poesía; eran prejuicios. Por entonces tendría unos 12 años.
Luego cayó en mis manos un libro de Benedetti y me doy cuenta de que el verso libre de ese autor me contenía. Cuando lo conozco y lo leo me empiezo a enfrentar con lo que me enseñaban en el secundario. Ahora sé que el verso libre es una alternativa de lectura y escritura y empecé a buscar mi propio ritmo al escribir.


Aquí pasaron cosas
            Pablo se refiere a la casa de la calle Italia. Para él cada rincón de la vivienda, antes taller de arte de su padre y hoy espacio cultural abierto, cobija pasajes de mágicas reuniones que el pintor, Ernesto, solía realizar junto a sus amigos que lo visitaban. Él dice que esas ‘juntadas’ paterna favorecieron su inclinación a la poesía. Nosotros no dudamos de que eso fue así.

-Imaginate, venir de la escuela, atravesar la casa hasta el patio y encontrarme con personajes como ‘Pepe’ Soriano. O aquella vez en que aquí en Tucumán  Gerardo Vallejo estaba filmando una de sus películas y tardes enteras yo tomaba mates con Carlos Carela. Lo recuerdo a Pedro Lábate, el actor tucumano que recitaba a Victorio Gassman; o a Lito Tossi, armando su loca vida y hablándome de la poesía. Lito vivió con nosotros y tenía una mujer que no usaba ropas, siempre desnuda. Yo con mis 13 años llegaba de algún lado y la veía andar así por la casa con toda naturalidad; era fuerte todo eso para un chango de 13. Me acuerdo de cuando ‘El loro’ Quiroga se alojó en la piecita, al lado de la cocina; ese personaje dirigió el teatro San Martín. Aquí pasaron cosas. ¡Muchas cosas!.

Surge el poeta

-Escribo desde muy chico, pero a mi primer libro lo elaboré a los 20 años; se llama ‘Poemas para andar despierto’; su contenido es en verso libre y de temática urbana. En 1992 me voy a Buenos Aires y me quedo hasta agosto del 2008.  El segundo libro es ‘Poema para quitarse la muerte’ -2006-; en él hay mucho del paisaje de allá.  El tercer libro ‘El sol sobre las cosas perdidas’ salió en 2003; también desde Buenos Aires.

El poeta habla del pintor


Ernesto Dumit
 La desaparición física de Ernesto Dumit señala el fin de una época para las artes de la región… no así el fin de la escuela y la marca que la obra de Ernesto configuraba.

Dumit fue el último de una camada de artistas que cobraba notoriedad allá por mediados de los años 1960.

Durante años, centenares de talentosos artistas de las nuevas generaciones, se asomaban al taller de Dumit, concibiéndolo como referente inevitable de un modo de ver el arte y de ver la vida. La referencia del maestro no sólo comprendía la pintura, sino que su paso por el teatro, la escenografía y su visión integral de las artes, hacían de este viejo sabio un padre multifacético a quien daba gusto escuchar durante horas…

Quienes lo tuvimos cerca, sabemos de sus sueños y de su legado… sabemos que debemos defender su obra de ser olvidada y su figura (en el recuerdo) de ser una leyenda….

Sabemos de su inmensa entrega por la pintura y su inagotable aporte a la cultura tucumana… y de la región…

Somos testigos de ese aporte. Y responsables precarios y libres, de darle proyección en tiempo y espacio a lo que fue una fiesta de vitalidad y sabiduría… su obra… la enorme escuela de su obra…

Su paso generoso y claro por nuestras vidas nos hizo mejores personas…

Hasta la vuelta querido maestro!!


Poema
no pudiste con la espalda rota
ni con el abecedario /ni con el nombre de las monedas
ni con las moscas del pan duro /ni con las cuentas cotidianas

no pudiste con la ausencia de tu hijo
ni con las postergaciones /ni con la edad

son estas pocas cosas con las que no pudiste

pero llegaste hasta el fondo del barro y allí te incendiabas como un leño
para enseñarnos a mirar /ayudarnos a mirar /mirarnos...

viejo! podríamos creer que no...
porque se quedaron con tu confort /con tu salud
con la menor de tus verdades...

pero
hemos aprendido a mirar /por vos
en este paraje de ciegos...

y los jodiste...

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BARCELLONA EN VILLA 9 DE JULIO




Redacción: Néstor 'Poli' Soria
Entrevistas: Ana Lía Madrigal



De la península itálica y mayormente de su lado sur, siguen llegando inmigrantes. No los atemoriza ni el misterioso piélago que se mece espeso y turbio bajo sus pies, ni un viaje sin derrotero cierto; tampoco saben si llegarán a destino alguno, muchos de ellos enfermaron fatalmente en alta mar y sus despojos fueron a dar en las profundidades. Pero aquí están, famélicos, sedientos de agua dulce, mareados, un tanto más empobrecidos que al dejar sus comarcas, al haber sido estafados por gestores que se apiñan y rapiñan en los puertos. Sólo un viejo refrán los sostiene: ‘Quién no se aventura no cruza la mar’.
Las mismas manos, ya rotas de trabajo, esas que ahora arrastran pesados avíos, muestran ante migraciones ajados papeles identificatorios. Aquellos viajeros se anotan sobreponiendo sus voces a las de armenios, españoles, judíos, franceses, árabes…
La Argentina los aloja luego, gratuitamente y por cinco días, en el Hotel de Inmigrantes, ese precario edificio con techos de chapas de cinc, que aun hoy se alza junto a la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires; en 1880 se hospedaron allí 10.942 almas.
             

Juana Rosa 'Porota' Dell'arte de Barcellona-Entrevistada

Trilogía familiar

           
            Ya en tierra argentina cada uno elige un destino y hacia allí parte. Nada le dice a ninguno si la decisión es acertada o le pesará toda la vida. Tucumán, que siempre  estuvo entre esas elecciones, anota aquí otra llegada de italianos.

Comenzaremos con Cayetano Dell’Arte, siciliano de Palermo nacido en 1878 y llegado a Tucumán en 1902. El muchacho, soltero y cuyo cálculo de edad nos da 24 años, dejó a sus padres Marco Antonio y María Magdalena  en aquel pueblo de orillas del Mar Tirreno y vino acompañado de otros paisanos suyos. Como herramienta de sostén traía su oficio de albañil.
Por otro lado, sin imaginar ligazones familiares a futuro, en 1912 Salvador Petrino y Teresa De’Gaetano iniciaban desde Italia el mismo viaje que Cayetano, trayendo con ellos a sus hijos: Ángel, Pedro y Ana -niña nacida en 1901-.  
Doña Teresa De’Gaetano de Petrino hizo su viaje embarazada. Debido al hacinamiento que sufría en ese barco se pasó en cama  los cuarenta días de la travesía, con vómitos y malestares. Producido el parto, ya en Argentina, su niña, murió al cumplir 5 años. 
Cerrando una trilogía que el tiempo y el sino convirtieron en indisoluble, decimos que en el mismo barco que trasladó a los Petrino-De’Gaetano, navegaban los sicilianos del pueblo de Catina Nova, Próspero Barcellona, su mujer Próspera y un hijo de los dos, Pedro.

Sumando datos 

  Para no dejar en estas historias hilos sin atar, anotamos aquí cosas que por sueltas parecen irrelevantes pero no lo son, pues, sujetos estos cabos, lo porvenir de las tres familias será mucho más fácil de entender. Leamos entonces lo que nos cuenta Porota Dell’Arte de Barcellona:

Por allá de 1900, un hijo mayor de Próspero Barcellona y de su mujer, doña Próspera, ya se había afincado en Tucumán. El joven, llamado Teodosio,  idóneo en albañilería, llegó a Tucumán con otros italianos que como él aspiraban a tener un buen porvenir. La suerte estuvo de su lado. Con el tiempo instaló una fábrica de mosaicos en la avenida Sarmiento casi al llegar a calle Laprida -donde hoy está la Liga Tucumana de Fútbol-.Y esa nueva posición económica es la que  le permitió girar el dinero suficiente como para que sus padres y hermano pudieran hacer el viaje. 

 Don Pedro Barcellona cuando vino a la Argentina tenía 15 años. Su madre se llamaba Próspera y su padre Próspero; o sea que se casaron dos Próspero. Durante tres generaciones en la familia tenían la costumbre de ponerle, a la mujer, Próspera y al varón, Próspero. Ellos decían que si no los bautizaban así a los que nacían, se perdían las tradiciones y el nombre.



Si bien muchos inmigrantes se establecían en Buenos Aires, esa ciudad fue en otros casos sólo una etapa de un  viaje que continuaría. En 1900 de 132.456 personas llegadas, la Dirección de Inmigraciones derivó hacia otros puntos 32.809 y en 1901, sobre un total de 162.965, internó a 44.910.
A Tucumán vinieron, en 1900, 590 inmigrantes y en 1901, 1.576.


Al Tucumán agrícola 


            Salvador Petrino, Teresa De‘Gaetano y sus hijos, tuvieron como primer destino Mar del Plata. Tiempo después, por razones de vaya a saber qué ordenamiento oficial, las autoridades de migraciones los enviaron a Tucumán, a trabajar en la cosecha de la caña de azúcar.
Al llegar a tierra tucumana, los Petrino-De’Gaetano se reencontraron con sus vecinos de ultramar, parientes  y compañeros de viaje, los Barcellona. 
Calmada la alegría de los saludos, las dos familias decidieron establecerse en la zona serrana conocida como El Taficillo -en las cercanías de la actual Tafí Viejo- para iniciar allí una actividad agrícola -siembra y cosecha de verduras-. Las referencias recogidas dicen que esta sociedad entre inmigrantes les hacía más fácil la subsistencia.
Pero las cosas no salieron como anhelaban. Los cambios de clima en ese paraje no fueron propicios para los cultivos y los Petrino-De’Gaetano con su prole bajaron a la ciudad capitalina. La radicación de la familia fue en Villa 9 de Julio, sobre la calle José Antonio Álvarez de Condarco, donde alquilaron una vivienda, justo en la propiedad en la que con el tiempo funcionó el almacén  de ‘Paquito’ Vázquez.


Con un pariente 


            Es oportuno  el decir aquí que aquel hijo mayor de Próspero y Próspera Barcellona, de nombre Teodosio, por entonces ya estaba casado con una hermana de doña Teresa De’Gaetano, es decir, la mujer de Salvador Petrino; o sea que esas dos familias ya estaban emparentadas.
Eso viene a explicar el porqué don Salvador se muda a Villa 9 de Julio y comienza a trabajar, como ayudante, en la fábrica de mosaicos montada por Teodosio.
Aquel emprendimiento, ya exitoso, estuvo funcionando, lo dijimos más arriba, en la avenida Domingo Faustino Sarmiento casi esquina con calle Narciso de Laprida; luego se trasladó a la avenida Nicolás Avellaneda al 200 bajo la tutoría de Teodosio Barcellona y sus dos hijos, Próspero y Pedro. La fábrica nunca tuvo un nombre de fantasía, se la llamó sencillamente Barcellona. Pero eso no fue obstáculo para convertirse en la proveedora de las hermosamente decoradas baldosas que, en 1910, se usaron en los pisos de los cuarteles de Santiago del Estero, Jujuy, Salta y por supuesto Tucumán; sumemos a eso la provisión por pedido de los constructores, como los hermanos Diambra, para embaldosar muchas viviendas que se alzaban a lo ancho y largo de la ciudad.

Un tercer italiano

Ana Petrino

            En cercanías de donde los Barcellona y los Petrino desovillaban vida y trabajo, Cayetano Dell’Arte, aquel siciliano de Palermo que había llegado soltero en 1902, siguió ejerciendo por las suyas el oficio de albañil.
Integrado a la comunidad italiana que por entonces comenzó a ser numerosa en la ciudad, conoció a Ana Petrino, aquella italianita nacida en 1901 y llegada en 1912 con sus padres, Salvador Petrino y Teresa De’Gaetano.
Quien nos cuenta toda esta historia familiar, Juana Rosa Dell’Arte, cariñosamente llamada ‘Porota’ desde niña, concluye en que el casamiento de quienes luego serían sus padres, seguramente fue un arreglo entre los Petrino-De’Gaetano y el joven Cayetano, pues ese era el modo de mantener sin mezclas la sangre italiana. El hecho es que los jóvenes se casaron el 1º de marzo de 1919. Ana tenía 18 años, y Cayetano 36.

Nuevos domicilios e hijos 


            La pareja recién constituida se instaló en una vivienda que alquiló en la calle Marcos Paz al 100. Tiempo después al matrimonio le nacieron niñas mellizas a las que bautizaron María y María Magdalena, esta última fallecida a poco de ver la luz. La sucesión prosiguió con Antonio, muchachito que debía llamarse Marco Antonio como su abuelo paterno y el Registro Civil no aceptó; luego vinieron Salvador, Roberto, Teresa, Ángel Carmelo, Juana Rosa (la entrevistada), Marina del Carmen, Jesús Cayetano, y Ana Ramona.
La numerosa descendencia de los Dell’Arte-Petrino llegó al mundo en varios domicilios, ya que hubo mudanzas que llevó al matrimonio a radicarse en la calle Benjamín Villafañe esquina Juramento y después en el pasaje 1º de Mayo al 400, casa que alzó Cayetano -había comprado ese terreno- y donde nació Juana Rosa el 24 de junio de 1931, y otros de sus hermanos. Sobre el apodo que la acompaña desde que tiene memoria, ‘Porota’ nos comenta que surgió por que al nacer, ella se parecía a un porotito.

De memoria 


            Porota Dell’Arte sigue íntimamente relacionada con Villa 9 de Julio. Su infancia, adolescencia, juventud y madurez, están enraizadas en el barrio y todo su tránsito se halla nutrido por un dar y recibir favores entre vecinos.
Al hacer una retrospectiva de su niñez, cuenta que cursó hasta segundo grado en la escuela Benjamín Villafañe, instruida por la maestra Adelina Pieruzi; dos años después prosiguió por dos años, estudios en el colegio Mujer Obrera Virgen del Perpetuo Socorro*.

 * El colegio Mujer Obrera Virgen del Perpetuo Socorro, funcionó en la calle Bernardino Rivadavia al 900, donde hoy funciona el Seminario Menor San José. Aquel establecimiento tenía un internado y aulas en las que se dictaban clases de corte, costuras, tejidos, lavado, planchado, zurcido, religión, economía doméstica, cocina.

Regresando con mirada de niña al seno de su hogar, nos dice que su casa era de maderas anchas fijadas verticalmente, con techo de chapas y cielorraso de lona pintada con cal espesa; en la cocina sobresalía un fogón de mampostería construido por su padre. Con lógico orgullo comenta que don Cayetano, su progenitor, nunca quiso aceptar que su patrón le regalara materiales para alzar una vivienda de mampostería, él quería comprarlos.  
A la hora de las comidas Porota se ve sentada a una larga mesa junto a sus nueve hermanos y a sus padres. ‘Los platos típicos, con dejo italiano, se servían los jueves y domingos y consistían en fideos amasados regados con salsa o cremas de arvejas o garbanzos; por supuesto que a esa dieta se incorporaron recetas consideradas criollas, como el guiso de papas, el puchero y otras ricuras. La tradición itálica también se cumplía con la faena de cerdos y la posterior elaboración de chacinas y chorizos’ Nos cuenta Porota.
Sobre las devociones religiosas, don Cayetano y Ana inculcaron a sus hijos la adoración por la Virgen del Carmen; en la parroquia de esa advocación, de calle Juramento nº 369, asistían a misa; allí fueron bautizados, confirmados y también ocurrieron, con los años, sus casamientos. Su fe hacia Nuestra Señora del Carmen le impuso a don Cayetano el colaborar con el templo. Él fue quien edificó la habitación del sacerdote -por entonces el Padre José Artero-, levantó la tapia que circunda al predio de la iglesia y colocó las rejas.

El cobrador 

En la parroquia del Carmen se reunía la Congregación de los Vicentinos (de San Vicente), convocatorias de las que don Cayetano participaba como  cobrador de las mensualidades que algunos benefactores aportaban a ese movimiento.

Al respecto Porota nos cuenta:

‘Él no sabía leer ni escribir, pero todas las noches ensayaba a firmar con su apellido ya que necesitaba rubricar los recibos de cobranzas a los socios vicentinos; recuerdo a  los Terán, a los Nougués... A mí, que entonces tenía 8 años, me pedía que le ordene las fichas por apellido para que le resulte más fácil.
En la Congregación también estaba un señor Abaca, el que traía  las galletas de la cárcel y las repartía entre la gente pobre. Desde allí ayudaban  a los necesitados del barrio, sobre todo a los de la villa de emergencia que se llamaba “Puerto nuevo”; recuerdo que entregaban unos bonos para que esos vecinos los cambien por mercaderías en el almacén de don Espinosa, el que estaba en la  calle Diego de Villarroel. 
La villa Puerto Nuevo  estaba en el sector de la calle Juramento hacia el parque 9 de Julio y se extendía hacia el este hasta  antes de llegar al río Salí. Sus habitantes solían ir a la iglesia a pedir que los  ayuden; eran muy carenciados’.

Sobre los italianos Cayetano Dell’Arte y Ana Petrino, sólo resta decir que fallecieron: él, a los 81 años, en 1964 y ella, a los 72, en 1971.

Rememorando 

            Para  los niños, el espacio íntegro del barrio donde crece es como un gran patio de juegos y a la vez un arcón lleno de sorpresas. Cada rincón, cada vecino, se grabarán en su mente y en la adultez de las reminiscencias emergerán cual dulces fantasmas de un ayer insepulto.
             
Ana Petrino
‘Mi madre, Ana Petrino,  me mandaba a hacer compras en el almacén de Espinosa,  de la calle Diego de Villarroel;  también a El Pacará, súper que estaba en la esquina del pasaje 1º de Mayo y avenida Juan B. Justo y era propiedad de Miguel Mata.

 Mi tío Nuncio, hermano de mi padre, fue dueño de la famosa peluquería llamada “Los bancos”, ubicada en calle Maipú casi esquina con 24 de Septiembre. Mi madre lavaba los paños que Nuncio utilizaba para envolver el rostro de los clientes cuando les hacía fomentos antes de rasurarlos. Ese negocio luego se trasladó al frente de la plaza Independencia con eñl mismo nombre’.

‘Hacia el este de avenida Juan B. Justo quedaba la lechería de  “Macario”; ellos  tenían un puesto en el Mercado de Abasto; eran mayoristas.
Otros tambos estaban por la calle Álvarez Condarco al 600. La leche, cargada en tachos, se vendía en jardineras; repartían por todo el barrio. Pero los vecinos íbamos al tambo a comprarla al pie de la vaca. Después pusieron la pasteurizadora Tule y ya no nos vendieron más’.

‘Por la calle Juramento, cerca de casa, vivía otro inmigrante, era de apellido Cosimano. Este señor  vendía en un canasto maní con cáscara; lo compraba por bolsa y me llamaba para que lo ayude a seleccionarlo por tamaño. La señora, Rosa, prendía un horno grande, a leña, ahí lo tostaba; lo entregaba caliente. Sus paradas eran en los  cines 9 de Julio y Ocean.
Recuerdo a sus dos hijas, Santina y Graciela; fueron mis dos únicas amigas; con ellas iba a la Acción Católica. Cosimano también es el padre de Mario, al que le decían “Tano”; él fue quien puso la  pizzería Tano. Luego se radicó en Buenos Aires y tiempo después se fue a Europa. Al frente de ese negocio quedó su hermano Cayetano’

 Al lado de mi casa vivía Juan Vargas con su familia; él vendía pescados en un canasto. Al frente estaba un señor que se llamaba Roselló y trabajaba con su jardinera llevando la mercadería  del súper El Pacará a los clientes, o sea que hacía fletes. También en la vereda de enfrente se hallaba el señor Antonio Palazzo quien trabajaba en la fábrica de mosaicos de los Barcellona. En las cuadras siguientes ya había gente más humilde por lo común,  changarines’

El matrimonio de los Prósperos baja del Taficillo 

            Ya comentamos que las cosas en el Taficillo no anduvieron bien, que las inclemencias climáticas desbarataron al proyecto agrícola que habían emprendido los Petrino-De’Gaetano, ya radicados en la ciudad de San Miguel, con Próspero y Próspera Barcellona. Ahora son ellos, los Barcellona, los que dejan esa serranía y se arriman a la capital, con sus hijos: Pedro, italiano; Pablo; Josefa; y tres hijas cuyos nombres desaparecieron de la memoria de Porota, la entrevistada.
Aquel muchacho llamado Pedro se casa con María Taberna. De esa unión nacen cinco varones: Próspero, José, Martín, Pedro, Alberto; y seís mujeres: Próspera,  Rosa, Sara, Gracia Lucía ‘Tonona’, Amelia y Josefa ‘Tita’.

¡Juro por Dios que lo vi una vez! 


            Pasaron los años. “Porota” Dell’Arte se convirtió en una muchacha que luce sus destellantes 14 años, y esa edad que hoy no pasa de ser de adolescencia, la convirtió en una mujer de modos y figura que le dan apariencia de ser mayor.
Así debe haberla visto Próspero Barcellona, pues un buen día le propuso algo serio.

He aquí cómo ella lo cuenta:

‘Próspero trabajaba en la fábrica de mosaicos de sus primos, los Barcellona, que ya funcionaba en la avenida Avellaneda al 200.
Cierto día fui a ese lugar a visitar a un hermano y Próspero me esperó en la esquina donde me propuso que nos veamos; o como se decía, me habló. Yo tenía 14 años pero representaba tener más; en aquellos tiempos con esa edad ya éramos mujeres formadas por la crianza que nos daban.
El hecho es que le dije que no por que a mi papá no le iba a gustar. Ante mi negativa él me contestó: -Voy a ir a tu casa el domingo para hablar con tu padre; si me acepta, seguimos, y si no, hacé de cuenta de que no nos conocemos-. Próspero tenía entonces 27 años.
Temerosa por las consecuencias que podía tener su encuentro con mi papá, lo hablé a mi vecino Antonio ‘Antonino’ Palazzo, un muchacho que también trabajaba en esa fábrica. Antonino, que era muy amigo de mi familia, se dispuso a intervenir y para calmarme dijo: -No te preocupés, sí lo van a aceptar por que es hijo de italiano. Yo no me reponía del pavor y me negaba a que hablara en casa y él, muy confiado respondía: -Vos dejame a mí-
Esa noche Antonino resolvió el conversar del tema con mi mamá y me hizo esconder en el fogón de su casa para que pudiera observar las reacciones que tenía y recuerdo que ella le decía: -No Antonino, Porota es aun una mocosa-, a lo que él le respondió: -Mire doña Ana, dejemé que yo le hable a don Cayetano-… A lo que ella accedió confesando su temor de hacerlo personalmente.
Cuando el tema llegó a oídos de mi padre, se negó terminantemente y con fastidio me preguntaba: ¿Dónde lo conociste vos? A lo que yo contestaba: ¡Papá, juro por Dios que lo vi una sola vez!
Llegó el domingo y también mi pretendiente. Los dos hombres tuvieron una charla y Próspero le dijo: -No se preocupe don Cayetano, no pienso en casarme todavía, el trabajo está escaso y no pasarán menos de cinco años hasta que yo pueda formalizar; ella para entonces ya tendrá 19 años- Mi padre aflojó. Pero puso días de visitas y me advirtió de que no le aceptara a mi novio el llevarme al cine… y hubo otra sentencia ¡Cuidadito con asentir el que me invitara a los paseos de la avenida -se refiere a la avenida Juan B. Justo-, o a baile alguno!
Al año y medio de noviar, Próspero me dijo que teníamos que casarnos. Su argumento era que su hermano menor, José, ya estaba de novio y conminado por sus futuros suegros para que dé fecha de casamiento, entonces él, al ser mayor, debía hacerlo antes; además esa conclusión estaba apoyada por su padre, don Pedro Barcellona. 
Así fue que con 15 años, me casé el 22 de marzo de 1948. La ceremonia religiosa se realizó en la Parroquia del Carmen. Ya casados nos fuimos a vivir a la calle Álvarez Condarco esquina Luis F. Nougués, frente a la vivienda de Matilde Canelo,  en la propiedad de Zenobia Fernández; allí alquilábamos una pieza. Ahí permanecimos 9 años y es donde nacieron Ana María, Estela del Valle, y Enrique ‘Kike’ Osvaldo Barcellona.
Próspero Barcellona, Porota D. de Barcellona, y sus hijos
Ana María, Estela, Quique y Luis Barcellona



Instalar una fábrica 

            Pedro, aquel joven italiano llegado al país con sus padres, Próspero y Próspera Barcellona, ya es un hombre con mujer e hijos y comenzó a trazar un camino laboral y prometedor. Suponemos que su hermano mayor, Teodosio, muchacho que llegó a Tucumán, anticipándose a toda la familia, le enseñó el oficio de albañil y también el arte de fabricar mosaicos. El hecho es que Pedro se hizo de una prensa, de los moldes y de todas las otras herramientas que requiere una fábrica, montándola en la calle Bernardo de Monteagudo al 1100. No sabemos cuánto tiempo permaneció allí, pero en 1952, aprovechando un loteo en tierras de cultivo, le compró a Emilio Ladetto dos terrenos contiguos en calle República de Bolivia al 100. En uno de esos lotes plantó una vivienda para habitarla con su esposa, María Taberna y con sus hijos solteros, dejando hacia el fondo de la propiedad un espacio para la fábrica; el otro terreno comprado fue para Próspero Barcellona, el vástago casado con Juana Rosa ‘Porota’ Dell’Arte, nuestra entrevistada.

Rememorando hechos, ella nos dice:  

Todos los terrenos de esta zona eran de Ladetto. Cuando fueron a comprar dos lotes no le quisieron vender por la calle Balcarce; esa arteria ya estaba pavimentada hasta la Perú. Para la fábrica era conveniente el pavimento, de ese modo los mosaicos no sufrirían rotura alguna. En aquellos tiempos los fleteros venían a buscar mosaicos en carros tirados por mulas y la calle Bolivia estaba muy poceada; es de imaginar entonces como se despuntaban las piezas con los barquinazos. Pero no hubo caso, mi suegro insistió en la compra por Balcarce y le dijeron que ya estaban todos vendidos.

Mosaicos famosos


Quizás haya quién se pregunte de dónde viene la palabra mosaico y porqué a esa pieza cuadrada, con forma de baldosa, se la bautizó así. El término, tal como lo pronunciamos, nació en Italia. Su origen, no lejano de esas tierras, es latín: mosáicum (Opus=Obra). Pero el idioma griego también lo contiene: múseios, o sea propio de las musas. Lo interesante de todo esto es que, se diga como se diga, esta voz siempre se aplica a la obra de arte destinada a formar pavimentos o revestimientos de muros.
En la ciudad de Tucumán del siglo pasado - XX - los emprendimientos  dedicados a esta actividad surgieron en diversas zonas. Manos italianas hechas al oficio trasladaron verdaderos arabescos que embellecieron a los pisos de muchísimas viviendas, casas que hoy, las más de las veces, y lo decimos con tristeza, ya no están en pie.
En Villa 9 de Julio, sobre calle República de Bolivia, hubo una fábrica de mosaicos que fue muy famosa y, como nunca gozó de un nombre de fantasía, se la conoció por el apellido de la familia: Barcellona. Don Próspero, creativo que entregó sus años a este quehacer artístico, desde su retiro hogareño nos cuenta lo siguiente:      

Con mis hermanos, Pedro, José, y Martín, trabajábamos en la prensa. Otro de mis hermanos, Alberto, nos preparaba el material y realizaba, junto al resto del personal contratado,  trabajos de peón; el pobre Alberto contrajo epilepsia a los 11 años y poco podía ayudar.
Hacíamos trescientos mosaicos por día; de ahí haga un cálculo de los kilos de material que usábamos por jornada. Las hormas para formar los mosaicos eran de acero;  se las compraba en Rosario de Santa Fe; los moldes, más livianos, eran de lata.
En la fábrica de Teodosio Barcellona, mi tío, la que estaba en la avenida Sarmiento, desde que la instaló no cambió ni siquiera un molde. Los constructores Diambra iban a comprar y allí mis primos les decían: -Este mosaico es para los dormitorios... Y ellos se quejaban: -¿Cómo es que en todas las obras que hacemos tenemos que poner el mismo mosaico? Yo, en cambio, tenía en la fábrica un muestrario de 15 moldes creados por mí.

¿Cómo hacer un mosaico? 

            No pretendemos plasmar aquí un preciso y ampliamente detallado instructivo sobre la fabricación del mosaico, eso sería muy ambicioso y arriesgado para quien, como nosotros, no conocemos un ápice de esa hechura que requiere técnica y mucha práctica. Sólo anotaremos lo que este fabricante de antaño, don Próspero Barcellona, nos contó sobre el tema.

''Se toma un cajón al que se le coloca en la parte superior una tela metálica similar a la que se usa como pantalla mosquitera en las ventanas; este elemento, al que podemos llamar cernidor, tamiz o cedazo, y que la gente de la construcción nombra como zaranda,  debe ser de un enmallado tan cerrado que apenas permita el paso de un grano de arena fino. Las medidas de la zaranda serán 0.80 cm. de largo, por 0.30 cm. de ancho.
El procedimiento de zarandeado comienza cuando un operario vuelca dos baldes de arena sobre la malla y con armoniosos movimientos comienza a mecerla. Es ahí cuando los granos finísimos del material caen, separados de las impurezas y piedritas que pueda tener. Terminado el proceso veremos que se redujo la cantidad útil de arena, y que de aquellos dos baldes recuperamos uno y medio, convertida en un casi impalpable árido. A esa porción de arena se le agrega una bolsa de cemento   -por entonces sólo se conocía el de la marca Pórtland-, se moja y se mezcla. Respetando  estas proporciones, el mosaico que construyamos tendrá un doble brillo, pues, el exceso de arena le dará mayor opacidad. Nuestro instructor dice que al brillo lo da el cemento en contacto con una pintura en polvo que se elabora en base a óxido de hierro natural hidratado -ferrita- y que se conoce con el nombre de fantasía de Ferrite (puede ser de variados colores). Además nos alerta sobre que la arena a utilizar debe estar totalmente seca.
Preparada la pasta y antes de agregar el Ferrite, se vuelca esta argamasa en las planchas -cuadradas y con las medidas del mosaico-, donde previamente se introdujeron las plantillas, o moldes, con el dibujo elegido y conocidos como “echadas”. Las echadas se deben construir en chapa reforzada para evitar torceduras que deformen a los dibujos; las hay de tres, doce, quince, y hasta de cincuenta motivos. Claro, cuando más echadas se colocan, más caro será el mosaico conseguido. Por ejemplo, y refiriéndonos a una vieja moneda: Los de dos colores costaban $2.20; los de tres, $3.20; los de cinco, $5.20; y así sucesivamente. En cuanto al peso neto de cada una de estas hermosas y fuertes baldosas decoradas, supimos que la que medía 20x20 cm. pesaba dos kilos y un cuarto; la de 25x25 cm., tres kilos; y las de 30x30 cm., algo de cuatro kilos.''

Un paso atrás 

            Pero aun no salgamos a ofrecer nuestro mosaico. El material primario     -arena y cemento- está fraguando, es decir secándose lentamente, y es interesante hablar de las tinturas que darán los colores a sus figuras como arabescos.
El proceso se define como “secamiento” y es entonces cuando se debe pintar los motivos. Esos polvos por los que se pagaba y se paga un precio considerable, en aquellos años venían importados del exterior. El colorado Málaga llegaba de España; el amarillo de Checoslovaquia; el verde era norteamericano…
Como colofón del trabajo y de este escrito, sólo decimos que al fabricar un mosaico no se debe descuidar su base, es decir la parte de abajo -bañado-, esa cara que le dará el exacto nivel cuando vayamos a colocarlo en un piso; en ese lado, como sello de garantía y calidad, se plasmará el nombre del fabricante.
                                                                                     
La calidad del mosaico 

            Los hermanos Barcellona fueron los fabricantes de mosaicos más apreciados de la ciudad. La diversidad de motivos que exhibían sus moldes y principalmente la calidad del material entregado a los clientes, convirtieron a su fábrica en la proveedora por excelencia de cuanta obra en construcción surgiera en aquel Tucumán que crecía.

‘Nosotros, ya lo dije, mezclábamos un balde y medio de arena zarandeada con la bolsa de cemento; en cambio todos los otros fabricantes le ponían  dos baldes y medio, o sea que no estaba bien proporcionada la mezcla.
La arena debe estar depositada bajo de un galpón para que se seque; a veces la debíamos dejar hasta quince días para que pierda completamente la humedad; de otro modo no es conveniente trabajarla. Los otros fabricantes hacían mosaicos, pero ninguno tenía  un galpón para secar la arena; ellos tenían el  galpón donde trabajaban; ahí tiraban la arena, la pisoteaban ensuciándola con tierra y lo mismo hacían la mezcla’

Se cierra la fábrica 

            Don Próspero dice que el cierre de la fábrica se debió a varios motivos, pero resalta dos que consideró decisivos.
Los que apreciamos aquellas obras de arte plasmadas en un pequeño mosaico; los que aun nos asombramos admirando un comedor, una sala o un patio ornado con estas joyas, sabemos que la desaparición de esas matrices y el cese laboral de los dotados para crearlas y explotarlas con tan bellos resultados, son una pérdida incalculable en la cultura y la historia que nos llegaron de una Europa que vino a ejercer docencia en Tucumán.

-Lo que llevó al cierre de la fábrica comenzó cuando los peones me decían a menudo, que llegaban tarde a trabajar porque el colectivo demoraba; nosotros teníamos que empezar  a las 14 y ellos llegaban a otra hora, no eran puntuales y a veces faltaban.
La necesidad de contar con peones era importante para hacer el material; ese trabajo requiere de mucha mano de obra; hay que mezclar muy bien y a la argamasa pegarle golpes con la pala; no es entreverar arena y cemento solamente. También los requeríamos para cargar los pedidos de mosaicos en los carros. Para mí era demasiado trabajo y mi hermano Pedro hacía dos años que no podía ayudarme, pues estaba con problemas de depresión.
Otra razón del cese fue una inspección de la entonces Obras Sanitarias. Cierto día nos multaron con el argumento de que el agua que la fábrica desechaba tenía cal; que eso, por contaminante, mataba a los peces; la solución era poner unas piedras que purificaban el agua haciendo de filtros.  
Anduve en Obras Sanitarias de la calle Balcarce y en la de la avenida Sarmiento esquina Catamarca, buscando esa bendita piedra. Le pedí a un gerente que me diga cuál era la solución para que la fábrica cumpla con ese requisito; las palabras de ese funcionario de avenida Sarmiento fueron: -No le puedo dar ninguna respuesta; yo no debo ir en contra de mis compañeros; búsquese un ingeniero-… Encontré uno que trabajaba en el ingenio Concepción, tipo bioquímico. Me hizo comprar una bolsa de piedras; recuerdo que nos costó cincuenta pesos; en quince días la terminé a la bolsa. Entonces volvió la presión. Creo que querían “manguearme”.
Ahí dije: Si tengo que poner dos bolsas de piedras por mes, gastaré cien pesos. Además, yo no voy a trabajar para mantener a estos vagos. Mi hermano José tenía dolencias estomacales, tomaba ocho aspirinas por día para poder cumplir; mi otro hermano andaba mal hacía dos años. La producción había bajado por que ya no se construían casas y se hacían departamentos con pisos cerámicos. Entonces decidí vender la fábrica con todos sus moldes, ¡y chao!

N/R: Cuando visitamos a don Próspero, en 2007, supimos que lo aquejaban severos problemas de salud. Al regresar al barrio en 2010, nos enteramos de que su latido vital se había apagado el 19 de febrero de 2009, a los 91 años. Sólo decimos: Gracias vecino por aportarnos sus vivencias.

Recuerdos sueltos de Porota  

En el pasaje 1º de mayo había un mástil con la bandera argentina, se la izaba en esa fecha para homenajear al trabajador; después vino algún gobierno y retiró el mástil. Ese era un día de fiesta en el pasaje. Venía la banda de música.

Al pasaje 1º de mayo le quedaban por pavimentar dos cuadras. Ahora lo conseguimos gracias a la gestión del intendente Amaya. 

Cuando Luis Ricardo, mi hijo menor, que era arquero en Sportivo Guzmán, atajaba un gol, a mí, la hinchada me ponía en un altar. Él fue muy querido en el club, ahora lo reconocen como un buen arquero en la historia de esa institución.

La adivinadora Clara Luna ya era conocida en 1960. Ella trabajaba leyendo las palmas de las manos.

Otro personaje fue el señor Antonio Hidalgo, homeópata. Vivía en la Álvarez Condarco al 500. Eran en total 4 hermanos varones.

En la calle Álvarez Condarco también vivía el doctor Mayer  El padre era un gran talabartero, hacía las monturas de los caballos, los lazos.

Los toros que  traían para el matadero a veces se escapaban y ese hecho también era un revuelo para el barrio. Los animales pasaban por la calle Justo de la Vega conducidos por arrieros.

Por la esquina de mi casa,  también por la calle Justo de la Vega, pasaba un tubo de cemento que llevaba toda la descarga de deshechos del matadero, hasta vísceras. Hubo gente que rompía ese conducto y ‘pescaba’ librillos, pajarillas y otras cosas para alimentar a los perros. 
Esta tubería no sé si derramaba su contenido en el  río Salí o atrás del hipódromo. Cruzaba la  avenida gobernador del Campo, entraba por el parque 9 de Julio  y llegaba hasta la entrada del hipódromo.

Sobre Diego de Villarroel estaba la carpintería de don Flores. Allí trabajaron dos hermanos míos. La esposa del dueño se llamaba  María. Ahí se construyeron todas las puertas de esta casa. Se las cambiamos por mosaicos. En realidad a toda esta casa de la Bolivia al 100, la hicimos así, con canje de materiales por mosaicos.

Donde está el correo, en la calle 25 de Mayo  y Córdoba, funcionó la primera prensa de mosaicos. El dueño fue un tal Segundo Laguza, piamontés. Vivía solo. Cuando la gente iba a encargarle, casi siempre muchos metros, le pedían una ‘rebajita’, y él respondía: -Porco dio, yo no rebajo- Entonces se iban sin comprarle. A veces se cruzaba a tomar un vermousito en el bar que había al frente de su fábrica y cuando volvía, sus empleados le decían: -Don Segundo, hemos vendido mosaicos y aquí está la platita. Claro, si el metro costaba $3, ellos cotizaban a $3.20 y luego rebajaban los 20 ctvs y la gente se marchaba contenta. Laguza recibía la plata y rezongaba: -Porco dio  ¿cómo hacen? cuando yo estoy no se vende nada.  

La nostalgia, esa tristeza 

Ana María Barcellona
El haber perdido la infancia siempre nos entristece. Seguramente, sin pensarlo, sentimo
s que con ella se nos fue la etapa más pura de nuestras vidas.

Ana María Barcellona, hija de Porota Dell’Arte y de Próspero Barcellona, cuenta:

-Me bautizaron, hice la comunión, fui confirmada y escuchaba misa, en la iglesia del Carmen. Ana María Barcellona.

-Los domingos íbamos con mis tías, las hermanas de mi padre, a dar una vuelta en los paseos que se organizaban en la avenida Juan B. Justo.
También aquí en el barrio frecuentábamos la pizzería ‘Tano’; los dueños eran parientes nuestros. Una hermana de mi madre, Anita Dell’Arte, trabajó muchos años en ese negocio. Ana María Barcellona.

-Siendo niña mi padre me llevaba a la calesita de don  Ermindo; estaba instalada  en la avenida Sarmiento y Álvarez Condarco,  donde hoy funciona el banco del Tucumán. Don Ermindo era checoslovaco, rubio y bajito. Tenía una señora también bajita. Ella echaba a andar y paraba el tiovivo, mientras que su marido se ubicaba donde estaba el porta sortija de madera y sostenido en un poste. Él tomaba ese soporte y lo movía en dirección de los chicos que giraban en la calesita y alrededor de ella estaban los puestos de juegos con argollas y pelotas.  Recuerdo que continuamente ponían música. El parquecito fue el sitio de encuentro y conocerse de muchas parejas que con el tiempo se casaron. Ana María Barcellona.

-Me gustaba mucho ver cine al aire libre; íbamos a la sede de Sportivo Guzmán, en la avenida Avellaneda a la par de la hoy Caja popular, donde está Soeme. Pasaban películas mientras comías algún santuchito y tomabas gaseosa. Ana María Barcellona.





Porota de Barcellona junto a su cuñada y amiga Tonona
esposa de Pedro Barcellona, hermano de Próspero. 

-El cine Fénix estaba en la calle Blas Parera. El cine 9 de julio y el Ocean, sobre la avenida Juan B. Justo.
Recuerdo que cierta vez lo llevé al cine a mi hermano ‘kike’ a las dos de la tarde, eran funciones continuadas, vimos las películas pero él no quería salir del cine. Entonces seguí y seguí hasta las 12 de la noche. Al salir vimos que llovía tanto que el agua estaba a punto de entrar al cine y eso que el salón estaba arriba de tres escalinatas. Mi padre nos estaba esperando con paraguas, pilotos y  botas. Siempre fabulábamos que cuando el tren pasaba rozaba las paredes del cine y temíamos que choque y entre a la sala. A las matinée solíamos ir también con mis primos Hugo, Daniel y Rody Barcellona. Ana María Barcellona.

-Cursé la primaria en la escuela  Elmina Paz de GalloTuve como maestra  a la señora de Femenia, docente que vivía en la calle Monteagudo al 1200.
Me recibí en la  escuela Normal. Trabajé 9 años en Lutz Ferrando. Cuando cerró ingresé al concesionario Scania donde cumplí tareas por 26 años. Ahí me jubilé. Ana María Barcellona.

-Tengo una hija de 19 años, María Agustina Varela; nació con problemas en el corazón y en los ojitos.  Ana María Barcellona.

-En la casa  de doña Matilde Canelo, se hizo el casamiento de Nely Argüello con Carlos Borbón. El acontecimiento fue muy comentado porque el novio  lucía frac; era un revuelo la villa. Porota Dell’Arte

-Cuando ganaba Sportivo Guzmán “El sapo” Díaz recorría el barrio tocando su corneta y disfrazado con los colores del club.  Hasta sus zapatos pintaba de blanco y rojo. Ana María Barcellona.

-Otro hincha fanático fue ‘El loco’ Sparza. Vivía en la calle Raúl Colombres al 300. Pero también existe una hincha fanática de Sportivo Guzmán, una tal Juana. Vive y trabaja de aguatera en el cementerio del Norte. Ana María Barcellona.

-Y en el barrio también hay que rescatar a los médicos como el doctor Casserá. Él antes de trabajar en el  sanatorio Regional atendía en su casa de la calle Chile 1º cuadra; era el médico del barrio; todos asistían a verlo por cualquier dolencia. Con el tiempo se especializó en enfermedades del corazón. El doctor Casserá nació en la avenida juan B. Justo al 1300. Su hijo  tiene  un instituto de garganta nariz y oído en la calle Balcarce entre Santiago y San Juan. Ana María Barcellona.

-Otro médico del barrio es el doctor Rojas el que vive en la calle Balcarce al 1400. También recordemos al doctor Autino,  su consultorio  está en la Rivadavia y Méjico. Ana María Barcellona



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                                  Familia Olea - García




                   
 Españolito de ayer 


Voces hay, que ubican al apellido Olea en la antigua Cantabria Tarraconense, hoy en las provincias de Vizcaya y Santander. Las versiones disputan también dos escudos de familia, y todo lo demás está oculto en el tiempo.
En la Argentina supimos del español Salvador Olea, quien llegado en las proximidades de 1850 al tucumano pueblo de Trancas, se prendó de la nativa Carmen Villagra a la que desposó y con la que se fue a vivir a la Yerba Buenita, un pequeño paraje del  pueblo de Raco.
De la unión de Salvador Olea con Carmen Villagra nacieron varios hijos; de entre ellos, rescatamos el de nombre Serafín, ya que uno de sus descendientes moró en la Villa 9 de Julio de los inicios, barrio de San Miguel de Tucumán. 
Serafín Olea halló el amor muy cerca de su casa raqueña, en el caserío llamado Sauce Yaco. La elegida para formar su familia fue María Juana Vergara, niña nativa del lugar y con la que se radicó también en la Yerba Buenita, en cercanías del río El Palangana*. 

Del matrimonio Olea-Vergara descienden, Ramón Donato, Vitalino, Ignacio Humberto -nacido en 1913-, Honorio, su homónimo Serafín – fallecido en el 2010-, Patricio y cinco mujeres, Ramona, Solana, Carmen, Raquel y Victoria.


Yolanda Olea que es quien nos cuenta sobre sus parientes de sangre, dice que todos los hijos de Serafín crecieron en una casa de adobe, con espaciosas habitaciones.


* El río El Palangana lleva ese nombre porque al decir de los vecinos, hace mucho ruido, o aspaviento, y  lleva poca agua. 



Un comentario: A primera vista, lo anteriormente escrito pareciera escaparse del contenido que debe tener este libro. Sugerimos el continuar con la lectura, pues, lo ya dicho y lo próximo, en pocos renglones más convergerán en Villa 9 de Julio. 



Trashumar 



        Con un hijo en los brazos, de nombre José, y otro en su vientre, la española Carmen Barraza se hace a la mar asida al brazo de su hombre, Gregorio García. La España que la parió no puede contenerla ni a ella ni a su marido ni a su prole y el único camino los lleva, a los cuatro, a abandonarla.

Llegar a puerto, oficina de migraciones, alojarse barato, recibir un destino, volver a partir... Los campos de Buenos Aires los verán carpir la tierra; los de Santa Fe, más al norte de Sunchales, blandiendo la hoz entre trigales y allí, junto a la segada mies, Carmen dará a luz a una niña que se llamará como ella, pero apellidada García. Es un caluroso 20 de octubre de 1911.


No pasó mucho tiempo cuando Tucumán los divisó volteando tablones de caña de azúcar. Se afincaron en Las Piedritas, en la zona de El Chañar, en una finca de Colombres, localidades del este provincial. Alguna oficina pública o parroquia cercana, debe haber anotado como tucumana a Carmen García, la hija que nació entre las parvas de trigo.


En esa tierra soledosa, el comienzo fue duro. Gregorio, “gallego” emprendedor, se hizo de un carro y le yapó sus mulas; ató varera, sillera, tronquera y cadeneras; traqueteó huellones con su carga de dos mil kilos de caña pelada rumbo al ingenio Concepción,  saurio azucarero que se molía hasta su desvelo. Luego de un arriendo provechoso, alzó su casa con enramada. Allí, su Carmen pujó hasta escuchar el vagido de otras dos niñas, Clara, y luego, Benicia.  
La prosperidad les sonreía a los García-Barraza. Ya eran tres lo carros del “gallego” y aunque eso redobló su cansancio, al llegar a su patio hallaba sosiego en la  música-risa de sus hijas. 
Pero entonces fue que a doña Carmen la golpeó el infortunio. Su hombre, sostén de la familia y de sus sueños, un día se fue tras otro amor abandonando el solar, desprotegiéndola para siempre.

Buscar el pan 


Carmen Barraza está sola y el desamparo la hiela. Pegados a su falda lloriquean los cuatro niños; cuatro bocas que debe apurarse a alimentar. 
Carmen Barraza sosteniendo a su hijita Carmen García,
parados: José García y familiares

El coraje la lleva hasta la casa de una familia adinerada de las inmediaciones, en el paraje que se conocía entonces como Colombres. Allí, en la espaciosa vivienda que pertenecía a la viuda Raquel Bulacio Gómez de De la Fuente y de una de las hijas de la viuda, Marquesa Bulacio Gómez, prósperos cañeros del lugar, doña Carmen comienza a prestar servicio como lavandera. 
No sabemos cuánto tiempo permaneció inclinada fregando ropa ajena. Pero sí nos enteramos de que su magra alimentación, la cruda intemperie a la que la sometía esa labor y el excesivo cansancio, minaron su salud. Cierto día, vencida sobre un camastro, sin pócimas a mano, se sintió morir. Entonces fue que hizo llamar a la señora Marquesa y con un hálito de voz final, le encomendó que cuidara de sus cuatro pequeños retoños.   
La infortunada Carmen seguramente recibió sepultura cerca de allí. Los niños, a merced de la voluntad de los Bulacio Gómez, fueron ubicados, Clara, en la casa de una vecina de Colombres; Benicia, más allá de Banda del Río Salí; José, el mayor, pelando cañas en los surcos de sus protectores; y Carmen, quien luego sería madre de la entrevistada, integrada como una criada  al servicio de mucamas de la casona de la viuda Bulacio Gómez. 

Corresponde anotar que Marquesa Bulacio Gómez tenía cinco hijos, Eleodoro, José, Matilde, Raquel, e Ignacio -fallecido en juventud-.



Educar a Carmen 

Es posible que aquellos adinerados cañeros, los Bulacio Gómez, repartieran sus días ordinarios entre la casona de Colombres y una vivienda de la calle Rivadavia al 500, en San Miguel de Tucumán -frente al actual Sanatorio Rivadavia-. Pero al llegar la temporada de veraneo, de casi tres meses, los señores mudaban a toda la familia, con personal doméstico, víveres y utensilios, incluidos, a las frescas tierras de Raco, sitio donde está sellada parte de la vida de Carmen,  la criada. 
Carmen García con su vestido de comunión
El hecho es que Carmen García, adaptada a los usos y costumbres de sus tutores, más bien patrones, se crió en un ambiente de lujo. En ese medio aprendió, bordado, costura, incursionó en las artes culinarias y hasta en la elaboración de  dulces caseros, tan propios de una época ida. Nuestra confidente entrevistada, Yolanda Olea, hija a posterior de aquella muchacha, cuenta que su madre miraba una mesa de comensales y decía: ‘Hoy comen pescado’; ‘hoy servirán helados…’; es decir que llegó a conocer todo el ceremonial necesario para atender a sus patrones y a los invitados. Así mismo asimiló el cómo asear una habitación y los tendidos blancos. Siempre enfundada en su uniforme de servicio.  

                                                                       De veraneo 
       
Carmen García atareada con su delantal
de trabajo.
       Por 1930, ir a veranear a Raco era toda una aventura para las familias adineradas y un agotador trajín para el personal de servicio.
El sólo comenzar con los preparativos del viaje ponía el alma en vilo. Que los canastos de los cubiertos y las copas; que la gran petaca de las sábanas, fundas y cobijas; que la valija de las toallas, jabones de olor y sales refrescantes; que el arcón de la ropa liviana; a no olvidarse de las pantuflas del niño, de su sombrero de fina paja y su salida de baño; que los muchachos carguen la mercadería. ¿Qué haremos si llueve en el viaje? ¿Estará presto en Tapia el peón con la carreta?... 
Y los autos partían rebalsando de gente y enseres. Durante el viaje las mujeres, pañuelito en mano, secaban constantemente el hilillo de sudor que se escapaba por bajo de sus tocados; los hombres, mucho más resueltos, retiraban sus chambergos panamá para escurrir la transpiración pasándose la mano abierta por la cabeza. La ruta vieja, pegada a las vías del tren al norte, mordía con sus toscas piedras las ruedas de caucho duro; el vaivén ponía a crujir a las carrocerías y a los elásticos; el motor del bólido, exhausto en la Cuesta del 25, parecía fenecer en la subida con una tos de hierro. 
La parada final  de  esa etapa estaba en localidad de Tapia. Ahí era cuestión de descender de los vehículos y desentumecerse, estirar las piernas, mientras una cuadrilla de peones raqueños mudaba los petates hasta una pesada carreta de bueyes mansos. Para los ilustres pasajeros, señores, damas y niñas, estaban dispuestas sendas break tiradas por caballos trotadores. Si al viaje se habían sumado algunos señoritos, jóvenes, es dable pensar que el personal les tenía reservados, para sus lucimientos, montas de buena estirpe.
Otra opción para viajar era el tren que también paraba en Tapia. Pero no es este el caso.   

La casa 

En Raco y ubicada en el paraje conocido como la Yerba Buenita,  la casa de los Bulacio Gómez era una espaciosa construcción con  galerías abiertas a los cuatro vientos. Sus patios, amplios y embaldosados, lucían aljibes de agua fresca, protegidos por las aromadas madreselvas que se extendían como un techado. Hacia atrás de la vivienda, las cocinas de hierro fogoneadas a leña no tenían descanso desde la mañana y hasta la noche. Un poco más allá, casi al campo, las bateas de fregar a mano, las ropas, manteles, y enseres de algodón blanco, goteaban el álcali de los jabones. El día era un bullicio.
Cármen García en Raco

Yolanda Olea recuerda lo que su madre le contó:

‘Entre el personal de servicio que acompañaba a la familia Bulacio Gómez iba mi madre, Carmen García; ella era como una ama de llaves, la persona de confianza; también era la aya que cuidaba a los niños de la casa. Por supuesto que en Raco contrataban  a otras chicas del lugar, porque había muchas cosas para hacer en la temporada de veraneo. A los hijos de los patrones el personal les decía “niños” y “niñas”; ellos iban con sus amigos invitados;  mi madre era la que dirigía todo’. 

Un descanso. 1934
        El almuerzo llegó a su fin. La señora Marquesa, sus hijos, nietos y ocasionales invitados se retiran de la mesa; unos, dispuestos a menguar el sopor de la siesta en los oscuros dormitorios; otros, haciendo planes para chapucear en el agua del río “El Palangana”, tan cercano a la casa. Es entonces cuando el numeroso personal de servicio se ocupa de recoger la vajilla, cubiertos de plata, copas de cristal, servilletas y cuanto otro objeto se usó en la comida y deba ser higienizado. Los quehaceres de la servidumbre se prolongarán hasta casi las 15.30, hora a la se quitarán sus delantales para dejar a la vista un atuendo blanco. Ha llegado el descanso.     
En Raco casa de veraneo- Bulacio Gómez - Carmen García y 
Tía Ángela, aya del niño José Bulacio Gómez (sic)
Aquel receso del personal fijo y contratado en el lugar, no era otra cosa que salir hasta la vera del hoy  antiguo camino -no existía la ruta pavimentada- y allí sentarse a parlotear entre ellos, por supuesto, sin perder de vista a los infantes de patrones e invitados que invariablemente debían cuidar mientras sus padres reposaban o cabalgaban por la zona.
Un día, mientras la charla discurría por vagos temas, una de las chicas contratadas, de nombre Solana, vio a un joven que caminaba hacia ellas y dijo: El que viene ahí es mi hermano Ignacio  Humberto, acaba de salir del servicio militar…El muchacho se acercó, saludó con un buenas tardes al grupo y con naturalidad comentó que andaba en busca de una hierba llamada "llantén", pues tenía una herida en su brazo que debía curar.   
Ese fugaz encuentro ¿Amor a primera vista? comenzó a sellar el destino de Carmen García, aquella niñita criada por los Bulacio Gómez desde la muerte de su madre, doña Carmen Barraza, allá, en la localidad de Colombres. Corresponde el decir que al momento de conocerse, ella tenía 23 años e Ignacio Humberto, al que desde aquí solamente llamaremos con su segundo nombre,  21.
Una siesta de descanso en Raco

 No salís de la casa 

  Los veranos llegaron uno tras otro. Los preparativos se repitieron sin variantes; también los arribos a Raco. Sólo para Carmen García las cosas fueron distintas y aunque no lo demostraba, por encontrarse atada al recato inculcado por años, imaginamos su callada alegría cuando Solana le hablaba de su hermano. Para Humberto las cosas eran distintas; ni bien Solana volvía al hogar, la acosaba con preguntas sobre la muchacha, a la vez de entregarle amorosos recados escritos donde le decía ‘Carmen te quiero. Te espero. Salí al jardín…’ 
Sabemos que hubo un carnaval donde se vieron, la fiesta fue en la vieja casa de la familia Avellaneda, hoy un predio ocupado por Vialidad Provincial. En ese encuentro se juramentaron un amor indisoluble.    
Cierta vez, angustiada de vivir ese romance furtivo, Carmen decidió contarles a sus patrones que estaba enamorada. La respuesta de los señores fue un no tan enérgico, que a Carmen le prohibieron el volver a salir de la casa.

Se van los años 

Carmen García
           Ya pasaron siete años desde el día en que Carmen y Humberto se conocieron. El verano de 1941 tensa las hojas de los árboles y una vez más los Bulacio Gómez están en Raco. ¿Qué pasó con ese juramento de los jóvenes? ¿Mantienen vivo aquel  amor declarado en una noche de carnaval y alimentado a mensajes escondidos en el delantal de Solana?...
Una mañana, por la callecita que baja al río, se ve caminar a un hombre mayor. A pesar de ser verano lleva un poncho sobre los hombros y tapa su cabeza con espeso sombrero. Su ropa es pulcra. El paso, decidido. A metros de andar se detiene frente a la puerta de una casa enorme y palmotea con sus manos. Desde la umbrosa galería una voz lo autoriza a pasar. Con andar cansino llega solamente hasta la enramada que precede a la galería. Allí, con tono sencillo pero firme, pregunta por la señora Raquel.  A minutos de solicitar aquella presencia, la mujer invocada y el visitante conversan animadamente. El paisano es don Serafín Olea, padre de Humberto; su interlocutora, Raquel Bulacio Gómez. 
La misión que llevó hasta allí a don Serafín no es otra que la de solicitarel permiso para que Carmen pueda casarse con su hijo.  
No sabemos cuál fue el tono de lo hablado, tampoco conocemos los argumentos de don Serafín ante aquella “señora de la alta sociedad”, pero al despedirse, quizás con un formal apretón de manos, el hombre desanduvo sus pasos llevando la aprobación de esa boda.  

El casamiento 

Cármen García
          Aquel 12 de enero de 1941, Raco está amarillo de retamas y sol. En las madreselvas que sombrean a los patios de los Bulacio Gómez, se escucha un cerrado simposio de abejas colmeneras. La gente de servicio ataviada como siempre, cofia, guardapolvo y delantal de pechera, trajina apurada decorando las mesas que fueron extendidas sobre uno de esos espacios enramados. Hoy se casa Carmen García, la niña rescatada de la total orfandad, hace más de veinte años, por aquellos poderosos cañeros que explotan sus fundos en la localidad de Colombres.
Es casi media mañana cuando el juez Ruiz Huidobro hace su entrada, saluda a los presentes y se acomoda tras un pequeño estrado cubierto con un bordado mantelito blanco. La ceremonia es austera; dos o tres palabras a esponsales y padrinos; la  pregunta de rigor: Sí o no; y una parca perorata que culminó con ‘los declaro marido y mujer bajo el amparo de la ley civil’.
Carmen García y Humberto Olea en el
día de su casamiento, 12 de enero de 1941, en Raco
Lo emocionante estuvo al finalizar el enlace cristiano en la vieja Iglesia de Raco, sitio al que Carmen fue llevada en auto por los Bulacio Gómez. Al salir al atrio, entre el bullicio de la gente, los besos y aplausos, la desposada, luciendo un bello traje, regalo de sus patrones, trepó a la grupa del caballo que montaba su marido y partió en ancas a la fiesta que le habían organizado los dueños de casa y sus suegros.
La casona de los Bulacio Gómez rebosa de alegría; se oye el tintinear de las copas de cristal y se come manjares. Los criollos Olea, padres y hermanos de Humberto, bailan al son de la música de la época. Para Carmen García se iba cerrando un largo pasaje de su vida. Ahora, la señora es ella…

La Yerbabuenita -Raco



                                                                                          Recién casados 

Serafín Olea, hermano de Humberto y su
señora Adela,  en la Yerba Buenita -Raco
Carmen García y Humberto Olea acaban de casarse en la localidad de Raco. Los jóvenes vencieron al capricho de quienes se negaron por siete años a ver unidas sus vidas. Desde ahora, ella no es más la criada convertida en ama de llaves y a la vez, aya, de una familia adinerada. Él, criollo hecho al campo, dio al momento de su boda un sencillo pero magnífico ejemplo de independencia y potestad conyugal: Ni bien salió de la Iglesia montó a caballo y sentó a su mujer a las ancas… ¡Qué alegoría de libertad! ¡Qué mensaje de emancipación!...

Pero ocupémonos de la pareja, pues unos pocos renglones más abajo se convertirán en habitantes del barrio de la capital tucumana, llamado Villa 9 de Julio.

 Buscando el porvenir que aquella tierra rural, Raco, no les ofrecía, los jóvenes deciden radicarse en la ciudad de San Miguel de Tucumán, en la calle 12 de Octubre, en cercanías del cementerio del Oeste.
Humberto, con el ahínco propio de la mocedad, se conchaba como capachero en obras en construcción. Allí nace Yolanda, nuestra entrevistada, el 14 de diciembre de 1941. A la vuelta de un año, los Olea-García cambian de domicilio mudándose a la esquina de las avenidas Ejército del Norte y  general Manuel Belgrano. Tiempo después fijaron residencia en la calle Italia al 800, o sea entre calles Salta y Junín, Villa 9 de Julio. Yolanda recuerda a esa casa con un jardín al frente, pero de humilde hechura.
En el parque 9 de julio, Humberto Olea, 
Carmen de Olea, Carmen Olea, y Yolanda Olea 

         Llegan al barrio

         Yolanda Olea nos cuenta que al cumplir 4 o 5 años de edad, sus padres deciden una nueva mudanza; el domicilio elegido está en la calle Bernardino Rivadavia 1059, frente a la Facultad Tecnológica. Allí alquilan un par de piezas al fondo de la vivienda de doña “Pancha” Masucco y de su hermana, mujeres solteras de oficio pantaloneras, tarea a la que doña Carmen, su madre, diestra en costura, se suma como ayudante.
Mas el esfuerzo por salir adelante no es mínimo  para doña Carmen. Repartiendo sus días y aun en contacto con los pudientes Bulacio Gómez, la habilidosa mujer seguirá limpiando y ordenando la casa que esta familia aun posee en la calle Rivadavia al 500, residencia que ella conoce de memoria ya que fue por años su ama de llaves. Como un gesto de gratitud, acostumbra a llevar a sus patrones, lustrosos racimos de uvas que corta del parral de su humilde vivienda. En las horas en las que la ciudad descansa, sus labores se diversifican y, borda, elabora jaleas y comidas, vende preciosas flores que cultiva, comercializa huevos, pollos y patos. Es decir que doña Carmen fue todo un ejemplo de tesón. Mientras tanto, Humberto, el padre de Yolanda, continúa trabajando en obras de construcción.
Pero ocurrió que un día, José Bulacio Gómez, hijo de Marquesa y de profesión abogado, enterado de la estrecha situación económica por la que pasan los Olea-García, hace incorporar a Humberto a la policía de Tucumán, empleo que mejorará, a medias, la vida del  matrimonio y de su hija Yolanda.


La poliomielitis, un obstáculo 
 
Humberto Olea y su hija Yolanda
         Humberto ya está conformando las filas de la policía provincial; es un cuadro más de esta fuerza pero tiene un problema físico que lo aqueja y lo degrada como agente: Carga las secuelas de una poliomielitis que sufrió de niño. Yolanda rememora este pasaje que le contó su padre y nos dice que don Serafín Olea, su abuelo, llevaba todas las mañanas a su hijo hasta un arroyo, en Raco, mojaba sus piernas con agua serrana y luego se las envolvía con hojas de una planta medicinal; que con ese tratamiento natural Humberto logró caminar nuevamente, aunque le quedó cierta dificultad para movilizar uno de sus miembros mostrando al andar una renguera. Ese impedimento obligó a la jefatura policial a destinarlo al escuadrón a caballo, conocido como “Policía Montada”, repartición que funcionaba en lo que luego fue la Escuela de Policía, avenida Domingo Faustino Sarmiento casi esquina  Ildefonso de las Muñecas; y también, esa mengua física achicaba su sueldo a las escalas más bajas.

Al contarnos sobre el trabajo de su padre, Yolanda dice:

Desfilando La Volanta en la Plaza Independencia
 -Mi padre pasa del escuadrón a la volanta y como él tenía problemas con una de sus piernas por intercepción de los Bulacio Gómez lo ponen en el depósito. Eso significaba que debía llevar el inventario de lo que ahí había: Clavos, herraduras para los animales, sombreros, monturas, correajes, capotes.
La Volanta estaba, y está, en la calle Jujuy. En esos años patrullaba en todos los campos y lo hacía a lomo de mula. Combatía el cuatrerismo.
La ropa era acorde para el trabajo de esos
hombres. Los sombreros tenían alas grandes;  llevaban una capa para la lluvia; en una mochila cargaban la frazada; iban munidos de los alimentos. El color del uniforme era gris; las botas altas calzadas con espuelas; un correaje cruzado donde portaban el arma; un sable corto tipo puñal; vestían capa y lo necesario para acostarse a dormir. Mi papá se jubiló con el cargo de sargento en el año 1963, con la  jubilación extraordinaria, ya no podía montar por su pierna. Pero más se animó a retirarse porque me recibí de maestra y yo no veía las horas de verlo descansar. Claro, su haber era el mínimo. Tenía muchos problemas para caminar.


Franco sí, pero no descanso

          Buscando balancear el presupuesto familiar, Humberto usa sus días  de franco en la policía,  para continuar con su actividad como albañil; esta vez bajo las órdenes de don Valentín Bencciarutti, empresario que tenía su constructora y domicilio en la calle Narciso de Laprida entre provincia de Santa Fe y Marcos Paz; hombre adinerado que Humberto conoció, pues veraneaba en Raco.    

Con Carmen, su mujer, habían convenido en juntar todo el dinero posible y con esos ahorros comprar un terreno. Las ansias por lograr ese cometido, llevó a su hacendosa compañera a sumar a sus múltiples quehaceres, el de planchar para afuera.


Compañeros del servicio militar
Una retrospectiva 

Vuelvo a los años mozos de don Humberto Olea, más precisamente al tiempo en que tuvo que servir a la patria haciendo la conscripción, o el servicio militar. En el cuartel a donde fue destinado se hizo amigo de un compañero de armas llamado Oscar Madrigal, muchacho amable y de muy buen humor que provenía de Villa 9 de Julio, de la esquina que forman las calles José Antonio Álvarez de Condarco y Luis Federico Nougués. Esa amistad perduró y se acrecentó luego de que los dos jóvenes recibieron la baja y ya casados siguieron frecuentándose.
Y en la vida de don Humberto hubo otro gran amigo, se llamó Víctor Aramayo. Un poco mayor, don Víctor trabajaba en la sección mantenimiento del viejo aeropuerto Benjamín Matienzo, aquel que estuvo ubicado en los predios de la actual Terminal de Ómnibus de Tucumán. La estrecha relación se solidificó pues, ya incorporado Humberto a la fuerza policial, por mucho tiempo fue destinado a la guardia de esa terminal aeroportuaria y allí, día tras día y quizás noche tras noche, ellos intimaron hasta unirse con profundos lazos de estima. Don Víctor sumaba unos pesos a su salario vendiendo diarios por las tardes.
Luego nació la trilogía, es decir que Humberto Olea, Oscar Madrigal y Víctor Aramayo, se hicieron casi inseparables. Y eso fue tan así, que con el tiempo los tres se radicaron en una misma cuadra de Villa 9 de Julio.  

Frente de la casa de Serafín Olea, en Raco, Serafín, Oscar
Madrigal, Valentina, Norma, Adela de Olea, Hermelinda,
Carmen de Olea, Ana Lía,  Hilda, Rodolfo, Matilde, Patricio Olea,
Chelita y Chicha Olea 
Negra, dame la plata
 
         No debe haber en tierras tucumanas un tratamiento más común y afectivo que el “Negra, o Negrita”, dicho por un marido o por un amigo a su amiga. Esa palabra, que no es aquí un calificativo racial, lleva, desde quien la pronuncia, una carga de íntimo cariño y es equivalente a un tierno roce, a una caricia, a un suave beso; claro, a la expresión debe acompañarla el tono de voz, por supuesto.

El 24 de septiembre de 1947, para abundar, día de Nuestra Virgen de la Merced, Humberto Olea llegó a su casa al mediodía y le dijo a su mujer:
En Raco, Yolanda Olea junto a su amiga y vecina
Matilde Madrigal -paradas- y familiares a caballo

–Negra, dame la plata que tenés ahorrada…
Ella lo miró con asombro y le preguntó:
–Para qué?
Él, que algunas veces había sacado un dinerito para tomar copas, con tono tranquilizador le contestó:

–Negrita, teneme confianza, me encontré con Madrigal y con Aramayo, ellos me dijeron que aquí cerca, en lo de Emilio Ladetto, va a haber un loteo y quiero asistir a mirar esas tierras.
Mi madre aflojó y le entregó el dinero, nos cuenta Yolanda.

Los amigos van al loteo 

  Volvemos al 24 de septiembre de 1947. Humberto, con los ahorros en el bolsillo y acompañado de sus amigos Madrigal y Aramayo, se dirige a la manzana formada por las calles Chile, Bolivia, Monteagudo y Balcarce, espacio donde el martillero alzó su estrado y mueve enérgicamente el martillo de cerrar las operaciones concretadas. El gentío está muy interesado en adquirir aquellos lotes y entre la multitud se destaca la presencia de hombres adinerados. Los tres amigos, sabiéndose en desventaja económica, se mantienen juntos e intercambian comentarios sobre lo que ocurre en ese convulsionado escenario. El remate avanza. Los nervios se tensan.
Un momento de frustración fue el que vivieron los tres cuando a Madrigal se le “escapó”, en el ofertar y retrucar, el lote ubicado en la esquina de calles Bernardo de Monteagudo y República de Bolivia.
-¡Oscar!, le decía Humberto Olea, ¡vos tenías en tu casa el dinero que te faltaba, hubieras dejado un depósito y te ibas a traerlo!

Plano de ubicación de las tierras loteadas por Ladetto
Yolanda nos cuenta que ese sitio no era otra cosa que un viejo galpón donde almacenaban alfalfa y estaba poblado por nidos de lechuzas, avecillas que salían a volar en las noches.
El desencanto enfervorizó a Madrigal y mirando a sus amigos sentenció:
–No importa, el próximo lote será mío… y así ocurrió. La parcela conseguida estaba sobre calle Bolivia, acera sur,  y le corresponde hoy la numeración catastral 184. Luego fue Víctor Aramayo el que logró su propiedad. El tercer adquirente resultó ser Humberto Olea, quien, temeroso de no poseer el dinero necesario en la compulsa, recibió el apoyo de Madrigal cuando le dijo:
–Olea, metete, si te falta plata yo te presto. Los tres lotes lindaban uno con el otro.
He aquí una acabada muestra de la profunda amistad que unía a esos hombres.

Paisaje bucólico pero desprolijo 


          Cuando la oración cerraba al farragoso día, la voz del rematador se fue acallando. La manzana subastada ya poseía nuevos dueños y la enorme quinta de Ladetto perdía una porción más de tierra. No iba a ser su único desmembramiento. El progreso de la zona, su incipiente urbanidad, comenzaba a tomar fuerzas.
Pero no imagine el lector que el simple hecho de lotear acomoda mágicamente el aspecto del lugar. Si bien la calle Bernardo de Monteagudo tuvo continuidad hacia el norte a partir del remate, esta arteria no dejaba de ser un sendero sinuoso lastimado por hondos huellones barrosos y, por estar socavado cual cauce de un arroyo,  suspendía a las viviendas existentes a su vera, casi un metro arriba de su nivel. Ni qué decir de la calle República de Bolivia, ancho desagüe que recibía, al producirse las tormentas del estío, todo el torrente que se derramaba desde las tierras altas, es decir, del pedemonte y de toda la gran extensión oeste que hoy ocupan otros barrios.
Antiguas calles de Villa 9 de Julio
Mostrado el panorama que presentaba la zona hacia la mitad del siglo XX y que no cambiaría hasta mucho tiempo después, decimos también que aquellos flamantes propietarios apreciarían unos años más, en la acera norte de calle República de Bolivia, las labores agrícolas y ganaderas que la familia Ladetto desarrollaba en su campo.

Antes del amanecer y sin interrupciones de feriados ni de días de fiestas, don Emilio Ladetto dirigía el ordeñe de sus holandesas y, en cercanía de los corrales, las cosechas de, verduras, cebada, centeno y hortalizas, que el feraz suelo producía y que aquel hombre comercializaba en toda la ciudad.
Yolanda, nuestra memoriosa entrevistada, recuerda que don Emilio Ladetto mensualmente recorría, encaramado a un sulqui, la manzana loteada para cobrar las cuotas de 26 pesos a los adquirentes. Este paisaje bucólico, similar a otros existentes por entonces en esas Chacras al Norte, mostraba además bosquecillos de árboles de la flora nativa.

Comienzan a mudarse 

Calle Bolivia al 100- frente de las casas de Olea- Aramayo
y Madrigal

No hubo desorden urbanístico, ni carencias de infraestructuras, ni falencias ambientales, que desanimaran a Humberto, a Oscar y a Víctor, a erigir sus casas y mudarse a la calle República de Bolivia al 100.
Los primeros en levantar su vivienda fueron doña Carmen y su esposo, don Víctor Aramayo. Con humildad, pero felices por poseer lo propio, alzaron con ladrillos y argamasa una habitación espaciosa y otra más pequeña; la edificación, pasado el tiempo, comenzó a lucir una galería que aun se conserva. Ya en lo suyo, don Víctor intensificó la venta de diarios ocupándose de la distribución montado en una bicicleta; a la vez sumó a sus hijos a esta tarea, quienes repartían en las cercanías e instaló, en la galería de la casa, un expositor para que su mujer también se ocupara de vender el matutino.

En 1948 Carmen, mujer de Humberto Olea, le dijo a su marido que no quería vivir más como inquilina en la calle Bernardino Rivadavia al 1000.
-¡Vamos al lote!, le pidió con firmeza.
Humberto, dispuesto a complacerla, se fue a Raco y regresó de allí con una buena cantidad de madera, alzando con ella una modesta pieza a la que techó con chapas de fibrocemento; a esa habitación le adosó un cocinita modesta y, como todos sus vecinos, a distancia de la vivienda cavó un pozo letrina. En los comienzos no tuvieron ni agua potable ni luz domiciliaria. Del líquido se proveían en una canilla pública instalada en la esquina de calles República del Perú y Juan Ramón Balcarce; la iluminación del hogar constaba de sendas velas que derramaban su sebo noche tras noche.  
Frente de la casa de la familia Olea

Ana Lía Madrigal y Alejandra Las Heras










Otra generación 

Yolanda Olea -Entrevistada
             Yolanda Olea, quien se hizo cargo, en las páginas que anteceden, de la historia de doña Carmen García y de Humberto Olea, sus padres, tiene desde la niñez una memoria colmada de recuerdos que pugnan por salir. Es hora entonces de que nos ocupemos de anotar todo lo que quiere aportar a este libro, pues ella sabe que así eternizará nombres y apellidos que les son valiosos y queridos. A la vez encaramos en estas páginas, otro recambio generacional en Villa 9 de Julio.

Su narración se retrotrae a los 7 años; edad que la tiene como alumna en el colegio de Las Domínicas, también conocido como Santa Catalina. Recuerda que el ingresar a esas aulas no era una cuestión fácil, razón por la cual su madre debió recurrir a ciertas amistades influyentes y a través de ellas conseguirle un asiento. Pero Yolanda mostró desde el comienzo un buen concepto como estudiante, lo que le valió, hacia 1954, ser la abanderada del establecimiento.
El colegio de Las Hermanas Dominicas, ya lo decimos en otras páginas de este libro, tenía, y aun conserva, las características de un colegio confesional que posee una población escolar muy dispersa y sus alumnas provienen de diferentes barrios y localidades de la provincia tucumana.
Yolanda rememora la presencia por entonces de la madre superiora Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa que se dedicaba a la atención de las niñas internas; aquellas discípulas huérfanas, o que llegaban de localidades alejadas a la ciudad, es decir, del campo -no olvidemos la falta de transporte de aquellos años-.

Frente Colegio Santa Catalina
Yolanda reflexiona:
-El colegio hoy se llama Santa Catalina. Se privatizó y ha adquirido otra jerarquía.
El proyecto surgió de la necesidad de las hermanas de dar ayuda espiritual, económica y educativa, a toda la gente humilde; se inició como albergue de niñas huérfanas. La madre Casilda era la que lo dirigía cuando yo era alumna. En el año 1951 ella se enfermó y la designaron a la hermana Sor Juana Inés de la Cruz.

Singulares medidas
          En 1954 Yolanda Olea egresa del primario. Ese mismo año el gobernador tucumano, de origen jujeño, Luis Cruz, peronista y ex dirigente  ferroviario, toma singulares medidas: Elimina el examen de ingreso a la escuela Normal; divide a la ciudad en dos, tomando como divisoria a la calle San Juan y decide que todas las estudiantes que viven al norte de esa línea deben asistir al Liceo de señoritas -establecimiento que funcionaba en el Colegio Nacional-; y todas las residentes
al sur de la San Juan, asistan a la escuela Normal. Así fue que nuestra entrevistada no pudo elegir dónde continuar sus estudios.
Al contarnos cuáles eran las normas de aspecto y vestimenta que debían respetar en el Liceo de Señoritas, Yolanda dice:  
-Iba de tarde al Liceo. El uniforme era blanco; no podía  llevar pantalón; la pollera no debía pasar del largo del delantal; los zapatos, negros y medias de seda sostenidas con ligas. 
La que usaba el cabello largo tenía que hacerse dos colitas. Allí hice hasta tercer año. Recibí el premio como mejor promedio. Luego pasé sin ningún impedimento a la escuela  Normal.

Maestra del barrio 

La estudiante ya está en la escuela Normal. Desde allí ve que su mundo escolar ha cambiado, que el ambiente es otro y hasta el uniforme exigido tiene mejor aspecto:

-La Normal era otro mundo. Hasta el uniforme se diferenciaba: Saco azul con botones dorados; zapatos marrones con hebilla al costado; el delantal debía  tener tres tablas adelante y un moñito atrás; a la altura del busto lucíamos un monograma verde. Entré con todas las exigencias que establecía. 
Yolanda Olea junto a sus alumnos, posando frente a su vivienda, en el jardín.
De regreso al hogar sus obligaciones no cesaban. Luego de repasar las materias para el día siguiente, Yolanda ayudaba a los niños del barrio con las tareas escolares, a la vez que les enseñaba hasta a sumar. A su humilde aula casera asistieron: Orlando “Pichón” Villarroel; Daniel y Rodi Barcellona;  Quique Barcellona; Matilde Madrigal; Luis Garzón; Ana Lía Madrigal; Chicha, hermana de la maestra; José “Pepe” Abregú y su hermana. Recuerda que las niñas eran de la escuela Elmina Paz de Gallo y los varoncitos de la escuela Güemes  turno tarde. 

-Mi docencia anticipada surgió por necesidad, nos dice.

El aula modesta 

          Ya sabemos, por haberlo dicho en otras páginas, que hacia 1959 el barrio era modesto y aunque casi todas las construcciones de la calle Bolivia al 100 ya estaban edificadas con mampostería, la precaria vivienda de los Oleas no se había modificado para nada. En ese ámbito Yolanda desplegaba sus conocimientos y sin dudas su entrega vocacional de maestra. Veamos qué fisonomía mostraba el aula donde dictaba clases: 

-Como vivíamos en un ranchito, en 1959 mi mamá hizo hacer otra  piecita de madera con galería y puso en ella dos camas y un baúl. Esa ampliación era necesaria pues a veces venían visitas. 

Mi padre, inactivo en su trabajo de policía por su renguera, acondicionó aquella galería para que yo reciba a los chicos. Colocó una mesa grande; alrededor de ella puso bancos; fabricó un pizarrón; mi madre me hizo un borrador y en la librería de don Villagra, de la avenida Juan B. Justo al 1400, me compraron una caja de tizas. Recuerdo que a todos les enseñé a sumar y a restar con los palitos que traían en una bolsita. 

En los primeros tiempos yo no cobraba nada. Entonces los padres me obsequiaban cortes de telas y doña ‘Tina’ Bordón de Madrigal me regaló un conjunto de Banlong.


Benditos frutos de la tierra
        Mientras tanto la pobreza seguía instalada en nuestra casa. Sí, éramos pobres pero ricos de los frutos de la tierra y dichosos por las manos laboriosas de mis padres, nos dice Yolanda.

Y así fue. Los Olea-García apelaban, él, a sus habilidades rurales, y ella, al ímpetu que la acompañó desde niña, cuando ya huérfana tuvo que hacerse cargo de la casa de los bienhechores que la cobijaron.    

Pero también Yolanda, aquella jovencita que durante varias horas de su día frecuentaba una de las escuelas más céntricas y calificadas de la ciudad, al regresar al hogar cambiaba su guardapolvo por ropa de andar y ponía el hombro para sostener la precaria economía reinante.

-Mis padres hicieron una huerta de todo el fondo del terreno. Cultivaban  muchas hortalizas: Lechugas achicorias, acelgas, ajos, pimientos, tomates. Había pomelos, mandarinas, naranjas, limas, kinotos, higos blancos, negros, cuellos de dama, nísperos, paltas. Mi madre hacía dulces de esos frutos y los comercializaba. Vendía verduras y animales de granja: Gallinas, patos, pavos. 
Yo le daba una mano con la costura; ella cosía para afuera. Además le ayudaba en su venta de flores. Delante de casa y para sumar unos pesitos, mi madre armó un jardín con tanta variedad de flores que sorprendía. Ingresabas por un angosto
pasillo bordeado de arbejillas; crisantemos; pajarillos; hortensias; gladiolos; rosas chinas; calas; boca de león; margaritas; rosas blancas y negras, como de terciopelo; azucenas y jazmines que coronaban la entrada y la galería. Venía un chico en bicicleta enviado por florería Selecta y compraba esas bellezas.

Aroma de pan casero

          Hubo un tiempo en el que las tardecitas de los barrios olían a pan casero. Era como que un duende candeal se apoderaba del aire y diseminaba en él su apetitoso aroma. 
En los patios de entonces, verdes de gramilla o frondosos de arboladuras, el horno a leña parecía un gran sapo blanco, presumido y orondo, que exhalaba un aliento cálido de harina tostada.

-Pasando un día amasaba pan en su batea, debajo de una bajísima galería que tenía la cocina; mi mamá era de poca estatura. Mi padre le prendía el horno y lo preparaba. Luego, a la siesta, los dos horneaban y mi papá con una larga pala de madera iba sacando y parando los panes en los bordes de la batea para que se enfriaran sin ablandarse. 
A la tardecita, saboreando esas hogazas, tomábamos el mate cocido servido por mi madre sobre impecables repasadores y bajo las altas moras.


Ponedoras y empolladoras
Humberto Olea, aguerrido emprendedor, no se dejaba golpear por la desventura de ser pobre. Su día lo encontraba inmerso en los quehaceres que, cuando su trabajo oficial no lo requería, sumaban unos pesos a las arcas hogareñas. Obviamente que este hombre tenía un ‘puntal’ que lo sostenía, doña Carmen:  

-Él traía cajones para convertirlos en nidos, las ponedoras ‘hueveaban’ diariamente. Cuando se ponía clueca una gallina, mi madre agarraba un lápiz, marcaba los huevos y decía: -Esta es buena ponedora, va a ser buena empolladora. 

El deleite con sacrificio

Hasta bien entrado el siglo XX el confort doméstico ‘brillaba por su ausencia’ en los barrios. El carbón vegetal, antecesor de la garrafa de gas, reinaba en los almacenes esquineros y las amas de casa vivían con las manos percudidas por trajinar con él.    

-Una vez al mes mi madre mataba un gallo enorme y lo cocinaba. Además hacía empanadas, locro, amasaba tallarines, ravioles, capeletines, todo en un bracero. No teníamos cocina, ni heladera, ni ventilador; sólo una radio antigua. 


La graduación 

          Yolanda ya es docente. En 1961 la escuela Normal le concedió ese título. Sabemos, por comentarios propios, que esa graduación tenía para ella una doble alegría. Por un lado anhelaba ganar un sueldo para liberar a su padre, desvalido de una de sus piernas, de aquel trabajo de policía que tanto lo mortificaba; por otro lado, el haber egresado con medalla de oro, seguramente aquella presea que también se conocía como de honor. Pero los contratiempos que causa la pobreza no la liberaban y seguían sumiéndola en postergaciones.
Así lo cuenta:
-Cuando me recibo, mis vecinas, Dominga Villarroel  y doña Victoria de Barrera,  me regalaron una tela de rafia blanca para el vestido de egresada. Lo cosió mi madre. Yo no iba a ir al baile porque no tenía medios económicos.
Pasado el festejo, la escuela tramitó, en diciembre, el envío de su título a la nación, regresando esos papeles en marzo del siguiente año, mes en el que Yolanda realiza su inscripción en el Consejo de educación, argumentando que aceptaría el destino que le tocara en suerte. En mayo, con el nombramiento a cuestas, la joven maestra cargó cama, colchón, lavatorio de mano y otros avíos, se trasladó desde su casa hasta la plaza Alberdi y encaramada a un viejo ómnibus partió hacia la escuela nº 163  Abel Peirano, ubicada en El Siambón.
Las conclusiones que nosotros sacábamos, mientras ella narraba este pasaje de su primera experiencia laboral es que: 
‘Si hoy los maestros que se trasladan a cumplir sus tareas en el campo sufren privaciones y otra serie de penurias, lo que habrá sido esa situación 50 años atrás.
-Llegamos al amanecer. Éramos cuatro maestras. La directora se llamaba Delia Magdalena de Martínez; después fue reemplazada por Dolores Arrascaeta. Dormíamos en la misma escuela. Los sábados bajábamos a nuestros hogares y los domingos volvíamos a subir.
Teníamos grados asociados.

Una docente se hizo cargo de 1mer. grado; a mi me dieron 2do y 3ro juntos; otra de nosotras tenía 4to y 5to y la directora 6to y 7mo.

Un año después de ese ‘bautismo’ laboral, Yolanda consiguió otra suplencia en el departamento Burruyacu, exactamente en Río Nío. Allí compartió la experiencia con la directora de ese establecimiento. Eran ellas dos solamente. Dormían en un dispensario. La escuela contaba con escasamente, dos aulas.


Tiempo de casarse 

El quehacer docente de Yolanda Olea continúa sin pausa por las aulas tucumanas. Ya contamos de su incursión en una escuela de montaña y también de su experiencia en Burruyacu, dos establecimientos que además albergaron sus horas de descanso.
Nueve años después de su graduación, precisamente el 10 de enero de 1970, la joven maestra decide casarse y resuelve hacerlo con Ernesto Rolando Lobo, un muchacho de su misma edad, 28 años. Seguramente por elección de ella y sosteniendo su condición de vecina juliana, la ceremonia que los une se realiza en la iglesia de San Roque y, coronando la felicidad del acontecimiento, celebran con una fiesta en la por entonces muy concurrida biblioteca general Manuel Belgrano, ubicada obviamente, en Villa 9 de Julio.   
De su matrimonio con Ernesto nacen tres hijos: Fátima Alejandra, el 7 de marzo de 1971; Rolando Ignacio, el 30 de octubre de 1973; Cristina Susana el 7 de febrero de 1976.

Yolanda Olea, Rolando Ignacio Lobo y señora,
Ernesto Rolando Lobo
Cristina Lobo

Los Olea, los Lobo, de hoy
Colofón

Ignacio Humberto Olea, padre de Yolanda, nuestra entrevistada, falleció a los 72 años el 21 de abril de 1985. 
Carmen García, su madre, dejó el mundo a los 83 años el 5 de septiembre de 1994.







Néstor Soria - Escritor y redactor
Ana Lía Madrigal -Investigación e ilustración














La Esquina Norte, un antiguo portal


            Si pudiéramos retrotraernos y mirar cuál era su aspecto hasta  casi entrado el siglo XX, nuestro asombro sería mayúsculo. La Esquina Norte de entonces era el cruce de dos anchas sendas polvorientas y mal delineadas, abiertas a uña animal y rodar de carruajes enllantados con hierro. Su condición de extramuros norte del ejido urbanizado lo privaba de todo servicio público, incluyendo la esencial agua potable.
Pero ostentosamente se erigía como el portal de Villa 9 de Julio y de otros caseríos enclavados hasta más allá de Alto la pólvora -sitio que recibió ese nombre cuando ocurrió el tan temido cólera y desde la actual Quinta Agronómica fue trasladado el polvorín existente en ese predio, al distante campo-.
En realidad el acceder a la villa no daba muchas opciones. Las arterias perpendiculares al Boulevard Sarmiento aun no estaban formalmente trazadas y sólo la calle 25 de Mayo, vía de ingreso y salida hacia el norte de la provincia, se dibujaba imprecisa y socavada por enormes huellones barrosos. Entonces, la Esquina norte se convirtió en el Portal casi ineludible por donde entrar al otrora modesto barrio de Villa 9 de Julio.
Hoy esa intersección, y toda la zona, se muestra colmado de tránsito vehicular y peatonal, a la vez de ser un renovado escenario edilicio.     
 




María Elena Reinés
Entrevistada

El apellido Reinés en la Esquina Norte
Familia de adelantados



   Comienza la primera década del siglo XX. La inmigración al país se acrecienta desde todo el resto del orbe. Algunos pueblos, como España, se desangran  en guerras intestinas y la hambruna, las enfermedades y el terror a la muerte, invaden el ánimo de los jóvenes en edad de ir al campo de batalla. Es tiempo de huir hacia una tierra de resguardo.

He aquí otro caso de los muchos que documentamos.

De las Islas Baleares, más precisamente de Palma de Mallorca, España, Miguel Reinés, dejando en el suelo propio a su mujer y a sus hijos, se aventura a cruzar el hondo piélago del mar. Para tomar esa decisión sólo lo asiste un motivo: evitar perecer en algún enfrentamiento contra cubanos o filipinos, dos países a los que España aspira a someter en aquellos años -fines del siglo XIX, principio del XX-.
Grupo de inmigrantes llegando a Argentina
en búsqueda de una vida mejor.
No sabemos cuántos años tenía el mallorquino cuando llegó a Tucumán; tampoco la fecha precisa de su arribo; lo que sí nos dijo nuestra entrevistada,  María Elena Reinés, su nieta, es que en 1913, ahorrando unos pesos fuertes a base de trabajo, don Miguel pudo traer al resto de su familia: A Francisca Capó, su mujer y a sus hijos, Bartolo, el mayor; Juan; Francisca y Miguel.

Domicilio en la villa 

   Ya agrupada en Tucumán, la familia Reinés se radicó en la calle Bernardino Rivadavia, integrándose al incipiente vecindario de Villa 9 de Julio.
María E. Reinés y Eduardo Collado frente al quiosco del Bar
Reinés sobre av. Juan B. Justo.
Haciendo honor a la condición de gente hecha al trabajo, el matrimonio abre una carbonería, negocio que al decir de María Elena funcionó en base al empeño que doña Francisca le puso.
La base de la fortuna de los Reinés era ella, nos cuenta. 
El agobio de intensas jornadas de trajín no le quitó tiempo al deseo de traer otro hijo al mundo. En 1915 nace Gabriel, único vástago argentino, a la sazón padre de quien nos narra esta historia. Nos parece importante el decir que este niño fue 20 años menor que su primer hermano.
Gabriel Reinés, padre de la entrevistada

La permanencia en aquella vivienda de la calle Bernardino Rivadavia no se prolongó por mucho tiempo. Casi rozando la década de 1920, los Reinés adquirieron una propiedad en la esquina formada por las avenidas Nicolás Avellaneda y gobernador José María  del Campo, ochava noreste; es decir, en la emblemática Esquina Norte; sitio al que se mudaron.
María Elena así la describe:

-A la casa la compraron construida. Era hermosa. Tenía un salón en la ochava y la edificación se prolongaba por sobre la avenida gobernador del Campo hasta mitad de cuadra. En su extensión contenía dos departamentos.  
A los tres años de poseerla, mis abuelos abrieron  el Bar Reinés; eso fue a comienzos de 1920. Mi padre, Gabriel, dio ahí sus primeros pasos.

                                                  Emblema del barrio 
Doña María Femenía de Reinés en el salón
al fondo tapia del futuro Banco Nación.

            Quienes frecuentaron la zona o fueron atraídos por el elegante juego del snooker, y a la vez suman diez lustros de edad, o más obviamente, comentan lo concurrido que fue el salón del Bar Reinés. En ese ámbito, mezclados entre diareros, cocheros de plaza, carpinteros como ‘El gordo’ Flores, almaceneros, bicicleteros como los hermanos Bechara, pintores letristas como Madrigal, y gente de mil oficios más, los astros del ‘paño verde’, del snooker, como ‘Miquicho’ Zabalía y ‘El japonés’, se lucían mostrando las fantasías que creaban blandiendo finos tacos de ébano.



Un recuerdo

"A la una de la mañana bajábamos las persianas del negocio porque era tal la concurrencia que a esa hora ya ‘no entraba ni un alfiler’ más. Los clientes de siempre reservaban las mesas temprano; ellos llegaban a las tres de la tarde y jugaban por plata. Si a esa hora había otra gente ocupando las mesas, debía suspender el partido y entregarla.
El salón tenía 7 mesas de snooker en fila sobre la avenida gobernador del Campo; no había billar. Además funcionaba una cafetería y un quiosco hacia la calle.  
El salón contaba con varias ventanas sobre gobernador del Campo de donde se apreciaba el interior del  negocio. A su vez por esa avenida estaban los departamentos donde vivía la familia."
Diario La Gaceta- Aviso de presentación de la
Orquesta Reinés en la Choppería Mairata. Primero de
la derecha: Gabriel Reinés
"Me contaron que siendo muy jóvenes, los hermanos Juan y Gabriel tenían una orquesta. 
Mi padre tocaba el piano y su hermano Juan el violín. Ellos amenizaban las veladas desde un rincón del Bar Reinés, además de otras presentaciones que tenían en otros bares y choperías de esa época." 















Orquesta de la emisoria radial LV7- en el piano, el director de la orquesta Gabriel Reinés
"Además mi padre Gabriel, dirigía la orquesta de la emisora radial LV7, tocando el piano desde los 19 años."

  Se casa el pianista
          Hay tradiciones que fueron comunes a casi todos los grupos de inmigrantes. Una de ellas fue el casamiento entre personas que provenían del mismo pueblo, de la misma región, o al menos de igual país. Y esa costumbre, que de algún modo se daba por buscar afinidades de cuna, también se trasmitía a los hijos aunque éstos hayan visto la luz en otro lugar del mundo. Es decir que la descendencia argentina de, italianos, árabes, judíos o españoles, en la mayoría de los casos ensamblaría su vida haciéndola congeniar con la nacionalidad paterna.
Casamiento de Gabriel Reinés y
Juana María Femenía
Ese fue el caso de Gabriel -ya lo dijimos, único hijo argentino de Miguel y Francisca-, joven que se casó en 1937 con Juana María Femenía, señorita cuya madre, doña Margarita Ristor Visquerra era, como los Reinés, oriunda de Palma de Mallorca. Juana María tenía entonces 18 años y Gabriel 22.
Francisca Reinés de Colomo -
Foto de Casa Bálsamo


De esa unión nacieron: En 1938, Francisca, apodada ‘Chichi’; en 1943, Margarita, ‘Magui, fallecida en 1996; en 1951, María Elena, nuestra entrevistada; y en 1952, Gabriel. Todos en la Esquina norte, o sea, en Villa 9 de Julio.
Magui  Reinés-María Elena  Reinés y
Yoli la empleada.


                                     

          
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      
                                                                                                                                                                                                          Reemplazan a los mallorquines                           
La insomne atención del bar fue agotando la vida del matrimonio Reinés-Capó. 
María Elena Reinés y su  padre
Gabriel Reinés bailando frente a su
antiguo piano.
Los viejos inmigrantes que con tanto empeño crearon aquel famoso reducto de la Esquina Norte, lentamente se apagaban como exiguas luminarias. Llegó el tiempo de ‘entregar la posta’ del trabajo.
Mas esa transición resultó sencilla pues sus descendientes, ya crecidos, habían adquirido experiencias en la atención del comercio y el traspaso de funciones ocurrió de manera normal, casi sin notarse. Además Juan y Gabriel vivían en los departamentos que formaban parte de la enorme propiedad que los fundadores compraron por allá de 1920.
Don Miguel murió en 1948. Su viuda, doña Francisca, buscó relevo para la atención del negocio en Gabriel y su mujer, Juana María y un día de 1966 dejó el mundo.
Pero los recambios siguieron. La mujer de Gabriel Reinés, Juana María Femenía, se sintió enferma y delegó su trabajo en sus hijas María Elena y Margarita, ‘Magui’, niñas aún muy jóvenes que enfrentaron la difícil tarea de tratar con todo tipo de parroquianos. El número de teléfono de esa época del Bar Reinés era el 17135.

Addenda

          En el compacto tejido que trama a la familia Reinés, nos queda un hilo suelto que aquí torzamos y anudamos.
-Por sobre la avenida gobernador del Campo, en el  nº 47 y al lado de nuestro departamento, vivía con su familia un hermano de mi padre el violinista Juan Reinés. Su esposa se llamó Amanda y sus hijas, Francisca y Margarita ‘Beby’. Juan murió en el año 1958.

Efímera unión 

          María Elena Reinés, que es quien narra aquí la historia de aquel bar fundado por sus abuelos, se casó en 1970, cuando tenía 19 años.
Por cuestiones estrictamente personales su matrimonio se deshizo a un lustro de haberse conformado.

Así nos cuenta
Casamiento de María Elena Reinés y Justo Eduardo Collado
         
-Me casé con Justo Eduardo Collado en la iglesia de San Francisco. Nos fuimos a vivir a la casa de mi suegro, pero no me acostumbré. Entonces regresamos a mi casa de la Esquina Norte. Seguí trabajando en el bar y ahí nacieron mis dos hijos: Gabriela, en 1972 y luego Daniel Eduardo. Pero cinco años después de contraer matrimonio nos separamos; o sea que yo tenía 24 años.

Juana María Femenía de Reinés junto a sus nietos
Gabriela y Daniel Collado -Año 1985

Desaparece el bar 

          El famoso bar cerró sus puertas en 1981. Para entonces su principal responsable, Gabriel Reinés, ya había fallecido -5 de marzo de 1978, a los 63 años-. María Elena, nuestra interlocutora y cronista de la familia, adjudica el fulminante infarto que sufrió su padre a un hecho trágico que minó irreversiblemente su salud.        

Leamos lo que dice:

-"Mi padre muere de un infarto por culpa del general Bussi, en ese tiempo el gobernador. Él nos quitó casi toda la propiedad cuando decidió ampliar la avenida gobernador del Campo; perdimos 12 metros de edificación. Desapareció el salón. De la casa nos quedó el patio, un comedor de diario, un bañito de servicio y el dormitorio de mi mamá; es decir, nada. Fue una usurpación prepotente. Ellos entraban y salían del lugar como dueños.
A nosotros no nos sacó un hijo como le ocurrió a mucha gente inocente, pero destruyó nuestra casa, nuestro negocio. De un día para otro nos quedamos sin el medio de vida. Se imaginan, acostarse una noche, después de haber trabajado lo más bien, pensando en que ibas a levantarte a seguir normalmente con tu vida y de pronto llega Bussi con su gente y desbarata todo.
Además sufrir el miedo constante. Mi papá era uno de los principales accionistas del Banco Empresario. Hacia allí tuvo que llevar las joyas de familia y así salvarlas del atropello, de las redadas y el robo; entraban y te sacaban todo.
De inmediato nos fundimos. Ahí comenzó nuestra debacle económica y  también la decadencia de la famosísima Esquina Norte.

Abandonan la Esquina Norte 
         
Gabriel Reinés-Francisca Reinés de Fontdevila y José Fontdevila.
          Ante la destrucción de la casa y del negocio de la Esquina norte, Juana María Femenía y su hija divorciada, María Elena, escuchan el consejo de un pariente, Roberto Fontdevila, y deciden adquirir una nueva vivienda, en 1983. Ese era el modo de no perder lo recibido por la venta del acotado espacio ubicado en Juan Bautista Justo y gobernador del Campo; o sea del Bar Reinés. La casa elegida está en calle Gregorio Aráoz de La Madrid al 1600. Allí dejó el mundo doña Juana María, el 13 de noviembre de 1985 y aun es el domicilio de María Elena Reinés y de sus dos hijos.


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7 comentarios:

  1. Hermoso relato. Necesito ayuda en un tema de investigación referida a la escuela Elmina Paz de Gallo,sita en calle Alvarez Condarco N°50. LA escuela perdió hace muchos años la información de sus registros históricos debido a una inundación . Necesito datos como ser: de quien era ese terreno, quien lo donó, presidente de la época que se inaugura la escuela, el porque del nombre Elmina paz de gallo, todo lo que puedan darme de información, si tienen fotos seria lindo poder armar nuestro libro histórico de nuevo. gracias .
    Natalia paola coronel.Docente de la Escuela Elmina Paz de Gallo.

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  2. Hermoso relato. Necesito ayuda en un tema de investigación referida a la escuela Elmina Paz de Gallo,sita en calle Alvarez Condarco N°50. LA escuela perdió hace muchos años la información de sus registros históricos debido a una inundación . Necesito datos como ser: de quien era ese terreno, quien lo donó, presidente de la época que se inaugura la escuela, el porque del nombre Elmina paz de gallo, todo lo que puedan darme de información, si tienen fotos seria lindo poder armar nuestro libro histórico de nuevo. gracias .
    Natalia paola coronel.Docente de la Escuela Elmina Paz de Gallo.

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    1. Hola Colega ! te adelanto que te encuentras frente a un lindo trabajito de investigación. No se si te servirá , pero te comento que supe tener un libro bastante curioso ( que mi hermanita tiro a la basura la semana pasada) El mismo era un resumen de gestión del gobernador Miguel Campero , quien gobernó la pcia de tucuman dos veces en 1924/28 y 1935/39. en ese libro mostraba FOTOS de las escuelas inauguradas durante su gestion y demas obras por ahi teniendo en cuenta la fecha podes llegarte por el archivo de la gaceta y a lo mejor encontras algo ... Otro dato que puedo aportarte es el nombre de la escuela , el cual se debe a una dama tucumana que ayudo en la epidemia del Colera ( años 187ynosecuanto ) esta Sra después se retiro a vivir en el convento de las dominicas ( o sea el colegio Santa Catalina donde existe un museo dedicado a ella) yo creo que podrás recabar información allí . Luego también, te recomiendo visitar los archivos de la legislatura y/o el archivo general de la provincia si queres conseguir informacion oficial. Y tambien te recomiendo comentes tu inquietud en las bibliotecas alberdi y sarmiento y en el circulo del magisterio donde podras encontrar libros que puedan servirte . Otros que pueden orientarte tal vez los profes de historia y cs de la educacion de la facu de Filosofia y letras . Soy de Villa ) de julio y es la escuela del barrio , aunque yo no asisti a ella muchos chicos en el barrio iban digamos por tradicion ( sus padres y abuelos habian asistido) por este blog me entere , por ejempo que no siempre estuvo en el mismo local . Te sugiero tambien recojas info de lo que se llama HIstoria Oral. Mi papa curso parte de la primaria a fines de los años 40s en el turno tarde que se llamaba escuela Guemes y era solo para varones todavia en los 80s cuando yo era niña tuve vecinos que iban al turno mañana las mujeres y al turno tarde los varones tambien existia entonces el turno intermedio.SUERTE .

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  3. Me encanto el blog!!!! naci en floresta y me mude a Villa 9 de julio con solo 6 meses de vida . ES MI LUGAR EN EL MUNDO. Aunque soy joven me interesa mucho conocer su historia. Por suerte conocí de primera mano los testimonios de mis abuelos paternos y vecinos.

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  4. Felicitaciones por el Blogs. Me trajeron tantos recuerdos y nostalgias. Yo nací en 1950 en la Pizzeria Rex, en A. Juan B. Justo 943, a la par del Club Redes Argentinas, que era de mi padre y sus hermanas solteras. Aprendí a caminar por esas veredas anchas entre el Club y la Esquina Norte, el Bar de Reinès. En ese trecho estaba la librería de Felipe Fernandez, la casa de foto de los Bàlsamo, los Palazzo, la "Abuelita" Ruiz y los Bechara. Luego viví en Juramento 52 cuando la calle era de tierra y nos íbamos a jugar en Sportivo con los changos cuando la cancha tenia solo un alambrado. Allí conocí al Sapo Dìaz, a Racho Passeri, al profesor Bazàn, a los Iñigos, quien fue el primero que me llevo a ver un partido de los Julianos contra Atlético y desde ese dìa mi amor incondicional con Sportivo. Lo mismo que con Redes, donde llegue a jugar al bàsquet. Tuve la dicha de ser amigo de Humbertito Rizza. Que linda es la Villa 9 de Julio.....

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  5. Gracias por sus comentarios. Disculpen la tardanza para leer sus opiniones. Desde el mes de noviembre de 2018, comencé a actualizar La memoria barrial, de los barrios Villa 9 de Julio, Villa Luján, La Ciudadela y proximamente del Barrio Floresta. Gracias por leernos, en nombre del escritor Néstor Soria y de mi parte como entrevistadora y recopiladora.

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