BARCELLONA EN VILLA 9 DE JULIO
Redacción: Néstor 'Poli' Soria
De la
península itálica y mayormente de su lado sur, siguen llegando inmigrantes. No
los atemoriza ni el misterioso piélago que se mece espeso y turbio bajo sus
pies, ni un viaje sin derrotero cierto; tampoco saben si llegarán a destino
alguno, muchos de ellos enfermaron fatalmente en alta mar y sus despojos fueron
a dar en las profundidades. Pero aquí están, famélicos, sedientos de agua
dulce, mareados, un tanto más empobrecidos que al dejar sus comarcas, al haber
sido estafados por gestores que se apiñan y rapiñan en los puertos. Sólo un
viejo refrán los sostiene: ‘Quién no se
aventura no cruza la mar’.
Las mismas manos, ya rotas de
trabajo, esas que ahora arrastran pesados avíos, muestran ante migraciones
ajados papeles identificatorios. Aquellos viajeros se anotan sobreponiendo sus
voces a las de armenios, españoles, judíos, franceses, árabes…
La Argentina los aloja luego,
gratuitamente y por cinco días, en el Hotel de Inmigrantes, ese precario
edificio con techos de chapas de cinc, que aun hoy se alza junto a la Dársena
Norte del puerto de Buenos Aires; en 1880 se hospedaron allí 10.942 almas.
Juana Rosa 'Porota' Dell'arte de Barcellona-Entrevistada |
Trilogía familiar
Ya en tierra argentina cada uno elige un destino y hacia
allí parte. Nada le dice a ninguno si la decisión es acertada o le pesará toda
la vida. Tucumán, que siempre estuvo
entre esas elecciones, anota aquí otra llegada de italianos.
Comenzaremos con Cayetano Dell’Arte, siciliano
de Palermo nacido en 1878 y llegado a Tucumán en 1902. El muchacho, soltero y
cuyo cálculo de edad nos da 24 años, dejó a sus padres Marco Antonio y María
Magdalena en aquel pueblo de orillas del
Mar Tirreno y vino acompañado de otros paisanos suyos. Como herramienta de
sostén traía su oficio de albañil.
Por otro lado, sin imaginar ligazones
familiares a futuro, en 1912 Salvador Petrino y Teresa De’Gaetano iniciaban
desde Italia el mismo viaje que Cayetano, trayendo con ellos a sus hijos: Ángel, Pedro y Ana -niña nacida
en 1901-.
Doña Teresa De’Gaetano de Petrino hizo su viaje embarazada.
Debido al hacinamiento que sufría en ese barco se pasó en cama los cuarenta días de la travesía, con vómitos
y malestares. Producido el parto, ya en Argentina, su niña, murió al cumplir 5
años.
Cerrando una trilogía que el tiempo y el sino convirtieron en indisoluble,
decimos que en el mismo barco que trasladó a los Petrino-De’Gaetano, navegaban
los sicilianos del pueblo de Catina Nova, Próspero Barcellona, su mujer
Próspera y un hijo de los dos, Pedro.
Sumando datos
Para
no dejar en estas historias hilos sin atar, anotamos aquí cosas que por sueltas
parecen irrelevantes pero no lo son, pues, sujetos estos cabos, lo porvenir de
las tres familias será mucho más fácil de entender. Leamos entonces lo que nos
cuenta Porota Dell’Arte de Barcellona:
Por allá de
1900, un hijo mayor de Próspero Barcellona y de su mujer, doña Próspera, ya se
había afincado en Tucumán. El joven, llamado Teodosio, idóneo en albañilería, llegó a Tucumán con
otros italianos que como él aspiraban a tener un buen porvenir. La suerte
estuvo de su lado. Con el tiempo instaló una fábrica de mosaicos en la avenida
Sarmiento casi al llegar a calle Laprida -donde hoy está la Liga Tucumana de
Fútbol-.Y esa nueva posición económica es la que le permitió girar el dinero suficiente como
para que sus padres y hermano pudieran hacer el viaje.
Don Pedro
Barcellona cuando vino a la Argentina tenía 15 años. Su madre se llamaba
Próspera y su padre Próspero; o sea que se casaron dos Próspero. Durante tres generaciones
en la familia tenían la costumbre de ponerle, a la mujer, Próspera y al varón,
Próspero. Ellos decían que si no los bautizaban así a los que nacían, se
perdían las tradiciones y el nombre.
Si bien muchos inmigrantes se
establecían en Buenos Aires, esa ciudad fue en otros casos sólo una etapa de
un viaje que continuaría. En 1900 de
132.456 personas llegadas, la Dirección de Inmigraciones derivó hacia otros
puntos 32.809 y en 1901, sobre un total de 162.965, internó a 44.910.
A Tucumán vinieron, en 1900, 590
inmigrantes y en 1901, 1.576.
Al Tucumán agrícola
Salvador Petrino, Teresa De‘Gaetano y
sus hijos, tuvieron como primer destino Mar del Plata. Tiempo después, por
razones de vaya a saber qué ordenamiento oficial, las autoridades de
migraciones los enviaron a Tucumán, a trabajar en la cosecha de la caña de
azúcar.
Al llegar a tierra tucumana, los Petrino-De’Gaetano se
reencontraron con sus vecinos de ultramar, parientes y compañeros de viaje, los Barcellona.
Calmada la alegría de los saludos, las dos familias
decidieron establecerse en la zona serrana conocida como El Taficillo -en las
cercanías de la actual Tafí Viejo- para iniciar allí una actividad agrícola
-siembra y cosecha de verduras-. Las referencias recogidas dicen que esta
sociedad entre inmigrantes les hacía más fácil la subsistencia.
Pero las cosas no salieron como anhelaban. Los cambios de
clima en ese paraje no fueron propicios para los cultivos y los
Petrino-De’Gaetano con su prole bajaron a la ciudad capitalina. La radicación
de la familia fue en Villa 9 de Julio,
sobre la calle José Antonio Álvarez de Condarco, donde alquilaron una vivienda,
justo en la propiedad en la que con el tiempo funcionó el almacén de ‘Paquito’ Vázquez.
Con un pariente
Es oportuno el decir aquí que aquel hijo mayor de
Próspero y Próspera Barcellona, de nombre Teodosio, por entonces ya estaba
casado con una hermana de doña Teresa De’Gaetano, es decir, la mujer de
Salvador Petrino; o sea que esas dos familias ya estaban emparentadas.
Eso viene a explicar el porqué don Salvador se muda a Villa 9 de Julio y comienza a trabajar,
como ayudante, en la fábrica de mosaicos montada por Teodosio.
Aquel emprendimiento, ya exitoso, estuvo funcionando, lo
dijimos más arriba, en la avenida Domingo Faustino Sarmiento casi esquina con
calle Narciso de Laprida; luego se trasladó a la avenida Nicolás Avellaneda al
200 bajo la tutoría de Teodosio Barcellona y sus dos hijos, Próspero y Pedro.
La fábrica nunca tuvo un nombre de fantasía, se la llamó sencillamente
Barcellona. Pero eso no fue obstáculo para convertirse en la proveedora de las
hermosamente decoradas baldosas que, en 1910, se usaron en los pisos de los
cuarteles de Santiago del Estero, Jujuy, Salta y por supuesto Tucumán; sumemos
a eso la provisión por pedido de los constructores, como los hermanos Diambra,
para embaldosar muchas viviendas que se alzaban a lo ancho y largo de la
ciudad.
Un tercer italiano
Ana Petrino |
En
cercanías de donde los Barcellona y los Petrino desovillaban vida y trabajo,
Cayetano Dell’Arte, aquel siciliano de Palermo que había llegado soltero en
1902, siguió ejerciendo por las suyas el oficio de albañil.
Integrado a la comunidad italiana que por entonces
comenzó a ser numerosa en la ciudad, conoció a Ana Petrino, aquella italianita
nacida en 1901 y llegada en 1912 con sus padres, Salvador Petrino y Teresa
De’Gaetano.
Quien nos cuenta toda esta historia familiar, Juana Rosa
Dell’Arte, cariñosamente llamada ‘Porota’ desde niña, concluye en que el
casamiento de quienes luego serían sus padres, seguramente fue un arreglo entre
los Petrino-De’Gaetano y el joven Cayetano, pues ese era el modo de mantener
sin mezclas la sangre italiana. El hecho es que los jóvenes se casaron el 1º de
marzo de 1919. Ana tenía 18 años, y Cayetano 36.
Nuevos domicilios e hijos
La pareja recién constituida se
instaló en una vivienda que alquiló en la calle Marcos Paz al 100. Tiempo
después al matrimonio le nacieron niñas mellizas a las que bautizaron María y
María Magdalena, esta última fallecida a poco de ver la luz. La sucesión
prosiguió con Antonio, muchachito que debía llamarse Marco Antonio como su
abuelo paterno y el Registro Civil no aceptó; luego vinieron Salvador, Roberto,
Teresa, Ángel Carmelo, Juana Rosa (la entrevistada), Marina del Carmen, Jesús
Cayetano, y Ana Ramona.
La numerosa descendencia de los Dell’Arte-Petrino llegó
al mundo en varios domicilios, ya que hubo mudanzas que llevó al matrimonio a
radicarse en la calle Benjamín Villafañe esquina Juramento y después en el
pasaje 1º de Mayo al 400, casa que alzó Cayetano -había comprado ese terreno- y
donde nació Juana Rosa el 24 de junio de 1931, y otros de sus hermanos. Sobre
el apodo que la acompaña desde que tiene memoria, ‘Porota’ nos comenta que
surgió por que al nacer, ella se parecía a un porotito.
De memoria
Porota
Dell’Arte sigue íntimamente relacionada con Villa 9 de Julio. Su infancia, adolescencia, juventud y madurez,
están enraizadas en el barrio y todo su tránsito se halla nutrido por un dar y
recibir favores entre vecinos.
Al hacer una retrospectiva de su niñez, cuenta que cursó
hasta segundo grado en la escuela Benjamín Villafañe, instruida por la maestra
Adelina Pieruzi; dos años después prosiguió por dos años, estudios en el
colegio Mujer Obrera Virgen del Perpetuo Socorro*.
*
El colegio Mujer Obrera Virgen del Perpetuo Socorro, funcionó en la calle
Bernardino Rivadavia al 900, donde hoy funciona el Seminario Menor San José.
Aquel establecimiento tenía un internado y aulas en las que se dictaban clases
de corte, costuras, tejidos, lavado, planchado, zurcido, religión, economía
doméstica, cocina.
Regresando con mirada de niña al seno de su hogar, nos
dice que su casa era de maderas anchas fijadas verticalmente, con techo de
chapas y cielorraso de lona pintada con cal espesa; en la cocina sobresalía un
fogón de mampostería construido por su padre. Con lógico orgullo comenta que
don Cayetano, su progenitor, nunca quiso aceptar que su patrón le regalara
materiales para alzar una vivienda de mampostería, él quería comprarlos.
A la hora de las comidas Porota se ve sentada a una larga
mesa junto a sus nueve hermanos y a sus padres. ‘Los platos típicos, con dejo italiano, se servían los jueves y domingos
y consistían en fideos amasados regados con salsa o cremas de arvejas o
garbanzos; por supuesto que a esa dieta se incorporaron recetas consideradas
criollas, como el guiso de papas, el puchero y otras ricuras. La tradición
itálica también se cumplía con la faena de cerdos y la posterior elaboración de
chacinas y chorizos’ Nos cuenta Porota.
Sobre las devociones religiosas, don Cayetano y Ana
inculcaron a sus hijos la adoración por la Virgen del Carmen; en la parroquia
de esa advocación, de calle Juramento nº 369, asistían a misa; allí fueron
bautizados, confirmados y también ocurrieron, con los años, sus casamientos. Su
fe hacia Nuestra Señora del Carmen le impuso a don Cayetano el colaborar con el
templo. Él fue quien edificó la habitación del sacerdote -por entonces el Padre
José Artero-, levantó la tapia que circunda al predio de la iglesia y colocó
las rejas.
El cobrador
En la parroquia del Carmen se reunía
la Congregación de los Vicentinos (de San Vicente), convocatorias de las que
don Cayetano participaba como cobrador
de las mensualidades que algunos benefactores aportaban a ese movimiento.
Al respecto Porota nos cuenta:
‘Él no sabía
leer ni escribir, pero todas las noches ensayaba a firmar con su apellido ya
que necesitaba rubricar los recibos de cobranzas a los socios vicentinos;
recuerdo a los Terán, a los Nougués... A
mí, que entonces tenía 8 años, me pedía que le ordene las fichas por apellido
para que le resulte más fácil.
En la
Congregación también estaba un señor Abaca, el que traía las galletas de la cárcel y las repartía
entre la gente pobre. Desde allí ayudaban
a los necesitados del barrio, sobre todo a los de la villa de emergencia
que se llamaba “Puerto nuevo”; recuerdo que entregaban unos bonos para que esos
vecinos los cambien por mercaderías en el almacén de don Espinosa, el que
estaba en la calle Diego de
Villarroel.
La villa Puerto Nuevo estaba en el sector de la calle
Juramento hacia el parque 9 de Julio y se extendía hacia el este hasta antes de llegar al río Salí. Sus habitantes
solían ir a la iglesia a pedir que los
ayuden; eran muy carenciados’.
Sobre los italianos Cayetano Dell’Arte y Ana Petrino,
sólo resta decir que fallecieron: él, a los 81 años, en 1964 y ella, a los 72,
en 1971.
Rememorando
Para los niños, el espacio íntegro del barrio
donde crece es como un gran patio de juegos y a la vez un arcón lleno de
sorpresas. Cada rincón, cada vecino, se grabarán en su mente y en la adultez de
las reminiscencias emergerán cual dulces fantasmas de un ayer insepulto.
Ana Petrino |
‘Mi madre, Ana
Petrino, me mandaba a hacer compras en
el almacén de Espinosa, de la calle
Diego de Villarroel; también a El
Pacará, súper que estaba en la esquina del pasaje 1º de Mayo y avenida Juan B.
Justo y era propiedad de Miguel Mata.
Mi tío Nuncio, hermano de mi padre, fue dueño
de la famosa peluquería llamada “Los bancos”, ubicada en calle Maipú casi
esquina con 24 de Septiembre. Mi madre lavaba los paños que Nuncio utilizaba
para envolver el rostro de los clientes cuando les hacía fomentos antes de
rasurarlos. Ese negocio luego se trasladó al frente de la plaza Independencia
con eñl mismo nombre’.
‘Hacia el este de avenida Juan B. Justo quedaba la lechería de “Macario”; ellos tenían un puesto en el Mercado de Abasto;
eran mayoristas.
Otros tambos
estaban por la calle Álvarez Condarco al 600. La leche, cargada en tachos, se
vendía en jardineras; repartían por todo el barrio. Pero los vecinos íbamos al
tambo a comprarla al pie de la vaca. Después pusieron la pasteurizadora Tule y
ya no nos vendieron más’.
‘Por la calle
Juramento, cerca de casa, vivía otro inmigrante, era de apellido Cosimano. Este
señor vendía en un canasto maní con
cáscara; lo compraba por bolsa y me llamaba para que lo ayude a seleccionarlo
por tamaño. La señora, Rosa, prendía un horno grande, a leña, ahí lo tostaba;
lo entregaba caliente. Sus paradas eran en los
cines 9 de Julio y Ocean.
Recuerdo a sus
dos hijas, Santina y Graciela; fueron mis dos únicas amigas; con ellas iba a la
Acción Católica. Cosimano también es el padre de Mario, al que le decían
“Tano”; él fue quien puso la pizzería
Tano. Luego se radicó en Buenos Aires y tiempo después se fue a Europa. Al frente
de ese negocio quedó su hermano Cayetano’
‘Al lado de mi casa vivía Juan Vargas con su
familia; él vendía pescados en un canasto. Al frente estaba un señor que se
llamaba Roselló y trabajaba con su jardinera llevando la mercadería del súper El Pacará a los clientes, o sea que
hacía fletes. También en la vereda de enfrente se hallaba el señor Antonio
Palazzo quien trabajaba en la fábrica de mosaicos de los Barcellona. En las
cuadras siguientes ya había gente más humilde por lo común, changarines’
El matrimonio de los Prósperos baja
del Taficillo
Ya comentamos que las cosas en el
Taficillo no anduvieron bien, que las inclemencias climáticas desbarataron al
proyecto agrícola que habían emprendido los Petrino-De’Gaetano, ya radicados en
la ciudad de San Miguel, con Próspero y Próspera Barcellona. Ahora son ellos,
los Barcellona, los que dejan esa serranía y se arriman a la capital, con sus
hijos: Pedro, italiano; Pablo; Josefa; y tres hijas cuyos nombres
desaparecieron de la memoria de Porota, la entrevistada.
Aquel
muchacho llamado Pedro se casa con María Taberna. De esa unión nacen cinco
varones: Próspero, José, Martín, Pedro, Alberto; y seís mujeres: Próspera, Rosa, Sara, Gracia Lucía ‘Tonona’, Amelia y
Josefa ‘Tita’.
¡Juro por Dios que lo vi una vez!
Pasaron los años. “Porota” Dell’Arte
se convirtió en una muchacha que luce sus destellantes 14 años, y esa edad que
hoy no pasa de ser de adolescencia, la convirtió en una mujer de modos y figura
que le dan apariencia de ser mayor.
Así debe haberla visto Próspero Barcellona, pues un buen
día le propuso algo serio.
He
aquí cómo ella lo cuenta:
‘Próspero
trabajaba en la fábrica de mosaicos de sus primos, los Barcellona, que ya
funcionaba en la avenida Avellaneda al 200.
Cierto día fui a
ese lugar a visitar a un hermano y Próspero me esperó en la esquina donde me
propuso que nos veamos; o como se decía, me habló. Yo tenía 14 años pero
representaba tener más; en aquellos tiempos con esa edad ya éramos mujeres
formadas por la crianza que nos daban.
El hecho es que
le dije que no por que a mi papá no le iba a gustar. Ante mi negativa él me
contestó: -Voy a ir a tu casa el domingo para hablar con tu padre; si me
acepta, seguimos, y si no, hacé de cuenta de que no nos conocemos-. Próspero
tenía entonces 27 años.
Temerosa por las
consecuencias que podía tener su encuentro con mi papá, lo hablé a mi vecino
Antonio ‘Antonino’ Palazzo, un muchacho que también trabajaba en esa fábrica.
Antonino, que era muy amigo de mi familia, se dispuso a intervenir y para
calmarme dijo: -No te preocupés, sí lo van a aceptar por que es hijo de
italiano. Yo no me reponía del pavor y me negaba a que hablara en casa y él,
muy confiado respondía: -Vos dejame a mí-
Esa noche
Antonino resolvió el conversar del tema con mi mamá y me hizo esconder en el
fogón de su casa para que pudiera observar las reacciones que tenía y recuerdo
que ella le decía: -No Antonino, Porota es aun una mocosa-, a lo que él le
respondió: -Mire doña Ana, dejemé que yo le hable a don Cayetano-… A lo que
ella accedió confesando su temor de hacerlo personalmente.
Cuando el tema
llegó a oídos de mi padre, se negó terminantemente y con fastidio me
preguntaba: ¿Dónde lo conociste vos? A lo que yo contestaba: ¡Papá, juro por
Dios que lo vi una sola vez!
Llegó el domingo
y también mi pretendiente. Los dos hombres tuvieron una charla y Próspero le
dijo: -No se preocupe don Cayetano, no pienso en casarme todavía, el trabajo
está escaso y no pasarán menos de cinco años hasta que yo pueda formalizar;
ella para entonces ya tendrá 19 años- Mi padre aflojó. Pero puso días de
visitas y me advirtió de que no le aceptara a mi novio el llevarme al cine… y
hubo otra sentencia ¡Cuidadito con asentir el que me invitara a los paseos de
la avenida -se refiere a la avenida Juan B. Justo-, o a baile alguno!
Al año y medio
de noviar, Próspero me dijo que teníamos que casarnos. Su argumento era que su
hermano menor, José, ya estaba de novio y conminado por sus futuros suegros
para que dé fecha de casamiento, entonces él, al ser mayor, debía hacerlo
antes; además esa conclusión estaba apoyada por su padre, don Pedro
Barcellona.
Así fue que con
15 años, me casé el 22 de marzo de 1948. La ceremonia religiosa se realizó en
la Parroquia del Carmen. Ya casados nos fuimos a vivir a la calle Álvarez
Condarco esquina Luis F. Nougués, frente a la vivienda de Matilde Canelo, en la propiedad de Zenobia Fernández; allí
alquilábamos una pieza. Ahí permanecimos 9 años y es donde nacieron Ana María,
Estela del Valle, y Enrique ‘Kike’ Osvaldo Barcellona.
Próspero Barcellona, Porota D. de Barcellona, y sus hijos Ana María, Estela, Quique y Luis Barcellona |
Instalar una fábrica
Pedro, aquel joven italiano llegado al
país con sus padres, Próspero y Próspera Barcellona, ya es un hombre con mujer
e hijos y comenzó a trazar un camino laboral y prometedor. Suponemos que su
hermano mayor, Teodosio, muchacho que llegó a Tucumán, anticipándose a toda la
familia, le enseñó el oficio de albañil y también el arte de fabricar mosaicos.
El hecho es que Pedro se hizo de una prensa, de los moldes y de todas las otras
herramientas que requiere una fábrica, montándola en la calle Bernardo de
Monteagudo al 1100. No sabemos cuánto tiempo permaneció allí, pero en 1952,
aprovechando un loteo en tierras de cultivo, le compró a Emilio Ladetto dos
terrenos contiguos en calle República de Bolivia al 100. En uno de esos lotes
plantó una vivienda para habitarla con su esposa, María Taberna y con sus hijos
solteros, dejando hacia el fondo de la propiedad un espacio para la fábrica; el
otro terreno comprado fue para Próspero Barcellona, el vástago casado con Juana
Rosa ‘Porota’ Dell’Arte, nuestra entrevistada.
Rememorando
hechos, ella nos dice:
Todos los terrenos
de esta zona eran de Ladetto. Cuando fueron a comprar dos lotes no le quisieron
vender por la calle Balcarce; esa arteria ya estaba pavimentada hasta la Perú.
Para la fábrica era conveniente el pavimento, de ese modo los mosaicos no
sufrirían rotura alguna. En aquellos tiempos los fleteros venían a buscar
mosaicos en carros tirados por mulas y la calle Bolivia estaba muy poceada; es
de imaginar entonces como se despuntaban las piezas con los barquinazos. Pero
no hubo caso, mi suegro insistió en la compra por Balcarce y le dijeron que ya
estaban todos vendidos.
Quizás haya quién se pregunte de
dónde viene la palabra mosaico y porqué a esa pieza cuadrada, con forma de
baldosa, se la bautizó así. El término, tal como lo pronunciamos, nació en
Italia. Su origen, no lejano de esas tierras, es latín: mosáicum (Opus=Obra).
Pero el idioma griego también lo contiene: múseios, o sea propio de las musas.
Lo interesante de todo esto es que, se diga como se diga, esta voz siempre se
aplica a la obra de arte destinada a formar pavimentos o revestimientos de
muros.
En la ciudad de Tucumán del siglo pasado - XX - los
emprendimientos dedicados a esta
actividad surgieron en diversas zonas. Manos italianas hechas al oficio
trasladaron verdaderos arabescos que embellecieron a los pisos de muchísimas
viviendas, casas que hoy, las más de las veces, y lo decimos con tristeza, ya
no están en pie.
En Villa 9 de
Julio, sobre calle República de Bolivia, hubo una fábrica de mosaicos que
fue muy famosa y, como nunca gozó de un nombre de fantasía, se la conoció por
el apellido de la familia: Barcellona. Don Próspero, creativo que entregó sus
años a este quehacer artístico, desde su retiro hogareño nos cuenta lo
siguiente:
Con mis
hermanos, Pedro, José, y Martín, trabajábamos en la prensa. Otro de mis
hermanos, Alberto, nos preparaba el material y realizaba, junto al resto del
personal contratado, trabajos de peón;
el pobre Alberto contrajo epilepsia a los 11 años y poco podía ayudar.
Hacíamos
trescientos mosaicos por día; de ahí haga un cálculo de los kilos de material
que usábamos por jornada. Las hormas para formar los mosaicos eran de
acero; se las compraba en Rosario de
Santa Fe; los moldes, más livianos, eran de lata.
En la fábrica de
Teodosio Barcellona, mi tío, la que estaba en la avenida Sarmiento, desde que
la instaló no cambió ni siquiera un molde. Los constructores Diambra iban a
comprar y allí mis primos les decían: -Este mosaico es para los dormitorios...
Y ellos se quejaban: -¿Cómo es que en todas las obras que hacemos tenemos que
poner el mismo mosaico? Yo, en cambio, tenía en la fábrica un muestrario de 15
moldes creados por mí.
¿Cómo hacer un mosaico?
No pretendemos plasmar aquí un preciso
y ampliamente detallado instructivo sobre la fabricación del mosaico, eso sería
muy ambicioso y arriesgado para quien, como nosotros, no conocemos un ápice de
esa hechura que requiere técnica y mucha práctica. Sólo anotaremos lo que este
fabricante de antaño, don Próspero Barcellona, nos contó sobre el tema.
''Se toma un cajón al que se le coloca en la parte superior
una tela metálica similar a la que se usa como pantalla mosquitera en las ventanas;
este elemento, al que podemos llamar cernidor, tamiz o cedazo, y que la gente
de la construcción nombra como zaranda,
debe ser de un enmallado tan cerrado que apenas permita el paso de un
grano de arena fino. Las medidas de la zaranda serán 0.80 cm. de largo, por
0.30 cm. de ancho.
El procedimiento de zarandeado comienza cuando un
operario vuelca dos baldes de arena sobre la malla y con armoniosos movimientos
comienza a mecerla. Es ahí cuando los granos finísimos del material caen,
separados de las impurezas y piedritas que pueda tener. Terminado el proceso
veremos que se redujo la cantidad útil de arena, y que de aquellos dos baldes
recuperamos uno y medio, convertida en un casi impalpable árido. A esa porción
de arena se le agrega una bolsa de cemento
-por entonces sólo se conocía el de la marca Pórtland-, se moja y se
mezcla. Respetando estas proporciones,
el mosaico que construyamos tendrá un doble brillo, pues, el exceso de arena le
dará mayor opacidad. Nuestro instructor dice que al brillo lo da el cemento en
contacto con una pintura en polvo que se elabora en base a óxido de hierro
natural hidratado -ferrita- y que se conoce con el nombre de fantasía de
Ferrite (puede ser de variados colores). Además nos alerta sobre que la arena a
utilizar debe estar totalmente seca.
Preparada la pasta y antes de agregar el Ferrite, se
vuelca esta argamasa en las planchas -cuadradas y con las medidas del mosaico-,
donde previamente se introdujeron las plantillas, o moldes, con el dibujo
elegido y conocidos como “echadas”. Las echadas se deben construir en chapa
reforzada para evitar torceduras que deformen a los dibujos; las hay de tres,
doce, quince, y hasta de cincuenta motivos. Claro, cuando más echadas se
colocan, más caro será el mosaico conseguido. Por ejemplo, y refiriéndonos a
una vieja moneda: Los de dos colores costaban $2.20; los de tres, $3.20; los de
cinco, $5.20; y así sucesivamente. En cuanto al peso neto de cada una de estas
hermosas y fuertes baldosas decoradas, supimos que la que medía 20x20 cm.
pesaba dos kilos y un cuarto; la de 25x25 cm., tres kilos; y las de 30x30 cm.,
algo de cuatro kilos.''
Un paso atrás
Pero aun no salgamos a ofrecer
nuestro mosaico. El material primario
-arena y cemento- está fraguando, es decir secándose lentamente, y es
interesante hablar de las tinturas que darán los colores a sus figuras como
arabescos.
El proceso se define como “secamiento” y es entonces
cuando se debe pintar los motivos. Esos polvos por los que se pagaba y se paga
un precio considerable, en aquellos años venían importados del exterior. El
colorado Málaga llegaba de España; el amarillo de Checoslovaquia; el verde era
norteamericano…
Como colofón del trabajo y de este escrito, sólo decimos
que al fabricar un mosaico no se debe descuidar su base, es decir la parte de
abajo -bañado-, esa cara que le dará el exacto nivel cuando vayamos a colocarlo
en un piso; en ese lado, como sello de garantía y calidad, se plasmará el
nombre del fabricante.
La calidad del mosaico
Los hermanos Barcellona fueron
los fabricantes de mosaicos más apreciados de la ciudad. La diversidad de
motivos que exhibían sus moldes y principalmente la calidad del material
entregado a los clientes, convirtieron a su fábrica en la proveedora por
excelencia de cuanta obra en construcción surgiera en aquel Tucumán que crecía.
‘Nosotros, ya lo
dije, mezclábamos un balde y medio de arena zarandeada con la bolsa de cemento;
en cambio todos los otros fabricantes le ponían
dos baldes y medio, o sea que no estaba bien proporcionada la mezcla.
La arena debe
estar depositada bajo de un galpón para que se seque; a veces la debíamos dejar
hasta quince días para que pierda completamente la humedad; de otro modo no es
conveniente trabajarla. Los otros fabricantes hacían mosaicos, pero ninguno
tenía un galpón para secar la arena;
ellos tenían el galpón donde trabajaban;
ahí tiraban la arena, la pisoteaban ensuciándola con tierra y lo mismo hacían
la mezcla’
Se cierra la fábrica
Don Próspero dice que el cierre de la
fábrica se debió a varios motivos, pero resalta dos que consideró decisivos.
Los que apreciamos aquellas obras de arte plasmadas en un
pequeño mosaico; los que aun nos asombramos admirando un comedor, una sala o un
patio ornado con estas joyas, sabemos que la desaparición de esas matrices y el
cese laboral de los dotados para crearlas y explotarlas con tan bellos
resultados, son una pérdida incalculable en la cultura y la historia que nos
llegaron de una Europa que vino a ejercer docencia en Tucumán.
-Lo
que llevó al cierre de la fábrica comenzó cuando los peones me decían a menudo,
que llegaban tarde a trabajar porque el colectivo demoraba; nosotros teníamos
que empezar a las 14 y ellos llegaban a
otra hora, no eran puntuales y a veces faltaban.
La necesidad de
contar con peones era importante para hacer el material; ese trabajo requiere
de mucha mano de obra; hay que mezclar muy bien y a la argamasa pegarle golpes
con la pala; no es entreverar arena y cemento solamente. También los
requeríamos para cargar los pedidos de mosaicos en los carros. Para mí era
demasiado trabajo y mi hermano Pedro hacía dos años que no podía ayudarme, pues
estaba con problemas de depresión.
Otra razón del
cese fue una inspección de la entonces Obras Sanitarias. Cierto día nos
multaron con el argumento de que el agua que la fábrica desechaba tenía cal;
que eso, por contaminante, mataba a los peces; la solución era poner unas
piedras que purificaban el agua haciendo de filtros.
Anduve en Obras
Sanitarias de la calle Balcarce y en la de la avenida Sarmiento esquina
Catamarca, buscando esa bendita piedra. Le pedí a un gerente que me diga cuál
era la solución para que la fábrica
cumpla con ese requisito; las palabras de ese funcionario de avenida Sarmiento
fueron: -No le puedo dar ninguna respuesta; yo no debo ir en contra de mis
compañeros; búsquese un ingeniero-… Encontré uno que trabajaba en el ingenio
Concepción, tipo bioquímico. Me hizo comprar una bolsa de piedras; recuerdo que
nos costó cincuenta pesos; en quince días la terminé a la bolsa. Entonces
volvió la presión. Creo que querían “manguearme”.
Ahí dije: Si tengo
que poner dos bolsas de piedras por mes, gastaré cien pesos. Además, yo no voy a trabajar para mantener a estos vagos. Mi hermano
José tenía dolencias estomacales, tomaba ocho aspirinas por día para poder
cumplir; mi otro hermano andaba mal hacía dos años. La producción había bajado
por que ya no se construían casas y se hacían departamentos con pisos
cerámicos. Entonces decidí vender la fábrica con todos sus moldes, ¡y chao!
N/R: Cuando visitamos a don Próspero,
en 2007, supimos que lo aquejaban severos problemas de salud. Al regresar al
barrio en 2010, nos enteramos de que su latido vital se había apagado el 19 de
febrero de 2009, a los 91 años. Sólo decimos: Gracias vecino por aportarnos sus
vivencias.
Recuerdos sueltos de Porota
En el pasaje 1º de mayo había un
mástil con la bandera argentina, se la izaba en esa fecha para homenajear al
trabajador; después vino algún gobierno y retiró el mástil. Ese era un día de
fiesta en el pasaje. Venía la banda de música.
Al pasaje 1º de mayo le quedaban por
pavimentar dos cuadras. Ahora lo conseguimos gracias a la gestión del
intendente Amaya.
Cuando Luis Ricardo, mi hijo menor,
que era arquero en Sportivo Guzmán, atajaba un gol, a mí, la hinchada me ponía
en un altar. Él fue muy querido en el club, ahora lo reconocen como un buen
arquero en la historia de esa institución.
La adivinadora Clara Luna ya era
conocida en 1960. Ella trabajaba leyendo las palmas de las manos.
Otro personaje fue el señor Antonio
Hidalgo, homeópata. Vivía en la Álvarez Condarco al 500. Eran en total 4
hermanos varones.
En la calle Álvarez Condarco también
vivía el doctor Mayer El padre era un
gran talabartero, hacía las monturas de los caballos, los lazos.
Los toros
que traían para el matadero a veces se
escapaban y ese hecho también era un revuelo para el barrio. Los animales
pasaban por la calle Justo de la Vega conducidos por arrieros.
Por la esquina
de mi casa, también por la calle Justo
de la Vega, pasaba un tubo de cemento que llevaba toda la descarga de deshechos
del matadero, hasta vísceras. Hubo gente que rompía ese conducto y ‘pescaba’
librillos, pajarillas y otras cosas para alimentar a los perros.
Esta tubería no
sé si derramaba su contenido en el río
Salí o atrás del hipódromo. Cruzaba la
avenida gobernador del Campo, entraba por el parque 9 de Julio y llegaba hasta la entrada del hipódromo.
Sobre Diego de Villarroel estaba la
carpintería de don Flores. Allí trabajaron dos hermanos míos. La esposa del
dueño se llamaba María. Ahí se
construyeron todas las puertas de esta casa. Se las cambiamos por mosaicos. En
realidad a toda esta casa de la Bolivia al 100, la hicimos así, con canje de
materiales por mosaicos.
Donde está el correo, en la calle 25 de Mayo y Córdoba, funcionó la primera prensa de
mosaicos. El dueño fue un tal Segundo Laguza, piamontés. Vivía solo. Cuando la
gente iba a encargarle, casi siempre muchos metros, le pedían una ‘rebajita’, y
él respondía: -Porco dio, yo no rebajo- Entonces se iban sin comprarle. A veces
se cruzaba a tomar un vermousito en el bar que había al frente de su fábrica y
cuando volvía, sus empleados le decían: -Don Segundo, hemos vendido mosaicos y
aquí está la platita. Claro, si el metro costaba $3, ellos cotizaban a $3.20 y
luego rebajaban los 20 ctvs y la gente se marchaba contenta. Laguza recibía la
plata y rezongaba: -Porco dio ¿cómo
hacen? cuando yo estoy no se vende nada.
La
nostalgia, esa tristeza
Ana María Barcellona |
s que con ella se nos fue la etapa más pura de nuestras vidas.
Ana María Barcellona, hija de Porota Dell’Arte y de
Próspero Barcellona, cuenta:
-Me bautizaron,
hice la comunión, fui confirmada y escuchaba misa, en la iglesia del Carmen. Ana María Barcellona.
-Los domingos íbamos
con mis tías, las hermanas de mi padre, a dar una vuelta en los paseos que se
organizaban en la avenida Juan B. Justo.
También aquí en
el barrio frecuentábamos la pizzería ‘Tano’; los dueños eran parientes nuestros.
Una hermana de mi madre, Anita Dell’Arte, trabajó muchos años en ese negocio. Ana María Barcellona.
-Siendo
niña mi padre me llevaba a la calesita de don
Ermindo; estaba instalada en la
avenida Sarmiento y Álvarez Condarco,
donde hoy funciona el banco del Tucumán. Don Ermindo era checoslovaco,
rubio y bajito. Tenía una señora también bajita. Ella echaba a andar y paraba
el tiovivo, mientras que su marido se ubicaba donde estaba el porta sortija de
madera y sostenido en un poste. Él tomaba ese soporte y lo movía en dirección
de los chicos que giraban en la calesita y alrededor de ella estaban los
puestos de juegos con argollas y pelotas. Recuerdo que continuamente ponían música. El
parquecito fue el sitio de encuentro y conocerse de muchas parejas que con el
tiempo se casaron. Ana María Barcellona.
-Me gustaba
mucho ver cine al aire libre; íbamos a la sede de Sportivo Guzmán, en la
avenida Avellaneda a la par de la hoy Caja popular, donde está Soeme. Pasaban
películas mientras comías algún santuchito y tomabas gaseosa. Ana María Barcellona.
Porota de Barcellona junto a su cuñada y amiga Mafalda esposa de Pedro Barcellona, hermano de Próspero y madre de Rody y Daniel Barcellona. |
-El
cine Fénix estaba en la calle Blas Parera. El cine 9 de julio y el Ocean, sobre
la avenida Juan B. Justo.
Recuerdo
que cierta vez lo llevé al cine a mi hermano ‘kike’ a las dos de la tarde, eran
funciones continuadas, vimos las películas pero él no quería salir del cine.
Entonces seguí y seguí hasta las 12 de la noche. Al salir vimos que llovía
tanto que el agua estaba a punto de entrar al cine y eso que el salón estaba
arriba de tres escalinatas. Mi padre nos estaba esperando con paraguas, pilotos
y botas. Siempre fabulábamos que cuando
el tren pasaba rozaba las paredes del cine y temíamos que choque y entre a la
sala. A las matinée solíamos ir
también con mis primos Hugo, Daniel y Rody Barcellona. Ana María
Barcellona.
-Cursé la primaria en la escuela Elmina Paz de Gallo. Tuve como maestra a la señora de Femenia, docente que vivía en
la calle Monteagudo al 1200.
Me recibí en la escuela Normal. Trabajé 9 años en Lutz Ferrando.
Cuando cerró ingresé al concesionario Scania donde cumplí tareas por 26 años. Ahí
me jubilé. Ana María Barcellona.
-Tengo una hija de 19 años, María Agustina
Varela; nació con problemas en el corazón y en los ojitos. Ana María Barcellona.
-En la casa de doña Matilde Canelo, se hizo el casamiento
de Nely Argüello con Carlos Borbón. El acontecimiento fue muy comentado porque
el novio lucía frac; era un revuelo la
villa. Porota Dell’Arte
-Cuando ganaba Sportivo Guzmán “El
sapo” Díaz recorría el barrio tocando su corneta y disfrazado con los colores
del club. Hasta sus zapatos pintaba de
blanco y rojo. Ana María Barcellona.
-Otro hincha fanático fue ‘El loco’ Sparza.
Vivía en la calle Raúl Colombres al 300. Pero también existe una hincha
fanática de Sportivo Guzmán, una tal Juana. Vive y trabaja de aguatera en el
cementerio del Norte. Ana María
Barcellona.
-Y en el
barrio también hay que rescatar a los médicos como
el doctor Casserá. Él antes de trabajar en el
sanatorio Regional atendía en su casa de la calle Chile 1º cuadra; era
el médico del barrio; todos asistían a verlo por cualquier dolencia. Con el
tiempo se especializó en enfermedades del corazón. El doctor Casserá nació en la avenida juan B. Justo al 1300. Su hijo tiene
un instituto de garganta nariz y oído en la calle Balcarce entre
Santiago y San Juan. Ana María Barcellona.
-Otro médico del barrio es el doctor Rojas
el que vive en la calle Balcarce al 1400. También recordemos al doctor Autino, su consultorio está en la Rivadavia y Méjico. Ana María Barcellona