Canción inicial

Canción Inicial
Argentina, territorio entregado al porvenir desde tus quebradas norteñas hasta el Cabo de Hornos; promisorio escenario donde forjar una nueva vida; útero abierto al nacimiento de las mil diversidades étnicas; madre nutricia; miel; calostro...
¡Cuántas alabanzas mereces en tu bondad y en tu gesta moral,
Patria mía!...
Por tus caminos otrora polvorientos, insinuados al hollar de carretas y pezuñas; ralo pastizal; poblado monte; de norte a sur; de sur a norte, venían nuevos hijos a gozar de tu hermosura femenina; a rodearte con sus brazos y poblar tus anchos hombros y tu cabeza; tu cintura en cinta; tus pies de bailarina reconcentrada; altiva y reconcentrada.
Todo en vos fue regazo:
Buenos Aires, que aunque niña pobre, ya coqueta.
Patagonia, viento-médano, soledad transmutada en idiomas y vocinglería.
Norte indómito; callado; páramo al pie del Ande. Y el mar verde en la llanura, a la entrada de los cerros:
Tucumán de la mecidas selvas, gleba feraz; idílico amor del viajero que detuvo su paso ante el prodigio.
Hoy regreso sobre aquellos rastros que esculpieron tantos hombres, ¡tantos!. Voy a encontrarme con los antiguos rostros; rostros de arrugas oscuras, nobles; rostros donde los ojos, aun abiertos al asombro, nos miran, aunque un puñado de tu savia haya caído sobre ellos.
Néstor Soria

Foto de Néstor Soria

Foto de Néstor Soria
Redacción: Poeta y escritor Néstor Soria

Imagen de Ana Lía Madrigal

Imagen de Ana Lía Madrigal
Investigación, entrevistas e ilustración: Ana Lía Madrigal

viernes, 30 de noviembre de 2018

LOS BARCELLONA DE VILLA 9 DE JULIO




BARCELLONA EN VILLA 9 DE JULIO




Redacción: Néstor 'Poli' Soria
Entrevistas: Ana Lía Madrigal



De la península itálica y mayormente de su lado sur, siguen llegando inmigrantes. No los atemoriza ni el misterioso piélago que se mece espeso y turbio bajo sus pies, ni un viaje sin derrotero cierto; tampoco saben si llegarán a destino alguno, muchos de ellos enfermaron fatalmente en alta mar y sus despojos fueron a dar en las profundidades. Pero aquí están, famélicos, sedientos de agua dulce, mareados, un tanto más empobrecidos que al dejar sus comarcas, al haber sido estafados por gestores que se apiñan y rapiñan en los puertos. Sólo un viejo refrán los sostiene: ‘Quién no se aventura no cruza la mar’.
Las mismas manos, ya rotas de trabajo, esas que ahora arrastran pesados avíos, muestran ante migraciones ajados papeles identificatorios. Aquellos viajeros se anotan sobreponiendo sus voces a las de armenios, españoles, judíos, franceses, árabes…
La Argentina los aloja luego, gratuitamente y por cinco días, en el Hotel de Inmigrantes, ese precario edificio con techos de chapas de cinc, que aun hoy se alza junto a la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires; en 1880 se hospedaron allí 10.942 almas.
             

Juana Rosa 'Porota' Dell'arte de Barcellona-Entrevistada

Trilogía familiar

           
            Ya en tierra argentina cada uno elige un destino y hacia allí parte. Nada le dice a ninguno si la decisión es acertada o le pesará toda la vida. Tucumán, que siempre  estuvo entre esas elecciones, anota aquí otra llegada de italianos.

Comenzaremos con Cayetano Dell’Arte, siciliano de Palermo nacido en 1878 y llegado a Tucumán en 1902. El muchacho, soltero y cuyo cálculo de edad nos da 24 años, dejó a sus padres Marco Antonio y María Magdalena  en aquel pueblo de orillas del Mar Tirreno y vino acompañado de otros paisanos suyos. Como herramienta de sostén traía su oficio de albañil.
Por otro lado, sin imaginar ligazones familiares a futuro, en 1912 Salvador Petrino y Teresa De’Gaetano iniciaban desde Italia el mismo viaje que Cayetano, trayendo con ellos a sus hijos: Ángel, Pedro y Ana -niña nacida en 1901-.  
Doña Teresa De’Gaetano de Petrino hizo su viaje embarazada. Debido al hacinamiento que sufría en ese barco se pasó en cama  los cuarenta días de la travesía, con vómitos y malestares. Producido el parto, ya en Argentina, su niña, murió al cumplir 5 años. 
Cerrando una trilogía que el tiempo y el sino convirtieron en indisoluble, decimos que en el mismo barco que trasladó a los Petrino-De’Gaetano, navegaban los sicilianos del pueblo de Catina Nova, Próspero Barcellona, su mujer Próspera y un hijo de los dos, Pedro.

Sumando datos 

  Para no dejar en estas historias hilos sin atar, anotamos aquí cosas que por sueltas parecen irrelevantes pero no lo son, pues, sujetos estos cabos, lo porvenir de las tres familias será mucho más fácil de entender. Leamos entonces lo que nos cuenta Porota Dell’Arte de Barcellona:

Por allá de 1900, un hijo mayor de Próspero Barcellona y de su mujer, doña Próspera, ya se había afincado en Tucumán. El joven, llamado Teodosio,  idóneo en albañilería, llegó a Tucumán con otros italianos que como él aspiraban a tener un buen porvenir. La suerte estuvo de su lado. Con el tiempo instaló una fábrica de mosaicos en la avenida Sarmiento casi al llegar a calle Laprida -donde hoy está la Liga Tucumana de Fútbol-.Y esa nueva posición económica es la que  le permitió girar el dinero suficiente como para que sus padres y hermano pudieran hacer el viaje. 

 Don Pedro Barcellona cuando vino a la Argentina tenía 15 años. Su madre se llamaba Próspera y su padre Próspero; o sea que se casaron dos Próspero. Durante tres generaciones en la familia tenían la costumbre de ponerle, a la mujer, Próspera y al varón, Próspero. Ellos decían que si no los bautizaban así a los que nacían, se perdían las tradiciones y el nombre.



Si bien muchos inmigrantes se establecían en Buenos Aires, esa ciudad fue en otros casos sólo una etapa de un  viaje que continuaría. En 1900 de 132.456 personas llegadas, la Dirección de Inmigraciones derivó hacia otros puntos 32.809 y en 1901, sobre un total de 162.965, internó a 44.910.

A Tucumán vinieron, en 1900, 590 inmigrantes y en 1901, 1.576.



Al Tucumán agrícola


            Salvador Petrino, Teresa De‘Gaetano y sus hijos, tuvieron como primer destino Mar del Plata. Tiempo después, por razones de vaya a saber qué ordenamiento oficial, las autoridades de migraciones los enviaron a Tucumán, a trabajar en la cosecha de la caña de azúcar.
Al llegar a tierra tucumana, los Petrino-De’Gaetano se reencontraron con sus vecinos de ultramar, parientes  y compañeros de viaje, los Barcellona. 
Calmada la alegría de los saludos, las dos familias decidieron establecerse en la zona serrana conocida como El Taficillo -en las cercanías de la actual Tafí Viejo- para iniciar allí una actividad agrícola -siembra y cosecha de verduras-. Las referencias recogidas dicen que esta sociedad entre inmigrantes les hacía más fácil la subsistencia.
Pero las cosas no salieron como anhelaban. Los cambios de clima en ese paraje no fueron propicios para los cultivos y los Petrino-De’Gaetano con su prole bajaron a la ciudad capitalina. La radicación de la familia fue en Villa 9 de Julio, sobre la calle José Antonio Álvarez de Condarco, donde alquilaron una vivienda, justo en la propiedad en la que con el tiempo funcionó el almacén  de ‘Paquito’ Vázquez.


Con un pariente


            Es oportuno  el decir aquí que aquel hijo mayor de Próspero y Próspera Barcellona, de nombre Teodosio, por entonces ya estaba casado con una hermana de doña Teresa De’Gaetano, es decir, la mujer de Salvador Petrino; o sea que esas dos familias ya estaban emparentadas.
Eso viene a explicar el porqué don Salvador se muda a Villa 9 de Julio y comienza a trabajar, como ayudante, en la fábrica de mosaicos montada por Teodosio.
Aquel emprendimiento, ya exitoso, estuvo funcionando, lo dijimos más arriba, en la avenida Domingo Faustino Sarmiento casi esquina con calle Narciso de Laprida; luego se trasladó a la avenida Nicolás Avellaneda al 200 bajo la tutoría de Teodosio Barcellona y sus dos hijos, Próspero y Pedro. La fábrica nunca tuvo un nombre de fantasía, se la llamó sencillamente Barcellona. Pero eso no fue obstáculo para convertirse en la proveedora de las hermosamente decoradas baldosas que, en 1910, se usaron en los pisos de los cuarteles de Santiago del Estero, Jujuy, Salta y por supuesto Tucumán; sumemos a eso la provisión por pedido de los constructores, como los hermanos Diambra, para embaldosar muchas viviendas que se alzaban a lo ancho y largo de la ciudad.

Un tercer italiano

Ana Petrino

            En cercanías de donde los Barcellona y los Petrino desovillaban vida y trabajo, Cayetano Dell’Arte, aquel siciliano de Palermo que había llegado soltero en 1902, siguió ejerciendo por las suyas el oficio de albañil.
Integrado a la comunidad italiana que por entonces comenzó a ser numerosa en la ciudad, conoció a Ana Petrino, aquella italianita nacida en 1901 y llegada en 1912 con sus padres, Salvador Petrino y Teresa De’Gaetano.
Quien nos cuenta toda esta historia familiar, Juana Rosa Dell’Arte, cariñosamente llamada ‘Porota’ desde niña, concluye en que el casamiento de quienes luego serían sus padres, seguramente fue un arreglo entre los Petrino-De’Gaetano y el joven Cayetano, pues ese era el modo de mantener sin mezclas la sangre italiana. El hecho es que los jóvenes se casaron el 1º de marzo de 1919. Ana tenía 18 años, y Cayetano 36.

Nuevos domicilios e hijos


            La pareja recién constituida se instaló en una vivienda que alquiló en la calle Marcos Paz al 100. Tiempo después al matrimonio le nacieron niñas mellizas a las que bautizaron María y María Magdalena, esta última fallecida a poco de ver la luz. La sucesión prosiguió con Antonio, muchachito que debía llamarse Marco Antonio como su abuelo paterno y el Registro Civil no aceptó; luego vinieron Salvador, Roberto, Teresa, Ángel Carmelo, Juana Rosa (la entrevistada), Marina del Carmen, Jesús Cayetano, y Ana Ramona.
La numerosa descendencia de los Dell’Arte-Petrino llegó al mundo en varios domicilios, ya que hubo mudanzas que llevó al matrimonio a radicarse en la calle Benjamín Villafañe esquina Juramento y después en el pasaje 1º de Mayo al 400, casa que alzó Cayetano -había comprado ese terreno- y donde nació Juana Rosa el 24 de junio de 1931, y otros de sus hermanos. Sobre el apodo que la acompaña desde que tiene memoria, ‘Porota’ nos comenta que surgió por que al nacer, ella se parecía a un porotito.

De memoria


            Porota Dell’Arte sigue íntimamente relacionada con Villa 9 de Julio. Su infancia, adolescencia, juventud y madurez, están enraizadas en el barrio y todo su tránsito se halla nutrido por un dar y recibir favores entre vecinos.
Al hacer una retrospectiva de su niñez, cuenta que cursó hasta segundo grado en la escuela Benjamín Villafañe, instruida por la maestra Adelina Pieruzi; dos años después prosiguió por dos años, estudios en el colegio Mujer Obrera Virgen del Perpetuo Socorro*.

 * El colegio Mujer Obrera Virgen del Perpetuo Socorro, funcionó en la calle Bernardino Rivadavia al 900, donde hoy funciona el Seminario Menor San José. Aquel establecimiento tenía un internado y aulas en las que se dictaban clases de corte, costuras, tejidos, lavado, planchado, zurcido, religión, economía doméstica, cocina.

Regresando con mirada de niña al seno de su hogar, nos dice que su casa era de maderas anchas fijadas verticalmente, con techo de chapas y cielorraso de lona pintada con cal espesa; en la cocina sobresalía un fogón de mampostería construido por su padre. Con lógico orgullo comenta que don Cayetano, su progenitor, nunca quiso aceptar que su patrón le regalara materiales para alzar una vivienda de mampostería, él quería comprarlos.  
A la hora de las comidas Porota se ve sentada a una larga mesa junto a sus nueve hermanos y a sus padres. ‘Los platos típicos, con dejo italiano, se servían los jueves y domingos y consistían en fideos amasados regados con salsa o cremas de arvejas o garbanzos; por supuesto que a esa dieta se incorporaron recetas consideradas criollas, como el guiso de papas, el puchero y otras ricuras. La tradición itálica también se cumplía con la faena de cerdos y la posterior elaboración de chacinas y chorizos’ Nos cuenta Porota.
Sobre las devociones religiosas, don Cayetano y Ana inculcaron a sus hijos la adoración por la Virgen del Carmen; en la parroquia de esa advocación, de calle Juramento nº 369, asistían a misa; allí fueron bautizados, confirmados y también ocurrieron, con los años, sus casamientos. Su fe hacia Nuestra Señora del Carmen le impuso a don Cayetano el colaborar con el templo. Él fue quien edificó la habitación del sacerdote -por entonces el Padre José Artero-, levantó la tapia que circunda al predio de la iglesia y colocó las rejas.

El cobrador

En la parroquia del Carmen se reunía la Congregación de los Vicentinos (de San Vicente), convocatorias de las que don Cayetano participaba como  cobrador de las mensualidades que algunos benefactores aportaban a ese movimiento.

Al respecto Porota nos cuenta:

‘Él no sabía leer ni escribir, pero todas las noches ensayaba a firmar con su apellido ya que necesitaba rubricar los recibos de cobranzas a los socios vicentinos; recuerdo a  los Terán, a los Nougués... A mí, que entonces tenía 8 años, me pedía que le ordene las fichas por apellido para que le resulte más fácil.
En la Congregación también estaba un señor Abaca, el que traía  las galletas de la cárcel y las repartía entre la gente pobre. Desde allí ayudaban  a los necesitados del barrio, sobre todo a los de la villa de emergencia que se llamaba “Puerto nuevo”; recuerdo que entregaban unos bonos para que esos vecinos los cambien por mercaderías en el almacén de don Espinosa, el que estaba en la  calle Diego de Villarroel. 
La villa Puerto Nuevo  estaba en el sector de la calle Juramento hacia el parque 9 de Julio y se extendía hacia el este hasta  antes de llegar al río Salí. Sus habitantes solían ir a la iglesia a pedir que los  ayuden; eran muy carenciados’.

Sobre los italianos Cayetano Dell’Arte y Ana Petrino, sólo resta decir que fallecieron: él, a los 81 años, en 1964 y ella, a los 72, en 1971.

Rememorando

            Para  los niños, el espacio íntegro del barrio donde crece es como un gran patio de juegos y a la vez un arcón lleno de sorpresas. Cada rincón, cada vecino, se grabarán en su mente y en la adultez de las reminiscencias emergerán cual dulces fantasmas de un ayer insepulto.
             
Ana Petrino
‘Mi madre, Ana Petrino,  me mandaba a hacer compras en el almacén de Espinosa,  de la calle Diego de Villarroel;  también a El Pacará, súper que estaba en la esquina del pasaje 1º de Mayo y avenida Juan B. Justo y era propiedad de Miguel Mata.

 Mi tío Nuncio, hermano de mi padre, fue dueño de la famosa peluquería llamada “Los bancos”, ubicada en calle Maipú casi esquina con 24 de Septiembre. Mi madre lavaba los paños que Nuncio utilizaba para envolver el rostro de los clientes cuando les hacía fomentos antes de rasurarlos. Ese negocio luego se trasladó al frente de la plaza Independencia con eñl mismo nombre’.

‘Hacia el este de avenida Juan B. Justo quedaba la lechería de  “Macario”; ellos  tenían un puesto en el Mercado de Abasto; eran mayoristas.
Otros tambos estaban por la calle Álvarez Condarco al 600. La leche, cargada en tachos, se vendía en jardineras; repartían por todo el barrio. Pero los vecinos íbamos al tambo a comprarla al pie de la vaca. Después pusieron la pasteurizadora Tule y ya no nos vendieron más’.

‘Por la calle Juramento, cerca de casa, vivía otro inmigrante, era de apellido Cosimano. Este señor  vendía en un canasto maní con cáscara; lo compraba por bolsa y me llamaba para que lo ayude a seleccionarlo por tamaño. La señora, Rosa, prendía un horno grande, a leña, ahí lo tostaba; lo entregaba caliente. Sus paradas eran en los  cines 9 de Julio y Ocean.
Recuerdo a sus dos hijas, Santina y Graciela; fueron mis dos únicas amigas; con ellas iba a la Acción Católica. Cosimano también es el padre de Mario, al que le decían “Tano”; él fue quien puso la  pizzería Tano. Luego se radicó en Buenos Aires y tiempo después se fue a Europa. Al frente de ese negocio quedó su hermano Cayetano’

 Al lado de mi casa vivía Juan Vargas con su familia; él vendía pescados en un canasto. Al frente estaba un señor que se llamaba Roselló y trabajaba con su jardinera llevando la mercadería  del súper El Pacará a los clientes, o sea que hacía fletes. También en la vereda de enfrente se hallaba el señor Antonio Palazzo quien trabajaba en la fábrica de mosaicos de los Barcellona. En las cuadras siguientes ya había gente más humilde por lo común,  changarines’

El matrimonio de los Prósperos baja del Taficillo

            Ya comentamos que las cosas en el Taficillo no anduvieron bien, que las inclemencias climáticas desbarataron al proyecto agrícola que habían emprendido los Petrino-De’Gaetano, ya radicados en la ciudad de San Miguel, con Próspero y Próspera Barcellona. Ahora son ellos, los Barcellona, los que dejan esa serranía y se arriman a la capital, con sus hijos: Pedro, italiano; Pablo; Josefa; y tres hijas cuyos nombres desaparecieron de la memoria de Porota, la entrevistada.
Aquel muchacho llamado Pedro se casa con María Taberna. De esa unión nacen cinco varones: Próspero, José, Martín, Pedro, Alberto; y seís mujeres: Próspera,  Rosa, Sara, Gracia Lucía ‘Tonona’, Amelia y Josefa ‘Tita’.

¡Juro por Dios que lo vi una vez!


            Pasaron los años. “Porota” Dell’Arte se convirtió en una muchacha que luce sus destellantes 14 años, y esa edad que hoy no pasa de ser de adolescencia, la convirtió en una mujer de modos y figura que le dan apariencia de ser mayor.
Así debe haberla visto Próspero Barcellona, pues un buen día le propuso algo serio.

He aquí cómo ella lo cuenta:

‘Próspero trabajaba en la fábrica de mosaicos de sus primos, los Barcellona, que ya funcionaba en la avenida Avellaneda al 200.
Cierto día fui a ese lugar a visitar a un hermano y Próspero me esperó en la esquina donde me propuso que nos veamos; o como se decía, me habló. Yo tenía 14 años pero representaba tener más; en aquellos tiempos con esa edad ya éramos mujeres formadas por la crianza que nos daban.
El hecho es que le dije que no por que a mi papá no le iba a gustar. Ante mi negativa él me contestó: -Voy a ir a tu casa el domingo para hablar con tu padre; si me acepta, seguimos, y si no, hacé de cuenta de que no nos conocemos-. Próspero tenía entonces 27 años.
Temerosa por las consecuencias que podía tener su encuentro con mi papá, lo hablé a mi vecino Antonio ‘Antonino’ Palazzo, un muchacho que también trabajaba en esa fábrica. Antonino, que era muy amigo de mi familia, se dispuso a intervenir y para calmarme dijo: -No te preocupés, sí lo van a aceptar por que es hijo de italiano. Yo no me reponía del pavor y me negaba a que hablara en casa y él, muy confiado respondía: -Vos dejame a mí-
Esa noche Antonino resolvió el conversar del tema con mi mamá y me hizo esconder en el fogón de su casa para que pudiera observar las reacciones que tenía y recuerdo que ella le decía: -No Antonino, Porota es aun una mocosa-, a lo que él le respondió: -Mire doña Ana, dejemé que yo le hable a don Cayetano-… A lo que ella accedió confesando su temor de hacerlo personalmente.
Cuando el tema llegó a oídos de mi padre, se negó terminantemente y con fastidio me preguntaba: ¿Dónde lo conociste vos? A lo que yo contestaba: ¡Papá, juro por Dios que lo vi una sola vez!
Llegó el domingo y también mi pretendiente. Los dos hombres tuvieron una charla y Próspero le dijo: -No se preocupe don Cayetano, no pienso en casarme todavía, el trabajo está escaso y no pasarán menos de cinco años hasta que yo pueda formalizar; ella para entonces ya tendrá 19 años- Mi padre aflojó. Pero puso días de visitas y me advirtió de que no le aceptara a mi novio el llevarme al cine… y hubo otra sentencia ¡Cuidadito con asentir el que me invitara a los paseos de la avenida -se refiere a la avenida Juan B. Justo-, o a baile alguno!
Al año y medio de noviar, Próspero me dijo que teníamos que casarnos. Su argumento era que su hermano menor, José, ya estaba de novio y conminado por sus futuros suegros para que dé fecha de casamiento, entonces él, al ser mayor, debía hacerlo antes; además esa conclusión estaba apoyada por su padre, don Pedro Barcellona. 
Así fue que con 15 años, me casé el 22 de marzo de 1948. La ceremonia religiosa se realizó en la Parroquia del Carmen. Ya casados nos fuimos a vivir a la calle Álvarez Condarco esquina Luis F. Nougués, frente a la vivienda de Matilde Canelo,  en la propiedad de Zenobia Fernández; allí alquilábamos una pieza. Ahí permanecimos 9 años y es donde nacieron Ana María, Estela del Valle, y Enrique ‘Kike’ Osvaldo Barcellona.
Próspero Barcellona, Porota D. de Barcellona, y sus hijos
Ana María, Estela, Quique y Luis Barcellona



Instalar una fábrica

            Pedro, aquel joven italiano llegado al país con sus padres, Próspero y Próspera Barcellona, ya es un hombre con mujer e hijos y comenzó a trazar un camino laboral y prometedor. Suponemos que su hermano mayor, Teodosio, muchacho que llegó a Tucumán, anticipándose a toda la familia, le enseñó el oficio de albañil y también el arte de fabricar mosaicos. El hecho es que Pedro se hizo de una prensa, de los moldes y de todas las otras herramientas que requiere una fábrica, montándola en la calle Bernardo de Monteagudo al 1100. No sabemos cuánto tiempo permaneció allí, pero en 1952, aprovechando un loteo en tierras de cultivo, le compró a Emilio Ladetto dos terrenos contiguos en calle República de Bolivia al 100. En uno de esos lotes plantó una vivienda para habitarla con su esposa, María Taberna y con sus hijos solteros, dejando hacia el fondo de la propiedad un espacio para la fábrica; el otro terreno comprado fue para Próspero Barcellona, el vástago casado con Juana Rosa ‘Porota’ Dell’Arte, nuestra entrevistada.

Rememorando hechos, ella nos dice:  

Todos los terrenos de esta zona eran de Ladetto. Cuando fueron a comprar dos lotes no le quisieron vender por la calle Balcarce; esa arteria ya estaba pavimentada hasta la Perú. Para la fábrica era conveniente el pavimento, de ese modo los mosaicos no sufrirían rotura alguna. En aquellos tiempos los fleteros venían a buscar mosaicos en carros tirados por mulas y la calle Bolivia estaba muy poceada; es de imaginar entonces como se despuntaban las piezas con los barquinazos. Pero no hubo caso, mi suegro insistió en la compra por Balcarce y le dijeron que ya estaban todos vendidos.

Mosaicos famosos


Quizás haya quién se pregunte de dónde viene la palabra mosaico y porqué a esa pieza cuadrada, con forma de baldosa, se la bautizó así. El término, tal como lo pronunciamos, nació en Italia. Su origen, no lejano de esas tierras, es latín: mosáicum (Opus=Obra). Pero el idioma griego también lo contiene: múseios, o sea propio de las musas. Lo interesante de todo esto es que, se diga como se diga, esta voz siempre se aplica a la obra de arte destinada a formar pavimentos o revestimientos de muros.
En la ciudad de Tucumán del siglo pasado - XX - los emprendimientos  dedicados a esta actividad surgieron en diversas zonas. Manos italianas hechas al oficio trasladaron verdaderos arabescos que embellecieron a los pisos de muchísimas viviendas, casas que hoy, las más de las veces, y lo decimos con tristeza, ya no están en pie.
En Villa 9 de Julio, sobre calle República de Bolivia, hubo una fábrica de mosaicos que fue muy famosa y, como nunca gozó de un nombre de fantasía, se la conoció por el apellido de la familia: Barcellona. Don Próspero, creativo que entregó sus años a este quehacer artístico, desde su retiro hogareño nos cuenta lo siguiente:      

Con mis hermanos, Pedro, José, y Martín, trabajábamos en la prensa. Otro de mis hermanos, Alberto, nos preparaba el material y realizaba, junto al resto del personal contratado,  trabajos de peón; el pobre Alberto contrajo epilepsia a los 11 años y poco podía ayudar.
Hacíamos trescientos mosaicos por día; de ahí haga un cálculo de los kilos de material que usábamos por jornada. Las hormas para formar los mosaicos eran de acero;  se las compraba en Rosario de Santa Fe; los moldes, más livianos, eran de lata.
En la fábrica de Teodosio Barcellona, mi tío, la que estaba en la avenida Sarmiento, desde que la instaló no cambió ni siquiera un molde. Los constructores Diambra iban a comprar y allí mis primos les decían: -Este mosaico es para los dormitorios... Y ellos se quejaban: -¿Cómo es que en todas las obras que hacemos tenemos que poner el mismo mosaico? Yo, en cambio, tenía en la fábrica un muestrario de 15 moldes creados por mí.

¿Cómo hacer un mosaico?

            No pretendemos plasmar aquí un preciso y ampliamente detallado instructivo sobre la fabricación del mosaico, eso sería muy ambicioso y arriesgado para quien, como nosotros, no conocemos un ápice de esa hechura que requiere técnica y mucha práctica. Sólo anotaremos lo que este fabricante de antaño, don Próspero Barcellona, nos contó sobre el tema.

''Se toma un cajón al que se le coloca en la parte superior una tela metálica similar a la que se usa como pantalla mosquitera en las ventanas; este elemento, al que podemos llamar cernidor, tamiz o cedazo, y que la gente de la construcción nombra como zaranda,  debe ser de un enmallado tan cerrado que apenas permita el paso de un grano de arena fino. Las medidas de la zaranda serán 0.80 cm. de largo, por 0.30 cm. de ancho.
El procedimiento de zarandeado comienza cuando un operario vuelca dos baldes de arena sobre la malla y con armoniosos movimientos comienza a mecerla. Es ahí cuando los granos finísimos del material caen, separados de las impurezas y piedritas que pueda tener. Terminado el proceso veremos que se redujo la cantidad útil de arena, y que de aquellos dos baldes recuperamos uno y medio, convertida en un casi impalpable árido. A esa porción de arena se le agrega una bolsa de cemento   -por entonces sólo se conocía el de la marca Pórtland-, se moja y se mezcla. Respetando  estas proporciones, el mosaico que construyamos tendrá un doble brillo, pues, el exceso de arena le dará mayor opacidad. Nuestro instructor dice que al brillo lo da el cemento en contacto con una pintura en polvo que se elabora en base a óxido de hierro natural hidratado -ferrita- y que se conoce con el nombre de fantasía de Ferrite (puede ser de variados colores). Además nos alerta sobre que la arena a utilizar debe estar totalmente seca.
Preparada la pasta y antes de agregar el Ferrite, se vuelca esta argamasa en las planchas -cuadradas y con las medidas del mosaico-, donde previamente se introdujeron las plantillas, o moldes, con el dibujo elegido y conocidos como “echadas”. Las echadas se deben construir en chapa reforzada para evitar torceduras que deformen a los dibujos; las hay de tres, doce, quince, y hasta de cincuenta motivos. Claro, cuando más echadas se colocan, más caro será el mosaico conseguido. Por ejemplo, y refiriéndonos a una vieja moneda: Los de dos colores costaban $2.20; los de tres, $3.20; los de cinco, $5.20; y así sucesivamente. En cuanto al peso neto de cada una de estas hermosas y fuertes baldosas decoradas, supimos que la que medía 20x20 cm. pesaba dos kilos y un cuarto; la de 25x25 cm., tres kilos; y las de 30x30 cm., algo de cuatro kilos.''

Un paso atrás

            Pero aun no salgamos a ofrecer nuestro mosaico. El material primario     -arena y cemento- está fraguando, es decir secándose lentamente, y es interesante hablar de las tinturas que darán los colores a sus figuras como arabescos.
El proceso se define como “secamiento” y es entonces cuando se debe pintar los motivos. Esos polvos por los que se pagaba y se paga un precio considerable, en aquellos años venían importados del exterior. El colorado Málaga llegaba de España; el amarillo de Checoslovaquia; el verde era norteamericano…
Como colofón del trabajo y de este escrito, sólo decimos que al fabricar un mosaico no se debe descuidar su base, es decir la parte de abajo -bañado-, esa cara que le dará el exacto nivel cuando vayamos a colocarlo en un piso; en ese lado, como sello de garantía y calidad, se plasmará el nombre del fabricante.
                                                                                     
La calidad del mosaico

            Los hermanos Barcellona fueron los fabricantes de mosaicos más apreciados de la ciudad. La diversidad de motivos que exhibían sus moldes y principalmente la calidad del material entregado a los clientes, convirtieron a su fábrica en la proveedora por excelencia de cuanta obra en construcción surgiera en aquel Tucumán que crecía.

‘Nosotros, ya lo dije, mezclábamos un balde y medio de arena zarandeada con la bolsa de cemento; en cambio todos los otros fabricantes le ponían  dos baldes y medio, o sea que no estaba bien proporcionada la mezcla.
La arena debe estar depositada bajo de un galpón para que se seque; a veces la debíamos dejar hasta quince días para que pierda completamente la humedad; de otro modo no es conveniente trabajarla. Los otros fabricantes hacían mosaicos, pero ninguno tenía  un galpón para secar la arena; ellos tenían el  galpón donde trabajaban; ahí tiraban la arena, la pisoteaban ensuciándola con tierra y lo mismo hacían la mezcla’

Se cierra la fábrica

            Don Próspero dice que el cierre de la fábrica se debió a varios motivos, pero resalta dos que consideró decisivos.
Los que apreciamos aquellas obras de arte plasmadas en un pequeño mosaico; los que aun nos asombramos admirando un comedor, una sala o un patio ornado con estas joyas, sabemos que la desaparición de esas matrices y el cese laboral de los dotados para crearlas y explotarlas con tan bellos resultados, son una pérdida incalculable en la cultura y la historia que nos llegaron de una Europa que vino a ejercer docencia en Tucumán.

-Lo que llevó al cierre de la fábrica comenzó cuando los peones me decían a menudo, que llegaban tarde a trabajar porque el colectivo demoraba; nosotros teníamos que empezar  a las 14 y ellos llegaban a otra hora, no eran puntuales y a veces faltaban.
La necesidad de contar con peones era importante para hacer el material; ese trabajo requiere de mucha mano de obra; hay que mezclar muy bien y a la argamasa pegarle golpes con la pala; no es entreverar arena y cemento solamente. También los requeríamos para cargar los pedidos de mosaicos en los carros. Para mí era demasiado trabajo y mi hermano Pedro hacía dos años que no podía ayudarme, pues estaba con problemas de depresión.
Otra razón del cese fue una inspección de la entonces Obras Sanitarias. Cierto día nos multaron con el argumento de que el agua que la fábrica desechaba tenía cal; que eso, por contaminante, mataba a los peces; la solución era poner unas piedras que purificaban el agua haciendo de filtros.  
Anduve en Obras Sanitarias de la calle Balcarce y en la de la avenida Sarmiento esquina Catamarca, buscando esa bendita piedra. Le pedí a un gerente que me diga cuál era la solución para que la fábrica cumpla con ese requisito; las palabras de ese funcionario de avenida Sarmiento fueron: -No le puedo dar ninguna respuesta; yo no debo ir en contra de mis compañeros; búsquese un ingeniero-… Encontré uno que trabajaba en el ingenio Concepción, tipo bioquímico. Me hizo comprar una bolsa de piedras; recuerdo que nos costó cincuenta pesos; en quince días la terminé a la bolsa. Entonces volvió la presión. Creo que querían “manguearme”.
Ahí dije: Si tengo que poner dos bolsas de piedras por mes, gastaré cien pesos. Además, yo no voy a trabajar para mantener a estos vagos. Mi hermano José tenía dolencias estomacales, tomaba ocho aspirinas por día para poder cumplir; mi otro hermano andaba mal hacía dos años. La producción había bajado por que ya no se construían casas y se hacían departamentos con pisos cerámicos. Entonces decidí vender la fábrica con todos sus moldes, ¡y chao!

N/R: Cuando visitamos a don Próspero, en 2007, supimos que lo aquejaban severos problemas de salud. Al regresar al barrio en 2010, nos enteramos de que su latido vital se había apagado el 19 de febrero de 2009, a los 91 años. Sólo decimos: Gracias vecino por aportarnos sus vivencias.

Recuerdos sueltos de Porota 

En el pasaje 1º de mayo había un mástil con la bandera argentina, se la izaba en esa fecha para homenajear al trabajador; después vino algún gobierno y retiró el mástil. Ese era un día de fiesta en el pasaje. Venía la banda de música.

Al pasaje 1º de mayo le quedaban por pavimentar dos cuadras. Ahora lo conseguimos gracias a la gestión del intendente Amaya. 

Cuando Luis Ricardo, mi hijo menor, que era arquero en Sportivo Guzmán, atajaba un gol, a mí, la hinchada me ponía en un altar. Él fue muy querido en el club, ahora lo reconocen como un buen arquero en la historia de esa institución.

La adivinadora Clara Luna ya era conocida en 1960. Ella trabajaba leyendo las palmas de las manos.

Otro personaje fue el señor Antonio Hidalgo, homeópata. Vivía en la Álvarez Condarco al 500. Eran en total 4 hermanos varones.

En la calle Álvarez Condarco también vivía el doctor Mayer  El padre era un gran talabartero, hacía las monturas de los caballos, los lazos.

Los toros que  traían para el matadero a veces se escapaban y ese hecho también era un revuelo para el barrio. Los animales pasaban por la calle Justo de la Vega conducidos por arrieros.

Por la esquina de mi casa,  también por la calle Justo de la Vega, pasaba un tubo de cemento que llevaba toda la descarga de deshechos del matadero, hasta vísceras. Hubo gente que rompía ese conducto y ‘pescaba’ librillos, pajarillas y otras cosas para alimentar a los perros. 
Esta tubería no sé si derramaba su contenido en el  río Salí o atrás del hipódromo. Cruzaba la  avenida gobernador del Campo, entraba por el parque 9 de Julio  y llegaba hasta la entrada del hipódromo.

Sobre Diego de Villarroel estaba la carpintería de don Flores. Allí trabajaron dos hermanos míos. La esposa del dueño se llamaba  María. Ahí se construyeron todas las puertas de esta casa. Se las cambiamos por mosaicos. En realidad a toda esta casa de la Bolivia al 100, la hicimos así, con canje de materiales por mosaicos.

Donde está el correo, en la calle 25 de Mayo  y Córdoba, funcionó la primera prensa de mosaicos. El dueño fue un tal Segundo Laguza, piamontés. Vivía solo. Cuando la gente iba a encargarle, casi siempre muchos metros, le pedían una ‘rebajita’, y él respondía: -Porco dio, yo no rebajo- Entonces se iban sin comprarle. A veces se cruzaba a tomar un vermousito en el bar que había al frente de su fábrica y cuando volvía, sus empleados le decían: -Don Segundo, hemos vendido mosaicos y aquí está la platita. Claro, si el metro costaba $3, ellos cotizaban a $3.20 y luego rebajaban los 20 ctvs y la gente se marchaba contenta. Laguza recibía la plata y rezongaba: -Porco dio  ¿cómo hacen? cuando yo estoy no se vende nada.  


La nostalgia, esa tristeza

Ana María Barcellona
El haber perdido la infancia siempre nos entristece. Seguramente, sin pensarlo, sentimo
s que con ella se nos fue la etapa más pura de nuestras vidas.

Ana María Barcellona, hija de Porota Dell’Arte y de Próspero Barcellona, cuenta:

-Me bautizaron, hice la comunión, fui confirmada y escuchaba misa, en la iglesia del Carmen. Ana María Barcellona.

-Los domingos íbamos con mis tías, las hermanas de mi padre, a dar una vuelta en los paseos que se organizaban en la avenida Juan B. Justo.
También aquí en el barrio frecuentábamos la pizzería ‘Tano’; los dueños eran parientes nuestros. Una hermana de mi madre, Anita Dell’Arte, trabajó muchos años en ese negocio. Ana María Barcellona.

-Siendo niña mi padre me llevaba a la calesita de don  Ermindo; estaba instalada  en la avenida Sarmiento y Álvarez Condarco,  donde hoy funciona el banco del Tucumán. Don Ermindo era checoslovaco, rubio y bajito. Tenía una señora también bajita. Ella echaba a andar y paraba el tiovivo, mientras que su marido se ubicaba donde estaba el porta sortija de madera y sostenido en un poste. Él tomaba ese soporte y lo movía en dirección de los chicos que giraban en la calesita y alrededor de ella estaban los puestos de juegos con argollas y pelotas.  Recuerdo que continuamente ponían música. El parquecito fue el sitio de encuentro y conocerse de muchas parejas que con el tiempo se casaron. Ana María Barcellona.

-Me gustaba mucho ver cine al aire libre; íbamos a la sede de Sportivo Guzmán, en la avenida Avellaneda a la par de la hoy Caja popular, donde está Soeme. Pasaban películas mientras comías algún santuchito y tomabas gaseosa. Ana María Barcellona.





Porota de Barcellona junto a su cuñada y amiga Mafalda
esposa de Pedro Barcellona, hermano de Próspero y madre
de Rody y Daniel Barcellona.

-El cine Fénix estaba en la calle Blas Parera. El cine 9 de julio y el Ocean, sobre la avenida Juan B. Justo.
Recuerdo que cierta vez lo llevé al cine a mi hermano ‘kike’ a las dos de la tarde, eran funciones continuadas, vimos las películas pero él no quería salir del cine. Entonces seguí y seguí hasta las 12 de la noche. Al salir vimos que llovía tanto que el agua estaba a punto de entrar al cine y eso que el salón estaba arriba de tres escalinatas. Mi padre nos estaba esperando con paraguas, pilotos y  botas. Siempre fabulábamos que cuando el tren pasaba rozaba las paredes del cine y temíamos que choque y entre a la sala. A las matinée solíamos ir también con mis primos Hugo, Daniel y Rody Barcellona. Ana María Barcellona.

-Cursé la primaria en la escuela  Elmina Paz de Gallo. Tuve como maestra  a la señora de Femenia, docente que vivía en la calle Monteagudo al 1200.
Me recibí en la  escuela Normal. Trabajé 9 años en Lutz Ferrando. Cuando cerró ingresé al concesionario Scania donde cumplí tareas por 26 años. Ahí me jubilé. Ana María Barcellona.

-Tengo una hija de 19 años, María Agustina Varela; nació con problemas en el corazón y en los ojitos.  Ana María Barcellona.

-En la casa  de doña Matilde Canelo, se hizo el casamiento de Nely Argüello con Carlos Borbón. El acontecimiento fue muy comentado porque el novio  lucía frac; era un revuelo la villa. Porota Dell’Arte

-Cuando ganaba Sportivo Guzmán “El sapo” Díaz recorría el barrio tocando su corneta y disfrazado con los colores del club.  Hasta sus zapatos pintaba de blanco y rojo. Ana María Barcellona.

-Otro hincha fanático fue ‘El loco’ Sparza. Vivía en la calle Raúl Colombres al 300. Pero también existe una hincha fanática de Sportivo Guzmán, una tal Juana. Vive y trabaja de aguatera en el cementerio del Norte. Ana María Barcellona.

-Y en el barrio también hay que rescatar a los médicos como el doctor Casserá. Él antes de trabajar en el  sanatorio Regional atendía en su casa de la calle Chile 1º cuadra; era el médico del barrio; todos asistían a verlo por cualquier dolencia. Con el tiempo se especializó en enfermedades del corazón. El doctor Casserá nació en la avenida juan B. Justo al 1300. Su hijo  tiene  un instituto de garganta nariz y oído en la calle Balcarce entre Santiago y San Juan. Ana María Barcellona.

-Otro médico del barrio es el doctor Rojas el que vive en la calle Balcarce al 1400. También recordemos al doctor Autino,  su consultorio  está en la Rivadavia y Méjico. Ana María Barcellona