Familia Rizza en Villa 9 de Julio
Humberto Rizza Entrevistado |
Manuel Rizza y su señora María Piazza de Rizza |
Asentados
los pies en el puerto de Buenos Aires, exhibidos los papeles ante migraciones,
la familia debe continuar su viaje. La escala es Tucumán. Aquí los recibirá un
amigo al que llaman sencillamente Maro, itálico como ellos, y a través suyo se
radicarán en la calle República de Corrientes esquina Bernardino Rivadavia, en
el almacén de otro compatriota, Nicolás Piazza, hombre que abría sus puertas a
todos los italianos que iban llegando. El solidario y buen anfitrión Nicolás,
ya hacía varios años que vivía en la ciudad y estaba casado con otra paisana
suya, Palmira Marazza, mujer con la que tenía varios hijos: María, luego madre
de nuestro entrevistado Humberto Rizza, Gracia, Francisca, Juana y Nicolás.
Trabajo y nueva familia
Manuel Rizza traía un oficio desde
Italia. Era panadero. Iniciando la búsqueda de trabajo lo encontró en la calle
Provincia de Córdoba y Bernardo de Monteagudo, en la fábrica de fideos de
propiedad de Pablo Zóttola, local que luego fuera ocupado por las famosas
pantaloneras del ejército y donde hoy existe un almacén.
La convivencia de los Rizza con los dueños del almacén,
los Piazza, se prolonga lo suficiente como para que Manuel intime con María y
se enamoren. Manuel Rizza tenía 29 años y María 15 cuando se casan.
Conformado el matrimonio alquilan una vivienda en la
calle José Rondeau esquina provincia de La Rioja, sitio donde instalan un
almacén mientras Manuel conserva su tarea de hacer fideos.
Libreta de casamiento de Manuel Rizza y María Piazza |
Manuel, el 1 de abril de 1905; Juan, el 2 de marzo 1908;
Nicolás, quien nace el 27 de julio de 1910 y muere el 2 de octubre de 1910;
Carmelo, el 6 de octubre de 1911; Alfredo, el 14 de julio de 1913; Aída, el 20
de mayo de 1915; Alberto, en 1917; Roberto, el 11 noviembre de 1919; Armando el
8 de julio de 1922.
Dos años después del nacimiento del último hijo que anotamos arriba, 1924, los Rizza-Piazza se mudan a la avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina calle Juan Ramón Balcarce, ochava noreste, propiedad que alquilan a la familia Rotta y donde abren un nuevo almacén. Es decir que acaban de insertarse en Villa 9 de Julio. Un año después nace quien nos cuenta la historia familiar; lamentablemente hoy fallecido, Humberto Rizza, venido al mundo el 20 de noviembre de 1925; luego nacerá Juana Rosa, el 19 de diciembre de 1926; completando la lista, llegará María Palmira el 29 de septiembre de 1929 y fallecida en 2007.
Otro dato familiar nos arrima noticias de los dos
hermanos que junto a la madre, acompañaron a Manuel en la travesía
Italia-Argentina, Carmelo y Juana Rosa Rizza. El primero murió joven. La niña
se casó con un propietario de más de 30 coches de plaza de apellido Matto. Con
el tiempo se trasladaron a Córdoba donde Matto fallece y Juana Rosa regresa a
Tucumán expirando en 1937.
Otra generación de los Rizza
Humberto Rizza |
Humberto Rizza disfrazado en días de carnaval |
Sus recuerdos de infancia comienzan en aquella vivienda
donde nació, la de avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina Juan
Ramón Balcarce, ochava noreste:
-Vivimos allí
hasta 1933; año en el que hubo una gran inundación que anegó a Villa 9 de Julio. La avenida Sarmiento
por entonces no tenía pavimento, era además una ancha calle abierta, sin
separadores. Por ahí pasaba el tranvía tirado por caballos. Luego a la avenida le
colocaron adoquines, nos
dice.
Entre los vecinos más cercanos nombra a doña Luisa Rigo,
casada con un ferroviario; a la farmacia de Luis Rivero, lindera con su
domicilio; a los italianos Palazzo y Cusumano, sastres.
-Cuando cumplí 14 años el almacén cerró. Mis
hermanos mayores ya trabajaban afuera. Cuando cobraban el sueldo se lo daban a
mi padre, él repartía la plata.
Diario El Orden: 1933- Gran inundación en Villa Urquiza y Villa 9 de Julio |
Al
hablarnos de ese caserón, Humberto cuenta:
-La gente decía que ese chalet no se
alquilaba porque estaba embrujado, pero con mis
hermanos dilucidamos el tema: En cercanías de nuestra casa se levantaban
dos ranchos y uno de los ‘morochos’ de ahí dibujó en una pared un chivo, a la
vez que hizo ‘correr la bolilla’ de que de noche se aparecía un chivo negro. El
asunto era que este chango saltaba la tapia al anochecer disfrazado de chivo y
causaba el miedo de la gente. Mi hermano Alfredo decía –Ya lo voy a agarrar al
chivo negro ese, ya va a ver ese chivo…
Para
que nadie quede en el olvido, Humberto nombra a sus vecinos de entonces:
Los
Barcellona; los Dell’Arte; estaban mis
primos los Pilla, también italianos, uno de ellos casado con una hermana de mi
mamá. El padre de estos muchachos era contratista de obras y es quien hizo el
puente ferroviario que está sobre avenida Sarmiento entre Suipacha y Catamarca;
la panadería de los Manzano, de esa familia surgió uno de los mejores
boxeadores de Tucumán.
Pascual
de la Cruz dueño de una carnicería, era
una persona excelente, con buena pinta, poseía hacienda; al negocio se lo
atendían dos hermanas: Catalina y Pepa. De ahí sacaba al fiado la finada de mi
madre. La escuela Elmina Paz de Gallo aun no existía sobre la calle Álvarez
Condarco.
Ahí vivimos hasta 1937 y volvimos a la
calle Balcarce, al número 916, arteria
que aun no estaba pavimentada.
Haciendo
gala de una sorprendente
memoria y rigiéndose por una exacta cronología, Humberto nos dice que en 1938
se mudaron nuevamente; esta vez a la calle Bernardo de Monteagudo nº 1223 casi
esquina con calle República Oriental del Uruguay.
-A esa casa la hizo mi hermano mayor, Manuel, por medio de un crédito
de la Caja Ferroviaria; él fue
ferroviario desde los 18 años y por entonces aun estaba soltero. Allí llevó a
vivir a toda la familia.
Mis otros hermanos, Juan, Carmelo,
Alfredo y Alberto también eran ferroviarios.
De memoria
En
la extensa conversación que tuvimos con don Humberto, surgieron salpicaduras de
otros datos referidos a su adolescencia.
He
aquí lo recogido:
-En
la esquina de la calle Álvarez Condarco y avenida Juan B. Justo había un
bodegón al que le llamaban “La Emboscada”.
-En la zona de
la Esquina Norte, el 1º y 2 de noviembre, día de los muertos, se concentraba
todo el movimiento, porque el tranvía
dejaba allí a las personas que iban al
cementerio; luego ellas caminaban por avenida Juan B. Justo hacia el
enterratorio. Con el tiempo la empresa
eléctrica puso un ómnibus y la gente que tenía un autito también se encargaba
de llevar pasajeros por unos pesos. Las mujeres vendían flores, comidas
calientes, empanadas, bollos. Esos dos días eran un jolgorio.
-Al frente de los Reinés, donde hoy
está la Caja Popular, había una carbonería. El dueño era el ‘Gallego’ Aráoz. Un
hijo suyo fue presidente del club Redes Argentinas. Al lado de Redes Argentinas
estaba la tienda "La Bonita".
-En la calle Raúl Colombres vivía
Nolasco Gómez, matarife; en el fondo de su casa, saliendo por la calle Álvarez
Condarco, tenía vacas y vendía leche.
-La hacienda que llevaban al matadero,
vacas, toros, chanchos, pasaba por el frente de lo que hoy en día es el Banco
del Tucumán.
-Los
Ladetto al principio vendieron tierras hasta lo que hoy es la calle
Chile, más al norte no había calles abierta, porque estaba la quinta. Mucho
tiempo después la municipalidad trazó, desde Rivadavia, las calles Chile y
Bolivia hasta avenida Juan B. Justo; desde entonces Ladetto siguió loteando y
así fue desapareciendo ese espacio de sembradío.
Pasan los
años
A esta altura de la historia de los Rizza, Humberto
se convirtió en adolescente. Es cuando un evento trágico ocurre en la familia:
Su padre que está afectado por la diabetes, pierde una de sus piernas. El
muchacho, desolado por ese acontecimiento, recurre a buscar auxilio en su
padrino, don Tomás Ruta, hombre que por entonces poseía un enorme almacén
ubicado a la par del actual edificio central de Correo Oficial -esquina
suroeste de calles 25 de Mayo y provincia de Córdoba-.
Escudándose en el drama que se vive en su casa, el
rapaz Humberto le plantea a su padrino que quiere abandonar los estudios, que
prefiere trabajar. Don Tomás se hace cargo del joven y lo suma a su grupo de
empleados. Él así lo cuenta:
-Es
que no me gustaba la escuela y cuando le
cortaron la pierna a mi papá me fui a llorarle a mi padrino Tomás y a decirle
que no quería seguir estudiando, que quería trabajar. Entonces como castigo,
para que no salga a jugar a la pelota, cuando terminaban las clases, me mandaban al depósito de mi padrino a hacer
de “alcahuete”; a levantar el maíz, a
coser las bolsas; y mi padrino me hacía
sentar y leer La Gaceta; me mandó a la academia Pitman; aprendí contabilidad;
últimamente el almacén era manejado por mi; el negocio se llamaba Tomás Ruta, proveía a los hospitales, a los comercios.
Trabajé 31 años. Era el gerente. Mi padrino tenía 2 hijos criados. Murió soltero.
En 1942 la vida del siracusano Manuel Rizza llegó a
su final. Nueve años después, en 1951, también la de su mujer; María
Piazza.
Volvemos
a ocuparnos de la familia Rizza, ya que el apellido está perfectamente ligado a
esta parte del libro.
Llega el amor
Casamiento de Humberto Rizza con María Dora Muñoz |
Regresamos
con la narración a la calle Bernardo de Monteagudo al 1200, domicilio del joven
Humberto Rizza. El escenario es el mismo: Algunas calles aun están cerradas y
otras, rozando la quinta de Ladetto, contienen a varios vecinos.
De entre los habitantes de la calle Bernardo de
Monteagudo 1400, nos ocupamos de la familia conformada por el ferroviario Julio
César Muñoz, su mujer, María, y su hija María Dora.
Lucía Palmira Rizza en el almacén de Tomás Ruta |
Humberto nos cuenta que todos los días veía pasar
por frente a su casa a esa jovencita que asistía por entonces a la escuela
Santa Catalina y que de sólo mirarse el uno con el otro se enamoraron. Allí
surgió un noviazgo que perduró por dos años y que al cumplir ella 20 y él 24,
se casaron. La flamante pareja fijó domicilio en una vivienda que alquilaron en
calle Diego de Villarroel 184 -plena Villa 9 de Julio-, sitio que
también compartieron con la madre de él y sus hermanos solteros. Justamente es
ahí donde fallece doña María Piazza y tiempo después sus hermanos se casan
abandonando ese domicilio.
El matrimonio Rizza-Muñoz permaneció allí por diez
años y, llenos de dicha, vieron llegar al mundo a sus dos hijos: Lucía Palmira
y Humberto.
Una herencia
Un
amplio sector de Villa 9 de Julio
fue hasta bien entrado el siglo XX, una llana dehesa usada para cultivos y
tambos. La urbanización gestionada por los vecinos y los planes de gobiernos
municipales, fueron expulsando
sembradíos y vacas, permitiendo que el
barrio, lentamente, dibuje su fisonomía.
Humberto Rizza y señora |
En la
zona que nos ocupa, repetimos, se hallaba la quinta de los Ladetto. Una enorme
extensión de labrantíos varios con anexo de lechería, que proveía de alimentos
a gran parte de la ciudad; y como otros, fue ese propietario el que se vio
obligado a rematar, por lotes, sus tierras. Cuentan los memoriosos que la puja de los interesados en
adquirir un palmo de lo subastado fue muy reñida y que se extendió hasta casi
noche cerrada.
Uno
de los beneficiados por esa especie de almoneda fue Julio César Muñoz, ya por
entonces suegro de Humberto Rizza. La propiedad está en calle Bernardo de
Monteagudo al 1300.
Al
morir don Julio César su viuda se mudó a
Buenos Aires y al terreno lo heredaron su hija María Dora y su esposo,
don Humberto.
El matrimonio Rizza- Muñoz junto a sus suegros e hijos Lucía Palmira y Humberto |
La casa propia
El matrimonio Rizza-Muñoz permanece en la calle Diego de Villarroel 184. Cierto día de verano e inicio de carnaval, la madre de María Dora, radicada en Buenos Aires, vino a visitar a la pareja y a sus nietos. Humberto nos cuenta que el viernes de carnestolendas su suegra le dijo:
-Porqué no me
jugás el número 726 a la quiniela? No recuerdo cuánto le jugué. El hecho es que
luego me fui al club Sportivo Guzmán, y me puse a colaborar con los adornos
pues en horas más se realizaría otro baile de carnaval. Después llegué a casa y
me dispuse a dormir ‘la siesta’ para estar bien a la noche, por lo que le dije
a mi mujer que nadie me molestara. Cerca de las 3 de la tarde me despierta;
salgo del dormitorio y me hallo en el zaguán con un muchacho de apellido Iñigo.
Yo lo conocía porque jugaba al fútbol en Sportivo, además de ser ingeniero
agrónomo y dueño de la agencia donde había jugado a la quiniela para mi suegra.
Al verlo le
pregunto con fastidio ¿Qué querés; a estas horas venís a despertarme? Él
sólo me respondía ¡A primera, a primera!
Se ponía colorado por la exaltación. A primera qué, hablá rápido, le dije.
Entonces llevó una mano al bolsillo del pantalón y sacó un fajo de plata. Había
ganado a la quiniela con el 726; me acuerdo que eran 23.000 pesos. A Iñigo le
regalé 500 pesos y le di el resto a mi suegra. Ella guardó el dinero pero me
dijo: Te voy a poner 20.000 ladrillos en el terreno que te dejó tu suegro y acá
tenés 3.000 pesos para que esta noche ‘chupés’ todo lo que quieras.
Mi suegra, que estaba noviando con un albañil,
volvió a Buenos Aires, le pidió a este hombre que confeccionara un plano y él
se vino a Tucumán a hacerme la casa. Claro, a través de un amigo que era
gerente del Banco Provincia, de apellido Vallejo, yo tenía préstamos de plata y
algo había avanzado en la obra. Así, pucho tras pucho, terminé esta vivienda de la calle Monteagudo al 1300.
Humberto Rizza y señora junto a su hija Lucía y un amigo en el Club Sportivo Guzmán |
Cuando inauguré la casa ya no estaba con Tomás Ruta.
Sí seguía explotando ese ramo por mi cuenta. Era proveedor de la provincia.
Gané mucha plata. Durante el gobierno de la década de 1980, al no renovarme la licitación, cambió mi
situación económica.
Por exigencias, socio de Sportivo Guzmán
La cercanía de Humberto con el deporte comienza cuando jugaba para All Boys, club que estaba en el parque 9 de Julio, sobre la avenida León de Soldatti, sitio donde hoy funciona la escuela Evita. Eso fue por allá de 1941/42. Su puesto en aquel equipo de fútbol era el de defensor. Pero ese empeño se frustró pues su padrino, don Tomás Ruta, lo requería en su almacén. Tiempo después incursionó en "Frontón Tucumán", en la disciplina de pelota a paleta.
Lo curioso es que, luego de haber sido acérrimo hincha de All Boys, se inclinó a simpatizar por otro club de fútbol, Sportivo Guzmán. Este caso tiene ribetes muy particulares y él nos los cuenta: Humberto Rizza en andas por la hinchada de Sportivo Guzmán |
Los jugadores Díaz y Safe del Club Sportivo Guzmán |
En el año 1942, cuando fallece mi papá, Sportivo Guzmán nos envía una corona; lo mismo ocurrió con la muerte de mi hermano Roberto, en 1946. Pero además me sucedían otras cosas. Como buen soltero frecuentaba la confitería de los Mata, un local con billares instalado a la par del cine Océan, donde nos juntábamos todos los amigos. Éstos, al ver mi cerrada negación a ser hincha de Sportivo, se sentaban en otra mesa y no me ‘daban corte’, me dejaban solo. Cuando había bailes me quedaba esperando a que pasaran por mí; iba a buscarlos y ya se habían ido. Así me tuvieron en el freezer mucho tiempo. Todo lo hacían para que cambie de opinión. El hecho es que un día digo: ¿Y si le hago una retribución a este club? Nos enviaron dos coronas, mis amigos me insisten... Ahí me hice socio y comencé a asistir a la cancha de Sportivo.
Por entonces, el club esportivo Guzmán estaba en la
avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina calle Nicolás Avellaneda, espacio
hoy ocupado por Soeva,
El dirigente
Humberto Rizza, dirigente. |
Humberto
Rizza nos cuenta que siempre fue muy criticón de las comisiones de Sportivo
Guzmán, que no se medía si algo no le gustaba. Al llegar el año 1953, ya casado
y con una hija, decidió aceptar el puesto de tesorero en una flamante comisión.
Ahí comenzó su gestión a favor de los adelantos de la institución.
-Recuerdo
cuando salió una ley de la federación de fútbol que decía que todo club
que no tuviera cancha sería cerrado, o
sea que desparecía. Fue entonces que Antonio Palazzo, dueño de "Casa Tita",
negocio que estaba sobre avenida Juan B. Justo, nos prestó su local y empezamos
a trabajar. También trabé amistad con el “Chueco” Martínez que era intendente.
Nos pusimos a organizar una rifa que fue fabulosa en la que sorteamos 3 casas
que están en la calle Monteagudo antes de llegar a la Uruguay; también rifamos
un auto. Todo salió hermoso. ¡ah, el intendente Martínez al que le decíamos
“Chueco”, se llamaba Ramón Eusorio Martínez.
Con ese dinero, en 1959, bajo la presidencia directiva de Palavecino Bustos, comenzamos a cavar los cimientos del club y lo inauguramos el 31 de marzo de 1962, con la bendición de monseñor Aramburu.
Sportivo Guzmán fue campeón en el año 1968.
El estadio de calle Juramento y Juan Posse lleva el nombre de Humberto Rizza.
Humberto Rizza tuvo hasta su muerte una memoria prodigiosa. Jamás lo vimos dudar al darnos una fecha, un nombre o un hecho barrial.
Anotamos aquí otros datos que nos acercó en 2008:
-El
sastre Prado estaba en la avenida Juan
B. Justo al 1400 a la par de la comisaría 5ª, antes de llegar a la Perú; era
muy famoso; su ayudante era Pachico Argüello, hermano de Oscar Madrigal, pintor letrista, famoso en Tucumán..
-El
herrero del barrio fue “Flechilla” Sosa; tío de la famosa Mercedes Sosa. Tenía
el taller en la avenida Juan B. Justo 1201. Él herraba los caballos. Le
decíamos “Flechilla” porque era cabudo; fue muy charlatán; tenía un montón de
hijos; estaba la famosa Sara Sosa muy amable, muy buenita, casada con un
sepulturero. A su hermano Roberto, tipo que cantaba tangos que era una
barbaridad, calentando una herradura le saltó una chispa que le quemó el ojo y
quedó tuerto; los muchachos le decíamos “El tuerto” Lindor Sosa. Yo casi me
meto en esa familia porque andaba con una prima de la “Mecha” Sosa.
-La
Comisaría 5ª estaba en la avenida Juan B. justo al 1400, pasando la Bolivia
para la mano izquierda; ahora está cerca
de la Iglesia de Fátima.
-La
pizzería Tano fue de Mario Cocimano, hoy
está viviendo en Alemania. Este muchacho se casó con la hija de Santos
Silvestre, el que fue legislador del partido Bandera Blanca. Ellos vivían en la
pizzería, avenida Juan B. Justo al 1100.
Después se separaron y él se fue; ella siguió viviendo allí hasta su muerte que
ocurrió hace poco.
-El
súper El Pacará era de Miguel Mata. Su mujer se llamaba Isabel Mena. Tuvieron
dos hijas: Carmen e Isabel, y dos varones: Miguel y “El ñato” Antonio
Mata.
-Cuando la avenida Juan B. Justo no
estaba pavimentada, los 9 de Julio se hacían carreras de caballos; también
había competencias de sortijas.
El “Sapo” Díaz, hincha y personaje
El “Sapo” Díaz, hincha y personaje
Dice la voz vecinal que todo pueblo tiene su personaje característico y único. Nosotros decimos que los barrios también lo tienen. Estos seres, las más de las veces simpáticos y hasta graciosos, ganan fama en el vecindario por sus particulares ocurrencias y hay otros que trascienden los límites barriales y se vuelven aparatosamente populares. Éste es el caso de Oscar “El Sapo” Díaz, hincha de Sportivo Guzmán y emblemático habitante de Villa 9 de Julio.
Algunos cuentan que se lo dieron, muy chiquito, a doña Estefanía Díaz. Que aquella mujer lo crió como a un hijo en su casa de avenida Juan B. Justo al 1200.
Su infancia fue la de un niño pobre: Juego de pelota en el potrero cercano; lidia con una burrita en la que su madre lo subía para mandarlo a vender, casa por casa, patas hervidas de vaca y tamales; retos y tirones de oreja por no vender nada. No se sabe si alguna vez asistió a una escuela. Ya adolescente se sumó a un grupo donde cantaba canciones rancheras mejicanas; fue boxeador, en fin, “El Sapo” tuvo que rebuscárselas a todas. Pero por sobre su inclemencia económica tuvo un amor: El club Sportivo Guzmán. Nada hubo para él más importante que ese equipo de fútbol. Era una gracia el verlo recorrer las calles de la villa disfrazado con, camiseta, gorro, botines, uno rojo y otro blanco y soplando una sonora corneta, todo ello con los colores del club y a la voz de ¡Viva Sportivo Guzmán! Por supuesto que cuando Sportivo visitaba a otros clubes, “El Sapo” viajaba con el equipo, siempre con su disfraz distintivo.
Recopilando las voces de Villa 9 de Julio, plurales y gentiles, nos enteramos del trágico final de “El Sapo”. También que hubo gente a la que este personaje le despertó un gran cariño.
-La corneta fue un regalo de un italiano, Bellomío. Cuando la recibió se hacía como que sabía tocarla y, de tanto soplar, algo le salió.
Un día me dijo: Humberto como no me regalas la tela y yo me hago hacer la ropa con los colores del club. Allí, en la sede, todavía está esa ropa tipo disfraz. Nos cuenta don Humberto Rizza.
El Sapo díaz |
Y el final del que hablamos aquí también estuvo ligado a Rizza:
-Cierta vez gané una licitación y comencé a venderle carne al ejército. El matarife de donde la retiraba, “Pancho” Marcheti, tenía su expendio a la par de la casa de “El Sapo”. Un día, al verme allí, se acercó y me dijo: Te voy a ayudar a cargar la carne, pero no me des nada. Por supuesto que unos pesos le tiré. A la mañana siguiente estaba paradito esperándome; así fue que empezó a trabajar conmigo..
Su muerte fue el resultado de un accidente fatal. Estaba descargando una media res de vaca para el ejército y se resbaló en un escalón; por el peso que tenía sobre los hombros se fue para atrás dando con la nuca en un escalón más bajo. Se desnucó.
Al morir dejó a su mujer, que ya tenía 5 hijos de otro marido y a un hijo propio con ella, Mario. Nosotros pagamos todos los gastos del entierro y le hice construir un mausoleo para cinco cajones en el cementerio del Norte.
Pero lo sorprendente pasó después. Visitando a nuestros muertos fuimos por la tumba de “El Sapo” y con sorpresa vimos que habían desaparecido todas las placas de bronce que estaban adosadas a las paredes. Hice una denuncia pública en un diario y esa tarde me llamó el director del cementerio; asistí a verlo y me dijo: Al mausoleo de Oscar Díaz lo vendió la familia; él está en una fosa, en tierra.
N/R: María Dora Muñoz, esposa de don Humberto, murió el 2 de septiembre de 2001. Con tristeza decimos que Humberto Rizza, autor de todos estos recuerdos, nos dejó el 23 de enero de 2010; tenía 85 años.