Canción inicial

Canción Inicial
Argentina, territorio entregado al porvenir desde tus quebradas norteñas hasta el Cabo de Hornos; promisorio escenario donde forjar una nueva vida; útero abierto al nacimiento de las mil diversidades étnicas; madre nutricia; miel; calostro...
¡Cuántas alabanzas mereces en tu bondad y en tu gesta moral,
Patria mía!...
Por tus caminos otrora polvorientos, insinuados al hollar de carretas y pezuñas; ralo pastizal; poblado monte; de norte a sur; de sur a norte, venían nuevos hijos a gozar de tu hermosura femenina; a rodearte con sus brazos y poblar tus anchos hombros y tu cabeza; tu cintura en cinta; tus pies de bailarina reconcentrada; altiva y reconcentrada.
Todo en vos fue regazo:
Buenos Aires, que aunque niña pobre, ya coqueta.
Patagonia, viento-médano, soledad transmutada en idiomas y vocinglería.
Norte indómito; callado; páramo al pie del Ande. Y el mar verde en la llanura, a la entrada de los cerros:
Tucumán de la mecidas selvas, gleba feraz; idílico amor del viajero que detuvo su paso ante el prodigio.
Hoy regreso sobre aquellos rastros que esculpieron tantos hombres, ¡tantos!. Voy a encontrarme con los antiguos rostros; rostros de arrugas oscuras, nobles; rostros donde los ojos, aun abiertos al asombro, nos miran, aunque un puñado de tu savia haya caído sobre ellos.
Néstor Soria

Foto de Néstor Soria

Foto de Néstor Soria
Redacción: Poeta y escritor Néstor Soria

Imagen de Ana Lía Madrigal

Imagen de Ana Lía Madrigal
Investigación, entrevistas e ilustración: Ana Lía Madrigal

martes, 14 de julio de 2015

Rizza, de Italia, un siracusano



                                                         Familia Rizza en Villa 9 de Julio            
Humberto Rizza
Entrevistado

Desde aquella tierra que baña el Mar Jónico, patria del geómetra y físico Arquímedes y del poeta griego Teócrito, el siciliano Manuel Rizza emprende en 1901 su viaje a Argentina. Tiene 25 años y no viene solo. A su costado trae a su madre, María Mazza, a su hermano Carmelo y a la menor de sus hermanas, Juana Rosa. Allá en la gran isla italiana quedan, su hermano mayor, Pablo y en un sepulcro, el cuerpo de su padre.
Manuel Rizza y su señora María Piazza de Rizza
Asentados los pies en el puerto de Buenos Aires, exhibidos los papeles ante migraciones, la familia debe continuar su viaje. La escala es Tucumán. Aquí los recibirá un amigo al que llaman sencillamente Maro, itálico como ellos, y a través suyo se radicarán en la calle República de Corrientes esquina Bernardino Rivadavia, en el almacén de otro compatriota, Nicolás Piazza, hombre que abría sus puertas a todos los italianos que iban llegando. El solidario y buen anfitrión Nicolás, ya hacía varios años que vivía en la ciudad y estaba casado con otra paisana suya, Palmira Marazza, mujer con la que tenía varios hijos: María, luego madre de nuestro entrevistado Humberto Rizza, Gracia, Francisca, Juana y Nicolás.

Trabajo y nueva familia 

           Manuel Rizza traía un oficio desde Italia. Era panadero. Iniciando la búsqueda de trabajo lo encontró en la calle Provincia de Córdoba y Bernardo de Monteagudo, en la fábrica de fideos de propiedad de Pablo Zóttola, local que luego fuera ocupado por las famosas pantaloneras del ejército y donde hoy existe un almacén.
La convivencia de los Rizza con los dueños del almacén, los Piazza, se prolonga lo suficiente como para que Manuel intime con María y se enamoren. Manuel Rizza tenía 29 años y María 15 cuando se casan.
Conformado el matrimonio alquilan una vivienda en la calle José Rondeau esquina provincia de La Rioja, sitio donde instalan un almacén mientras Manuel conserva su tarea de hacer fideos.
Libreta de casamiento de
Manuel Rizza y María Piazza
Si fijamos nuestra vista en las fechas de nacimiento que anotaremos renglones más abajo, se entenderá por qué decimos que ‘Con prisa y sin pausa’ la pareja comienza a traer hijos al mundo. La juventud ligada a la buena salud, les da un racimo de niños. En aquel domicilio nacen:   
Manuel, el 1 de abril de 1905; Juan, el 2 de marzo 1908; Nicolás, quien nace el 27 de julio de 1910 y muere el 2 de octubre de 1910; Carmelo, el 6 de octubre de 1911; Alfredo, el 14 de julio de 1913; Aída, el 20 de mayo de 1915; Alberto, en 1917; Roberto, el 11 noviembre de 1919; Armando el 8 de julio de 1922.

Parados de iz. a der.: Roberto y Armando Rizza, un amigo, Manuel-el mayor-,
Aída y Alberto Rizza.
Sentados: Nicolás Failla, Manuel Rizza-padre de Humberto-, María Piazza
de Rizza-Madre de Humberto-,Palmira Marazza-abuela materna-,
Cuclillas: Humberto-8 años-, Juana Rosa-6 años- y Palmira-5 años- de apellidos
Rizza. (Faltan Carmelo y Juan Rizza)





















Dos años después del nacimiento del último hijo que anotamos arriba, 1924, los Rizza-Piazza se mudan a la avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina calle Juan Ramón Balcarce, ochava noreste, propiedad que alquilan a la familia Rotta y donde abren un nuevo almacén. Es decir que acaban de insertarse en Villa 9 de Julio. Un año después nace quien nos cuenta la historia familiar;  lamentablemente hoy fallecido, Humberto Rizza, venido al mundo el 20 de noviembre de 1925; luego nacerá Juana Rosa, el 19 de diciembre de 1926; completando la lista, llegará María Palmira el 29 de septiembre de 1929 y fallecida en 2007.
Otro dato familiar nos arrima noticias de los dos hermanos que junto a la madre, acompañaron a Manuel en la travesía Italia-Argentina, Carmelo y Juana Rosa Rizza. El primero murió joven. La niña se casó con un propietario de más de 30 coches de plaza de apellido Matto. Con el tiempo se trasladaron a Córdoba donde Matto fallece y Juana Rosa regresa a Tucumán expirando en 1937.

Otra generación de los Rizza
            
Humberto Rizza
           A Humberto, uno de los doce hijos de Manuel Rizza y María Piazza, lo entrevistamos en 2008. Él abrió su casa y con fresca lucidez, ya era octogenario, nos invitó a conocer gran parte de la historia familiar, desde que su abuela, su padre y un par de tíos, zarparon de  la itálica Siracusa y recalaron en un Tucumán de paz y esperanzador porvenir, noticias que anotamos en renglones pasados.  
Humberto Rizza disfrazado
en días de carnaval
Sus recuerdos de infancia comienzan en aquella vivienda donde nació, la de avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina Juan Ramón Balcarce, ochava noreste:
-Vivimos allí hasta 1933; año en el que hubo una gran inundación que anegó a Villa 9 de Julio. La avenida Sarmiento por entonces no tenía pavimento, era además una ancha calle abierta, sin separadores. Por ahí pasaba el tranvía tirado por caballos. Luego a la avenida le colocaron adoquines, nos dice.
Entre los vecinos más cercanos nombra a doña Luisa Rigo, casada con un ferroviario; a la farmacia de Luis Rivero, lindera con su domicilio; a los italianos Palazzo y Cusumano, sastres.
-Cuando cumplí 14 años el almacén cerró. Mis hermanos mayores ya trabajaban afuera. Cuando cobraban el sueldo se lo daban a mi padre, él repartía la plata.  
Diario El Orden: 1933- Gran inundación en Villa Urquiza
y Villa 9 de Julio
El año 1934 nos muestra a la familia Rizza-Piazza en otro domicilio, en avenida Juan Bautista Justo al 1200, zona por aquellos años casi baldía que a la altura de esa numeración tenía una sola construcción, un chalet que habitó la pareja junto a sus hijos.

Al hablarnos de ese caserón, Humberto cuenta:

-La gente decía que ese chalet no se alquilaba porque estaba embrujado, pero con mis  hermanos dilucidamos el tema: En cercanías de nuestra casa se levantaban dos ranchos y uno de los ‘morochos’ de ahí dibujó en una pared un chivo, a la vez que hizo ‘correr la bolilla’ de que de noche se aparecía un chivo negro. El asunto era que este chango saltaba la tapia al anochecer disfrazado de chivo y causaba el miedo de la gente. Mi hermano Alfredo decía –Ya lo voy a agarrar al chivo negro ese, ya va a ver ese chivo…

Para que nadie quede en el olvido, Humberto nombra a sus vecinos de entonces:

Los Barcellona;  los Dell’Arte; estaban mis primos los Pilla, también italianos, uno de ellos casado con una hermana de mi mamá. El padre de estos muchachos era contratista de obras y es quien hizo el puente ferroviario que está sobre avenida Sarmiento entre Suipacha y Catamarca; la panadería de los Manzano, de esa familia surgió uno de los mejores boxeadores de Tucumán.
Pascual de la Cruz dueño de una carnicería,  era una persona excelente, con buena pinta, poseía hacienda; al negocio se lo atendían dos hermanas: Catalina y Pepa. De ahí sacaba al fiado la finada de mi madre. La escuela Elmina Paz de Gallo aun no existía sobre la calle Álvarez Condarco.
Ahí vivimos hasta 1937 y volvimos a la calle Balcarce, al número  916, arteria que aun no estaba pavimentada.

Haciendo gala de una sorprendente memoria y rigiéndose por una exacta cronología, Humberto nos dice que en 1938 se mudaron nuevamente; esta vez a la calle Bernardo de Monteagudo nº 1223 casi esquina con calle República Oriental del Uruguay.
-A esa casa la hizo mi hermano  mayor, Manuel, por medio de un crédito de  la Caja Ferroviaria; él fue ferroviario desde los 18 años y por entonces aun estaba soltero. Allí llevó a vivir a toda la familia.  
Mis otros hermanos, Juan, Carmelo, Alfredo y Alberto también eran ferroviarios.

De memoria 

            En la extensa conversación que tuvimos con don Humberto, surgieron salpicaduras de otros datos referidos a su adolescencia.

He aquí lo recogido:                      

-En la esquina de la calle Álvarez Condarco y avenida Juan B. Justo había un bodegón al que le llamaban “La Emboscada”.

Agrupación Radical Hipólito Irigoyen Centro nº2
De isz. a der. sentados: Vicente Casserá (ferroviario) -
Antonio Prado (sastre)Nicolás Failla
(hizo los obsn. para Tafí Viejo)-Andrés Cano (peluquero)
Parados: Julio Failla (chapista)- Armando Rizza -
Víctor Failla- Alberto Quintero-Humberto Rizza-
Lindor Sosa - Gaucho Durbal
-En la zona de la Esquina Norte, el 1º y 2 de noviembre, día de los muertos, se concentraba todo el movimiento,  porque el tranvía dejaba allí  a las personas que iban al cementerio; luego ellas caminaban por avenida Juan B. Justo hacia el enterratorio. Con el tiempo  la empresa eléctrica puso un ómnibus y la gente que tenía un autito también se encargaba de llevar pasajeros por unos pesos. Las mujeres vendían flores, comidas calientes, empanadas, bollos. Esos dos días eran un jolgorio.

-Al frente de los Reinés, donde hoy está la Caja Popular, había una carbonería. El dueño era el ‘Gallego’ Aráoz. Un hijo suyo fue presidente del club Redes Argentinas. Al lado de Redes Argentinas estaba la  tienda "La Bonita".

-En la calle Raúl Colombres vivía Nolasco Gómez, matarife; en el fondo de su casa, saliendo por la calle Álvarez Condarco,  tenía vacas y vendía leche.

-La hacienda que llevaban al matadero, vacas, toros, chanchos, pasaba por el frente de lo que hoy en día es el Banco del Tucumán.

-Los  Ladetto al principio vendieron tierras hasta lo que hoy es la calle Chile, más al norte no había calles abierta, porque estaba la quinta. Mucho tiempo después la municipalidad trazó, desde Rivadavia, las calles Chile y Bolivia hasta avenida Juan B. Justo; desde entonces Ladetto siguió loteando y así fue desapareciendo ese espacio de sembradío.

 Pasan los años 
Manuel Rizza, padre del entrevistado

            A esta altura de la historia de los Rizza, Humberto se convirtió en adolescente. Es cuando un evento trágico ocurre en la familia: Su padre que está afectado por la diabetes, pierde una de sus piernas. El muchacho, desolado por ese acontecimiento, recurre a buscar auxilio en su padrino, don Tomás Ruta, hombre que por entonces poseía un enorme almacén ubicado a la par del actual edificio central de Correo Oficial -esquina suroeste de calles 25 de Mayo y provincia de Córdoba-.
Escudándose en el drama que se vive en su casa, el rapaz Humberto le plantea a su padrino que quiere abandonar los estudios, que prefiere trabajar. Don Tomás se hace cargo del joven y lo suma a su grupo de empleados. Él así lo cuenta:              
-Es que  no me gustaba la escuela y cuando le cortaron la pierna a mi papá me fui a llorarle a mi padrino Tomás y a decirle que no quería seguir estudiando, que quería trabajar. Entonces como castigo, para que no salga a jugar a la pelota, cuando terminaban las clases,  me mandaban al depósito de mi padrino a hacer de “alcahuete”; a levantar  el maíz, a coser las  bolsas; y mi padrino me hacía sentar y leer La Gaceta; me mandó a la academia Pitman; aprendí contabilidad; últimamente el almacén era manejado por mi; el negocio  se llamaba Tomás Ruta,  proveía a los hospitales, a los comercios. Trabajé 31 años. Era el gerente. Mi padrino tenía 2 hijos criados. Murió soltero.

En 1942 la vida del siracusano Manuel Rizza llegó a su final. Nueve años después, en 1951, también la de su mujer; María Piazza.  

Volvemos a ocuparnos de la familia Rizza, ya que el apellido está perfectamente ligado a esta parte del libro.

Llega el amor  
          
Casamiento de Humberto Rizza con María Dora Muñoz
         Regresamos con la narración a la calle Bernardo de Monteagudo al 1200, domicilio del joven Humberto Rizza. El escenario es el mismo: Algunas calles aun están cerradas y otras, rozando la quinta de Ladetto, contienen a varios vecinos.
De entre los habitantes de la calle Bernardo de Monteagudo 1400, nos ocupamos de la familia conformada por el ferroviario Julio César Muñoz, su mujer, María, y su hija María Dora.
Lucía Palmira Rizza en el almacén de Tomás Ruta
Humberto nos cuenta que todos los días veía pasar por frente a su casa a esa jovencita que asistía por entonces a la escuela Santa Catalina y que de sólo mirarse el uno con el otro se enamoraron. Allí surgió un noviazgo que perduró por dos años y que al cumplir ella 20 y él 24, se casaron. La flamante pareja fijó domicilio en una vivienda que alquilaron en calle Diego de Villarroel 184 -plena Villa 9 de Julio-, sitio que también compartieron con la madre de él y sus hermanos solteros. Justamente es ahí donde fallece doña María Piazza y tiempo después sus hermanos se casan abandonando ese domicilio.
El matrimonio Rizza-Muñoz permaneció allí por diez años y, llenos de dicha, vieron llegar al mundo a sus dos hijos: Lucía Palmira y Humberto.

Una herencia 

            
           Un amplio sector de Villa 9 de Julio fue hasta bien entrado el siglo XX, una llana dehesa usada para cultivos y tambos. La urbanización gestionada por los vecinos y los planes de gobiernos municipales, fueron expulsando  sembradíos y vacas, permitiendo que el  barrio, lentamente, dibuje su fisonomía.
Humberto Rizza y señora
En la zona que nos ocupa, repetimos, se hallaba la quinta de los Ladetto. Una enorme extensión de labrantíos varios con anexo de lechería, que proveía de alimentos a gran parte de la ciudad; y como otros, fue ese propietario el que se vio obligado a rematar, por lotes, sus tierras. Cuentan los  memoriosos que la puja de los interesados en adquirir un palmo de lo subastado fue muy reñida y que se extendió hasta casi noche cerrada.
Uno de los beneficiados por esa especie de almoneda fue Julio César Muñoz, ya por entonces suegro de Humberto Rizza. La propiedad está en calle Bernardo de Monteagudo al 1300.

Al morir don Julio César su viuda se mudó a  Buenos Aires y al terreno lo heredaron su hija María Dora y su esposo, don Humberto. 
El matrimonio Rizza- Muñoz junto a sus  suegros e hijos
Lucía Palmira y Humberto

La casa propia 

    
          El matrimonio Rizza-Muñoz permanece en la calle Diego de Villarroel 184. Cierto día de verano e inicio de carnaval, la madre de María Dora, radicada en Buenos Aires, vino a visitar a la pareja y a sus nietos. Humberto nos cuenta que el viernes de carnestolendas su suegra le dijo: 

-Porqué  no me jugás el número 726 a la quiniela? No recuerdo cuánto le jugué. El hecho es que luego me fui al club Sportivo Guzmán, y me puse a colaborar con los adornos pues en horas más se realizaría otro baile de carnaval. Después llegué a casa y me dispuse a dormir ‘la siesta’ para estar bien a la noche, por lo que le dije a mi mujer que nadie me molestara. Cerca de las 3 de la tarde me despierta; salgo del dormitorio y me hallo en el zaguán con un muchacho de apellido Iñigo. Yo lo conocía porque jugaba al fútbol en Sportivo, además de ser ingeniero agrónomo y dueño de la agencia donde había jugado a la quiniela para mi suegra.
Al verlo  le pregunto con fastidio ¿Qué querés; a estas horas venís a despertarme? Él sólo  me respondía ¡A primera, a primera! Se ponía colorado por la exaltación. A primera qué, hablá rápido, le dije. Entonces llevó una mano al bolsillo del pantalón y sacó un fajo de plata. Había ganado a la quiniela con el 726; me acuerdo que eran 23.000 pesos. A Iñigo le regalé 500 pesos y le di el resto a mi suegra. Ella guardó el dinero pero me dijo: Te voy a poner 20.000 ladrillos en el terreno que te dejó tu suegro y acá tenés 3.000 pesos para que esta noche ‘chupés’ todo lo que quieras.  
Mi suegra, que estaba noviando con un albañil, volvió a Buenos Aires, le pidió a este hombre que confeccionara un plano y él se vino a Tucumán a hacerme la casa. Claro, a través de un amigo que era gerente del Banco Provincia, de apellido Vallejo, yo tenía préstamos de plata y algo había avanzado en la obra. Así, pucho tras pucho, terminé esta vivienda de la calle Monteagudo al 1300.  
Humberto Rizza y señora junto a su hija Lucía y un amigo
en el Club Sportivo Guzmán
Cuando inauguré la casa ya no estaba con Tomás Ruta. Sí seguía explotando ese ramo por mi cuenta. Era proveedor de la provincia. Gané mucha plata. Durante el gobierno de la década de 1980, al no renovarme la licitación, cambió mi situación económica.  


Por exigencias, socio de Sportivo Guzmán 
            

           La cercanía de Humberto con el deporte comienza cuando jugaba para All Boys, club que estaba en el parque 9 de Julio, sobre la avenida León de Soldatti, sitio donde hoy funciona la escuela Evita. Eso fue por allá de 1941/42. Su puesto en aquel equipo de fútbol era el de defensor. Pero ese empeño se frustró pues su padrino, don Tomás Ruta, lo requería en su almacén. Tiempo después incursionó en "Frontón Tucumán", en la disciplina de pelota a paleta. 
Lo curioso es que, luego de haber sido acérrimo hincha de All Boys, se inclinó a simpatizar por otro club de fútbol, Sportivo Guzmán. Este caso tiene ribetes muy particulares y él nos los cuenta:
Humberto Rizza en andas por la hinchada
de Sportivo Guzmán
-Yo no simpatizaba con Sportivo Guzmán, era hincha de All  Boys. Mi hermano Carmelo sí era socio de ese club, pero a la vez hincha de All Boys.
Los jugadores Díaz y Safe  del Club
Sportivo Guzmán













En el año 1942, cuando fallece mi papá, Sportivo Guzmán nos envía una corona; lo mismo ocurrió con la muerte de mi hermano Roberto, en 1946. Pero además me sucedían otras cosas. Como buen soltero frecuentaba la confitería de los Mata, un local con billares instalado a la par del cine Océan, donde nos juntábamos todos los amigos. Éstos, al ver mi cerrada negación a ser hincha de Sportivo, se sentaban en otra mesa y no me ‘daban corte’, me dejaban solo. Cuando había bailes me quedaba esperando a que pasaran por mí; iba a buscarlos y ya se habían ido. Así me tuvieron en el freezer mucho tiempo. Todo lo hacían para que cambie de opinión. El hecho es que un día digo: ¿Y si le hago una retribución a este club? Nos enviaron dos coronas, mis amigos me insisten... Ahí me hice socio y comencé a asistir a la cancha de Sportivo.

Por entonces, el club esportivo Guzmán estaba en la avenida Domingo Faustino Sarmiento esquina calle Nicolás Avellaneda, espacio hoy ocupado por  Soeva,

El dirigente 


Humberto Rizza, dirigente.

            Humberto Rizza nos cuenta que siempre fue muy criticón de las comisiones de Sportivo Guzmán, que no se medía si algo no le gustaba. Al llegar el año 1953, ya casado y con una hija, decidió aceptar el puesto de tesorero en una flamante comisión. Ahí comenzó su gestión a favor de los adelantos de la institución.

-Recuerdo cuando salió una ley de la federación de fútbol que decía que todo club que  no tuviera cancha sería cerrado, o sea que desparecía. Fue entonces que Antonio Palazzo, dueño de "Casa Tita", negocio que estaba sobre avenida Juan B. Justo, nos prestó su local y empezamos a trabajar. También trabé amistad con el “Chueco” Martínez que era intendente. Nos pusimos a organizar una rifa que fue fabulosa en la que sorteamos 3 casas que están en la calle Monteagudo antes de llegar a la Uruguay; también rifamos un auto. Todo salió hermoso. ¡ah, el intendente Martínez al que le decíamos “Chueco”, se llamaba Ramón Eusorio Martínez.






Con ese dinero, en 1959, bajo la presidencia directiva de Palavecino Bustos, comenzamos a cavar los cimientos del club y lo inauguramos el 31 de marzo de 1962, con la bendición de monseñor Aramburu.



Sportivo Guzmán fue campeón en el año 1968. 


El estadio de calle Juramento  y Juan Posse lleva el nombre de Humberto Rizza. 


Club Sportivo Alfredo Guzmán





Memoria prodigiosa 

           
              Humberto Rizza tuvo hasta su muerte una memoria prodigiosa. Jamás lo vimos dudar al darnos una fecha, un nombre o un hecho barrial.
Anotamos aquí otros datos que nos acercó en 2008:


-El sastre Prado estaba  en la avenida Juan B. Justo al 1400 a la par de la comisaría 5ª, antes de llegar a la Perú; era muy famoso; su ayudante era Pachico Argüello, hermano de Oscar Madrigal, pintor letrista, famoso en Tucumán..

-El herrero del barrio fue “Flechilla” Sosa; tío de la famosa Mercedes Sosa. Tenía el taller en la avenida Juan B. Justo 1201. Él herraba los caballos. Le decíamos “Flechilla” porque era cabudo; fue muy charlatán; tenía un montón de hijos; estaba la famosa Sara Sosa muy amable, muy buenita, casada con un sepulturero. A su hermano Roberto, tipo que cantaba tangos que era una barbaridad, calentando una herradura le saltó una chispa que le quemó el ojo y quedó tuerto; los muchachos le decíamos “El tuerto” Lindor Sosa. Yo casi me meto en esa familia porque andaba con una prima de la “Mecha” Sosa.

-La Comisaría 5ª estaba en la avenida Juan B. justo al 1400, pasando la Bolivia para la mano izquierda; ahora está  cerca de la Iglesia de Fátima.

-La pizzería Tano fue de  Mario Cocimano, hoy está viviendo en Alemania. Este muchacho se casó con la hija de Santos Silvestre, el que fue legislador del partido Bandera Blanca. Ellos vivían en la pizzería, avenida Juan B. Justo  al 1100. Después se separaron y él se fue; ella siguió viviendo allí hasta su muerte que ocurrió hace poco.

-El súper El Pacará era de Miguel Mata. Su mujer se llamaba Isabel Mena. Tuvieron dos hijas: Carmen e Isabel, y dos varones: Miguel y “El ñato” Antonio Mata.   

-Cuando la avenida Juan B. Justo no estaba pavimentada, los 9 de Julio se hacían carreras de caballos; también había competencias de sortijas.

El “Sapo” Díaz, hincha y personaje 

        Dice la voz vecinal que todo pueblo tiene su personaje característico y único. Nosotros decimos que los barrios también lo tienen. Estos seres, las más de las veces simpáticos y hasta graciosos, ganan fama en el vecindario por sus particulares ocurrencias y hay otros que trascienden los límites barriales y se vuelven aparatosamente populares. Éste es el caso de Oscar “El Sapo” Díaz, hincha de Sportivo Guzmán y emblemático habitante de Villa 9 de Julio.
Algunos cuentan que se lo dieron, muy chiquito, a doña Estefanía Díaz. Que aquella mujer lo crió como a un hijo en su casa de avenida Juan B. Justo al 1200.


Su infancia fue la de un niño pobre: Juego de pelota en el potrero cercano; lidia con una burrita en la que su madre lo subía para mandarlo a vender, casa por casa, patas hervidas de vaca y tamales; retos y tirones de oreja por no vender nada. No se sabe si alguna vez asistió a una escuela. Ya adolescente se sumó a un grupo donde cantaba canciones rancheras mejicanas; fue boxeador, en fin, “El Sapo” tuvo que rebuscárselas a todas. Pero por sobre su inclemencia económica tuvo un amor: El club Sportivo Guzmán. Nada hubo para él más importante que ese equipo de fútbol. Era una gracia el verlo recorrer las calles de la villa disfrazado con, camiseta, gorro, botines, uno rojo y otro blanco y soplando una sonora corneta, todo ello con los colores del club y a la voz de ¡Viva Sportivo Guzmán! Por supuesto que cuando Sportivo visitaba a otros clubes, “El Sapo” viajaba con el equipo, siempre con su disfraz distintivo.
EL Sapo Díaz bailando con Dora Muñóz
“El Sapo” y su trágico final 
            
       Recopilando las voces de Villa 9 de Julio, plurales y gentiles, nos enteramos del trágico final de “El Sapo”. También que hubo gente a la que este personaje le despertó un gran cariño.


-La corneta fue un regalo de un italiano, Bellomío. Cuando la recibió se hacía como que sabía tocarla y, de tanto soplar, algo le salió.

Un día me dijo: Humberto como no me regalas la tela y yo me hago hacer la ropa con los colores del club. Allí, en la sede, todavía está esa ropa tipo disfraz. Nos cuenta don Humberto Rizza.


El Sapo díaz

Y el final del que hablamos aquí también estuvo ligado a Rizza:


-Cierta vez gané una licitación y comencé a venderle carne al ejército. El matarife de donde la retiraba, “Pancho” Marcheti, tenía su expendio a la par de la casa de “El Sapo”. Un día, al verme allí, se acercó y me dijo: Te voy a ayudar a cargar la carne, pero no me des nada. Por supuesto que unos pesos le tiré. A la mañana siguiente estaba paradito esperándome; así fue que empezó a trabajar conmigo..
Su muerte fue el resultado de un accidente fatal. Estaba descargando una media res de vaca para el ejército y se resbaló en un escalón; por el peso que tenía sobre los hombros se fue para atrás dando con la nuca en un escalón más bajo. Se desnucó.
Al morir dejó a su mujer, que ya tenía 5 hijos de otro marido y a un hijo propio con ella, Mario. Nosotros pagamos todos los gastos del entierro y le hice construir un mausoleo para cinco cajones en el cementerio del Norte.
Pero lo sorprendente pasó después. Visitando a nuestros muertos fuimos por la tumba de “El Sapo” y con sorpresa vimos que habían desaparecido todas las placas de bronce que estaban adosadas a las paredes. Hice una denuncia pública en un diario y esa tarde me llamó el director del cementerio; asistí a verlo y me dijo: Al mausoleo de Oscar Díaz lo vendió la familia; él está en una fosa, en tierra.










N/R: María Dora Muñoz, esposa de don Humberto, murió el 2 de septiembre de 2001. Con tristeza decimos que Humberto Rizza, autor de todos estos recuerdos, nos dejó el 23 de enero de 2010; tenía 85 años.

martes, 23 de junio de 2015

De los primeros inmigrantes, los Helguero en Villa Luján

Roberto Helguero
Entrevistado

 


La familia se esparce por América del Sur
Roberto Helguero, renuevo de aquel viejo tronco llegado de Cantabria, guarda con devoción y celo no sólo recuerdos familiares en su memoria, sino viejísimos folios que aseveran la presencia de sus parientes inmigrantes en Tucumán y muy especialmente en Villa Luján. 
Su buena disposición para hablar con nosotros y la frescura con que lo hace, pone de manifiesto el respeto que siempre sintió por aquellos seres que insertaron el apellido Helguero en tierras tucumanas. 
- “Los Helguero, cuando abandonaron España, se diseminaron por toda Latinoamérica. En Bolivia, usted abre la guía telefónica, y como aquí encuentra Pérez, allá encuentra Helguero, muchísimos” -, nos dice nuestro entrevistado.
Roberto Helguero, renuevo de aquel viejo tronco llegado de Cantabria,  guarda con devoción y celo, no sólo recuerdos familiares en su memoria, sino viejísimos folios que aseveran la presencia de sus parientes inmigrantes en Tucumán y muy especialmente en Villa Luján.
Su buena disposición para hablar con nosotros y la frescura con que lo hace, pone de manifiesto el respeto que siempre sintió por aquellos seres que insertaron el apellido Helguero en tierras tucumanas. 
- “Los Helguero, cuando abandonaron España, se diseminaron por toda Latinoamérica. En Bolivia, usted abre la guía telefónica, y como aquí encuentra Pérez, allá encuentra Helguero, muchísimos” -, nos dice nuestro entrevistado.

Aquellos rastros perdidos.  

       La presencia de la familia en Tucumán data de épocas remotas y difusas, ya que se remonta al siglo XVIII, probablemente. El genealogista tucumano Ventura Murga, liando las ramas de este apellido, menciona a María de los Dolores Helguero, aquella dama tucumana enlazada a la vida amorosa del general Manuel Belgrano y fallecida años después en la provincia de Catamarca. Ciertas investigaciones familiares recientes, detectaron además la participación de un sargento mayor de apellido Helguero en la magistral Batalla de Tucumán en el Campo de las Carreras, lamentablemente muerto en combate aquel 24 de Septiembre de 1812.

Los Helguero en Villa Luján.

Boleto de Compraventa  del año 1874
Un poco más aquí en el tiempo, pero sin alejarnos del año 1800, los Helguero se establecen en Villa Luján y la primera mudanza corresponde a don Segundo Julián, abuelo de nuestro entrevistado, quien abandona sus actividades en una estancia que poseía con sus hermanos en la localidad de Leocadio Paz, en el departamento Trancas de nuestra provincia, establecimiento dedicado al recambio de animales de tiro de las carretas y diligencias que llegaban y partían de Tucumán.
La propiedad adquirida por don Segundo en la villa, costó cincuenta pesos bolivianos y pertenecía a César Mur, según el boleto de compra-venta de 1874, que conserva Roberto.  

Certificado de 1890 
sobre el casamiento de Segundo Helguero 
con Manuela  Mendible en 1888
Ya radicado en Villa Luján y con sus 20 años, don Segundo Helguero se casó el 31 de Marzo de 1888 -Curato de La Victoria- con Manuela Mendible de 18 años, otra española llegada a esta latitud,  dedicándose a la agricultura haciendo convenios con los dueños de las tierras, donde él ponía las herramientas y los animales y el producto de lo cosechado se repartía por mitad con el propietario del predio. Una suerte de aparcería, acuerdo muy usado en la época, a pesar de estar penado con expulsión de la provincia, desde 1810.



Segundo Helguero
La mistura de nacionalidades, una constante en Villa Luján.

Está claro que muchos inmigrantes se aventuraron a venir solos a estas lejanas tierras. Ansiosos por conseguir prosperidad, atraídos por la paz del país y empujados por la juventud, llegaron a Tucumán hasta los que hoy nuestras leyes consideran niños. Adolescentes con aspecto aun infantil, otros que recién pisaban el umbral de la edad viril, sean hombres o mujeres, descendían de viejos barcos cargueros en el puerto de Buenos Aires.
Juan Antonio Collavino - Carmen Maidana
Luego un destino desconocido, un horizonte de búsquedas, los llevaba por pueblos del interior argentino. Ahí, donde un trabajo o emprendimiento comercial los sujetaba, estos nuevos habitantes sentaban bases, a veces, cautivados por el amor, no necesariamente se mezclaban con coterráneos y formaban una familia. Algo de esto debe haberle pasado a don Juan Antonio Collavino, italiano casado con Carmen Maidana, descendiente de puro español.
Porque don Juan Antonio, mi Nono, como lo llama Roberto Helguero, ya que lo es por parte de madre, vino de Italia escapando de la guerra de 1914 y para su mala suerte, al desatarse la segunda hostilidad mundial lo obligaron nuevamente a alistarse en su ejército y, tozudo don Juan, volvió a abandonar el batallón.
Este desertor reincidente tenía razones para huir pues contaba que por causa de la primera conflagración, sus mayores para protegerlo lo encerraron en un horno por un largo tiempo y en el segundo conflicto, cuando lo vistieron de soldado y luchó en el frente, tenía que apagar la sed tomando orín en las trincheras, además ponderaba el hambre pasado en su pueblo, tanto en la guerra como en la paz.
Dicen que ya establecido en Villa Luján, a pesar de vivir en una tierra abierta, sin fronteras visibles, aun mantenía la costumbre de cultivar lechugas en tarritos.

Los Helguero y los Collavino

           Regreso a la humilde casa del matrimonio Helguero-Mendible donde, en 1904, nació un segundo hijo al que llamaron Marcos Segundo, padre de Roberto, nuestro narrador en la ocasión.
Al crecer, el joven Marcos se unió a las tareas de su padre en campos ajenos y cierto día, cultivando batatas en tierras de Juan Antonio Collavino, como ya dije, italiano y Carmen Maidana, española, conoció a la hija mayor de aquel matrimonio, Eva Haydee Collavino, nacida en Villa Luján en 1913, con la que se enredó sentimentalmente.
Marcos S. Helguero- Segundo  Julián Helguero-
Manuela Mendible y  Marita L. de Mendible -1937
El noviazgo era, a simple vista, inviable, una niña tocada por la gracilidad, adinerada, premiada por la naturaleza con una belleza singular, ir a poner los ojos en un muchachón que además de pobre, calzaba como vestimenta diaria “pantalones a media canilla” sujetados con un tirador cruzado en el hombro, que llevaba las “patas pila” pues no soportaba que las alpargatas le ajustaran los pies, y, como corolario, caminaba descalzo por los surcos que abría el arado y deshacía los terrones a puro golpe de sus talones, realmente no hablaba de una relación que pudiera llegar lejos pues, a la par del aspecto “rompe pasiones” de Marcos, don Juan Antonio Collavino esperaría otro destino para su hija, la mayor, y por ende, la mimada.
Roberto Helguero junto a sus padres Marcos Segundo
Helguero y Eva Haydee Collavino de Helguero
Dejo de narrar algunos renglones para leer lo que Roberto, hijo de aquel “caprichoso romance, dice al respecto. 
-“El tema es que se conocen y se enamoran la hija del dueño de la propiedad, una gringa ojitos verdes y llena de guita, y el fiero, negro y pata pila de mi papá que era de tez bien oscura y motoso, le decían Mocho Helguero".
-“Realmente para nosotros eran un problema las reuniones familiares porque todos los Collavino se han casado con blanquitos, el único negro era mi viejo” -.
       Lo cierto es que Marcos segundo y Eva Haydee formaron la familia Helguero-Collavino, otro matrimonio misturado por dos nacionalidades que Villa Luján albergó.

Fiestas de Familias - Dos mundos en una sola casa.

            La unión Collavino-Maidana, Helguero-Mendible y Helguero-Collavino, italianos y españoles, convierte a las tradiciones de cada una de estas familias, que alguna vez fueron puras, en una mezcla que se manifiesta tanto en lo cotidiano como en las festividades que los convocan.
            Por ejemplo, en los días de la navidad, 25 de diciembre, el Nono Collavino imponía un festejo a lo italiano, con faroles de colores que tenían rara forma de termos, traídos de la añorada Italia, con música amplificada de discos de pasta que sonaban con púas cambiables, donde se reproducían en exclusividad las tarantelas a las que bailaba como poseído mientras bebía abundante cerveza tirada, con cohetes que lanzaba a diestra y siniestra o con furiosos golpeteos contra las columnas metálicas del alumbrado público, causando un verdadero bochinche, y con muchos otros gestos extrovertidos de alegría que aquel “Tano”, para denominarlo con una cariñosa expresión argentina, expresaba con naturalidad, por ser una antigua costumbre aprendida de sus mayores .
A su vez los Helguero, criollos por ser del país desde el siglo XVIII, proponían otras características para esas fiestas.
Cabe decir que el ya maduro Marcos, vestido ahora con sobriedad y papá de algunos críos, tuvo varios hermanos nacidos en el hogar de don Segundo y doña Carmen. Que agrupados por el afecto, los hermanos Helguero se frecuentaban regularmente y, como añadidura, los aunaba una marcada inclinación hacia la música, la del país sin dudas.
            La vocación artística de casi todos estos hermanos, les permitió formar una especie de orquesta, con bandoneón, arpa y violines, la que siempre estuvo presente en las reuniones que agrupaba a Collavino, Maidana, Helguero, Mendible.
            Imaginemos ahora el mejunje que se armaría al ensamblarse el espíritu dicharachero de don Juan Antonio Collavino, con el tristón de los  tangueros y zamberos Helguero.
            He ahí la mixtura mágica que produjo en muchos casos la irrepetible inmigración.     


La ternerita para invitar a los vecinos

            Apreciamos la memoria de Roberto Helguero y valoramos mucho más el amor con que cuenta las cosas de familia y del barrio. Con sus recuerdos y gracia para hablar de aquellos asuntos vividos o contados por sus parientes mayores, podríamos elaborar un nuevo libro de los Helguero como quien sumamos algunas páginas a todo lo escrito por Ventura Murga sobre ellos.
            Los renglones siguientes nos muestran pasajes que debieron ser comunes a muchas familias de la villa de comienzos del siglo XX y que él narró para nosotros con alegría.
Carta Acuse de Recibo de Casa importadora
alemana en Buenos Aires a Marcos Helguero
Setiembre de 1927
            Su padre, don Marcos Segundo, era desollador en el matadero municipal y muy afecto a la carne asada, a la que encontraba mucho mejor gusto si la compartía con los suyos y con amigos que reunía en su casa en tertulias de brindis y música que él ejecutaba desde su bandoneón.
Factura de la compra del bandoneón
en 1927




La historia de su bandoneón es interesante porque Roberto, el entrevistado, conservó la carta de Acuse de Recibo del giro postal  por $ 230 m/n, fechado en Setiembre de 1927, que su padre Marcos Helguero, le hizo a la Casa importadora Alemana de Alberto Oehrtmann, comercio que estaba en la calle Humberto 1ro.,  número 1561/65 -Buenos Aires.
Marcos Segundo Helguero
con su bandoneón -1927
            Cuenta Roberto que cuando él era un pequeño, don Marcos lo sentaba en el caño de su bicicleta y sorteando los andurriales de la avenida Ejército del Norte, este hombre, que debía haber sido muy rudo por su ocupación, pedaleaba su rodado hasta un pasaje cercano a la avenida Roca, donde la zona comenzaba a poblarse de tambos lecheros, establecimientos donde don Marcos era muy conocido, principalmente en el de Succo, unos italianos dedicados a esa actividad.
            Al llegar al lugar, luego de los saludos y comentarios sobre los motivos de la visita, su padre elegía una ternera, pues eso los había llevado hasta allí, le ataba una cuerda al cogote y sujetaba el otro extremo del cordel al portaequipaje de la bicicleta, emprendiendo el regreso a la casa, a la calle Mendoza al 2700, con la tambera al trote por atrás.
            La edificación de aquella vivienda respondía al diseño que era común a la época, o sea dos habitaciones sobre la calle o el jardín separadas por el zaguán que daba a la galería interna y allí comenzaban las habitaciones en chorizo. La ternera era ingresada por ese zaguán hasta el fondo o patio, donde don Marcos la amarraba a un viejo árbol de mango donde la sacrificaba.
            Era el momento en que alguna de las mujeres de la familia, casi siempre su tía Banji, hermana de don Marcos  juntaba la sangre de ternera para cocinar la chanfaina: A su vez, otro hermano de don Marcos, apodado “El chato”, entraba al gallinero escopeta en mano y baleaba a varias gallinas para evitar perseguirlas hasta el cansancio, aves que luego también iban a parar a la cocina donde se las hervía. Dice Roberto que al comer, todos los comensales escupían los perdigones disparados por “El chato”.   
            Allí se juntaba todo el barrio y en la sobremesa la música reinaba, pues los hermanos Helguero fueron todos intérpretes de algún instrumento, menos el “francotirador Chato” que se dedicaba a atender a los músicos, o sea, a ocuparse de que los vasos no estén vacíos. Asegura Roberto que las reuniones se extendían por varias jornadas donde las mujeres cocinaban y los hombres cantaban, bebían y contaban cuentos.

Otros recuerdos de Helguero

            Cuando tenía seis o siete años su papá, don Marcos, lo mandaba, montado en su bicicletita rodado 20, a la casa de todos los parientes que vivían en el barrio a que repartiera el “bagayo”, que traducido significa paquete o lío. Éste consistía en trozos de carne, hígado, corazón, panza, o  entraña, que traía del matadero diariamente. Rematando este recuerdo, Roberto cuenta que su papá hacía asado todas las noches en su casa y confiesa que por entonces él odiaba el asado.

A la par de  la casa de Salvioli, frente a la plaza, aunque mucha gente me discute y dice que no, ahí estaba la escuela Marcos Paz, a esa escuela iba mi papá en patas, los padres lo obligaban a ir de alpargatas pero como no estaba acostumbrado a usarlas, salía en alpargatas de la casa y en la esquina se las sacaba para esconderlas debajo de una piedra y se iba en patas. Después esta escuela se trasladó a su actual emplazamiento. Roberto Helguero

Orquesta “Pampa y huella”
Marcos S. Helguero -1929

        Me expresaré como lo haría un locutor de antaño que anima un baile o una actuación de músicos en un barrio o en la campaña tucumana.

            ¡Señoras y señoresss, estimado público presente tengan ustedes muy buenas nochesss..., animando esta velada donde la música surca el éter y dejando que se enfríen los negros surcos del disco, tengo el agrado de presentar en este escenario a cuatro eximios intérpretes de la música argentina!..., ¡con ustedes..., la orquesta..., Pampa y huellaaa..!
            En ese preciso momento Marcos Segundo Helguero en bandoneón, Lorenzo Helguero en arpa, el Negro y Nolasco, también Helguero, en violines,  Salcedo en piano y Brígido Gramajo en guitarra, arremetían con un valsecito campero, un tango de la guardia vieja, o una zamba de mi flor, interpretaciones que la concurrencia aplaudía y ahí nomás salía a bailar.
            El tema de trasladar el piano, aparatoso si los hay, ocurría solamente si la fiesta era de gran nivel, pues aquellos bohemios ejecutantes tenían que alquilar un carro cañero y montarlo encima para llevarlo, desde el domicilio del pianista, hasta el escenario, que por aquellos años se construía de bastante altura.
            La Pampa y huella era número fijo en las reuniones que los Helguero hacían en Villa Luján, en la casa de Marcos Segundo, el fuellista del grupo. – “Nos juntábamos muchos, invitábamos a todo el barrio” -, recuerda Roberto Helguero.

Marcos Segundo Helguero era desollador en el frigorífico del matadero municipal de Villa 9 de Julio; al largo trayecto lo hizo, todos los días de su vida, pedaleando una bicicleta de madrugada, por un recorrido que lo obligaba a internarse en los suburbios oscuros de la ciudad, pero allí estaba el sustento propio y el de su familia.
Su hijo Roberto se pregunta, “cuál sería el jornal de mi padre?, las épocas eran mezquinas para la paga, sin embargo los tres varones estudiamos en el Tulio García Fernández  y las dos mujeres en el colegio María Auxiliadora”...   

Los coches de plaza, aquellos elegantes y cómodos carruajes copiados a la vieja Europa, en algún momento comenzaron a fabricarse en Tucumán; el artesano fue hermano de don Marcos Segundo Helguero, un carrojero al que le decían “El Negro”; a su vez un tercer hermano Helguero se dedicó a la carpintería fina, convirtiéndose en el artífice de algunos  reclinatorios de la iglesia de Nuestra Señora de Luján, en la villa.