Entrevista, recopilación y armado: Ana Lía Madrigal
Jorge G. Nieva, entrevistado, y señora Elsa Salguero |
De otra provincia
Juan Emilio Nieva, nacido en 1903, al cumplir 24 años
dejó su provincia, Catamarca, para buscar aquí en Tucumán a su tío, un empleado
del ingenio La florida de apellido Posadas, hombre que gozaba de buena
consideración en la fábrica azucarera, pues era quien se ocupaba de la
contaduría del establecimiento.
Ya en
contacto con tan influyente pariente, el joven Juan Emilio accedió a un trabajo
en ese ingenio y aunque al principio tuvo que realizar cualquier tipo de tarea, dos años después se sumaba al
personal de oficinas.
No
sabemos cuanto tiempo permaneció en aquel puesto; la narración de nuestro
entrevistado, Jorge Gustavo Nieva, hijo del catamarqueño, nos dice que una
nueva gestión de aquel tío, ahora frente a las autoridades de Inspección de
Escuelas, lo coloca en un cargo docente en la localidad de Burruyacu, más
precisamente en el desolado paraje ‘La zanja’.
-Lo llevaron en un carro desde la
estación de trenes hasta la escuela. Ahí trabajó un tiempo. Después lo levantan
al establecimiento y lo trasladan muy al norte, a un lugar llamado Requelme;
nombre que dicen fue puesto en recordación de un cacique que existió en la
zona.
El
maestro Juan Emilio Nieva se trasladó a ese pueblo llamado Requelme, ya casado.
En ‘La chilca’, otro paraje de Burruyacu, había conocido a Josefa Alicia Ledesma,
una joven niña que lo enamoró. Al tiempo, los novios no hicieron más que montar
a caballo; llegarse al Registro civil de la localidad de Benjamín Paz; escuchar
las palabras del juez y firmar el libro correspondiente, cuya acta tiene como
fecha el año 1933. Él tenía 28 años y ella, 17. Cabe el decir que Juan Emilio
Nieva ya era por entonces director de escuela. La permanencia del matrimonio en
ese lugar, se prolongó por varios años.
Los hijos
Como es natural, casi siempre,
en los seres vivientes, el matrimonio Nieva-Ledesma tuvo descendencia. El
primer nacimiento fue el de una niña,
María
Emilia, llegada al mundo en 1934 en la ciudad de Tucumán; José Raúl, en 1936 y
jorge Gustavo, en 1937; los dos nacidos en ‘El puestito’, sitio donde vivían
los papás de la parturienta.
Un
nuevo traslado lleva al maestro Juan Emilio a hacerse cargo de la escuela nº
211 ubicada en otro lejano lugar: Cruz de arriba. Ahí se agranda la familia con
la aparición de otros hijos: En 1942 Alicia Edith y luego Horacio Emilio, en
1948. Estos niños fueron bautizados en la localidad de ‘El Rodeo’.
Entre 1944 y 46, los hermanitos Nieva son
traídos por su padre a que se eduquen en la ciudad de Tucumán. Aprovechando la
amistad que el hombre hizo con una docente, por entonces ya jubilada, los aloja
en su casa de calles Las Heras
al 400, residencia de la señora Ibáñez y
familia. El establecimiento primario elegido fue la escuela Juan Bautista
Alberdi.
Llegan a la villa
Mientras sus hijos se
desarrollaban en lo educacional desde calle Las Heras y bajo la tutoría de
aquella colega, la señora Ibáñez, Juan Emilio, el director, compró un terreno
en la calle Balcarce al 1100, propiedad que le cedió en venta un señor Molina,
propietario de una mueblería.
Instalada
esa nueva vivienda, en 1949 toda la familia se traslada hacia ella y por
supuesto que sus niñas y niños, cambian de escuela.
Jorge
Gustavo, nuestro entrevistado, tenía por entonces 12 años y así recuerda a la
zona de su casa:
-Las casas formalmente edificadas eran tipo chalet: habitaciones en seguidilla hacia el fondo y galería al costado. En sus frentes casi todas tenían un jardín, poblado de calas y estrellas federales, era el espacio que permanecía siempre regado porque allí se encontraba la canilla de agua; esas propiedades no estaban separadas por tapias, sino con telas metálicas. El resto de mi cuadra mostraba otras casas precarias y varios terrenos baldíos. El barrio recién se estaba armando.Jorge Gustavo Nieva a los 15 años |
A
pesar de la enorme distancia que separaba a su padre, desde el barrio hasta su
trabajo, Jorge Gustavo cuenta que él seguía ejerciendo la dirección de aquella
escuela de Cruz de Arriba; que por falta de medios de movilidad, ómnibus y
trenes, se quedaba allí toda la semana y regresaba a su casa los sábados. Con
orgullo y nostalgia nos dice que su padre, en treinta años de magisterio, nunca
faltó a su trabajo.
Nuestro
relator, Jorge Gustavo Nieva, terminó su educación primaria en la escuela
Güemes. Es hora de buscar trabajo:
-Consigo trabajo en un taller de
radio; fue a través de mi tío Severo Ledesma, un policía que cumplía servicios
en la comisaría 3ra.
Entré como aprendiz de un señor de
apellido Dumeniet; tenía el negocio en la calle Maipú al 300. De ahí incursiono
en el oficio y me inscribo en el Instituto Técnico. En ese tiempo estudiabas
tres años y recibías el título de radio-armador. Hice eso. Luego me voy a trabajar con un señor, Jorge Naas,
hijo de árabe, en la avenida Mitre esquina San Martín. De allí pasé al taller
del señor Montes, calle España al 700 y él fue quien me dio ‘el espaldarazo’.
Una anécdota
Cuando
Jorge Gustavo Nieva dice que fue el técnico Montes quien le dio ‘el
espaldarazo’, se refiere a que ese patrón, probando sus conocimientos, lo dejó
por primera vez enfrentarse a desperfectos de una radio en presencia del
cliente. Esa experiencia le dio al muchacho una seguridad en sí mismo,
confianza que él necesitaría al independizarse:
-El señor Montes me ayudó mucho y yo
siempre me preocupé por aprender todo lo que me decía. A los tres meses como
aprendiz ya estaba en condiciones de hacer un trabajo solo; claro, antes me había
golpeado en otros lugares.
Un día un cliente pregunta:
¿Quién sabe hacer reparaciones?
Yo no decía nada, esperaba que otro
contestara; éramos seis empleados más el patrón. Al ver que ninguno reaccionaba le respondí:
-Yo sé algo de reparaciones-.
Me deja la radio y expresa: -Voy al
centro, después la retiro-.
Por esa primera radio que arreglé, el
señor Montes me felicitó. Era una reparación medio brava, pero la hice.
La reflexión
Hay una cosa en la vida que tiene
mucho que ver: Yo trabajé en otros talleres antes que en éste, pero en ninguno
se me valoraba ni como técnico, ni como persona. Por ejemplo, ‘el turco’
anterior me decía: No, vos te has equivocado de oficio, andá al mercado de
abasto, ahí tenés que estar. Algunos lo hacían por pícaros, no querían pagar lo
que uno valía. Pero Montes me decía que si me portaba bien él me iba a enseñar.
Ahí estuve dos años, hasta los 17.
Se independiza
Cierta vez me entero de que vendían un
taller en la avenida Sarmiento 1ª cuadra; era de un señor Aguilar, locutor de
LV12. Mi padre me llevó a verlo, pero cuando fuimos a comprarlo el dueño
desistió de la venta. Entonces, al verme desanimado, él me dijo: Ya que estamos
¿Qué te parece si te compro todas las herramientas y ponés tu taller en la
casa? - hablaba de nuestra casa de la Balcarce - Yo, por no defraudarlo,
acepté. Al principio dudé porque como empleado, en ese tiempo ganaba bien. Pero
mi papá insistía en que trabaje para mí, en mi propio taller.
El primer mes gané la tercera parte de
lo que acostumbraba. ¡Me entró una desilusión! Pero ya era mío. Ahí lo hablé a
Oscar Madrigal para que me hiciera el letrero del frente; ‘Radio Sonda’ le
puse.
Como no tenía edad para ser
independiente, contaba con sólo 17 años, mi padre tuvo que firmar un poder que
me autorizara. A esa autonomía la había deseado mucho tiempo.
Ella es mi capricho
El pasaje de la vida de Jorge
Gustavo Nieva que se refiere a su casamiento con Sara Elsa Salguero, tiene una
particularidad que, aunque es similar a otros casos conocidos, no deja de
sorprender.
Ellos
se conocían desde corta edad. En La chilca, pueblo donde su padre había
conquistado a Josefa Alicia Ledesma, los niños compartieron, en los patios de
parientes, sus inocentes juegos hasta que la vida los separó; o sea cuando
Jorge Gustavo, sus padres y hermanos, se radicaron en la ciudad.
Él
así lo cuenta:
-Nosotros somos primos hermanos. Por
eso digo que la conozco de toda la vida. Ella estaba en la ciudad viviendo con
mi hermana. Para vernos teníamos que hacerlo a las escondidas. Mis padres no
querían. Digo que ella es mi capricho porque todos decían: ¡No, eso es capricho
de él! Sus padres ya la mandaban a Buenos Aires; a la casa de una hermana de
ella. Querían evitar nuestro noviazgo. Entonces intervinieron un tío y una tía,
los que me preguntaron: ¿Qué querés vos? A lo que respondí: ¡Me quiero casar, ya! No tenía nada, ni la cama. Cuando la
relación se confirmó yo tenía 19 años.
Nos casamos el 7 de enero de 1961.
Ella tenía 22 años y yo 23. Hicimos la fiesta en la calle Raúl Colombres al 800,
en la casa de mi hermana. Dentro de poco vamos a cumplir cincuenta años de
estar juntos.
El que se casa, casa quiere
El nuevo matrimonio se dispuso a poblar Villa 9 de Julio. Allí nacieron los hijos y bien adentro del barrio la pareja habitó una casa alzada sobre un pedazo de tierra propia.
Pero
al principio se alojaron en la calle Balcarce al 1100, solar paterno de Jorge
Gustavo. Meses después nace: Daniel Marcelo, el 23 de noviembre de 1961; luego,
el 7 de junio de 1965, llegó Jorge Osvaldo. Los niños nacieron en la casa de
una madama - idónea de partera - del barrio.
-Al casarme ya tenía un lote cerca del matadero, precisamente en el pasaje Wurschmidt al 1000. Ese sector pertenecía antes a Bajo la pólvora, hoy es barrio 8 de marzo. Ahí hice mi casita. Fui pionero del barrio. Al lote lo compré siendo soltero, pero al taller lo mantuve en la Balcarce. Me iba en moto desde mi casa. En aquella época había muchas quintas cítricas; plantaciones de verduras y flores. Hoy todo está poblado. En ese domicilio, detrás del matadero, estuvimos 28 años, o sea hasta 1992. Luego regresamos a Villa 9 de Julio, a la calle Raúl Colombres 69.
-Mi padre Juan Emilio Nieva fallece en el año 1993 y mi madre Josefa Alicia Ledesma el 22 de marzo de 2010.
-Al casarme ya tenía un lote cerca del matadero, precisamente en el pasaje Wurschmidt al 1000. Ese sector pertenecía antes a Bajo la pólvora, hoy es barrio 8 de marzo. Ahí hice mi casita. Fui pionero del barrio. Al lote lo compré siendo soltero, pero al taller lo mantuve en la Balcarce. Me iba en moto desde mi casa. En aquella época había muchas quintas cítricas; plantaciones de verduras y flores. Hoy todo está poblado. En ese domicilio, detrás del matadero, estuvimos 28 años, o sea hasta 1992. Luego regresamos a Villa 9 de Julio, a la calle Raúl Colombres 69.
En la escuela Gral. Guemez, Marcelo y Jorge O. Nieva |
-Mi padre Juan Emilio Nieva fallece en el año 1993 y mi madre Josefa Alicia Ledesma el 22 de marzo de 2010.
‘No tengo talentos especiales,
pero sí soy profundamente curioso’. Eso dijo
alguna vez el físico alemán Albert
Einstein. A su modo, Jorge Gustavo Nieva también lo entiende así. Dispuesto a
recoger pasajes de historias tucumanas; escudriña en el pasado, elabora lo
anotado, y a través de un programa de radio lo devuelve enriquecido pero veraz.
Así
cuenta sobre cómo llegó a eso.
-Todo comenzó de un modo inesperado.
Cierta vez me llamó un amigo que está en la radio, pidiéndome que haga un
comentario sobre boxeo; en esos tiempos se hacían combates todos los viernes en
Villa Luján. Dos semanas después me volvió a llamar y así continué, siempre
haciendo comentarios de boxeo. A la vez participaba en el programa de tangos
del señor Raúl Carrizo. Hasta que un día me habla el dueño de la radio, Rubén
Medina, para pedirme que haga mi propia audición, programa que comencé sin
auspiciantes. Hoy ya pasaron once años de estar en el aire. Mi fuerte son los
recuerdos de toda la provincia. Hago un trabajo de rescate de datos. Pienso que en mi paso por
esta vida debo dejar algo. La radio se
llama ‘El Fortín’, Estoy de 12 a 14.30 horas.
La ‘quinta de
Bolarino’
Carlos Pichín Pérez, Orlando Nazur, J. Nieva |
Eudoro Robledo, boxeador profesional | y J. Nieva |
-Se extendía desde la calle Colombia
al norte. No sé de quién habrá sido; pero a partir de ese caso le decían la
‘quinta de Bolarino’.
En este escenario de casas
humildes, baldíos sin uso, tambos, inmensos sembradíos de verduras, naranjales
y herido de profundos zanjones que simulaban ser calles, el vecindario mantenía
una armónica convivencia. Muy de vez en cuando ocurrían peleas que no eran otra
cosa que discusiones pasajeras, azuzadas por una copita que andaba sobrando en
la cabeza de algunos. Ahora bien, si se trataba de una muerte violenta, los
vecinos se alteraban y surgían los susurros del ‘cómo’ y el ‘porqué’, típica
reacción barrial.
Al
leer el título de este párrafo, pareciera que comenzaremos a hablar de un
quintero famoso en Villa 9 de Julio.
No es así. Ya en el encabezamiento, nuestro entrevistado deja claro que no sabe
de quién fue la plantación mencionada. Entonces ¿De dónde le viene el nombre a
esa quinta?
Jorge
Gustavo Nieva así relata:
-Por calle Rivadavia al 1800, desde Colombia
hacia el norte, había una gran quinta. Le decían ‘la quinta de Bolarino’.
El nombre surgió tras la muerte de un
policía de apellido Caye, a manos de un delincuente en un tiroteo ocurrido
sobre calle La Rioja. Pero el ‘bandido’ no se la llevó de arriba. En la
refriega recibió un disparo y herido escapó internándose en esa quinta de Villa 9 de Julio. Al decir de la gente
el agresor tenía, sobre la calle Rivadavia, un rancho que le sirvió de guarida.
Pasadas las horas la herida comenzó a
causarle problemas al malhechor. Entonces, por vaya uno a saber qué medios, le
pidió a una enfermera de las inmediaciones que asista a curarlo. Tampoco
sabemos cuánto tiempo lo auxilió esa mujer.
Mientras tanto la policía, que lo
buscaba intensamente, hizo publicar su foto en el diario y la enfermera, al
reconocerlo, de inmediato lo delató, dando todos los detalles de dónde estaba
escondido.
Las fuerzas rodearon la quinta y se
acercaron al rancho a puro tiro de ametralladoras. Luego, calmada la balacera,
al no tener respuesta del interior, ingresaron al reducto y encontraron al
delincuente muerto pero empuñando su pistola. Es decir que el hombre murió en
su ley.
¡Ah! El apellido del sujeto era
Bolarino. De ahí el nombre que le quedó a esa quinta.
Personajes de la villa
Habitan en todas las barriadas. Algunos son pintorescos y
ocurrentes;
los
hay justicieros y defensores del prójimo ante una ofensa; están los bohemios;
los sobresalientes en alguna lid. En fin, el zoo que los contiene es diverso y
variado.
En
esta página hablaremos de ellos tal como los presentó Jorge Gustavo Nieva, un
memorioso vecino de Villa 9 de Julio.
Es
bueno recordarlo al ‘Loco’ Luis, o como le decían, ‘Bombolo’. Él se fue a
Buenos Aires y estuvo allí mucho tiempo. Vino fakir, mago, ilusionistas. Solía
contar que él había auxiliado a un mago de Buenos Aires en los últimos años de
su vida y que en agradecimiento, el anciano le enseñó el oficio. Tuvo mucha
repercusión aquí; hipnotizaba a toda la gente que ocupaba la primera fila de
las salas. Pero también fue reconocido en Chile, Paraguay, Uruguay. En Bolivia
trabajó junto al cantor de tangos Alberto Castillo; los dos en el mismo teatro.
En el
taller me pedía cables para conectar focos que tragaba para después
encenderlos, y como era muy flaco quedaba todo iluminado.
Era
integrante de una familia pionera de Villa
9 de Julio; vivía en la calle Balcarce al 1100. En su juventud había sido
ascensorista en la Asistencia Pública. Su padre fue guardia cárcel. Este año,
con 76 de edad, nos dejó. Creo que se le cumplieron todos los sueños.
Buenos muchachos, pero no los irrite
Fue
gente caracterizada en Villa 9 de julio,
por eso dejaron claros recuerdos. No pasaron por la juventud en vano; ellos se
destacaron en innumerables oficios y dedicaciones. Pertenecieron al círculo de
hombres fuertes pero honestos, sinceros, humildes pero bravos. Sabían
defenderse y defender al desvalido ante las injusticias. Solían poner en vereda
a los desubicados que creían que era fácil el llevarse todo por delante. Sus manos, diestras para el ataque
pero más para la defensa, se estiraban cordiales cuando el asunto se había
terminado. Fueron caballeros de verdad.
He
aquí algunos de ellos
‘El pelao’ Milo; ‘El sapo’ Díaz; ‘El patón’ Cali: ‘El
chino’ Perico; ‘El malevo’ Garzón; ‘El grandote’ Carlos; ‘El negro’ Cipri; ‘El
turco’ Asaf; ‘Curaré’ Serrano: ‘El pechudo’ Robles; ‘El getón’ Chicho; ‘El
cabezón’ Tirador; ‘Agüita’ Mercado: ‘Perico’ Robles; ‘Víbora’ Hernández; ‘El
nene’ Medina; ‘El campeón’ Arrieta: ‘Perico’ García; ‘Cacho’ Ferreira.
Los
nombro con el apodo por tratarse de algo folklórico, porque así se acostumbraba
a llamarlos. Muchos de ellos ya no
están, otros aún viven.
Billares y billaristas
Hubo
una época en la que se hacían campeonatos de billar. Venia Contini, gran
jugador aunque no era del barrio.
Entre
los de Villa 9 de Julio, estaba ‘El
japonés’, muy buen jugador; tenía los
ojitos rasgados. Vivía en la calle Balcarce.
‘Miquicho’
Zavalía, otro ‘taqueador’ de los buenos, era un muchacho que se trasladaba de
un lugar a otro; iba a todos los torneos.
También
jugaba muy bien el señor Casas, un
vendedor de diarios. Siempre estaba en el bar Reinés. Hizo mucho por el billar
en Tucumán. Llegó a ser presidente de Redes Argentinas y de la Sirio Libanesa.
Dicho por él, de la Sirio lo corrieron, porque era canillita. Vivió en la calle
Villarroel.
-En
la década de 1950, en la esquina de calles Uruguay y Rivadavia, estaba la confitería
de ‘El pelao’ Iñigo, la de la vereda alta.
En su
salón de billar los muchachos nos pasábamos los sábados y domingos prendidos a
los tacos. El que era mayor de edad se tomaba un trombón y jugaba un truco.
Cuando transcurrían algunas horas y nos daba hambre, pedíamos un sándwich de
mortadela o queso, lo acompañábamos con
naranjada marca ‘La felicidad’. Si teníamos suficiente plata
ordenábamos salchichón, delicia que
preparaba la señora.
Otro lugar con billar fue la confitería Mata, en la avenida Juan B.
Justo al 1000.
Con las mismas características de la anterior, en
avenida Juan B. Justo, esquina Juramento, funcionaba la confitería de quien
conocíamos como Petelorre; no sé si era
un apodo o su apellido.
Como
éramos menores de edad, no teníamos el enrole;
para jugar el billar teníamos que ir a buscar confiterías dónde nos
dejaran jugar. Había un billar en Blas Parera al 700; después estaba doña Pepa,
en la calle Maipú esquina Italia. En estas confiterías jugábamos antes de
cumplir los 18 años.
Reyes del ring
Cuenta
Jorge Gustavo Nieva
Soy
jurado de boxeo hace 37 años. Como dirigente llevé el boxeo al club Corralón
municipal. Fui delegado ante la Asociación de box representando a ese club,
donde ejercí la presidencia. La sede está en calle Blas Parera 1065.
Hubo
varios boxeadores en Villa 9 de Julio.
José Carrasco por ejemplo; ese muchacho vivía en avenida Juan B. Justo casi
esquina Perú. En 1950 se hizo el Campeonato de los barrios; ahí participó y
salió campeón. Después se radicó en Estado Unidos donde puso un tremendo
restaurante.
‘El
torito de Lules’, un boxeador de apellido Manzano que llegó a ser campeón
amateur. Vivía en la calle Álvarez Condarco esquina Juan B. Justo.
Otro
consagrado fue Ramón Rodríguez; le ganó a Balbino Soria, el campeón argentino;
eso fue en Villa Luján.
Recuerdo
a Carlos Berta; a Segundo Frías, un joven que vivía en la quinta de naranjas de
los Cuezzo; espacio hoy ocupado por
el barrio Obispo Piedrabuena. En un
baldío de la calle Álvarez Condarco levantaban el cuadrilátero. Ahí solía
practicar Segundo Frías.
Músicos y cantores
Para
las celebraciones del 9 de Julio, quien organizaba los festejos fue un señor
Silvestro. Tocaba Avelino con su bandita, que vivía en Villa 9 de Julio hasta 1978, hincha fervoroso del Club Atlético Tucumán; actuaba un cantante melódico que se
hacía llamar ‘Tino Darío’, vivía en la calle Bolivia 1ª cuadra; también Mario Cevallos,
de la Monteagudo al 1000; al principio cantaba tangos imitando a Ángel Vargas;
después se pasó a la música romántica. Integró el trío de los "hermanos Herrera" Viajó a Buenos Aires y estuvo mucho tiempo allá. Además era luthier; fabricaba guitarras en su taller
de la calle 9 de Julio 2ª cuadra. Murió hace un par de años.
Oficios perdidos
Algunos
antiguos oficios soportaron el embate de los tiempos modernos y se esforzaron
por permanecer vigentes adaptándose, claro está, a los requerimientos del hoy.
Otros, fagocitados por la tecnología, se ‘hundieron en el mar del olvido’.
He
aquí una merecida recordación de Jorge Gustavo Nieva
En la década de 1950, sobre avenida Juan
B. Justo, cerca de la parada de tren llamada ‘El mercadito’, vivía un
hojalatero de nombre Juan Tripoloni quien trabajaba con dos de sus hijos. Tenía
el taller en su propia casa. Y en la misma dirección esta gente se dedicaba a
la construcción de, carros, jardineras y chatas. Las chatas eran más grandes
que una jardinera, sin barandas. Muchos
negocios las usaban, como la mueblería Diker, por ejemplo. Claro, por entonces
todo se movía con tracción a sangre, con caballos. Don Juan fue hijo de Nuncio
Tripoloni; él tenía un taller de radios; vivía cerca del desaparecido cine Ocean.
Quienes construían las herraduras para
calzar a los animales fueron los Fernández de la esquina Norte. Luego uno de
los hijos se independizó y puso su taller en la avenida Avellaneda al 800.
En la calle Rivadavia esquina pasaje
Zuviría, antes pasaje Chile, estaba el
señor Arro, le decían afectuosamente ‘El sordo’; él fabricaba los arnés que se
usaban en las jardineras y carros. El mismo oficio tuvo Astorga, de Rivadavia
al 1100. Los arnés se hacían de madera y luego se forraban con cuero.
El talabartero fue de apellido
Martínez. Hacía todo tipo de trabajos en suela. Estaba en la esquina de las
calles Juramento y Justo de la Vega.
El carpintero del barrio fue de
apellido García, Balcarce al 1200.
Por la calle Uruguay estaba el
corralón de Dávalos. Como en esa época todo era tracción a sangre, ahí había
quince o veinte carros a los que usaban para vender productos.
En el pasaje García al 1200, estaban cuatro muchachos que habían salido
con oficio del hogar San Roque, uno era
zapatero, ‘El gordo’ Adolfo, otro era relojero, Valentín, un tercero que fue
técnico de radio, y el cuarto su ayudante,
muchacho que no era muy entero .
Salvo uno de ellos que caminaba,
los demás eran discapacitados, se movilizaban en silla de ruedas. Los vecinos
los ayudaban requiriendo sus servicios.
Coches de plaza
Podemos
decir que aquellos lentos vehículos son abuelos de taxis y remisses. Llegaron a
estas tierras cuando aun la ciudad lucía casas bajas y contadas calles
macadamizadas. Los callejones de Villa 9
de Julio, incluyendo al boulevard Avellaneda, cernieron sobre la negra
capota motas de fina tierra que suspendía en el aire el trote del manso
‘matungo’.
Jorge
Gustavo Nieva así los conmemora.
Década de 1950. En la esquina Norte
hubo parada de coches de plaza, justo frente al bar de los hermanos Reinés. Las
líneas de tranvía 5 y 1, que pasaban por esa esquina, traían mucha gente que
para el Día de las almas desde ahí tenían que caminar hasta el cementerio de
Norte. Entonces muchos alquilaban sus servicios y hasta los compartían entre
dos o tres pasajeros.
Los cocheros: Nieto, de la calle
Balcarce esquina Chile; Escudero, de la Monteagudo pasando las vías del ferrocarril Mitre, cerca de la
calle Brasil;
un señor Juárez, de la calle Blas
Parera al 800; Pérez, de la López y Planes al 500, él fue uno de los últimos
cocheros de Tucumán.
El barrio y los comerciantes
Bien podemos decir ‘Píntame tu barrio y pintarás la
ciudad’… Es así como lo siente Jorge Gustavo Nieva, un vecino que no sólo ‘hace
gala’ de una excelente memoria sino que desde varios años atrás, se dispuso a
recopilar todo lo valioso que halla en él.
Ahora
nos cuenta de los emprendimientos comerciales y sus propietarios.
El almacén de don Paco Hito estaba en
la esquina de gobernador Gutiérrez y Villarroel; al frente, la carnicería de
don Pedro Contino; en la otra vereda la panadería de los hermanos Morales; en
la esquina de avenida gobernador del Campo y gobernador Gutiérrez, el almacén
más antiguo de Villa 9 de Julio, se llama ‘El oriente’, es de don Elías
Abraham, ya cumplió más de ochenta años y nunca cerró sus puertas; sobre la
calle Álvarez Condarco funcionaba el almacén de don Feliciano Otaiza; al frente
trabajaba un sastre, don Juan Monachessi, hombre que solía fiarle a sus
clientes; siempre sobre la Álvarez Condarco, pero esquina Luis F. Nougués,
estuvo el almacén de don Domingo Míguez, enfrentado con el de ‘Paco’ Vásquez; en
la calle Juan Posse los almacenes de José Guevara, de don Pablo Sáenz, el de
don Cayetano Bellomío y la carnicería de Manuel Espinosa; más adelante,
siguiendo por la Juan Posse ya esquina con Raúl Colombres, estaba el almacén de
Ángel Bobillo, hombre que fue injustamente asesinado; al frente la carnicería
de Ramón de la Cruz Reinoso; en la Blas Parera funcionaba el almacén de José
Amigo; en el pasaje 1º de mayo se hallaba el almacén de José Andrade; al frente
la verdulería de don Miguel Isa; en la esquina de Juramento el almacén de don
Argentino Zelaya; en la esquina de Villarroel, el almacén de don Manuel Espinosa;
en Luis F. Nougués la panadería de los hermanos Contini; en la Raúl Colombres,
el almacén de don ‘Paco’ Ramón; al frente, la carnicería de su hijo, Carlos
Ramón.
El señor Mirra era el mayorista más
grande de carbón; estaba en la calle
Balcarce pasando la Santiago. Ellos distribuían en el centro y en las
carbonerías de los barrios; deben haber tenido de 15 a 20 jardineras, que
decían “carbonería Mirra”, uno de los locales de venta se ubicaba en la esquina de Bolivia y Monteagudo, villa 9 de Julio.
Ficha de la Esquina Norte
Guiados por Jorge Gustavo
Nieva, demos un paseo por la emblemática Esquina Norte, por allá de 1950. Con
un poco de imaginación podremos verla tal como era.
En Juan B. Justo y gobernador del
Campo, la confitería de los hermanos Juan y Gabriel Reinés; los mozos allí
fueron, Ruiz, Olivera, Fierro y Contreras. En la puerta tenía ‘la paternidad’
de los lustrabotas, el amigo Ávila; los dueños del lugar le permitían ese
liderazgo por ser una persona de trabajo
y muy responsable. A la par de Reinés, la
bicicletería de don Pedro Bechara. Al frente, en diagonal, Villanueva, negocio que después será de
Abraham Cura. Siempre por la avenida gobernador
del Campo, a mitad de cuadra, por el este, la carpintería y carrojería de ‘El portugués’. Girando por
gobernador Gutiérrez se hallaba la fonda doña Rosa, de Maria de Oliva; aquella
era una romería de carros, coches de plaza, vendedores ambulantes. Volviendo
por Juan B. Justo estuvo la carbonería de don Grau, al que le decían ‘El pelao’
Min, ahí está hoy una sucursal del banco Nación. A la par, la herrería de don ‘Tino’ Fernández; este
hombre tenía dos hijos; a uno de ellos lo llamaban ‘Pocholo”; su empleado fue
Felipe Espeche; en ese negocio había de mascota un monito, los niños, cuando
bajaban del tranvía, se detenían a verlo. Más adelante estaba un zapatero, el
‘Mudo’ Baye, casado también con una señora muda. Luego venía la primera
farmacia ‘Avenida’. Por la misma acera había un surtidor de combustible en la
vereda, allí también vendían alfalfa y maíz; sus dueños eran de apellido
kirschbaum; compartían el local con la ferretería España de don Luis Martínez.
En ese mismo sector, el taller mecánico de Caposucco, sitio donde trabajaba ‘El
gallego’ Manolo Gómez. Luego seguía el café ‘El obrerito’; recuerdo que
revolucionó a la zona con su máquina de café exprés que funcionaba a nafta, era
marca Orbea. En las cercanías estuvo un negocio llamado ‘La superiora”. En la
esquina de España y Juan B. Justo, la gran ferretería ‘Libertador’. Al frente,
la placita Eva Perón, en ese espacio hubo una
rueda muy grande de una máquina vial enterrada. Por la misma acera
funcionaba la librería de don Fernández; padre de ‘El yuco’, jugador de básquet
del club Redes Argentinas. Le seguía ‘La silenciosa’, una zapatillería que ofrecía en sus vidrieras las famosas zapatillas ‘Boyero’. Luego el
negocio de dos famosos fotógrafos, los hermanos Bálsamo; ellos exhibían fotos y
cuadros de recién casados. La peluquería de los hermanos Palazzo; los que
después cambiaron de rubro y quizás fundaron el primer mini servicio de Tucumán
con todos los adelantos modernos y un letrero que decía ‘Casa Tita’. A la par, el club Redes Argentinas. Ya por
avenida Sarmiento, esquina pasaje García, el
gran almacén de ramos generales de doña Leoncia de Hernández y sus hijos Lucho, Isidro y Flores.
Al sur una panadería y por el mismo
pasaje la sodería y carrojería de Boyato, el que fue boxeador y combatió con
Abel Zeta en Atlético Tucumán.