Redacción: Néstor "Poli" Soria
Entrevistas, recopilación y armado: Ana Lía Madrigal
Expulsados por la
guerra
Inmigrantes llegando al puerto de Buenos Aires |
En 1922, la libanesa María Busnader pisó suelo argentino trayendo con ella a sus dos hijos, José y Pedro Bechara. Su marido, por entonces un soldado que servía a la patria, no pudo acompañarla por hallarse en las trincheras combatiendo contra los franceses que en 1920 habían tomado el territorio libanés.
María Busnader |
Un dato realmente triste nos dice que María y su hombre nunca volvieron a verse.
Ya en Buenos Aires, María y los dos muchachos encontraron albergue en el domicilio de otros paisanos suyos. De inmediato los jóvenes consiguieron trabajo y sabemos que Pedro, el menor y quien llegó al país con 14 años, se empleó como niquelador en una fábrica de camas.
En tierra tucumana
La ‘gran ciudad’, Buenos Aires, los retuvo
aproximadamente diez años. En la década de 1930, José Bechara viaja a Tucumán
con el propósito de instalarse y abre una bicicletería en la calle Batalla de
Junín al 100.
En
1933, el bicicletero José trae a la provincia a su hermano Pedro, quien ya
estaba casado con la española de nombre Inés Uela. Pero la pareja no viene
sola. Con ella viajan un primer hijo, Alberto, niño nacido el 22 de agosto de
1932 y doña María Busnader. Arribados a tierra tucumana, los recién llegados se
albergan en la avenida Juan Bautista Justo al 900, plena ‘esquina Norte’, ocupando una vivienda de dos habitaciones que había adquirido tiempo atrás
José, el primero en venir. En esa dirección los hermanos Bechara abren una
bicicletería que es a la vez taller de reparaciones y donde Pedro muestra sus
habilidades de soldador, oficio que aprendió en aquella fábrica de camas
niqueladas. El taller tenía como vecinos, al norte, el club Redes argentina y al sur el Bar Reinés, ochava este de Esquina Norte.
Pedro Bechara, Inés Uela,María Almaraz, Carlitos Álvarez y Elba Álvarez, esposa de Juan Carlos Bechara, en el club Redes Argentinas -Año 1959 |
Alberto Pedro Bechara nace en 1932 primer hijo de Pedro Bechara y Inés Uela |
El apellido en la provincia
Del matrimonio Bechara-Uela nacieron en la ‘esquina Norte’ otros hijos: Lidia Ángela, el 5 de julio de 1934; Juan Carlos, el 14 de junio de 1936; José Eduardo, el 18 de enero de 1940; ellos se suman al niño nacido de la pareja en Buenos Aires, Alberto, el mayor del grupo.
Alberto, Juan Carlos, Lidia Ángela y José Eduardo Bechara |
Alberto Bechara |
Dispuesto a continuar con la venta y reparación de bicicletas, Pedro comienza a pagarle por el uso de la propiedad de avenida Juan Bautista Justo, un alquiler a su hermano. A la vez, empeñado en vivir con mayor comodidad, fue agregándole a esa casa una habitación-cocina, decoroso baño, cerró un pasillo e instaló allí el local de trabajo al que llamó ‘Bicicletería Bechara’.
Su
hijo, Juan Carlos, apodado ‘Bocha’, nos cuenta que el negocio de su padre
estaba lleno de bicicletas usadas, llantas y ruedas por doquier, el infaltable
inflador y cientos de accesorios del rubro, artículos que tapaban inclusive el
frente de la vivienda. Es indudable que don Pedro tenía una cartera de clientes
numerosa. Mientras
tanto José, su hermano mayor, ubicado desde su llegada a Tucumán en la calle
Batalla de Junín a la altura del 100, o sea, en el centro de la creciente
ciudad, gozaba con su negocio de una prosperidad envidiable. En la década de
1950 había logrado tener venta por menor y mayor de tan popular vehículo. Su
solvencia le permitió comprar la propiedad que ocupaba y en la parte alta de la
construcción albergó a su esposa e hijas, sin desproteger a doña María
Busnader, su madre, inmigrante libanesa que jamás pronunció una palabra en
castellano y falleció a los 106 años de edad, en 1960. El sólido comerciante,
José Bechara, expiró en la década de 1970 dejando a su familia en una buena
posición económica. Su sobrino, ‘Bocha’, nos cuenta que actualmente sus primas
viven en el piso superior de la construcción y al local que ocupó el negocio,
en la planta baja, lo alquilan.
-Mi padre fallece el 29 de julio de
2008, tenía 91 años; hasta los 80 años andaba en bicicleta, el médico nos pidió
que le quitemos la bici porque si se llegaba a caer no íbamos a poder armarlo;
¿sabe lo que nos costó quitarle la bicicleta? Mi madre, Ines Uela, falleció el
5 de julio de 1980 a los 70 años.
Juan
Carlos, o mejor ‘El bocha’ como lo conoce el barrio, ya es un joven y exhibe
orgulloso el título de Técnico ferrocarrilero, otorgado por la escuela que
funciona en los Talleres ferroviarios de Tafí Viejo.
Su
juventud y ese diploma tan apreciado en esas épocas, lo llevan a tomar la
natural decisión de casarse. Aunque no nos lo dijo, una niña vecina ya ocupaba
sus pensamientos y él debía jugar esa carta de adulto.
En
1958, Elva Álvarez, hija del bochófilo de Redes Argentinas, ‘Busa’ Álvarez,
pronuncia el emocionado sí frente al altar de la iglesia de la Merced.
En realidad ‘Bocha’ estaba confiado en su seguridad económica a futuro. Leamos lo que nos dice:
-Los talleres de Tafí Viejo, durante
el gobierno de Perón, nos pagaban un sueldo mientras estudiábamos. Al
recibirnos, ya sea como carpintero o técnico mecánico como yo, automáticamente
nos daban trabajo, pues, a los tres años de estudio uno quedaba efectivizado,
gozando inclusive de los aportes jubilatorios. Luego obtuve el título de
Técnico ferrocarrilero.
Con el paso del tiempo fui encargado,
inspector; me mandaron cinco años a Salta, desde 1968 al 73; después regresé y
trabajé en la estación del Bajo.
Cuando cerraron todos los talleres me
quisieron trasladar a Buenos Aires, pero no acepté; ya que mi señora estaba muy
enferma. Por esa negativa me indemnizaron. Tenía 29 años de ferroviario.
Entonces entré a trabajar en el sanatorio Ados; ya había cumplido 46 de edad; por
ascensos llegué a ser administrador. Pero Ados también cerró en 1995. A pesar
de ello seguí en ese lugar cuidando los equipos, evitando que se deterioren. En
2006 el edificio fue comprado por el gobierno. Yo llegué a jubilarme.
Una retrospectiva
En
paralelo a sus ocupaciones, ‘Bocha’, nuestro entrevistado, obviamente tiene una
historia familiar.
Entre
tantas cosas nos cuenta que por allá
de1959 o 1960 se fue a vivir con su esposa al pasaje Leonardo Rosales, a la
altura de la numeración 1000, o sea, en Villa Urquiza, cerca del paso del tren a Tafí
Viejo, próximo a la parada llamada ‘El
empalme; para
tomar allí el tren que lo llevara a su trabajo.
Del
matrimonio Bechara-Álvarez nacieron tres hijos: Juan Carlos, el 5 de junio de
1960; Víctor Daniel, el 5 de julio de 1961; Graciela del Valle, el 11 de enero
de 1965.
-Todos mis hijos se criaron a la par de su abuela en la esquina Norte. Resulta que en especial los domingos solíamos comer con mis padres en esa casa. Mi madre elaboraba los fideos y preparaba la salsa. Era algo sagrado la costumbre de reunirse en familia. Allí estaban mis hermanos y hermanas con sus proles. Para ser honesto debo decir que a esa hermosa costumbre la tuvieron casi todos los vecinos de Villa 9 de Julio. Eso ya no existe.
-Mi señora falleció aquejada por un
cáncer de mamas hace 17 años, el 13 de abril de 1993; tenía 56 años. Luchamos
unos diez años con la enfermedad. Ella fue docente.
N/R:
Quienes cumplimos más de diez lustros de vida, probablemente escuchamos o
pronunciamos alguna vez el apellido Bechara, ya que su inserción en el medio
comercial y también en el ambiente del básquetbol de la provincia, fue muy
sólida.
Manos sanadoras
Aquella
medicina casera a la que solían echar mano nuestros mayores, quedó invalidada
por el impiadoso olvido. Hoy es casi un albur el encontrar a un médico ‘yuyero’
o a una ‘sabedora’ de levantar paletillas, curar la ojeadura, o el molesto
empacho con sólo una cinta roja y rezos ininteligibles.
Inés
Uela, madre de nuestro entrevistado, Juan Carlos Bechara, tenía condiciones de
sanadora:
-Cuando con mis hermanos nos íbamos a
la escuela Roca, la de la calle 25 de Mayo, mi madre nos encargaba que le
juntáramos azahares. Ella preparaba la famosa agua de azahar y nos daba a tomar. Otras veces nos mandaba
al parque 9 de Julio a traer hojas de eucaliptos para hacer vahos.
A veces ella nos hacía acostar, tomaba
el vasito de las ventosas, lo rozaba en su interior con un algodón encendido y
nos lo colocaba. En muy pocas oportunidades asistíamos al médico.
Además curaba la ojeadura, la
paletilla, el empacho. Eso les enseñó a mi hermana y a mi mujer.
Cualquier enfermo que llegaba a casa
ella atendía.
Como
un hecho sobresaliente de esas habilidades, ‘Bocha’ recuerda que una vez golpeó
a la puerta de su casa una mujer con su niño en brazos. Doña Inés escuchó el
relato de esa madre, que desesperada buscaba su auxilio pues los médicos le
habían dicho que nada podían hacer por la criatura.
‘La
sanadora’ tomó al niño y comenzó a rezar en voz muy baja. Al finalizar sus
oraciones miró a la mujer y le dijo:
-Debemos
buscar a alguien que me ayude, a este mal no lo puedo curar sola.
De
inmediato se fueron las dos, llevando al niño para el lado del cementerio del
Norte. Ahí, junto a otra mujer lo curaron.
-Hasta el día que murió mi madre este
muchacho, ya grande, casado, le llevaba regalos de agradecimiento. He visto a
mucha gente que iba a buscarla; eso ocurría a cualquier hora; a veces de
madrugada.
Dicen
los que entienden del asunto que si alguien quiere recibir estos dones, sólo
los conseguirá el 24 de diciembre a la noche. Eso no significa que todos puedan
atesorarlos. Misterios de la sabiduría popular...
Accidente fatal
Los famosos Talleres ferroviarios
de Tafí Viejo, aquellos que durante muchos años jerarquizaron a la actividad
ferrovial del país, absorbía a una importante masa obrera y de técnicos
residentes en la ciudad de Tucumán y por lo general radicados en Villa 9 de Julio; sitio donde preferían
vivir ya que se encontraba al paso de ‘El obrerito’, afectuoso nombre con que
fue bautizado el corto tren que los llevaba a sus labores y a una determinada
hora los regresaba a sus hogares.
Los
antiguos pobladores de Villa 9 de Julio
aun recuerdan lo que cierta vez les sucedió a los pasajeros del convoy, en
oportunidad de una manifestación política.
Juan
Carlos Bechara ‘Bocha’, así lo cuenta:
-De estudiante yo tomaba el tren en
avenida Juan B. Justo y calle España. Estaba haciendo la carrera secundaria de
Técnico ferrocarrilero en los Talleres de Tafí Viejo; ahí me recibí. La parada
más cercana a mi casa era la llamada ‘El mercadito’, lugar donde, a las cinco
menos cuarto de la mañana, subía mucha gente.
En el año 1955, estando en los
talleres, junto al personal que allí trabajaba me enteré de que había
renunciado Perón. Todos salimos con la decisión de venir a la ciudad y
manifestarnos a favor del presidente en la plaza Independencia.
Subimos a “El obrerito”, un coche
chico con puerta en el medio que se llenó enseguida pues a ese viaje se sumó la
gente que vivía en Tafí Viejo. O sea que se multiplicó varias veces el número
de pasajeros. Los que ya no cabían en el interior del coche optaron por
treparse al techo del vagón y así el tren se puso en movimiento.
Cuando llegamos al empalme, en Villa
Urquiza, que es desde donde comenzaban a cruzar los cables del trolebús por
sobre de las vías, el maquinista de apellido Gelsi, un radical, primo de quien
fue gobernador, les indicó a los que viajaban encaramados en el techo, que ante
la presencia de esos cables, extendidos en varios sectores de cruces, él haría
sonar el silbato del tren para que se agacharan.
Esa práctica venía siendo eficaz. Pero
nadie sabe qué pasó cuando el convoy llegó a la calle Rivadavia. Ahí se produjo
la catástrofe. Los cables tensos del servicio de trolebús arrastraron a la
gente tirándola sobre las vías de aquel tren en movimiento, cercenándoles
piernas, brazos, torsos y hasta cabezas. El recuento de fallecidos sumó 8
personas. A mí me apenó mucho el caso de un muchacho Rossi, dicen que se casaba
el sábado siguiente. Como era pesado por lo gordo, el cable lo tiró contra el
vagón y al cortarse salió disparado como un enorme látigo dándole en la cara a
un señor que estaba parado en la esquina. Rossi murió allí. Aquel que recibió
el azote quedó marcado por muchos años.
Media hora después de ese terrible
accidente nos enteramos de que Perón había retirado la renuncia.
Recuerdos de ‘El Bocha’
-A mi me pusieron ‘Bocha’ porque a la hora que me buscara mi padre yo
estaba en Redes Argentinas, ayudando a marcar las canchas de esa disciplina. De
ahí me sacaba a latigazos.
-Nunca trabajé en la bicicletería. Mi
hermano mayor está desde los 8 años con mi padre en el taller. Alberto cumplió
en agosto 78 años.
-Al
poco tiempo de llegar mi padre a Tucumán se hizo de amigos y con ellos fundó un
club al que llamaron Boca Juniors. Él fue presidente. La sede era una
prefabricada enclavada en un baldío al frente de donde estaba el club Sportivo
Guzmán, equipo que no existía comparado con Boca Juniors. De allí salieron
muchos jugadores de fútbol que luego revistaron en Atlético Tucumán, por ejemplo el ‘Buchino’ Juárez.
-Mis hermanos y yo jugábamos al
básquetbol en Redes Argentinas. Ese club salió campeón en 1959 y 1960. Al
equipo lo formaban: Felipe Fernández; el doctor Palazzo; mi hermano menor, José; un muchacho que trabajaba en el
banco de apellido Luna; mi hermano mayor, Alberto. Después empezó a venir mucha
gente del fútbol, del club Sportivo Guzmán; ya no se podía jugar al básquetbol.
Además el dueño del predio, Javier Gandur, al que le decían ‘El turco Yebe’, pedía
que le devolvieran el local.
-Mi hermano José Bechara, el más
chico, hizo algunos años de colegio secundario, pero como jugaba tan bien al
básquet lo llevó el club Estudiantes y le dio trabajo.
-En la esquina, a la par de la
bicicletería, estaba el bar de los
hermanos Juan y Gabriel ‘Nene’ Reinés; en la esquina del bar Reinés había
parada de coches de plaza. Por el frente pasaba el tranvía. La línea k de colectivos circulaba por esquina Norte.
-En la esquina Norte teníamos de vecinos, al sur, el bar Reinés y
para el norte a una familia Ruiz, gente que tenía campos de madera en las
provincias de Chaco y Corrientes, vendía rollos. Un día este hombre viajó con
el chofer a traer una carga, pero se mató al volcar el vehículo.
Al norte de la casa de los Ruiz,
estaba ‘Fotos Balsamo’, de los hermanos Balsa. Ellos vivían con la madre hasta
que se casaron.
Seguía en la cuadra la librería
Fernández, del padre del famoso jugador de básquet de Redes Argentinas y luego
de combinado argentino, al que le decían ‘Yuco’ Fernández.
-Con el tiempo la casa paterna se vendió y mi
hermano se instaló con su bicicletería en la calle Villarroel, frente a la
plaza Evita. Hoy tiene 78 años y no quiere abandonar el oficio.
Calle Villaroel en villa 9 de Julio |
-La fiesta más grande en el barrio
sabía ser la del 9 de Julio. Organizaban carreras de bicicleta; los competidores iban
por la avenida Juan B. Justo hasta la calle Méjico y regresaban por Rivadavia.
Pasando la vía, entre las calles España e Italia se hacían quermeses.
-En esquina Norte también fueron
famosas las retretas. Los domingos ponían parlantes en las esquinas y difundían
música. La gente se paseaba por las anchas platabandas o por las veredas. Eran
todo muy familiar.
-El policía que custodiaba la esquina
Norte se llamaba Gaspar; lo mandaban de la comisaría 1ra., seccional que tenía
jurisdicción hasta esa esquina; desde la vía y hacia el norte le correspondía a
la comisaría 5ta.
Gaspar no faltaba nunca a sus
guardias. Aquí no surgían problemas. Hoy es distinto.
-Los carnavales infantiles y para
mayores que organizaba Redes Argentinas fueron famosos por los hermosos
disfraces que confeccionaban los propios vecinos. En torno a unas mesas de lata
los adultos esperábamos sentados a que nos atienda el mozo; los niños mientras
tanto jugaban mojándose con pomos y arrojándose papel picado, alrededor de la
cancha de básquetbol o en las tribunas. Allí vendían el agua en envases de
cerveza. Algunos varones ingresaban al club, envueltos en una cámara de
bicicletas infladas con agua al máximo, que hacía la función de manguera, por
donde el líquido salía con mucha presión. Las mujeres traían de sus casas, en
bolsas para ir al mercado, las bombas
infladas con agua. El animador era un locutor de LV12 de apellido Aguilar,
vecino de la zona. A veces cantaba Mercedes Sosa con otro nombre.
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